miércoles, 7 de marzo de 2018

Inciso cinematográfico: "The Harder They Fall" (1956), dirigida por Mark Robson.

 Hay actores que gustan muchísimo en sus épocas y, cuando pasan varias décadas, son considerados desfasados. Ese es el injusto caso, me temo mucho, de Humphrey Bogart. Hoy (y desde hace ya mucho tiempo) se caricaturizan los personajes interpretados por Bogart como un detective enfundado en una gabardina, con un sombrero ladeado, fumando sin parar y con un gesto de tipo duro que te incapacita para sostener su mirada. Bueno... estereotipos... ya se sabe... Y es que, en aquellos años 30, 40 y 50 del siglo pasado se buscaban tipos duros y Bogart, con su rictus de madera (parece que provocado en parte por una esquirla durante la Gran Guerra) era el prototipo perfecto. Pero claro, un actor interpreta los papeles que le ofrecen, no es el culpable de que el personaje en cuestión sea, a la luz de nuestros días, un auténtico capullo (quede como anécdota que siendo yo chico, en aquellos años 80, cuando alguno se ponía en plan tipo duro se burlaban de él diciendo: "¡qué pasa, Humphrey!"); en todo caso, a pesar de papeles un tanto exagerados, Bogart era un extraordinario actor: un tipo enclenque de metro setenta que resultaba perfecto como galán entre guaperas de metro noventa, un actor que no temía primeros planos sino que eran su fuerte (la capacidad expresiva de aquella cara arrugada era así de extraordinaria), un actor, en fin, capaz de dar verosimilitud a cualquier película, ésta entre ellas:
Imagen tomada del sitio www.doctormacro.com
  Por cierto, esta película se estrenó el año 56, probablemente ya estaría enfermo del cáncer de esófago que lo mataría el año siguiente. Aquí también hay sombreros ladeados, trajes cruzados con grandes hombreras y nicotina a tutiplén. Bogart encarna a un periodista deportivo de gran fama pero en horas bajas que acepta un trabajo muy bien pagado pero de gran inmoralidad en el mundo del boxeo. Su empleador, interpretado por un excelente Rod Steiger, es un crápula sin moral alguna que compra combates y lanza a un paquete, "Toro Moreno" hasta la cumbre de los pesos pesados para dejar que lo reviente el campeón. La imagen que se da del boxeo, por cierto, es deplorable: todo son engaños, artificios y brutalidad sin una pizca de humanidad. Bogart irá teniendo reparos morales a medida que se aprovechan del pobre gigante ingenuo par conseguir dinero.
Imagen tomada del sitio www.doctormacro.com
  Al margen de la corrupción generalizada en el boxeo, la película muestra a un genio de la interpretación en las distancias cortas que hace que los que somos capaces de disfrutar con el cine omitiendo la coyunturalidad de las películas lleguemos al éxtasis. Es una gran película, dura, pero con una trama muy bien urdida, pero, sobre todo, nos muestra a un actor imponente.

lunes, 26 de febrero de 2018

"Pedigrí", de Georges Simenon.

 Simenon no es autor de novelas tan extensas como ésta. La novela negra suele pedir una extensión más corta, otra cosa es que se prolonguen en sagas interminables, pero, en realidad, para la descripción de un caso policiaco y su resolución (bien sea por el Comisario Maigret u otro cualquiera) es más apropiado una novela breve. Pero, claro, Pedigrí no es una novela negra sino una novela autobiográfica.
  Con todo, el "estilo Simenon" está presente. Con eso quiero decir que la descripción minuciosa de las acciones y pensamientos de los protagonistas (que tan útil es, claro, en la novela negra, ya sean asesinos, víctimas o investigadores); pero además está presente un cierto ambiente sórdido en las vidas de los personajes, una grisura no solo física sino también moral. Esto puede sorprender en una novela autobiográfica, aunque por lo que se sabe de Simenon su vida personal no estuvo exenta de complicaciones en el ámbito amoroso.
  La novela se inicia con los "presuntos" progenitores del escritor, y aunque se centra todo en los planos familiar y personal también se cuela de refilón la vida social de la Bélgica de principios de siglo XX.

