Otra temporada más en el Auditorio Miguel Delibes, otro desafío más de seguir fomentando la música culta en un territorio tan poco prono a ella como Valladolid o Castilla y León, otro año más retando a la zafiedad dominante en la sociedad, otro año más...
El concierto de hoy ha sido dedicado a la violinista Mónika Piszczelok, recientemente fallecida. Aparte de tan sensible pérdida, la OSCyL sigue siendo básicamente la misma, dirigida por el suizo Thierry Fischer. Para comenzar la temporada se ha elegido música muy española: Falla, Bizet (sí, ya sé, francés, pero con obras como Carmen o L'Arlésienne, muy influenciado por el sur de su país y el nuestro), además de Sarasate y Gabriela Ortiz. Se salió del programa, sin embargo, Joaquín Rodrigo, cuyo Concierto de Aranjuez iba a ser interpretado por el virtuoso guitarrista Pepe Romero. Una emergencia médica familiar ha imposibilitó su presencia ayer en Valladolid, con lo que fue sustituido por la violinista Leticia Moreno y Rodrigo por Sarasate y su Fantasía sobre temas de la ópera Carmen.
No creo que haya nadie, ni siquiera los que detestan la música clásica, que no haya escuchado alguna vez los primeros acordes de la Suite L'Arlésienne de Bizet. Es con mucho su obra más conocida, y, aunque los primeros acordes presumen su talante enérgico y brioso, luego contiene frases musicales de una dulzura y una melosidad que sólo los compositores del Romanticismo supieron crear. En concreto, el solo de saxofón alto no tiene precio, es de una afabilidad que acaricia el corazón, una belleza sin par colocado en un pentagrama. También típico del Romanticismo es incluir melodías populares, puesto que de las clases populares están extraídos los personajes narrados. La obra musical, ya se sabe, se inspira en el relato homónimo de Alphonse Daudet, incluido en su archiconocido Cartas de mi molino. Trata de amores y desamores de dos jóvenes campesinos de la meridional región francesa. La música de Bizet encaja perfectamente con los sentimientos arrebatados de los protagonistas, que oscilan entre el enamoramiento romántico más meloso, el apasionamiento animal y la desesperanza más absoluta que aboca al suicidio.
Cambia la obra (pero no el tema) con Sarasate, pues se interpreta la Fantasía sobre temas de la ópera Carmen, del compositor francés. El navarro, bien es sabido, además de compositor fue violinista, decantando su predilección por el más pequeño de la familia de las cuerdas, con lo que no es extraño que esta obra orientara hacia el lucimiento de dicho instrumento. Leticia Moreno es la encargada de desgranar las virguerías que Sarasate compuso.
Después del descanso, para despertar a la gente (o para reconducirla al concierto, porque el respetable estuvo ayer especialmente propenso a la charla de reencuentro con otros espectadores), Kauyumari, de la compositora mexicana Gabriela Ortiz, pieza de una extraordinaria fuerza, que despliega toda la intensidad de la percusión y el viento metal llevando a la sala a un clímax musical.
Pero, al menos en mi opinión, el plato fuerte es la última obra, El sombrero de tres picos, de Falla. Lo mismo que dije de L'Arléssienne se puede decir ahora: contraste sublime entre melodías enérgicas y otras suaves, inclusión de frases musicales sacadas de canciones populares... Falla descollaría de entre los compositores del Romanticismo en eso que fue llamado el "nacionalismo musical" (dicho sea de paso, el único nacionalismo no agresivo ni jingoísta) que añadía tonadas populares en sus obras, elevando así aquéllas a la categoría de música culta. En El sombrero de tres picos, Falla incluye un fandango, unas seguidillas, y varias danzas, entre ellas la famosísima jota de la segunda suite, con la que acaba la obra, que deja un sabor extraordinario en los espectadores.
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