viernes, 14 de noviembre de 2014

"Cleveland", por Harvey Pekar y Joseph Remnant

 La manía del ser humano de clasificar, categorizar y ordenar, lleva a errores de bulto en todos los campos. Porque, por mucho que nos empeñemos, las cosas no son tan cuadriculadas, y mucho menos en ámbitos creativos. Incluso algo tan poco académico como el mundo del cómic está ya metido en la horma que todo lo fuerza; y así los sesudos estudiosos de la novela gráfica han dividido geográficamente en "cómic europeo" y "cómic americano", dando al primero características más adultas y realistas, mientras que el segundo se dejaba en su totalidad para los superhéroes de la todopoderosa factoría Marvel. Harvey Pekar es americano, de Cleveland, Ohio, para más señas, pero ¿encaja en las supuestas características del cómic americano?
  Pues no, evidentemente. Un tipo de mediana edad, siempre malhumorado, calvo y solitario, que vive en barrios empobrecidos de una ciudad en claro declive y se mantiene con empleos sin futuro y mal pagados tiene muy poco que ver con los brillantes -e irreales- héroes de Marvel. De hecho, el llamado -otra etiqueta- "cómic underground" surgió en Estados Unidos contra la tiranía de unos personajes y unas historias que no tenían nada que ver con las vidas grises y corrientes que realmente llevaban sus lectores. Alan Moore, otro de los gigantes del cómic, explica que en un principio, los superhéroes de Marvel rompían la monotonía y escasa previsión de futuro de los lectores, pero que al final acabaron por ser una droga idiotizante para muchos. Frente a esto, Harvey Pekar o Robert Crumb -amigos, por otro lado- inundaban los kioscos de un realismo social que, probablemente, no era del agrado de quienes ejercían el poder; no creo que ningún alcalde de Cleveland haya disfrutado con las imágenes -duras pero según parece ajustadas a la realidad- que Pekar nos transmite en sus cómics.
  La obra más conocida de Harvey Pekar es American Splendor, un título irónico para narrar las experiencias de un joven de clase obrera del Medio Oeste americano: el descubrimiento de la sexualidad, la amistad y el compañerismo, las crisis de identidad... todo en el gris escenario de una otrora exitosa ciudad industrial. Cleveland fue su última entrega, una suerte de reconocimiento final a ese escenario de sinsabores y pequeñas alegrías que debió ser su vida; un cómic que a todas luces tiene más de europeo que de americano.

Ahora leyendo: "Los demonios", de Fiódor Dostoyevski

 No es Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o El idiota, pero Los demonios participa de todas las características de Dostoyevski: realismo social, gran capacidad de análisis psicológico de los personajes, un cierto existencialismo enfocado hacia un pesimismo y una temporalidad temática que, sin embargo, alcanza lo intemporal.
  Porque con Dostoyevski pasa que, a veces, el desarrollo de la psicología de cada personaje acaba por ocultar la trama de la novela. En este caso, pinta un fresco de la sociedad rusa de la segunda mitad del XIX, época como bien es sabido harto convulsa, con las brutales desigualdades que se cebaban en la paupérrima clase obrera y que, como era previsible -ayer igual que hoy- preconizaba la llegada de un periodo revolucionario que acabaría en guerra civil. Se fija el autor en la aparición de grupos nihilistas que buscaban provocar el cambio social a base de violencia pura y dura. Y, sin embargo, la lenta y adjetivada prosa describe tan minuciosamente la evolución psicológica y de comportamiento de todos y cada uno de los personajes, que la violencia de los hechos queda oculta.
  Todo ello, como es habitual en la literatura rusa, en cerca de mil páginas de sesuda prosa. 
 Leer a Dostoyevski supone, al igual que con Tolstoi, Proust y otros, entrar en un mundo en la que el reloj no parece correr. La descripción de un individuo concreto es tan exhaustiva, que da la impresión de estar describiendo a la totalidad de la especie humana; de ahí que pese a tener una estrecha relación temporal, se puede decir que es una novela eterna.