No me gustan las biografías, siempre lo digo, y menos aún las autobiografías. Pienso que son un ejercicio de ego desproporcionado o bien la exigencia de una editorial ávida de exprimir a un escritor en las últimas. En todo caso, las autobiografías suelen ser pronas a la exageración en muchos casos y a la elipsis (intencionada o no) de periodos vitales determinados. Sin embargo, uno, erre que erre, acaba cayendo de nuevo en sus más habituales errores, debe ser la condición humana... Pero, por otro lado, todo escritor escribe sobre sí mismo, eso es un principio inexorable; puede que lo disimule atribuyéndolo a un personaje (que, si se mira con atención, suele acabar siendo un álter ego del narrador) o metiéndolo de rondón en otra relación, pero conociendo personalmente al autor se pueden reconocer esas vivencias. Enquist, en fin, no ocultaba que buena parte de los argumentos de sus novelas estaban inspirados, si no directamente extraídos, de vivencias propias o de su familia. Así, por ejemplo, en La biblioteca del Capitán Nemo, se reconoce a la familia de origen suecofinés que sufre enfermedades mentales de forma recurrente a lo largo de las generaciones. ¡Vamos, que habiendo leído antes novelas de Enquist ya se ha leído parte de su biografía!
Y, en efecto, la narración de Otra vida recoge esas vivencias atribuladas de una familia campesina del norte sueco. Enquist no llega a nombrarse a sí mismo nunca y, de hecho, se trata en tercera persona. Abarca el relato desde los años anteriores a su nacimiento hasta el año 90 (el autor fallecería en 2020) en un momento bajo, pero muy bajo tanto en lo físico como en lo anímico. Ésa es otra, aparte de las omisiones, las autobiografías siempre quedan cojas porque, salvo que el autor esté muy lúcido hasta el final, siempre faltan los últimos años, claro. En fin, ha de reconocerse que la vida que llevó el tal Enquist sí es, si no extraordinaria, al menos muy diferente de la que llevamos la mayor parte de los mortales: de niño pobre en el remoto norte de Suecia a atleta de élite (en salto de altura, aprovechando sus casi dos metros de estatura), a periodista y escritor de éxito, especialmente de ámbito deportivo y político. Se insinúa, aunque no llega a aclararse totalmente, que los años que pasó en la República Democrática Alemana pasó información sensible de un lado a otro, vamos que se desempeñó como espía; también muestras notables veleidades políticas, en el ámbito de la socialdemocracia nórdica, a la sombra de su famoso compatriota Olof Palme. Luego años de estancia en Estados Unidos, en París... La brillantez de su vida o, cuando menos, su infrecuencia no evita que las dificultades lo acaben agotando anímicamente hasta acabar empapado en alcohol, tanto que, en 1989, ingresa en una clínica de desintoxicación en Islandia. Es ahí donde acaba la narración.
En fin, no puedo dejar de ver un tono soberbio en el texto, algo inherente a toda autobiografía, vanidoso incluso cuando narra fracasos o graves problemas y adicciones, como quien cree ser una criatura única, diferente a todo hijo de vecina. Es lo bueno que tiene la narrativa que no pretende ser biográfica en absoluta, que poniendo simplemente nombres inventados se puede contar lo que uno quiera sin que parezca que se está aleccionando a los demás sobre cuán importante se es.
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