martes, 29 de abril de 2014

"Las lecciones de la imaginación" por Javier Marías, publicado en El País el 27 de abril de 2014

 "Corto y pego" un artículo escrito por Javier Marías y aparecido en El País el 27 de abril pasado. Es un artículo verdaderamente clarividente sobre la situación de la literatura actualmente y sus, sin embargo, virtudes de ahora y siempre.
Enlace:  http://javiermariasblog.wordpress.com/

Ya pasó Sant Jordi, el Día del Libro, y de aquí a un mes empezará la Feria madrileña del mismo objeto, con las perspectivas más lúgubres en muchísimos años. No es sólo que las librerías estén ahogadas por la crisis y por la piratería en aumento. No es sólo que los editores busquen desesperadamente algún título que arrastre a las masas a comprarlo, y que a la mayoría ya les dé igual que se trate de una obra digna o de la enésima porquería más o menos sadomasoquista, cateta y machista con origen en Internet, donde habrá cosechado legiones de “seguidores” rudimentarios y descerebrados, de los que se limitan a pedir “más”: más “sexo fuerte”, más violencia, más torturas gratuitas, poco a poco –oh qué moderno– se vuelve a uno de los textos más soporíferos de la historia de la literatura: Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade, escrito en 1785, reiterativo catálogo de atrocidades que acaba por arrancar bostezos hasta a los más voluntariosos depravados. No es sólo que los autores anden preocupados y deprimidos, al ver cómo sus nuevas novelas se venden infinitamente menos que las anteriores (eso los que alguna vez han tenido un número apreciable de lectores) o nacen ya muertas, destinadas a ser devueltas a la distribuidora a las pocas semanas de aterrizar en los escaparates. La última vez que me pasé por una librería y eché un vistazo a las novedades, vi no pocas que superaban las seiscientas páginas y a las que, por su aspecto, o por la descripción leída en las reseñas que las ensalzaban, o por la mera conjunción de nombre, título, grosor y precio, uno no podía augurar más que una rápida caída en el vacío. “Ojalá me equivoque”, pensé con escasa fe. “Ojalá cada una de ellas sea un gran éxito; y sean leídas y discutidas por muchos y recomendadas por los únicos que hoy gozan de verdadera influencia, los lectores desconocidos”.
El íntimo convencimiento de que no será así en casi todos los casos me produjo melancolía. Precisamente porque también me dedico a escribirlos, sé cuánta tarea y esfuerzo hay detrás de cada libro, los largos meses o años empleados en sacarlo adelante; aunque sea malo, o esté hecho de cualquier manera, sólo llenar esa cantidad de páginas requiere un monumental trabajo. No soy de los que creen que fue mejor toda época pasada. Al contrario: estoy seguro de que nunca se han leído (ni comprado) tantos libros como en nuestros tiempos; de que siempre ha habido obras que han caído en el vacío; de que los grandes éxitos jamás habían alcanzado ventas tan superlativas como ahora. Sin embargo sí creo que la magnitud de la indiferencia nunca había sido tan mayúscula como la que aguarda a los libros condenados a ella desde el principio. Y la mayoría de éstos son –ay– los que se ha dado en llamar absurdamente “libros literarios”, es decir, los que tienen ambición y voluntad de estilo, los que no se ciñen a contar una historia más o menos interesante y santas pascuas. Los que tal vez –tal vez– hacen que la gente piense o se fije en el funcionamiento del mundo, los que en el espacio de unas cuantas horas –las que tardamos en leerlos– nos brindan entendimiento y conocimientos que quizá no adquiriríamos por nuestra cuenta ni en el transcurso de una vida completa.
Tengo la sensación de que nos vamos adentrando en una de esas épocas en las que se tiende a juzgar superfluo cuanto no trae provecho inmediato y tangible. Una época de elementalidad, en la que toda complejidad, toda indagación y toda agudeza del espíritu les parecen, a los políticos, de sobra o aun que estorban. Y como los políticos, incomprensiblemente, poseen mucho más peso del que debieran, detrás suele seguirlos la sociedad casi entera. Son tiempos en los que todo lo artístico y especulativo se considera prescindible, y no son raras las frases del tipo: “Miren, no estamos para refinamientos”, o “Hay cosas más importantes que el teatro, el cine y la música, que acostumbran a necesitar subvenciones”, o “Déjense de los recovecos del alma, que los cuerpos pasan hambre”. Quienes dicen estas cosas olvidan que la literatura y las artes ofrecen también, entre otras riquezas, lecciones para sobrellevar las adversidades, para no perder de vista a los semejantes, para saber cómo relacionarse con ellos en periodos de dificultades, a veces para vencer éstas. Que, cuanto más refinado y complejo el espíritu, cuanto más experimentado (y nada nos surte de experiencias, concentradas y bien explicadas, como las ficciones), de más recursos dispone para afrontar las desgracias y también las penurias. Que no es desdeñable verse reflejado y acompañado –verse “interpretado”– por quienes nos precedieron, aunque sean seres imaginarios, nacidos de las mentes más preclaras y expresivas que por el mundo han pasado. Casi todos los avatares posibles de una existencia están contenidos en las novelas; casi todos los sentimientos en las poesías; casi todos los pensamientos en la filosofía. Nuestros primitivistas políticos tachan de inútiles estos saberes, y hasta los destierran de la enseñanza. Y sin embargo constituyen el mejor aprendizaje de la vida, lo que nos permite “reconocer” a cada instante lo que nos está sucediendo y aquello por lo que atravesamos. Aunque sea no tener qué llevar a casa para alimentar a los hijos. También esa desesperación se entiende mejor si unos versos o un relato nos la han dado ya a conocer, y nos han preparado para ella. Sí, no se desprecie: sólo imaginativamente. O nada menos.
JAVIER MARÍAS

