Decimocuarta entrega de la genial saga del Mundodisco. La gigantesca tortuga espacial Gran A'Tuin sigue navegando por el multiverso, portando en su concha cuatro inmensos elefantes sobre cuyos lomos descansa el mundodisco. Ahora toca el turno a las brujas. Las tres conocidas en tres novelas anteriores (Ritos iguales, Brujerías y Brujas de viaje), Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat Ajostiernos, siguen haciendo que el mundodisco siga funcionando de forma medianamente engrasada... todo lo engrasado que pueda estar un mundo constituido por tal cantidad de enloquecidos personajes. Ahora Magrat se ha retirado. En Brujas de viaje se había enamorado de Verence, antiguo bufón reconvertido en rey (obsérvase el mordaz humor del inglés), lo cual la convierte en reina... más o menos... En todo caso, las dos brujas más viejas siguen velando por el orden cósmico, al menos el orden tal y como lo entienden ellas.
Pero, además, las viejas brujas ahora tienen competencia: unas jovencitas de diecisiete años han empezado a jugar con cosas ocultas, a vestirse de negro, pintarse de negro las uñas y comenzar e invocar a seres extraños... y lo malo es que lo hacen tan bien como las "brujas oficiales". Esto, claramente, no puede ser. Yaya Ceravieja y Tata Ogg no pueden permitir unas niñatas que no tiene ni idea de la vida les pisen el terreno... sobre todo porque tiene toda la pinta de que saben ya casi tanto como ellas... El caso es que, encima, han dejado abierta una puerta que comunica con ese más allá y por el cual amenazan con colarse esos seres de cuento tan angelicales llamados elfos y que, en verdad, son criaturas brutales capaces de las mayores atrocidades.
Y, como siempre, al final lo menos importante es el argumento. Lo de más es la capacidad de sátira que glorifica a Pratchett. Con un poco de honestidad (virtud distribuida en dos o quizás tres personas desde que el mundo existe) nos veremos reflejados en los vicios de los personajes, en sus pequeñeces y miserias. Es como ponernos a todos ante un espejo y quitarnos las vendas de los prejuicios y vanidades. Un ejercicio de reconciliación con nuestra naturaleza humana.
Pero, además, las viejas brujas ahora tienen competencia: unas jovencitas de diecisiete años han empezado a jugar con cosas ocultas, a vestirse de negro, pintarse de negro las uñas y comenzar e invocar a seres extraños... y lo malo es que lo hacen tan bien como las "brujas oficiales". Esto, claramente, no puede ser. Yaya Ceravieja y Tata Ogg no pueden permitir unas niñatas que no tiene ni idea de la vida les pisen el terreno... sobre todo porque tiene toda la pinta de que saben ya casi tanto como ellas... El caso es que, encima, han dejado abierta una puerta que comunica con ese más allá y por el cual amenazan con colarse esos seres de cuento tan angelicales llamados elfos y que, en verdad, son criaturas brutales capaces de las mayores atrocidades.
Y, como siempre, al final lo menos importante es el argumento. Lo de más es la capacidad de sátira que glorifica a Pratchett. Con un poco de honestidad (virtud distribuida en dos o quizás tres personas desde que el mundo existe) nos veremos reflejados en los vicios de los personajes, en sus pequeñeces y miserias. Es como ponernos a todos ante un espejo y quitarnos las vendas de los prejuicios y vanidades. Un ejercicio de reconciliación con nuestra naturaleza humana.
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