Los de mi generación fuimos suficientemente jóvenes para salvarnos de aprendernos de memoria la "Canción del pirata" de Espronceda, aquella del Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín... Éramos, sin embargo, mayores para aprendernos algo de Gloria Fuertes: En Aravaca encontré una vaca, en Cercedilla encontré una ardilla, en Navalcarnero encontré un cordero... Y, por último, éramos impúberes, no iniciados en el amor gentil, con lo que Bécquer nos quedaba un poco lejos: Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró... Pensándolo bien, la primera poesía que recuerdo haber leído en el colegio, no creo que con más de cinco años de edad, fue la titulada "Apuntes" de Machado, al menos este fragmento:
Sobre el olivar,
se vio la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
Déjala que beba,
San Cristobalón.
se vio la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
Déjala que beba,
San Cristobalón.
Recuerdo especialmente la ilustración de aquel libro infantil: todo muy naif, con líneas claras y colores pastel... ¡Quién me iba a decir que cuarenta años después seguiría enamorado de la genial sencillez de Antonio Machado.
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