viernes, 1 de noviembre de 2013

Cuando el maltratador no muere.

 Antaño los hombres no vivían gran cosa... cincuenta o sesenta años, alguno quizá llegaba a las siete décadas... vida suficiente para dañar a otros de forma indeleble, pero al menos se sabía que su fin físico (otra cosa es la memoria) no estaba lejos. Hoy en día, gracias a los avances médicos, nuestras vidas, las de todos, víctimas y maltratadores, se prolongan.
 Recientemente una venerable señora de mi familia lejana ha cumplido la friolera de ciento tres años; pues bien, esa augusta dama no tuvo escrúpulo alguno en desear públicamente la muerte de su primogénita muchas décadas atrás cuando esta le comunicó que estaba embarazada antes de casarse...
 Desgraciadamente no existe justicia alguna, ni terrenal ni divina, sobre las vidas de aquellos que infligen daño sobre otros. Los procesos biológicos y de la casualidad, indiferentes a sus comportamientos, dan largas vidas a aquellos que merecían desaparecer cuanto antes y cortas y atribuladas existencias a los que sufrieron maltrato.
 Con la no-muerte del maltratador, el maltrato recibido en la infancia perdura sin posibilidad de superación, repitiéndose cada día la agresión sufrida. En casos extremos la muerte del maltratado llega antes que la del maltratador, lo cual no supone sino una enésima victoria de la brutalidad y la crueldad sobre la sumisión y victimización. 

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