Nórdica publica este texto, más un diario y cuaderno de pensamientos y recuerdos que un verdadero ensayo, en el que Hamsun narra sus años de reclusión desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Reclusión primero en un hospital de una zona rural, luego en un geriátrico y, durante un pequeño espacio de tiempo, en un psiquiátrico. Para esas fechas, Knut Hamsun era un anciano de ochenta y nueve años, totalmente sordo y de movilidad reducida. Los cargos que le llevaron ante el Tribunal Supremo de su país fueron los de traición a la patria y colaboración con el Tercer Reich (fuerza ocupante en Noruega con la colaboración del estado títere encabezado por Vidkun Quisling -que sería fusilado el año 45-). Desde luego, Knut Hamsun tomó partido por el Eje desde principio de la Segunda Guerra Mundial, escribió numerosos artículos periodísticos en defensa del régimen nazi, y llegó incluso a regalar a Joseph Goebbels la medalla del Premio Nobel (según parece, para conseguir una entrevista personal con Adolf Hitler). Pero, ¿se puede afirmar que Hamsun, aunque fuera en sus últimos años de vida, fue nacional socialista?
En mi opinión: decididamente, no.
Desde luego, Hamsun no se escondió, no echó marcha atrás ni se desdijo de ninguno de sus artículos, lo cual llevó a la masa manipulada a considerar que era un colaboracionista sin lugar a dudas. Pero quizás el propio Hamsun no fue sino una víctima más de su ingenuidad al no contar con la maledicencia y la sed de sangre de esa masa de borregos a la que me refería antes, algo que le ocurrió a muchos intelectuales de la época.
Recordemos la falacia esa según la cual tras una guerra llega la paz; no, en absoluto, nunca. Tras la guerra llega la imposición de los vencedores, su interpretación histórica, la creación de sus dogmas indubitables y la eliminación física de los enemigos vencidos. Esto ha sido siempre así y siempre será... Hamsun no fue fusilado como otros porque era un Premio Nobel casi nonagenario, y lo dejaron pasar con una sentencia de compromiso ante la opinión pública (una fuerte multa económica) y un veredicto que lo calificaba poco menos que de viejo chocho.
En este diario publicado por Nórdica se muestra a un anciano quizás con principio de senilidad, que recuerda episodios anecdóticos de su juventud tanto en Noruega como en Estados Unidos. De las ciento sesenta páginas, más de ciento cincuenta páginas son eso, los recuerdos borrosos de un viejo... pero en diez páginas escasas transcribe su defensa ante el Tribunal Supremo, una defensa firme, pero distante, indiferente a lo que pensaran los demás, incluido el tribunal. Hamsun afirma que apoyó el régimen colaboracionista de Quisling y que escribió esos artículos periodísticos para que los jóvenes noruegos no se opusieran a la ocupación. Dice que creía que, tras la victoria final alemana, Noruega tendría un importante papel en la Europa germánica. Finalmente, argumenta que el tiempo borrará la importancia de aquel presente, que dentro de cien años nadie recordará al escritor ni al "honrado tribunal". Aquí se equivocó, pues cien años más tarde, en 2049, se seguirá leyendo a Hamsun, pero nadie recordará, obviamente, a ese "honrado tribunal".
Y, eso no lo dice Hamsun, lo dice un servidor, el tiempo juzgará. Aunque desde nuestro 2022 ya ha juzgado: Knut Hamsun ha sido rehabilitado totalmente como uno de los mayores escritores nórdicos de todos los tiempos y sus "juzgadores" (los del tribunal y los borregos de la masa) han sido aplastados hasta convertirse en polvo.
Knut Hamsun (a diferencia de esos juzgadores) conoció buena parte del mundo, no sólo Escandinavia sino también toda Europa y Estados Unidos. Quizá se le pueda tachar de simplista cuando dividió el mundo (al menos, Europa) en el mundo anglosajón, mundo del comercio, de lo mercantil y lo industrial, y el germánico, mundo de las ideas, las artes y lo inmaterial. Sí, una división simplista y estereotipada, pero él lo creyó así y lo constató en sus años de estancia en América. El fallo del noruego, en mi opinión, consistió en quedarse en la coyuntura sociopolítica y económica de su época; tal vez si hubiese tenido una visión histórica más a largo plazo hubiera liberado a las dos culturas, anglosajona y germánica, de esos estereotipos tan manidos que, aparentemente, afectaron a millones de almas en la primera mitad del siglo XX.
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