sábado, 26 de abril de 2014

"Kongo", escrito por Perrissin, dibujado por Tirabosco

 Kongo incluye dos grandes historias del paso de siglo XIX al XX: la vida de Joseph Conrad, el inigualable escritor de aventuras que todo adolescente herido por la lectura conoce junto a Verne, Kipling, Stevenson o Salgari; y la del brutal colonialismo europeo en África, en este caso el belga, con el codicioso rey Leopoldo II, que según la moderna historiografía sería responsable último de la muerte de más de 6 millones de congoleños, un asesino a la altura de Hitler o Stalin.
  Las ilustraciones de Tom Tirabosco son excelentes: dibujo realista y detallista que no deja un simple hueco en la viñeta, todo en blanco y negro con lápiz, demostrando un dominio de la técnica no muy habitual. La o las historias narradas por Christian Perrissin enganchan lo suficiente y son muestra clara de las inmensas posibilidades que tiene la novela gráfica para contar asuntos con empaque y profundidad y no simples historias para adolescentes como todavía creen algunos. La edición que Dibbuks ha presentado incluye tapa dura, papel de buena calidad y todo lo que hoy se considera que una novela gráfica para adultos debe tener.
 Volviendo a las historias narradas, el cómic nos trae la barbarie belga en el Congo, República Democrática del Congo como nombre oficial, uno de los países más pobres del planeta, con una tasa de analfabetismo altísima, tasas de mortalidad infantil inaceptables y una baja esperanza de vida media; sin embargo, los europeos somos tan estupendos que hemos sabido como quitarnos de encima la responsabilidad siempre: lo del Congo (la muerte de más de 8 millones de seres humanos y el saqueo inmisericorde de las riquezas de aquel país) fue algo personal, cosas del buen Leopoldo. Cierto es que cuando se cometieron la mayor parte de esas tropelías todo el territorio era posesión personal de Leopoldo II, pero también es cierto que la Bélgica metropolitana se enriqueció con la explotación del país africano, que la propia ciudad de Bruselas se vio engrandecida y adornada gracias a dicho saqueo. Hoy, por desgracia, sigue siendo un país atribulado, en el que la explotación de sus riquezas, fundamentalmente la de los diamantes, prima más que los derechos de sus habitantes.

