A los cien años de su nacimiento ( y diez años y pocos meses de su muerte), la ciudad que lo vio nacer le dedica esta estatua en bronce en la puerta del Campo Grande que da a la plaza Zorrilla. No soy especialmente afecto a las estatuas en general, muestra, en mi opinión, de una doble vanidad, la del homenajeado y la del escultor, pero he de admitir que ésta tiene un par de virtudes: en primer lugar la ubicación, en un rincón querido de todos los pucelanos, sin peana, fuste o columna alguna -a Dios gracias-; y en segundo lugar el realismo sin presunción del físico del escritor y su actitud normal y cotidiana. Vamos, que no es la típica estatua aparatosa que se ve desde todos lados, algo que conecta bien con el carácter campechano y sin afectación de Delibes. En todo caso, me alegro de que la ciudad rinda un sencillo pero permanente homenaje a alguien que concita el cariño y la admiración de todos sus ciudadanos, ahora (y siempre) que hay esa pelea sobre qué estatuas son buenas o malas.
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