martes, 7 de octubre de 2014

Fiódor Dostoyevski


 Cuando reconozco a un hermano en mi prójimo, solo entonces soy hombre.

                        Fiódor Dostoyevski

Ahora leyendo: "El prestamista", de Edward Lewis Wallant

 Una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos, tanto en el argumento: la vida anestesiada de un superviviente del Holocausto y su lucha por seguir vivo dejando de pensar y de sentir; como en la forma: una prosa suficientemente rápida para transmitir la feroz existencia en Nueva York como lenta para informar de los sentimientos de todos los concurrentes a la casa de empeños.
  Desgraciadamente, Edward Lewis Wallant falleció, según parece por un aneurisma, a la tempranísima edad de 36 años, lo cual nos privó de un inmenso talento literario. Wallant era, como tantos otros escritores norteamericanos, de origen judío y por tanto parte de uno de los mayores dramas colectivos que sufrió (se autoinfligió, en realidad) la humanidad en el pasado siglo, pero el enfoque que toma en El prestamista tan tremendo drama es muy particular: es el de aquél que aparentemente venció a la muerte y la barbarie, pero que está psicológicamente muerto.
 Sol Nazerman es un hombre de mediana edad que regenta una casa de empeños en el conocido como "Spanish Harlem", un depauperado barrio de Manhattan habitado por miles de latinos que tratan de subsistir un día más en su rudo ambiente. El contraste del hombre que lo ha perdido todo en los campos de concentración, sobre todo a su mujer e hijos, con la abigarrada humanidad que forma su clientela refuerza el contraste del que está muerto en vida con las brutales ansias por vivir de los otros.
 El retrato del prestamista y de otros personajes como Jesús Ortiz, su ayudante; la familia, encabezada por la hermana, que viven de su dinero; su amante, la también superviviente Tessie; el propietario de la tienda, Murillio; la bienintencionada y obtusa Marilyn Birchfield; y toda la caterva de chulos, putas, pederastas y delincuentes de poca monta componen un cuadro de una extraordinaria verosimilitud sin caer en ningún tipo de juicio de valor: no hay ni buenos ni malos, solo gente que vive y sufre.
 En el extraordinario prólogo de Eduardo Jordá, que también firma la traducción, presupone una búsqueda de la redención a través del sufrimiento, del dolor. No sería el primero que, contra toda lógica humana, siente una terrible culpa por el mero hecho de haber sobrevivido. Sin embargo, el prestamista decide cercenarse la capacidad de sentir y pensar, dejando simplemente pasar el tiempo. En un párrafo se condensa esta circunstancia, cuando Nazerman habla a su amante ante el cadáver de su padre: "Escúchame: olvídate de todo esto. No pienses, no sientas. Ve pasando a través de las cosas: es la única forma de vivir. Imagínate que eres una vaca encerrada con otro millón de vacas detrás de una cerca. No temas, no sufras. Muy pronto llegará el hacha. Y mientras tanto, come y descansa. ¡Y no prestes atención, no llores!"