domingo, 10 de marzo de 2013

Inciso cinematográfico: "En la niebla", de Sergei Loznitsa

  Un verdadero milagro que esta película haya llegado a esta pequeña ciudad... no la podía dejar pasar.
   Ese cartel es la versión alemana, en la original el título es V tumane o, en cirílico, в тумане. Obviamente se trata de una película rusa, ambientada en la Bielorrusia ocupada por los nazis, en la que un sencillo campesino es atrapado por los nazis y liberado después, lo cual le deja como un colaboracionista a los ojos de los partisanos, quienes deciden ejecutarle. El argumento es duro, pero por supuesto no inverosímil en tiempo de guerra, pero lo mejor es el tratamiento de la evolución psicológica del protagonista, que no acaba de comprender totalmente por qué es odiado por todos si no ha hecho mal absolutamente a nadie, ni a los nazis -ya que él no participa en un sabotaje cometido por sus compañeros- ni a los partisanos -ya que no ha colaborado en ningún momento con los nazis-; sin embargo, todos le odian. El protagonista, Sushenya, interpretado convincentemente por Vladimir Svirsky, es un tipo fundamentalmente bueno, que trata de ayudar a todos en la medida de sus posibilidades, alguien que se pregunta por qué se cambia tanto en la guerra... Por cierto, el final, que justifica el título, es de un realismo brutal que evita caer en sentimentalismo alguno.
   Desde el punto de vista técnico, la película es un monumento al uso -algunos podrían decir abuso- del plano secuencia, con "steadicam" y "travelling", primeros planos y larguísimas secuencias en total silencio. Me recordó mucho, no solo por el origen, a las películas de Tarkovski, con personajes tan ensimismados en su mundo interior que parecen estar abotargados, con tantas escenas sin  conversación rodadas en maravillosos exteriores que a veces te preguntas si estás viendo un documental. En definitiva, una buena película con un pequeño presupuesto, actores correctos, argumento sencillo pero que hace pensar y paisajes espléndidos -los bosques de Bielorrusia-. 

sábado, 9 de marzo de 2013

"La montaña mágica", de Thomas Mann

  Una de las novelas que más me ha gustado en los últimos años fue La montaña mágica, de Thomas Mann, un largo relato, muy largo, en el que apenas hay acción, hasta el final.
   El argumento, en pocas líneas, es la vida de un joven, Hans Castorp que viaja a un sanatorio para tuberculosos en los Alpes suizos donde está internado su primo; allí se encuentra con un mundo paralelo en el que el discurrir del tiempo no tiene nada que ver con lo que está acostumbrado. Castorp se relaciona con otros internos además de con su primo, alguno de los cuales tiene un papel importante en su formación intelectual, y otros con los que mantiene un idilio, al menos platónico. El tiempo, su relatividad, es parte importante de ese argumento, allí en la montaña todo se ralentiza, los días se convierten en meses y los meses en años. Castorp cada vez está más aclimatado, tanto que acaba por contagiarse, de hecho se va anticipando que esto ocurrirá desde casi su llegada, pero, sin embargo, no es tomado como algo trágico, sino como algo propio del devenir de la vida. Durante la estancia, su primo, al que había venido a visitar, marcha del hospital para reincorporarse a su regimiento, tiempo después volverá, mucho más enfermo y ya no saldrá jamás; esto es, quizás, un anticipo del final. A la postre, la guerra, de la que se ha estado hablando durante meses, estalla; Castorp, que sigue enfermo y lleva ya siete años en el sanatorio, se alista en el ejército prusiano... las últimas escenas son de guerra, comienza una batalla que es presentada como suicida, Hans Castorp está allí... se presiente su muerte...
   Es posible que el tamaño de la novela haya desanimado a muchos, sin embargo hay algo de hipnótico en ella, algo que tiene que ver con un fatalismo inevitablemente aceptado, el de la enfermedad, el de la muerte, el de la guerra... El joven y enérgico protagonista es contrastado con la aparente desidia de los internos del hospital; la propia tuberculosis, que va lentamente matando, es una metáfora de la vida y sus miserias. Todo es narrado con resignación, sin lucha, pero sin victimismos o llantos. 
  Una gran novela, otra forma de ver la vida, de abandonarse a sus exigencias, en una suerte de nihilismo que todo lo alcanza y aniquila.

viernes, 8 de marzo de 2013

Ambrose Bierce

  No me resisto a citar una breve fábula del genial Bierce, Bitter Bierce, como le apodaban por su sarcástico humor:

  El Principio moral y el interés material.

