Me siento afortunado de ser voraz lector a pesar de haber tenido los pésimos profesores de Lengua y Literatura española que tuve. Estoy seguro de que muchos que hoy no leen ni las fechas de caducidad de la comida son adultos traumatizados en su niñez y adolescencia por profesores zotes, nefastos profesionales, sin la más mínima empatía ni afán de mejora propia. Yo también tuve a muchos mentecatos por "docentes". No quiero ser injusto, entre ellos también había excelentes maestros, gentes, por el contrario, con verdadera vocación, que buscaban cómo mejorar su labor diaria. Esos, sin embargo, eran exigua minoría. Digo que "me siento afortunado", pero en realidad no creo que sea cuestión de fortuna, sino de inteligencia, perdón por la inmodestia, al darme cuenta del tesoro extraordinario que se encuentra codificado (pero al alcance de quien quiera) en los libros, ya sean de texto o literarios. Quizá ese sentimiento de extrañeza, de no pertenencia a la sociedad, de singularidad un tanto menesterosa que siempre me ha acompañado me hizo buscar algo que no encontraba en el trato con las personas de mi entorno, y tuve la buena puntería de asomarme a la palabra escrita. Gracias a la lectura hoy soy un tipo de cincuenta y tantos años que se soporta a sí mismo lo suficiente para seguir alentando y que ha sabido encontrar la belleza donde otros no ven absolutamente nada.
Bueno, toda esa parrafada anterior viene a cuento de haber releído las Leyendas de Bécquer, que tuve que leer obligatoriamente en lo que en la época se llamaba "B.U.P.", acrónimo de Bachillerato Unificado Polivalente. No recuerdo ya al tipejo que ejercía como profesor de Lengua y Literatura española en aquel curso y que más hubiera valido que se hubiera dedicado a otra profesión, porque sólo nos inoculó un odio (para mí, felizmente temporal) contra la lectura. Como decía antes, los avatares de la vida y mi propia personalidad me convirtieron en insaciable lector, con lo cual pude superar esas perjudiciales clases de los años ochenta del pasado siglo. De las Leyendas de Bécquer creo que leímos El monte de las ánimas, muy probablemente no la entendimos, e hicimos el correspondiente comentario de texto para cumplir el expediente. Bien, cuarenta años después releo las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Gustavo Adolfo Bécquer pasó a la Historia de la literatura española como un talentoso poeta del posromanticismo, autor de arrebatados y pasionales poemas, muchos de los cuales seríamos capaces de continuar si alguien nos da pie: Volverán las oscuras golondrinas... o Tu pupila es azul, y cuando ríes... o Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada... o Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo... o ¿Qué es poesía? -dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul... En fin, todos hemos tenido quince años, todos nos hemos enamoriscado de esa niña que no nos hacía ni caso y, la verdad, las rimas de Bécquer eran todo un filón, una fuente inagotable de sentimientos que encajaban milimétricamente con los de nuestros jóvenes pero ya magullados corazones. (¡caray, que becqueriana me ha quedado esa última frase!). Pero, claro, Bécquer también es prosa, y bien que nos lo recordaban aquellos infames docentes. Así que en los temarios de aquella época se incluían unas cuantas Rimas y alguna que otra de las Leyendas. Las Leyendas de Bécquer son breves relatos que combinan temas costumbristas, frecuentemente ambientados en zonas rurales de Castilla o de Andalucía, con toques fantásticos y desenlaces sorprendentes. El gusto por lo sobrenatural, aunque en las Leyendas tiene un componente rústico y tradicional, es muy típico de los posrománticos. En España esta narrativa no tuvo tanto éxito como en los países anglosajones, donde la llamada "Literatura victoriana" (por coincidir con el reinado de la más poderosa monarca de la "pérfida Albión") tuvo un éxito apabullante que dura hasta nuestros días. Por dar una referencia, el escritor victoriano más leído y admirado, Charles Dickens falleció el mismo año que Gustavo Adolfo, aunque el español con tan solo treinta y cuatro años, y el inglés con cincuenta y ocho. Este dato, la prontísima muerte del autor sevillano, es fundamental para entender la escasa obra (aunque de altísima calidad), junto con la omnipotencia del realismo literario en nuestro país quizá explique la universalidad de Dickens y la reducción al ámbito hispanohablante de Bécquer. En todo caso, las Leyendas son breves relatos imaginativos de gran calidad, escritos con una prosa muy adjetivada y preñada de oraciones subordinadas, lo que genera una narrativa un tanto anacrónica, como muy chapada a la antigua cuando se lee en el siglo XXI.
En ese sentido, en cuanto al aspecto formal, los relatos son muy parecidos a los de Lovecraft, por esa prosa tan arcaica, aunque los relatos del "solitario de Providence" se diferencian de todo y de todos por la genial excentricidad del llamado "horror cósmico", mientras que el andaluz es mucho más del terruño. En fin, las Leyendas son cuentos de muy agradable lectura, con ese punto fantástico que les otorga un aliciente extra que el del relato realista, mucho más previsible.
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