miércoles, 7 de febrero de 2018

"Los náufragos" de Jean Amery.

 Jean Améry, pseudónimo literario y vital de Hanns Mayer -anagrama de Améry-, tuvo una vida harto compleja por decirlo suavemente: siendo judío desde el punto de vista de las leyes eugenésicas nazis (hijo de católica y judío pero criado en el catolicismo) enfrentó la barbarie nacionalsocialista como saboteador en Bélgica; fue detenido y enviado al campo de exterminio de Birkenau (mal conocido por el nombre polaco de Auschwitz), donde consiguió sobrevivir; a la liberación, trató de alienarse de la su pasado y su propia identidad judeoalemana; finalmente se suicidó a la edad de sesenta y ocho años. Publicó varios ensayos filosóficos y no fue hasta 1964 cuando escribió por primera vez sobre la experiencia en el "lager". Los náufragos es una novela con tintes autobiográficos, otra de tantas, ambientada en el Berlín de los años 30. El protagonista es un joven cuya mitad de su ascendencia es judía y la otra católica, aunque educado en el cristianismo, exactamente igual que el autor; sus dificultades laborales y económicas en un mundo que se cae a pedazos es un anticipo del apocalipsis que llegará en la década de los cuarenta.
  Habré leído un cuarenta por ciento de la novela, y dos palabras vienen a mi mente al recordar lo leído: verosimilitud y sordidez. Verosimilitud por lo narrado en una época terrible en lo económico, social y político en Europa en general y en Alemania en concreto; condiciones que llevarán irremediablemente a que la población se refugie en el fanatismo político y que éste lleve a la guerra y a la destrucción total. Sordidez por la visión sin salida que lleva a situaciones repulsivas sin el más mínimo atisbo de consideración moral, que lleva a la animalización del individuo. Este último tema es recurrentemente utilizado en la novela, la "moral burguesa" que supuestamente impide actuar sin prejuicios y sin sentimientos de culpa a los protagonistas los lleva a liberar los instintos primarios de la forma más primitiva, lo cual, unido a la extrema precariedad en la que viven, los animaliza brutalmente. Todo lo narrado está ambientado en tiempos de paz (si es que se puede hablar de paz cuando grandes masas de la población no pueden subsistir económicamente) pero es algo que sí había leído en la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, en la que las circunstancias impuestas en el campo de exterminio llevaban a la animalización buscada en los presos.
  Ya digo: verosimilitud y sordidez; desde el punto de vista formal ninguna queja: prosa correcta, sin florituras pero sin carencias. El regusto que deja es francamente deprimente... no sé si terminaré de leer esta novela...