Es difícil no enamorarse de protagonistas tan "villanescos" como el fantasma de la ópera. Aun siendo verdaderos canallas, es obvio que son, antes que nada, víctimas de la sociedad, en algunos casos de la primera sociedad humana: la famiia. En el caso de Erik, nuestro fantasma, fue la fealdad extrema la que lo llevó a ser repudiado por todos, incluidos sus propios padres; siendo, por otro lado, una criatura altamente necesitada de amor y cariño. ¿Consecuencia? La burla, el repudio, la mofa y el odio convierten a Erik en un monstruo; lo convierte su socieda y se convierte él mismo, refugiándose en una vida clandestina.
Es fácil encontrar las semejanzas con Quasimodo, el jorobado protagonista de Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo. Los finales de las novelas, en ambos casos, son trágicos, como corresponden a vidas tan extremas, muy alejadas de las edulcoradas (y adulteradas) adaptaciones cinematográficas perpetradas por el imperio Disney.
La forma de narrar de Leroux es la del típico escritor romántico: descripciones muy cuidadas, gusto por lo exótico, tremendismo argumental, amores trágicos e imposibles... un dignísimo representante francçes de un estilo literario que fue ampliamente dominado por escritores anglosajones.
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