miércoles, 23 de abril de 2014

Ahora leyendo: "El bosque animado", de Wenceslao Fernández Flórez

 Las distintas épocas son terribles para los escritores, especialmente los contemporáneos, y sobre todo para aquellos que se ven tentados de tomar partido en el mundo político; aunque les vaya bien en su tiempo serán severamente juzgados en los posteriores. Eso le pasó a Wenceslao Fernández Flórez. Este autor gallego se significó notablemente por el "bando nacional" en la sangrienta contienda que asoló este país el siglo pasado, ya en el franquismo, siguió contando en la "supuesta nómina de los afectos al régimen". Lo cierto es que, siendo ecuánime, Fernández Flórez fue bastante independiente: no tuvo reparos en criticar agriamente aquellos aspectos que no le gustaban de aquellos años, especialmente en el ámbito cultural; sin embargo, el sambenito de "escritor franquista" no se lo quita nadie. Algo injusto en verdad.
  Es injusto juzgar una obra literaria por las veleidades políticas de su autor. En este caso concreto parece que se significó por propia voluntad, pero son frecuentes los casos en los que para poder publicar o que las editoriales distribuyan oportunamente uno u otro libro, hayan tenido que tomar partido por una línea de pensamiento determinado, ejemplos a porrillo, incluidos algunos actuales.
 El bosque animado es la mejor obra de Fernández Flórez. Una novela que no tiene un hilo argumental bien definido, sino que desgrana las alegrías y tristezas de los habitantes de la fraga de Cecebre como un tótum revolútum en un conjunto dinámico, ensamblando las míseras existencias humanas como parte indisoluble del bosque.
  Está escrito con una sensibilidad inmensa, de alguien que adoraba a sus criaturas, como un demiurgo misericordioso que se apiadase de las imperfecciones de sus pequeños seres. Hay en la prosa de Wenceslao Fernández Flórez una reminiscencia de tiempos pasados con una escritura más lenta y adjetivada, aunque los protagonistas y sus vivencias sean radicalmente modernos.

sábado, 12 de abril de 2014

Ahora leyendo, en poesía, "Antología" de Rafael Cadenas

 No hay mucho publicado, al menos en España, de Rafael Cadenas, y eso que su nombre sonó el año pasado para el Premio Nobel de literatura. Una verdadera lástima nuestro afán de convertirnos cada día en más asnos -con perdón de tan nobles animales- y no querer ver y sentir lo que se escribe en nuestra gran lengua allende los mares.
  Cadenas es un poeta del sentimiento, alguien que muestra su corazón desnudo, sin artificio, despojando al ser humano de vanidades varias hasta exponerlo tal y como debería ser.
 

