Muchos nacimos con tendencia a ver el vaso medio vacío, el lado malo, al desánimo, a la profunda tristeza, que se transformó con el paso de los decenios a una acentuada predisposición a la soledad y a la misantropía. Sin embargo, un benigno Dios todopoderoso nos dio una herramienta para sobrevivir: la sensibilidad artística de la que carecen la mayor parte de los humanos (aquellos que sólo saben disfrutar de lo prosaico y zafio). Así, los dominados por la bilis negra, como hubiera dicho Hipócrates, podemos refugiarnos en la belleza de la literatura, del arte, de la música para poder escapar del aplastante pesar de corazón.
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Desde luego, la misantropía y el retraimiento propio no nos hacía propensos hacia la admiración de los mayoritariamente admirados; dirigíamos nuestra mirada hacia los marginados, los ignorados, hacia los que sentíamos empatía y comprensión. Por ello Beethoven no estuvo entre mis gustos de joven. Su música me parecía demasiado formal, demasiado impersonal... ¡ay, pobre de mí! Afortunadamente, los años pasan, se vuelve uno menos tendente a prejuzgar y se abre el corazón y la razón a todo, incluido aquello que años atrás desdeñábamos. Y así, uno de esos días de negra tristeza, tiene uno la brillante idea (o la inspiración divina, vaya usted a saber) de escuchar la Sexta Sinfonía. Entonces las apacibles melodías comienzan a acariciar el maltratado corazón, el ánimo se revierte, los nubarrones se dispersan, se siente la belleza de la música y se extiende a la belleza de la naturaleza, del arte, incluso a la alegría de vivir. La Sexta Sinfonía (la Pastoral) me reconcilia con la vida, incluso con el propio ser humano al que tanto detesto, me ofrece un camino de salvación que me libera de la negritud dominante en mi existencia.
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Así que no me queda más que dar las gracias al bueno de Ludwig van Beethoven por haber donado a la Humanidad una de las obras más hermosas, más bellas y optimistas de la creación musical de todos los tiempos, la Pastoral. Por supuesto, doy gracias a Dios por haberme dado la sensibilidad suficiente para entender la Sinfonía Nº 6 en fa mayor, opus 68 y otras muchas piezas musicales (amén de literatura y el arte en general) sin las que un servidor difícilmente podría seguir adelante.
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