De primeras me sorprendió el tremendo cambio en la ambientación del relato, ya que Zweig ( y también Joseph Roth) se caracterizan por localizar en unas coordenadas espacio-temporales muy concretas sus narraciones: en Europa Central y en el período de entreguerras. El primer relato, Los ojos del hermano eterno, está ambientado en la India (no se explicita, pero se intuye por nombres y topónimos) en una época antigua. Sin embargo, el espíritu creativo de Zweig late con fuerta en este lugar tan exótico; los motivos que impulsan la mente de Virata, el personaje principal, son los mismos que lo hacían en otros relatos y que él mismo tuvo como motor existencial: la búsqueda de la libertad, de la vida sin ataduras emocionales, sin servidumbres.
Virata es un gran guerrero, sus hazañas bélicas le granjean el favor de su rey y el temor de sus iguales. En una ocasión, en una batalla nocturna, descubre que ha matado sin saberlo a su propio hermano. Horrorizado, cambia su forma de vida de forma gradual: se va alejando del mundo, comprendiendo, en primer lugar que no puede juzgar a nadie, pues, en esa acción, ya está presente la injusticia; después intuye que no puede poseer nada (casa, tierras, riquezas...), pues así está violentando la naturaleza. Se va desligando de todo.
No obstante, en su apartada santidad, Virata influye sobre otras vidas, aun cuando él no lo desee, haciendo que otros le emulen. Finalmente llega a la conclusión de que toda acción (incluida la inacción) tiene su consecuencia, y que no se puede ser puro de corazón totalmente en la vida. Vuelve a su rey y le pide la ocupación más humilde que tenga: terminará su vida cuidando a perros sarnosos.
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