martes, 8 de abril de 2014

Ahora leyendo: "Cuentos" de León Tolstoi

 Es curioso cómo se da más importancia a las novelas que a los relatos o cuentos, pareciera como si fueran diferentes calidades.
 Sin embargo, a poco que discurramos, los cuentos son más interesantes que las novelas, tanto desde el punto de visto argumental como desde el estilístico. En esta tesitura está Tolstoi, cuyos cuentos poseen la genialidad de sus novelas, pero no la gravedad o ampulosidad de las mismas. "Guerra y paz" o "Ana Karenina" suponen un extraordinario fresco de la sociedad rusa de finales del XVIII, pero sus relatos son verdaderas joyas que alimentan con su extrema sencillez y a la vez su notable hondura.
  En esta recopilación de la desaparecida Editorial Libra se encuentra un selecto puñado de textos moralizantes, con esa búsqueda de la verdad tan característica de su autor que maravilla a todos aquellos que no nos conformamos con la mediocridad de esta vida. El primero de ellos "Iván el imbécil" tiene más agudeza descriptiva que la por todos admirada "Los hermanos Karamazov" de Dostoyevski. Al igual que en la novela, en el relato hay tres hermanos, prototipos de la división societaria: uno es un militar, otro un hombre de negocios y otro, Iván, un "imbécil". En apenas cuarenta páginas se nos muestra la sociedad que deviene de cada uno de ellos: brutal, autoritaria y sanguinaria la del militar; inhumana, desigual e injusta la del negociante; y la de Iván el imbécil, que sin embargo hace a sus hombres felices en su sencillez. La sociedad humana que genera Iván es la del trabajo honesta, la extrema igualdad entre sus miembros, la compasión y la sencillez, por no hablar de la huida del lujo y aun del dinero. Es en realidad, el paradigma de la sociedad anarquista, eso sí con un componente religioso muy acusado que devendría en lo que se ha llamado "anarquismo cristiano" que basa su cuerpo moral en que, al menos en tiempos del cristianismo primitivo, todos los creyentes se trataban entre sí como iguales; la única autoridad admisible era la de Jesús de Nazaret, siendo Éste Dios su autoridad era admisible, ergo la autoridad de un hombre sobre otro ha de tener un origen demoníaco.
  Estos principios tan esenciales para todo ser humano y otros muchos de similar calado están condensados bellamente en estas joyas tolstoyanas, verdaderas guías de vida.

domingo, 6 de abril de 2014

Feria del libro antiguo y de ocasión

 Como años atrás, en primavera temprana, vuelven las casetas al paseo central del Campo Grande de Valladolid. Nos traen todos los libros que fueron leídos, que tuvieron vidas pasadas, quizá incluso que hojearon manos que ya no existen... 
  No hay muchos cambios, son las librerías de siempre: algunas de Valladolid ciudad -La Leona, Maxtor...-, otras de Urueña y algunas más de otras partes de Castilla y León. Por supuesto se echa de menos a Pepe "Relieve", aunque su caseta esté presente.
 Sin ser una feria inmensa, es la ciudad que es, supone una representación suficientemente exhaustiva de esa extraña profesión del librero de viejo, sin duda algunos más entregados que otros, pero que nos permite a nosotros, lectores, recuperar viejas joyas que para muchos no son sino viejos cachivaches.

sábado, 29 de marzo de 2014

Ahora leyendo: "El síncope blanco y otros cuentos de locura y terror", de Horacio Quiroga

 Un más que notable cuentista en lengua castellana, Horacio Quiroga es casi desconocido en nuestro país, tan solo justamente recordado en su Uruguay natal y en Argentina. Afortunadamente, Valdemar ha compilado sus principales relatos en un pequeño volumen, este:
  Son relatos fantásticos muy clásicos en su hechura, entendiendo por clásico aquellos cuya pauta fuera marcada por Edgar Allan Poe: textos cortos de aparente ritmo lento que, llegando al final, explotan, dejando al lector sorprendido y con muy buen sabor de boca.
  De nuevo, Valdemar prologa esta compilación con un exceso de tremendismo, ya se sabe, para un escritor de tema fantástico y terror vende una vida atribulada, problemática y corta. Otra cosa es cuál fuera la verdad.