jueves, 22 de febrero de 2018

miércoles, 21 de febrero de 2018

"Thanks", por Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

Inciso cinematográfico: "A Time to Love and a Time to Die" (1958)

 Otra película bélica de las únicas que soporto: las que son inequívocamente antibelicistas, aquéllas que muestran a las claras la sinrazón animalesca del ser humano que es capaz de destruirse en masa en razón de las estúpidas jerarquías sociales que hacen que un rey, un führer, un presidente, un gran empresario decida que quiere poseer más. La película fue dirigida por Douglas Kirk y el actor protagonista es uno de los "guaperas" de la época, John Gavin; pero lo más importante, al menos para mí, es el guionista y autor de la novela de la que deriva: Erich Marie Remarque.
Imagen tomada del sitio www.likesuccess.com
  Remarque (Remark en su lengua natal) fue enviado al matadero de la Gran Guerra como tantos miles de jóvenes alemanes, tuvo la suerte de sobrevivir, pero sobre todo tuvo la suerte de que naciera en él una consciencia crítica contra los autoritarismos militaristas que marcaron la primera mitad del siglo XX. Gracias a esa consciencia crítica se hizo escritor y pudo exorcizar los demonios que acechan en todo Homo Sapiens que pretenda ejercer como tal (como "hombre que piensa"). Sus novelas son alegatos antibelicistas de primerísima calidad que estallan como verdades indiscutibles ante la tozuda realidad histórica del ser humano. Dos de esas novelas fueron llevadas al cine: Sin novedad en el frente (de la cual hice una pequeña recensión hace tres años) y ésta que nos ocupa.
Imagen tomada del sitio www.doctormacro.com
  La película está ambientada en la Segunda Guerra Mundial, siguiendo las peripecias de un soldado alemán que luchando en el frente ruso en época en que los nazis ya cosechaban derrota tras derrota consigue un permiso y vuelve a su ciudad natal, bombardeada e inmersa en la inmundicia moral. Allí se enamorará de una antigua vecina con un amor visceral del que sabe que no habrá un mañana. La historia de amor contrasta brutalmente con la masacre perfectamente orquestada. El resultado es impactante, al menos para los que tenemos inteligencia emocional suficiente: todo queda en una impotente denuncia de la barbarie humana... quien tenga inteligencia que entienda...

viernes, 16 de febrero de 2018

"Lo que Maisie sabía", por Henry James.

 La "literatura victoriana" será todo lo victoriana que se quiera respecto a la ambientación (a finales del XIX y principio del XX), pero los sentimientos humanos son, obviamente, atemporales. Lo que Maisie sabía es una novela tan moderna o tan antigua como se quiera, es la narración del desamor que afecta no solo a una pareja sino también a los hijos de esta. Pues la Maisie del título no es sino la hija de un matrimonio roto que como todos los que acaban así se tiran los trastos a la cabeza, utilizando a la criatura como arma arrojadiza. La genialidad narradora de James permite mostrarnos los pensamientos de la niña para que el lector adulto note lo que en verdad ocurre.
  El título nos da, pues, la linea central de la novela: el autor simplemente presenta lo que la niña sabe de la virulenta relación de sus padres con una ingenuidad que el lector sabe pueril. El lector adulto adivina con triste sarcasmo lo que la niña no entiende. Antes decía: atemporal, esto ocurrió y ocurrirá siempre, lamentablemente.
  En cualquier caso, la genialidad narrativa de James permite apreciar otra forma de contar una historia: a través de los pensamientos y palabras del personaje protagonista sin que éste nos lo cuente por sí mismo, dejando a la interpretación del lector la verdad obvia de los hechos.

martes, 13 de febrero de 2018

"El color de la magia", por Terry Pratchett.

