Ocurre que gran parte de los novelistas no obtienen suficientes ingresos de las ventas de sus novelas; siendo la pluma su herramienta de trabajo, acaban por ponerla al servicio de los medios de comunicación, esto es, acaban ejerciendo de periodistas. Es difícil para mí ocultar una cierta animadversión hacia esa profesión, no tanto por ella en sí misma, sino por la borreguez extrema de los ciudadanos que piensan, sienten y obran como los medios de comunicación les dictan. En todo caso, los novelistas que recurren a ese medio inferior de "ganarse la vida" suelen hacerlo en un ámbito más inocuo que el de los "periodistas de raza" (verdaderos manipuladores sin escrúpulos); los novelistas se limitan a la periferia del periodismo, a novelar hechos de la actualidad, dándoles un toque más literario, menos prosaico que el del resto del periódico. Bien, este es el caso de la breve novelita de Per Olov Enquist, El ángel caído.
Sí, El ángel caído es una suerte de ensayo novelado, pero sin las características estructurales del ensayo. Dicho de otro modo, esta novela es una disertación personal a la que le ha dado la forma de novela. Esto la convierte, no lo voy a negar, en una lectura muy fácil a la vez que interesante, pues toca el tema suficientemente en profundidad sin tener la pesadez académica del ensayo. Quizá esto sea el éxito del periodismo, la liviandad con la que toca todos los temas. En fin, dejemos el noble arte del periodismo que, en mi humilde opinión, ha sido pervertido con finalidad práctica y manipuladora de masas quizá desde su misma fundación, y centrémonos en la novela de Enquist.
El ángel caído es una reflexión sobre la maldad y, sobre todo, su origen. No se hace de forma explícita, pero se llega a insinuar que, quizás en muchos casos, la maldad viene dada por una predisposición física combinada con un rechazo social y cierta falta de afecto. Así, Enquist narra brevemente las vidas de pobre gente como Pasqual Pinon, un mexicano que sufría de "craniopagus parasiticus", esto es, un gemelo parásito, vaya, que el pobre hombre tenía una segunda cabeza sobre la propia, la de una hermana gemela que no llegó a desarrollarse en su estado embrionario; también cuenta la vida de Juliana Pastrana, una "mujer-lobo", es decir, una persona que sufría de hipertricosis, lo cual la cubría de pelo de arriba a abajo. Estos dos personajes, honrados y honestos por lo demás, se ganaron la vida trabajando en circos y divirtiendo a curiosos sin escrúpulos, también se vieron seducidos por un tipo estrafalario llamado Anton LaVey, fundador de la "Iglesia de Satán", iniciador de un culto satánico para el cual atrajo a todos los "monstruos físicos", a todos aquellos que se sentían diferentes y por ello no habrían sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino del diablo. También se introducen en la novela temas personales del escritor (muy frecuente en Enquist) con una pareja de amigos, él director de un centro psiquiátrico, que se apiadan de un joven chico, interno del psiquiátrico, que asesinó a una niña sin razón aparente; al franquearle la entrada a su familia, el chico vuelve a matar, esta vez a la hija de la pareja.
Lo bueno de la narrativa de Per Olov Enquist es que lo hace con una naturalidad sorprendente, diría periodística, mira tú. Esboza los distintos casos y, luego, los va entrelazando lentamente hasta que al final forman parte de un todo que es esa consideración sobre la maldad, sobre desarraigados, sobre "monstruos", sobre ángeles caídos.
Una lectura, como casi todas las de Enquist, dulce, tranquila y suave, en este caso, además, breve. Si tenemos en cuenta el crudo tema que trata, lo hace con una llaneza y sencillez que no ofende, mucho menos que busca el morbo o nada por el estilo. Una simple reflexión personal sobre la maldad sin motivo.
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