miércoles, 3 de febrero de 2021

"La figura de la alfombra", de Henry James.

  Una de las cosas más difíciles de conseguir para un escritor de cualquier época es mantener la atención del lector, crear una intriga que desasosiegue, que tenga en vilo y que, por supuesto, se desvele al final. Hay novelas en las que por su naturaleza es más fácil conseguir este objetivo; estoy pensando en narrativa de viajes o de aventuras, por ejemplo, en la que el o los protagonistas viven aventuras  a ojos del lector que facilitan la elucubración de un futuro concreto por parte de éste. Sin embargo, algunos escritores (muy pocos, en verdad) tienen la capacidad de "crear un secreto" y mantenerlo hasta el final del texto, incluso en el ámbito intelectual. Es el caso de Henry James. En La figura de la alfombra, el argumento principal es descubrir "el secreto" que un reconocido y ficticio escritor (Vereker es su nombre) asegura tener en sus novelas y cómo unos críticos literarios (el innominado narrador y un tal Corvick) se devanan los sesos para encontrarlo. Tal secreto es, supuestamente, la razón del éxito de público y de crítica del tal Vereker. La genialidad de James es tal que consigue que el lector se sienta intrigado por qué diablos es ese secreto y consigue que se devore con ansiedad las páginas del relato.
 La excesiva intelectualización de un tema tan trivial se hace pasable principalmente por la brevedad del texto (un relato de menos de noventa páginas). Con todo, se muestra, así lo veo yo, como algo obsesivo para la bobada de un escritor que, al igual que el propio James, juega con las ilusiones de los críticos. Los de la editorial Impedimenta dicen que es una "fábula magistral sobre las misteriosas relaciones entre el escritor y su público", y, en buena medida, estoy de acuerdo. Aunque el narrador es crítico literario y se interesa por la obra de Vereker por razones profesionales, igualmente es, no podía ser de otra manera, lector; un lector obsesivo incapaz de quitarse de la cabeza una pequeña referencia de su autor predilecto. Esto, ya se sabe, es algo relativamente frecuente para ciertos escritores en la vida real, que no pueden quitarse de encima a determinados lectores, los cuales llegan incluso a acosar al autor, necesitando éste incluso protección policial y judicial. Bien, pues el relato de James ejemplariza una de esas relaciones obsesivas que no puede acabar de otra forma que no sea trágica.

 Este relato es, pues, muestra de la maestría sin par de Henry James, tanto por su capacidad de urdir una trama intrigante de una cuestión meramente literaria, intelectual, como por poner en negro sobre blanco la peculiar relación que existe entre autores y escritores y que, por la imposibilidad de verdadera relación directa, lleva en muchos casos a obsesiones malsanas que en absoluto tienen que ver con el sencillo placer de la lectura.