  En una ocasión, un principio moral se cruzó con un interés material en medio de un puente tan estrecho que solo permitía el paso de uno de ellos.
  - ¡Túmbate en el suelo, ser inmundo! -gritó el principio moral- ¡y deja que pase por encima de ti!
  El interés material simplemente le miró a los ojos, sin pronunciar palabra.
  - Muy bien -dijo el principio moral, de forma dubitativa- echemos a suertes quién ha de apartarse y ceder el paso al otro.
  El interés material siguió sin soltar palabra y mantuvo la mirada clavada en su adversario. 
  - Para evitar cualquier tipo de conflicto -dijo el principio moral, mostrando ya un cierto nerviosismo- seré yo el que se tienda para que tú pases por encima.
  Por fin, el interés material recuperó la voz.
  - Me temo que tu forma de andar no resulta del todo fiable -le dijo-. Por otro lado, soy bastante escrupuloso con lo que piso. ¿No sería mejor si simplemente te tirases al río?
  Y así ocurrió.

                                  Ambrose Bierce
       Esto fue escrito  a finales del XIX, pero, por supuesto, es de rabiosa actualidad, tanto como que es atemporal. Hoy, que asistimos abotargados a la destrucción, al saqueo de un país y una sociedad sin el más mínimo pudor, se hace más presente esta fábula de Bierce... algún idiota -especialmente cercano, en la familia- me preguntó que para qué servía leer... para esto sirve, para entender la vida y no esperar nada del desgraciado género humano... el resto sigue encastillado en sus triviales posiciones coyunturales de defensa de una civilización, o peor aún de un partido político...
 

jueves, 7 de marzo de 2013

Ahora leyendo (también): "Amphigorey", de Edward Gorey

  Lo reconozco, he caído bajo el influjo de Gorey... sus viñetas son tan peculiares, tan inteligentes y sutiles a la vez que impactantes y demoledoras, que no he podido evitar comprar tres de las cuatro (ya conseguiré la que falta) recopilaciones de sus libros, que tituló Amphigorey.
   Para aquellos que no le conozcan pero hayan visto las películas de Tim Burton, sepan que la estética del cineasta, tan particular, tan reconocible, tiene un evidente origen en Gorey (los benévolos dirán influencia, otros peor pensados, plagio).
   En cualquier caso, la obra de Gorey, ciertamente enorme, supone la confirmación definitiva, para aquellos que todavía sean tan ignorantes como para pensar que los cómics son "cosas de chicos".

miércoles, 6 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "Fábulas feroces", de Ambrose Bierce

  Ya cité a Bierce, siempre relacionado con Lord Dunsany y H.P. Lovecraft... quizás menos dotado en fabulación que este último. Bierce fue un "autor menor" en una época literaria dominada por las inmensidades de Poe y Melville en su país. Primera incursión en su obra:
   Bierce nació en Ohio, Región de los Grandes Lagos (Medio Oeste lo llaman también), no muy lejana a la Nueva Inglaterra de Lovecraft y Poe. Todos ellos estuvieron sometidos a una visión constreñida de la vida, en la que esta perdía importancia hasta convertirse en un mero trámite hasta la llegada de la vida eterna -características propias del Calvinismo y Puritanismo-; es posible que sus infancias les marcaran y encaminaran hacia una creación literaria en lo que lo "gótico" -entendiendo como tal el gusto por las historias macabras y extrañas- y lo sobrenatural fueran los factores más comunes.
   Lovecraft le citó en varias ocasiones en su enorme producción epistolar, algunas veces para admirarle por su capacidad creativa y otras para desdeñarle como "escritor mecanicista"; sea como fuere, ambos se encuentran en el mismo "saco literario", corriente que, a diferencia de otras muchas, permanece de rabiosa actualidad para una sociedad humana cansada de vidas demasiado planas y carentes de aliciente... para todos ellos, para todos nosotros, Bierce, Lovecraft, Dunsany... echan la sal que necesitamos para sobrevivir en nuestra anodina existencia.

