De nuevo Roth, de nuevo una historia de perdedores del período de entreguerras en aquel país finiquitado llamado Austria-Hungría.
Las novelas buenas tienen argumentos que enganchan y apasionan; personajes redondos con muchos matices; y situaciones verosímiles. Todo eso lo tienen la mayor parte de los relatos de Roth, pero, además, algunos son verdaderos frescos de la situación política y socioeconómica de períodos concretos de la historia de este continente.
Hablando de la faceta literaria de ser testigo de las peripecias humanas, me viene a la memoria una trilogía de novelas que marcó mi juventud y que, en mi opinión, no ha recibido en nuestro país la justa atención que merece. Hablo de Los gozos y las sombras de Torrente Ballester, un detallado retrato de las circunstancias sociales, políticas y económicas que acabarían llevando a nuestra tierra a la Guerra Civil: una sociedad cuasi feudal que desaparecía (encarnada en el boticario, doña Mariana y en el personaje principal, Carlos Deza), otra con tintes fascistoides que acabaría por gobernar cuarenta años (representada por Cayetano Salgado), la contraria que se debatía entre el comunismo y el anarquismo (principalmente, Aldán y sus adláteres). La trilogía de Torrente Ballester es, por sí sola, una lección de historia.
Análogamente, los personajes de El profeta mudo se debaten, en una convulsa época para Europa central, entre el comunismo más visceral, el nacionalismo descarnado y la arrolladora llegada de los fascismos. Es, como algún historiador denominó al siglo XX, la "era de las ideologías". En ese contexto siempre queda algún personaje más escéptico, descreído de cualquier pasión humana, que habitualmente puede ser identificado con el autor y con el que muchos lectores (al menos el que esto escribe) simpatizan fácilmente.
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