viernes, 18 de septiembre de 2015

Ahora leyendo: "Sonata a Kreutzer", por Lev Nikolaievich Tolstoi.

 En una vida tan larga y prolífica como la de Tolstoi se puede apreciar, si se tiene tesón y sensibilidad, la evolución intelectual que muestran sus obras. A las novelas y relatos un tanto aventureros y alocados van sucediendo con la madurez del autor reflexiones más sesudas sobre la existencia humana o la condición espiritual del hombre. En Sonata a Kreutzer se adivina ya una de las líneas más clásicas del pensamiento tolstoyano: el alejamiento voluntario de lo terrenal, especialmente de la gula y la lujuria. En efecto, los últimos ensayos de Tolstoi advierten sobre el peligro que él creía apreciar en la satisfacción desordenada de estos instintos primarios: un alejamiento de la búsqueda de Dios, principal motor de la existencia.
  En este relato, dos viajeros en un tren intercambian pensamientos sobre el sentido del matrimonio y la vida conyugal. Uno de ellos, evidente álter ego del autor, admite su vida desordenada y lujuriosa de juventud que lo llevó a malgastar sus energías y pervertir su matrimonio. Pero sobre todo, el personaje perora sobre el animalesco comportamiento de la biempensante sociedad que trata a las mujeres como ganado de exhibición, como prostitutas que se alquilan de por vida, mientras sus maridos son los perfectos cornudos que muestran a sus mujeres-trofeo mientras satisfacens sus instintos con otras prostitutas, estas sí, de breve alquiler.
 Hoy nos puede parecer exagerado o incluso inverosímil tal descripción, pero no me cabe duda de que en tiempos no tan lejanos (tal vez incluso en la juventud de mis abuelos, allá a principios del pasado siglo) la hipocresía se enseñoreaba de aquella sociedad, y que aquellos matrimonios tenían más de funda hueca que de otra cosa.
   En los últimos tiempos de su vida, Tolstoi propugnaba el celibato o el comedimiento alimenticio (incluido el vegetarianismo) como vías que ayudaban a alejarse del cenagal en el que todo humano se refocila desde el nacimiento a la muerte. No me cabe duda de que cuando escribió Sonata a Kreutzer esas ideas ya habitaban su cabeza.

Septiembre.

 Vuelta a la rutina. Vuelta al corazón desbocado. Vuelta a la soledad infinita... Ya está aquí septiembre...

viernes, 4 de septiembre de 2015

Inciso cinematográfico: Aki Kaurismäki.