viernes, 28 de marzo de 2014

"Derrota" de Rafael Cadenas

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

martes, 25 de marzo de 2014

Ahora leyendo: "Al revés", de Joris Karl Huysmans

 Hay prólogos que llegan a estropear una novela, bien porque son demasiado profusos en su descripción; bien porque se pierden en disquisiciones de teorías literarias sin venir a cuento; otros prologuistas tienen tanto afán de protagonismo que pretenden usar como excusa la novela para su propio ego. Otros, sin embargo, son excelentes preámbulos, bien porque dan información precisa y ajustada sobre la obra y su autor; bien porque se relacionan tan estrechamente con estos que más que prologar parecen continuar la obra. En este último caso está el prólogo de Luis Antonio de Villena a esta edición de Bruguera de Al revés. Y es que, probablemente, De Villenas sea el escritor vivo más cercano, al menos en espíritu, a la obra de Huysmans y a su decadentismo.
  El personaje principal, único cabría decir, Jean Des Esseintes (álter ego del autor), es un dandi en el sentido más estricto de la palabra: un esteta cuya concepción artística de la existencia es más importante que la vida misma, un perseguidor de la excelencia en todas sus manifestaciones. Des Eissentes, ahíto de las posibilidades mediocres de la vida, opta por el aislamiento de la sociedad para emborracharse con los clásicos grecolatinos, extasiarse con la pintura más excelsa, alcanzar el Parnaso con los más lujosos elixires espirituosos... todo, por supuesto, bien lejos de una sociedad embrutecida y soez. ¿Quién mejor que Luis Antonio de Villena para prologar esa obra cumbre del decadentismo?
  Ya en un ámbito personal he de confesar que el arte por el arte, sin el nervio moral me deja un tanto apesadumbrado. Reconociendo el apabullante dominio de la lengua de Huysmans, su agudísima y sarcástica visión de la existencia y su enciclopédico conocimiento artístico, no puedo por menos que exigir algo más, un principio no subjetivable, una finalidad más enérgica y productiva. Mis necesidades literarias demandan más fibra, con un origen y un desenlace más claros.

sábado, 22 de marzo de 2014

Ahora leyendo: "Las extrañas aventuras de Solomon Kane", de Robert E. Howard

 Cuando pienso en lo repugnante de la época que nos ha tocado vivir, con su crisis, "los de siempre" enchufando a sus familiares y amigos, la insensibilidad propia de los humanos elevada a la enésima potencia... busco épocas que, al menos en el ámbito de la creación literaria, hayan sido tan malas o peores (debo ser tan mezquino que me alegro del mal ajeno)... no cuesta mucho, tomemos por ejemplo los años 20 y 30 del pasado siglo. En aquella época, por lo demás gozosa -los felices años 20- época de entreguerras, por tanto mejores que su predecesora y sucesora, en aquella época, digo, los escritores que se salían de la temática predominante -el realismo social- se veían abocados a publicar, y gracias, en unas desprestigiadas publicaciones juveniles llamadas pulp. Eran revistas como Weird Tales en las que escribían los que después serían considerados grandes narradores del subgénero de terror, entre ellos el gran Howard Phillips Lovecraft y el que comienzo a leer ahora: Robert E.  Howard.
  Ya que he colocado juntos a los dos anteriores, no parece equivocado puesto que mantuvieron relación, al menos epistolar, he de decir que siento una enorme distancia, eones en realidad. Lovecraft tiene una prosa mucho más cuidada, con unos argumentos mejor tejidos, los temas son más originales y el vocabulario más amplio; al menos eso he notado al leer por primera vez a Howard. Sin embargo, Howard es autor de multitud de personajes que forman parte del acervo cultural de nuestros días, al menos de eso que se ha llamado despectivamente cultura popular: Conan el bárbaro y Solomon Kane. Kane, en concreto, es un sombrío héroe puritano (entiéndase el término en la acepción antigua como defensor de la pureza evangélica y separación del catolicismo, no como lo utilizamos hoy referente a la cortedad en la moral sexual) que lucha contra toda clase de demonios, espíritus, hombres crueles, sin ningún afán material.
  El cine, aunque debería decir los que se aprovechan del cine, adaptaron sus relatos sin pararse en mantener la pureza de los mismos y mucho menos aún en hacer referencia al autor, de hecho hoy que todo el mundo conoce a Conan, solo los entendidos saben que es hijo literario de Howard. El bueno de Robert Howard malvivió sus escasos treinta años de vida publicando en aquellas revistas pulp para que, casi un siglo después, unos espabilados se lleven las mieles del triunfo... Todas las épocas tuvieron su mezquindad.