domingo, 4 de agosto de 2019

"El tercer hombre", por Graham Greene.

 Siempre se dice que, por lo general, las novelas son mucho mejores que sus adaptaciones cinematográficas. Se aduce que en la película se eliminan varios argumentos secundarios que harían tediosa la película o que los personajes están mejor delineados psicológicamente en el texto que en el film. Bueno, siempre hay excepciones, y una de las más evidentes es El tercer hombre. La película dirigida por Carol Reed en 1949, protagonizada por Joseph Cotten, Trevor Howard y Orson Welles es, en mi opinión, una de las grandes películas de todos los tiempos; el elenco actoral es inmejorable: Cotten como el amigo ingenuo incapaz de sospechar de su antiguo compañero de colegio; Howard, inconmensurable, como policía militar encargado de arrestar a toda la gentuza que malvive traficando en la Viena de posguerra; Welles en el papel de cínico traficante, encantador para manipular a sus amigos y carente del más mínimo escrúpulo; Aida Valli, la novia del supuesto muerto que descubre que ha sido engañada; incluso los actores secundarios son buenos, especialmente los austriacos (todos con décadas de actuación teatral a sus espaldas) como Ernst Deutsch (el barón Kurtz), Erich Ponto (el doctor Winkel), Siegfried Breuer (Popescu) o Paul Hörbiger (el portero de Harry Lime). La fotografía de la película es espléndida, con una Viena en ruinas que encaja perfectamente en las vidas de los protagonistas. Y qué decir de la maravillosa banda sonora de Anton Karas y su cítara, que da un punto melancólico de desengaño y tristeza, sentimientos principales de Holly Martins y Ana. Así pues, la película es extraordinaria, ¿y la novela?
  Creo haber visto la película más de diez veces, las últimas, claro está, en versión orginal; y ahora he encontrado por fin la novela, de segunda mano, pues, al igual que toda la obra de Graham Greene, parece haber sido olvidada. En el prólogo del autor sorprende leer lo siguiente: "Para el novelista, desde luego, su novela es lo mejor que puede hacer con el tema elegido; por eso tiende a oponerse a muchos de los cambios requeridos para transformarla en filme o en obra de teatro; pero El tercer hombre nunca pretendió ser otra cosa que una película. El filme, en realidad, es mejor que el cuento porque es, en este caso, el cuento en su forma definitiva." Es difícil encontrar mayor sinceridad en un autor. Pues bien, tras leer El tercer hombre estoy totalmente de acuerdo con Greene: la novela no tiene, ni de lejos, la rotundidad de la película; no hay argumentos secundarios ausentes en la copia cinematográfica; los personajes no están mejor desarrollados; y lo explicito de las imágenes no están bien pergeñadas en el texto. Se aprecia claramente, como el autor confiesa, que la novela es posterior al guión cinematográfico, una obligación editorial tras el rotundo éxito de la película y que no está desarrollada como debiera. En definitiva: un peliculón y una novelilla.
   Pero claro, sería injusto obviar la excelente dirección de Carol Reed que conjunta el enorme talento actoral con su capacidad de narración para atrapar al espectador desde el primer momento. Esto es otra virtud de la literatura: que puede generar obras cinematográficas o teatrales de mucha mayor calidad que el texto original, con lo cual siempre redunda en producción cultural de calidad que, al menos a algunos, puede ayudar a sobrellevar el tedio de la vida... 

"La isla de los pingüinos", de Anatole France.

 Un autor otrora canónico, hoy, injustamente, olvidado. Premio Nobel de literatura en 1921 y escritor de una influencia gigantesca, especialmente en el ámbito francófono. La isla de los pingüinos es una sátira de la sociedad humana, con una agudeza tal que escuece a la vez que sorprende el conocimiento del alma humana. Es, grosso modo, la sustitución de la humanidad por los pingüinos, sus "avances" a lo largo de la historia, sus escasas virtudes y sus inmensos defectos. La elección de esta ave para la comparación es perfecta, pues la apariencia patosa pero a la vez presumida  de estos bichos encaja absolutamente con la vanidad humana.
 Empieza todo con San Maël que, accidentalmente, comienza a predicar a los pingüinos tomándolos por humanos, así que Dios, acompañado de otros santos decide hacer humanos a los mismos. Perderán en gran medida su cuerpo de aves para semejar humanos, pero sobre todo perderán su falta de consciencia en sí mismos para acabar desarrollando todo tipo de teorías filosófico-religiosas que expliquen su existencia. Así, por ejemplo, desarrollan la teoría (tan humana, aquí, "tan pingüina") de haber sido creados a imagen y semejanza de un dios que los ha diferenciado del resto de animales otorgándoles un alma inmortal. Pero donde la clarividencia de France llega a hacer diana es en la organización "pingüinil", tan grotescamente humana, con frases que impactan como un directo de Cassius Clay en la mente del lector: "la resignación de los pobres es el fundamento del orden social", "que la miseria privada contribuya a la prosperidad pública", "todo el poder viene de Dios"...
  Después, France pasa a relatar la historia de los pingüinos haciendo un evidente remedo de la historia de Francia, con la creación de mitos nacionales: una "pingüina" que se parece de forma sospechosa a Juana de Arco; la búsqueda de un enemigo para reafirmarse colectivamente, frecuentemente el que esté más cerca; y, por supuesto, la reafirmación constante de las virtudes patrias y de los defectos extranjeros para así aliviar la presión de la consciencia sobre uno mismo. En determinado momento se introduce la historia del pingüino Pyrot, alter ego evidente de Alfred Dreyfus, aquel capitán del ejército francés que fue injustamente acusado de espionaje y que, finalmente, se demostró que todo había sido un caso claro de antisemitismo (por cierto, el propio Anatole France, defendió públicamente a Dreyfus, ganándose la antipatía general de buena parte de sus conciudadanos). Acaba esta sátira con un fresco de la sociedad "pingüina-humana" del futuro, acuciada por la superpoblación, en la que todos viven para trabajar de forma enfermiza como un hormiguero sin alma que habrá de llevar, indefectiblemente, a una degradación social que destruirá la sociedad para volverla así hacia una vida más normal y en consonancia con la naturaleza.
 En definitiva, una novela imprescindible para entender el discurrir histórico del género humano, con más de cien años (publicada en 1908) de rabiosa atemporalidad.