 Después de la desasosegante lectura de Jean Améry ("lectura interruptus") paso a las antípodas literarias: Terry Pratchett. Pratchett fue un autor de literatura fantástica, casi de ámbito juvenil, en la estela de Tolkien. Suya es la creación de un verdadero mundo (Mundodisco, exactamente llamado) de ficción que se rige al margen de las miserias que nos toca vivir en esta vida. Por ello, Pratchett, igual que Tolkien, Aldiss, Asimov, Lovecraft y tantos otros forman parte de lo que llamo "literatura de evasión", pues son lecturas extraordinarias para olvidar  la amargura de vivir con mundos inexistentes pero tan bien narrados que pasan por verosímiles. Las novelas de Mundodisco de Pratchett llegan a cuarenta y una, además de otros relatos que surgen como spin-offs de distintos personajes. 
  La primera novela es, como se puede ver en la portada escaneada, El color de la magia y contiene todos los ingredientes que han hecho tan apetecible a la literatura fantástica ambientada en mundos medievales con un mucho de imaginario: magos, dragones, brujas, trolls, caballeros... No llega, desde luego, a la calidad literaria de Tolkien, que no tiene nada que envidiar a supuestas "obras serias", pero contiene algo que el autor de El hobbit no introdujo en demasía: el humor. Sí, las novelas de Pratchett tienen situaciones de clarísimo humor inglés, ese humor negro y sarcástico que, al menos a mí en pequeñas cantidades, tanto me gusta. En realidad lo que hace el autor es burla de la sociedad humana en una sociedad paralela poblada por seres fantásticos que tienen todos los vicios de los humanos. Este ingrediente suplementario le da un valor notable a las novelas de Mundodisco y lo hace más legible para adultos, ya que si no quedarían un poco ñoñas.
  En todo caso, la lectura es muy rápida, divertida y amena. Para todos aquellos asnos que se ufanan públicamente de leer grandes obras no está recomendada en absoluto, para aquellos que, por otro lado, traten de mantener la visión mágica que todos tuvimos de niños es una lectura excelente.

jueves, 8 de febrero de 2018

Inciso cinematográfico: "Goodbye, Christopher Robin", dirigida por Simon Curtis.

 Lo bueno de la literatura es que se puede convertir en metaliteratura, también en el cine. Es decir, que una obra literaria genera reflexiones que pueden transformarse a su vez en literatura. Algo semejante es lo que ocurre con la película Goodbye Christopher Robin que narra la infancia compleja en el ámbito de los sentimientos aunque no en el material del niño que inspiró a su padre, el autor Alan Alexander Milne, para escribir una de las obras de literatura infantil más leídas y disfrutadas a lo largo del mundo en las últimas décadas: Winnie the Pooh.
Imagen tomada del sitio www.zeitgeistarts.com
  Milne creó un mundo de fantasía en el que el protagonista era su hijo y los peluches que cobraban vida (un oso, un tigre, un burro y un lechón, principalmente); el éxito de los cuentos fue inmediato en un mundo que salía de la I Guerra Mundial y quería olvidar barbaridades bélicas sumergiéndose en la fantasía infantil. Parece ser que el tipo trabajaba como periodista además de escribir novelas e incluso obras teatrales, pero, en todo caso, pasó a la posteridad por esa obra infantil. La película, de ahí la metaliteratura, narra cómo surge esa idea genial y, sobre todo, la relación padre-hijo a lo largo de su desarrollo. Se deja claro la insatisfacción del hijo que siente cómo el padre lo utiliza para escribir, dando más importancia al éxito profesional que a su rol paterno. 
Imagen tomada del sitio www.collider.com
  Parece ser que tal resentimiento fue real, hasta el punto de que el hijo acusó a su padre de haberle explotado con fines meramente profesionales y económicos.
 En cualquier caso, la película está realizada con esmero. Las actuaciones tanto del niño (Will Tilston) como del padre (Domhnall Gleeson, sí, hijo de Brendan Gleeson) son más que aceptables; la fotografía es excelente, reproduciendo con verosimilitud el Londres y Sussex de los años 20 del pasado siglo; y el argumento es sólido y está bien desarrollado. Es un buen ejemplo de la calidad que se puede obtener con la llamada metaliteratura, que abre un mundo de posibilidades infinitas para la tarea del escritor.

miércoles, 7 de febrero de 2018

"Los náufragos" de Jean Amery.

