Programa para orquesta sinfónica (en los sentidos barroco y clásico) y grupo de danza, combinación ésta no muy habitual, pero que ha resultado un éxito arrollador. Lo interesante de la programación de hoy ha sido precisamente esa, la mezcla de la danza y la música, en épocas en las que quizá no estaba todo tan encorsetado y diferenciado como en nuestros días; además, unen la danza con las instituciones monárquicas, aunque estas últimas estén un poco en entredicho actualmente. Así, la maravillosa Música acuática de Händel se relaciona, claro, con Jorge I de Inglaterra y su afán de dar una gran recepción para nobles y cortesanos que navegara en grandes barcazas por el Támesis (en realidad, si se piensa fríamente tuvo que ser una proyecto tremendo, ese de meter a cincuenta músicos, probablemente más del triple de espectadores, además de sirvientes en barcazas para surcar el río inglés allá por 1710); la Sinfonía en Re menor, opus 12 de Boccherini se une a Fernando VI de España o a su melómano hermano, el infante Don Luis de Borbón y Farnesio; y, con respecto a la obra de Mozart, no es tanto para un rey "real", valga la indeseada redundancia, sino al mitológico rey de Creta, Idomeneo. Sin afán de entrar en farragosas cuestiones políticas, se me ocurre que quizá el hecho de que las monarquías europeas fueran mecenas de las artes, incluida la música, ha podido ser la mayor aportación de esas instituciones a lo largo de la historia.
Y, bueno, además de la inteligente relación entre las tres obras, la distribución del programa, una vez más, ha sido brillante. No creo que haya nadie que deteste la Música acuática de Händel, es una obra de una rotundidad, de una belleza barroca sin igual; sus frases musicales son conocidas por todo el mundo, aunque no escuche música culta habitualmente; quizá junto con Las cuatro estaciones de Vivaldi y los Conciertos de Brandeburgo de Bach, la más famosa del periodo Barroco. Después del descanso, la sencillez pasional de Boccherini, en una obra menos conocida que la genial "Musica notturna delle strade di Madrid" (una pieza, que, ya puestos a escribir necedades, a un servidor le hubiera encantado que fuera el himno de su país, o de su ciudad, o de algo suyo...); vale, pero La casa del diavolo de Boccherini conserva esa elegancia caballeresca propia de lo que los musicólogos acabaron llamando "música galante". Para terminar, el Idomeneo de Mozart pone el brillante punto y final al concierto de hoy, y lo hace con la espectacularidad de un conjunto de danza, el de la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León "Ana Laguna". La obra de Mozart es, en sí misma, impactante, pero la fantástica puesta en escena y buen hacer de los jovencísimos bailarines lleva al auditorio en su totalidad al éxtasis que se traduce en una ovación en pie durante largos minutos.
En fin, otro gran concierto, bien programado, extraordinariamente interpretado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (esta vez dirigida por Jeannette Sorrell), con el apoyo entusiástico de la danza para redondear las artes escénicas en su versión más definitiva.
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