Son mayoría las noches en las que me despierto a las dos o las tres de la madrugada con un grado de excitación, ansiedad y malestar que me lleva a menudo a la imposibilidad de conciliar el sueño de nuevo. Solo cuando la luz solar empieza a rayar por el Este puedo recuperar, parcialmente, el control de mis emociones.
En esas noches de insomnio todos los pensamientos catastrofistas aparecen uno tras otro para recordarme que todo lo que puede salir mal saldrá, que siempre fracasaré y decepcionaré, como lo he hecho siempre y como siempre me aseguraron que lo haría desde que era pequeño.
Nada, en realidad, me falta, y, sin embargo, siento que me falta todo. Me falta su estúpido optimismo injustificado, su ego hiperdesarrollado, su insensibilidad supina ante el dolor ajeno... me falta, en definitiva, capacidad de lucha, en un mundo, una sociedad que no premia el talento sino el tesón, aunque normalmente este se convierta en testarudez.
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