sábado, 3 de octubre de 2020

"Tres piezas góticas", compiladas por la editorial Valdemar.

  Tres novelas cortas, de esas llamadas "góticas" que tanto gustaban el el Romanticismo Literario (esto es, desde finales del XVIII hasta mitad del siglo XIX). Coincide en el gusto con la construcción de jardines en los que se edificaban ruinas de iglesias o castillos para dar un aire decadente y sugerente a los paseantes (hoy parece ridículo, pero sí, se construían edificios ya en ruinas). Ese gusto por lo oculto, el pasado visto con añoranza, lo caballeresco mezclado con lo fantasmagórico... se traslada a la literatura con resultados bastante interesantes. Los tres escritores que ha seleccionado la editorial Valdemar son paradigma de este movimiento, de hecho, El castillo de Otranto, junto con Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe o El monje de Matthew Lewis se ponen como ejemplo de esta narrativa. La vida de los autores también es característica, ya que llevaron vidas cortas pero intensas, con viajes a regiones exóticas, amoríos apasionados cuando no duelos y afrentas. Eso sí, todos eran unos pijos redomados. En un tiempo en que la gente malvivía de cualquier modo, ellos pertenecían a la nobleza británica, la mayoría educados en Eton y sin necesidad alguna de ganarse la vida. También es verdad que la mayoría vivieron tan intensamente que murieron muy jóvenes, así, de los tres tipos recogidos en este tomo, sólo Walpole llegará a viejo (79 años), Lewis muere a los 42 y Shelley a los 29, por cierto, este Shelley es el que fuera marido de Mary, que tomará su nombre para publicar Frankenstein o el moderno Prometeo, novelón donde los haya que excede la novela gótica para inaugurar lo que llamamos hoy novela de terror. En cualquier caso, las tres novelas breves recogidas por Valdemar son muy buen ejemplo de aquella moda literaria.
 El bueno de Walpole, por ejemplo, es uno de esos afortunados (pijos inmundos, diría algún envidioso) que dedicó unos cuantos años de su juventud a lo que se llamó "Grand Tour", un viaje por la Europa continental, principalmente Francia e Italia, visitando todas las ciudades culturales (la Italia renacentista era, por ejemplo, un must)  y disfrutando de todo lo bueno que la juventud y el dinero pueden comprar. Recientemente, la alta clase dirigente británica (ya sea en lo político, económico o social, que, por otra parte, son hijos, nietos y bisnietos de los que estaban en el poder antes que ellos) ha hecho creer a la masa (ya se consideren working  o middle class) que eso del "Grand Tour" era una moda que tenían todos los ingleses de bien que querían ampliar sus conocimientos artísticos y que demuestra la superioridad racial anglosajona, cuando, en realidad, no eran más que cuatro o cinco niños pijos que malgastaban las fortunas de sus papás. Eso sí, hay que reconocer que entre esos cuatro o cinco niños pijos había algún talento literario de la altura de Lord Byron o Mary Shelley. Pues eso, que Horace Walpole, hijo de primer ministro, también atravesó Europa para quedar rendido ante las bellezas itálicas (parece ser que sólo artísticas, pues en lo carnal fue categorizado como "asexual" por sus biógrafos, a diferencia de otros participantes del "Grand Tour" que aprovechaban para follarse como conejos), llegando hasta la región de Apulia, donde, en la ciudad de Lecce, se encuentra el verdadero Castillo de Otranto, que Walpole aprovecha para contar una historia mitad sobrenatural mitad de pura ambición humana.

  Concretamente, lo que Walpole narra es la herencia del castillo en favor de un heredero legítimo de Alfonso de Aragón en lugar del usurpador que la detenta. Claro, todo muy previsible, con el usurpador (Manfred) como un canalla sin entraña capaz de cometer la fechoría más abominable con tal de mantenerse en el poder, y, por el otro lado, la bella damisela en peligro, asistida por el caballeroso pretendiente al título. A eso se le suma la sobrenatural aparición de una estatua gigantesca que cobra vida y favorece al héroe y ya tiene usted la novela gótica. Previsible pero eficaz, bien narrado aunque con falta de mordiente. Con todo, este tipo de novela gótica ha dado obras extraordinarias que han marcado la narrativa hasta el presente.