No sé que más contar de Dickens y sus novelas que no haya dicho antes. La verdad es que tienen puntos comunes tan evidentes que sabría que estoy leyendo a Dickens aunque me dieran una hoja suelta de algo suyo que no hubiera leído previamente.
De La tienda de antigüedades diré que mantiene la misma estructura dickensiana que fue impuesta por la situación económica y social de mediados de siglo XIX en Inglaterra, es decir que lo publicó por entregas en publicaciones semanales. Esto no es un hecho baladí, pues la forma de estructurar cambia forzosamente: principalmente porque todo está dividido por capítulos de la misma duración y todos ellos, ¡oh glorioso misterio! acaban de forma interesante con un pequeño giro argumental. En realidad se puede decir que el bueno de "Carlitos" era un obrero de la novela, un artesano más bien; conocía las artimañas más complejas para engatusar a sus lectores que uno imagina como orondas señoras de la buena sociedad victoriana que quieren deleitarse con las terribles vidas que otros pobres llevan y que tanto contrasta con sus anodinas y rutinarias existencias.
Porque, al margen de estructuras, La tienda de antigüedades también participa de los elementos comunes a sus novelas: protagonista paupérrimo pero de inmenso corazón que triunfa finalmente pasándolas canutas a lo largo y ancho de más de mil páginas de "prosa victoriana"; villanos canallescos que provocan repulsión en todos los sentidos, físico incluido; paisajes degradados de los vómitos industriales de las grandes ciudades que contrastan con los bucólicos campos ingleses anclados en épocas anteriores a la Revolución Industrial...
En este caso, la "prota" buena, pero buena buena hasta ser medio boba es Nell Trent, una ingenua huérfana que vive con su abuelo en la tienda de antigüedades que regenta. El malo malísimo es Quilt, un usurero (personaje típico de Dickens) que por ser es hasta enano el pobre hombre, y que lleva a la ruina al sacrificado abuelete que acaba perdiendo el juicio. ¿Consecuencias? Una niña de catorce años más tonta que comer pan con pan y un abuelo enajenado que se lanzan a mendigar por esos pueblos y ciudades de nuestra querida Reina Victoria (reina, a la sazón, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India), ¡la tía Vicky, vaya! Obviamente las vicisitudes de la chica y su abuelito son de órdago, pero todo lo superan con unas sonrisas cariadas y un concierto a dúo de tripas hambrientas. Ese es, grosso modo, el argumento de la novela, otro apabullante ejercicio de capacidad creativa de Dickens, porque, al ser mendigos ambulantes, recorren decenas de localidades situadas en esa región que los ingleses llaman Midlands y que el autor describe minuciosamente, localidades que no están tan lejos de donde un servidor arrastró los pies hace ya varios lustros.
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