 Jean Améry, pseudónimo literario y vital de Hanns Mayer -anagrama de Améry-, tuvo una vida harto compleja por decirlo suavemente: siendo judío desde el punto de vista de las leyes eugenésicas nazis (hijo de católica y judío pero criado en el catolicismo) enfrentó la barbarie nacionalsocialista como saboteador en Bélgica; fue detenido y enviado al campo de exterminio de Birkenau (mal conocido por el nombre polaco de Auschwitz), donde consiguió sobrevivir; a la liberación, trató de alienarse de la su pasado y su propia identidad judeoalemana; finalmente se suicidó a la edad de sesenta y ocho años. Publicó varios ensayos filosóficos y no fue hasta 1964 cuando escribió por primera vez sobre la experiencia en el "lager". Los náufragos es una novela con tintes autobiográficos, otra de tantas, ambientada en el Berlín de los años 30. El protagonista es un joven cuya mitad de su ascendencia es judía y la otra católica, aunque educado en el cristianismo, exactamente igual que el autor; sus dificultades laborales y económicas en un mundo que se cae a pedazos es un anticipo del apocalipsis que llegará en la década de los cuarenta.
  Habré leído un cuarenta por ciento de la novela, y dos palabras vienen a mi mente al recordar lo leído: verosimilitud y sordidez. Verosimilitud por lo narrado en una época terrible en lo económico, social y político en Europa en general y en Alemania en concreto; condiciones que llevarán irremediablemente a que la población se refugie en el fanatismo político y que éste lleve a la guerra y a la destrucción total. Sordidez por la visión sin salida que lleva a situaciones repulsivas sin el más mínimo atisbo de consideración moral, que lleva a la animalización del individuo. Este último tema es recurrentemente utilizado en la novela, la "moral burguesa" que supuestamente impide actuar sin prejuicios y sin sentimientos de culpa a los protagonistas los lleva a liberar los instintos primarios de la forma más primitiva, lo cual, unido a la extrema precariedad en la que viven, los animaliza brutalmente. Todo lo narrado está ambientado en tiempos de paz (si es que se puede hablar de paz cuando grandes masas de la población no pueden subsistir económicamente) pero es algo que sí había leído en la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, en la que las circunstancias impuestas en el campo de exterminio llevaban a la animalización buscada en los presos.
  Ya digo: verosimilitud y sordidez; desde el punto de vista formal ninguna queja: prosa correcta, sin florituras pero sin carencias. El regusto que deja es francamente deprimente... no sé si terminaré de leer esta novela...

domingo, 28 de enero de 2018

"Tan buenos chicos", de Patrick Modiano.

 Otra novela breve del Nobel de 2014, mismas características formales y temáticas. Esta vez narra, de forma retrospectiva, la vida de un conjunto de tipos que tienen en común haber convivido en un internado para ricos a las afueras de París. Son vidas marcadas por la indolencia y el lujo pero no exentas de problemas y , sobre todo, de decadencia. 
  Lo común que tienen con los otros personajes de Modiano es, precisamente, la sensación de evanescencia de caracteres. Son tipos sin destino, sin objetivos, que apuran las vidas que les ha tocado vivir con una indiferencia absoluta. En el caso de los jóvenes del internado Valvert, la abulia encaja muy bien con sus altas cunas y regaladas vidas, pero, habiendo leído ya muchas novelas de Modiano, sabemos que esa misma actitud tienen todos los personajes, incluidos los que no tienen sus vidas materialmente aseguradas.
  Desde el punto de vista estilístico también esta novela es muy "modianesca": prosa rápida, con poquísimas frases subordinadas y adjetivación;  narrada en primera persona; y sin ilación argumental aparente. Son novelas etéreas, de fácil lectura, que no dejan mucha huella en el lector, aunque son extrañamente hipnóticas.