martes, 5 de marzo de 2013

Inciso cinematográfico: "El cielo sobre Berlín" de Wim Wenders

  Frecuentemente nos hacemos mil preguntas, mil indagaciones sobre qué es lo que nos gusta, lo que nos atrae magnéticamente hacia una película; qué es lo que nos hace verla una y otra vez... podremos dar unos cuantos motivos, pero no son suficiente para justificar esa atracción... A mí eso me pasa con El cielo sobre Berlín. Por cierto, en España se tradujo, de una forma un tanto cutre como Las alas del deseo... traducción literal del título en inglés, supongo que sería mera cuestión de marketing.
   Me acerqué al cine de Wenders a través de Peter Handke, de quien ya hablé y que colaboró en varias ocasiones con el cineasta. De entre todas las películas de Wenders, para mí, esta es la mejor; combina una sabia utilización en la alternancia del Blanco y negro con color, así como de grúas y "steadycam" para dar una sensación subjetiva de la ciudad en los ojos de los ángeles. Bruno Ganz está, como suele ser habitual en él, inconmensurable, y Otto Sander no se queda a la zaga. El resultado es una película hipnótica, diferente, en la que el argumento se supedita a las condiciones técnicas (entre las que yo remarcaría el uso de la "steadycam" para dar continuidad a las escenas) y que deja tan buen sabor de boca que apetece verla con frecuencia.
   El éxito de crítica y público fue enorme, tanto que Wenders rodó una continuación, la conocida ¡Tan lejos, tan cerca! que, a pesar de tener un presupuesto mucho mayor y colaboraciones y cameos importantes, no tuvo la acogida que tuvo aquella. Por cierto, tiempo después, en Hollywood rodaron un "remake" que titularon City of Angels, un pastelote romanticón con Meg Ryan y Nicolas Cage que no sirve más que para perder el tiempo.

lunes, 4 de marzo de 2013

Más de Grant Snider

  Otra genialidad más que muestra la vida de aquellos que quedamos atrapados por la lectura:
   Sin palabras, para más información: www.incidentalcomics.com

Edward Gorey

  Reconozco haberlo conocido recientemente, lo cual, lejos de ser motivo de disgusto o turbación es razón de satisfacción, pues indica que todavía sigo buscando lo que me interesa, característica inherente en mí. No es de extrañar en cualquier caso, que sea la novela gráfica la que más gratos descubrimientos me esté dando... es posible que, en mi juventud, influenciado por un cierto "purismo literario" despreciara los cómics como "algo de chicos", felizmente he descubierto la inmensa calidad que proviene de juntar una buena historia con un mejor diseño.
  Ya hablé de grandes historietistas como Jacques Tardi, Vittorio Giardino, Allan Moore, Art Spiegelman y otros, ahora lo haré de Edward Gorey.
   Gorey es autor de ilustraciones y novelas gráficas con un estilo inconfundible: siempre en blanco y negro,  la mayor parte de los personajes vestidos según la costumbre victoriana, con un sentido del humor muy peculiar, pero sobre todo reconocible por el tono macabro... para muestra un botón:
   Un "tipo raro" para esta biempensante sociedad: misántropo, solitario, con "extraño sentido del humor", excéntrico... un genio diferente.

sábado, 2 de marzo de 2013

Parques para leer: "La Fuente del Berro"

  El nombre oficial de este parque es "La Quinta de la Fuente del Berro", aunque nadie lo llame así. Está situado entre la M-30, la prolongación de la calle O'Donnell y el final del barrio de la Guindalera; no es la mejor ubicación, la M-30 impone sus ruidos y humos, que unas pantallas acústicas colocadas en los años 80 no logran mitigar, pero el parque tiene sus rincones apacibles, como este:
   Se llega a la entrada principal por la antiguamente llamada "colonia de hotelitos Fuente del Berro", o colonia Iturbe, lo de "hotelitos" era el nombre que se puso en los años 20 a los pequeños chalés que se construían en el entonces extrarradio de la ciudad. Hoy se ha convertido en un oasis de tranquilidad, sin apenas tráfico en su interior, de hecho hay alguna calle privada, y con mucho arbolado.
  Al parque de la Fuente del Berro fui, como a tantos otros sitios en mi adolescencia y primera juventud, con mi abuelo Alfonso, en aquellas caminatas previas a la comida dominical... esos recuerdos perdurarán en mí hasta mi aniquilación como ser humano. En tiempos muy posteriores, ya muertos mis abuelos, he regresado, con un libro como compañía, para mitigar la dureza de mi ciudad natal y mi áspero carácter.

viernes, 1 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "El salón rojo", de August Strindberg

  Primer libro que leo del tal Strindberg. Al parecer fue más conocido como dramaturgo, influyendo en uno de los más reputados cineastas suecos: Ingmar Bergman (el de El séptimo sello, Fresas salvajes, La hora del lobo o El huevo de la serpiente, entre otras).
  La novela ya había sido traducida con antelación, pero la Editorial Acantilado la ha vuelto a traducir y editado recientemente. Una vez más hemos de congratularnos del ímprobo esfuerzo de estas "pequeñas" editoriales que luchan contra el terrible oligopolio de las grandes multinacionales.
   Según parece, Strindberg llevó una vida cuando menos tempestuosa; asediado por la esquizofrenia, los vaivenes económicos, la inestabilidad emocional y afectiva... En definitiva, cumple todos los requisitos para ser un notable creador, según el estereotipo que considera que un escritor ha de ser un tipo atormentado y difícil.