 El tópico habla de las enormes diferencias entre el comercial cine de Hollywood y el europeo, tal vez sea demasiado estereotipado, todos hemos visto películas europeas que parecen un anuncio de dentífrico... no es el caso, desde luego, del cine de Aki Kaurismäki.
  Vaya por delante que no he podido visionar toda su filmografía, eso sí, gracias a internet y al intercambio P2P (el cual el propio director recomienda) he podido disfrutar de Le Havre (2011), Luces al atardecer (2006), Un hombre sin pasado (2002), Juha (1999), Nubes pasajeras (1996) y Contraté a un asesino a sueldo (1990). Tal vez esas seis películas sean una muestra demasiado pequeña para un director con cerca de veinte cintas, pero lo cierto es que la impronta que añade el finlandés es tan poderosa que muchos elementos se repiten, sin perder por ello originalidad cada una de ellas, con lo que me creo capacitado para hablar del conjunto de su obra. Las características más habituales son: en los argumentos la narración de vidas que, estereotípicamente, podríamos llamar de perdedores, de gente que son expulsados de su sociedad: inmigrantes, desempleados, delincuentes, enfermos terminales... personajes con los que el espectador empatiza inmediatamente, pues son tan verosímiles y cercanos que nos recuerdan a nosotro mismos (en algún caso de forma dolorosa); otra constante en Kaurismäki son los decorados que parecen sacados de un mundo que se hunde: viviendas paupérrimas, sucias pero a la vez luminosas, decorados industriales y ciudades (el ejemplo más claro es la francesa El Havre) que conocieron mejores épocas; otra peculiaridad de su obra son los diálogos escasísimos, las largas secuencias sin absolutamente nada más que las miradas de los protagonistas, esto combinado con un ritmo lento hace que muchos espectadores (los más degradados por Hollywood o Walt Disney) abandonen sus películas. En definitiva, el cine de Kaurismäki es tan personal que al visionar cinco minutos de una película suya ya encontramos esas características tan notables; muchos dicen que son historias depresivas y anodinas, pero, visionadas con atención, se descubre un fino humor irónico que impregna hasta el absurdo cualquier situación trágica.
   Ese es el caso de Un hombre sin pasado, donde un trabajador metalúrgico es agredido brutalmente en un muelle portuario (lugar omnipresente en Kaurismäki) por lo que pierde totalmente la memoria. El protagonista se ve obligado, pues, a vivir de la caridad de sus coetáneos, en su caso del Ejército de Salvación, de la que una miembro (la actriz fetiche del director, Kati Outinen) acabará siendo su amante. La sucesión de desatinos en la vida de este pobre hombre lanzado de la noche a la mañana a la mendicidad es tan descacharrante con un humor absurdo y con esas miradas de perro pachón en silencio absoluto que uno no puede por menos que carcajearse. Pero lo bueno es que uno se ríe no de las desgracias del protagonista, sino de lo absurdo de la organización social de los seres humanos, de su estúpida organización injusta, de su escala de valores totalmente invertida. Kaurismäki es un espíritu burlón que pone en evidencia la imbecilidad humana, para hacernos reflexionar sobre nuestra existencia, tanto individual como colectiva, en este "valle de lágrimas".
  En Contraté a un asesino a sueldo (1990) rescata a un actor fetiche de otros tiempos muy conocido para todos los cinéfilos: Jean-Pierre Léaud, sí, el mismo de las películas de Truffaut y  que también llevó a la fama Godard. Con François Truffaut le vimos crecer y hacerse hombre en el papel de Antoine Doinel (obviamente un álter ego del propio Truffaut), desde la maravillosa Los cuatrocientos golpes hasta Domicilio conyugal, pasando por Antoine y Colette y Besos robados. Con Kaurismäki, Léaud se convierte en un francés viviendo en Londres que pierde lo único fijo que tenía en su anodina vida: su trabajo. Como consecuencia el tipo decide suicidarse, pero es tan torpe que no consigue ahorcarse ni intoxicarse con gas, por lo que contrata a un asesino para que lo liquide. Ya el argumento parece absurdo, pero, para complicarlo un poco, el protagonista, que siempre fue desconocedor del amor, se enamora y vive un idilio con una vendedora de rosas; esto, claro, le hace replantearse su decisión y decidir huir del asesino que él mismo contrató. Humor absurdo puro y duro, todo reforzado con la mirada obtusa de Léaud y sus silencios de autista. Aunque alguien lo dude, una verdadera comedia.
   Pero la mejor película del finlandés, al menos para mí, es Le Havre (2011). Donde en unos paisajes industriales en decadencia, sobrevive económicamente a duras penas pero moral e intelectualmente de lujo el protagonista principal, Marcel Marx (André Wilms), un humilde y a la vez altivo limpiabotas ("uno de los pocos oficios acorde al sermón de la montaña") que, por casualidad, topa con un inmigrante ilegal (el niño Blondin Miguel) que trata de llegar a Londres en busca de su madre y una vida mejor. La vida de Marx se complica por la grave enfermedad de su mujer, Arletty (de nuevo Kati Outinen), quien no llega a saber plenamente que su marido trata de esconder al chico de la policía (encarnado por un duro pero a la vez tierno Jean-Pierre Darroussin) y enviarlo a Londres. La película tiene tintes muy humanos al denunciar la brutalidad e insensibilidad de la sociedad en uno de los dramas más terribles a los que asistimos en la actualidad que es el de la inmigración (llamada ilegal por quienes ejercen el poder). El resto de características antes citadas de Kaurismäki están presentes. Uno se pregunta cómo diablos consigue financiación este hombre para hacer películas que tanto (algunos pensarán que sutilmente) critican la sociedad actual, porque, claro, si eres Walt Disney fácil es que consigas dinero, al fin y al cabo estás glorificando al poderoso y convirtiendo a los espectadores en siervos agradecidos...

jueves, 3 de septiembre de 2015

John Kenn (http://johnkenn.blogspot.com.es/)


Ahora leyendo: "La leyenda de Sleepy Hollow y otros cuentos de fantasmas", por Washington Irving.

 Otra recopilación, en este caso de la editorial Valdemar, en mi opinión, la mejor forma de acercarse a cualquier autor para poder romper tópicos sin introducirse de lleno en el corpus de su obra.
  Esta antología, en concreto, repasa la producción narrativa de Irving centrándose en aquellos relatos con gusto por lo sobrenatural, lo anómalo, lo oscuro... algo, bien es sabido, del gusto de los escritores románticos, aquel movimiento literario que se dió entre los siglos XVIII y XIX, del cual, para mí al menos, el gran maestro fue Edgar Allan Poe.
 Irving es un escritor a la antigua usanza, de esos que requieren tranquilidad y tiempo para ser leídos; esos que tienen una prosa lenta, ricamente adjetivada, con muchas frases subordinadas; un escritor, en definitiva, de "reposo y sillón orejero" (y si fuera posible, lumbre). Tal vez sea por ello por lo que ha caído en el olvido. En nuestro país se le conoce más por ser un enamorado del mismo, sobre todo de su tipismo y folclor. Fue diplomático aquí y escribió ese puñado de relatos que forman los Cuentos de la Alhambra, algunos de los cuales (los más fantasmagóricos) están recogidos en este pequeño volumen.
  El Romanticismo, obviamente, fue la reacción frente a ese racionalismo excesivo que conocemos como el Neoclasicismo, que dejaba de lado el lado más animalesco del ser humano (esta vez en el sentido positivo, como la reafirmación de los instintos, entre ellos el de supervivencia y su herramienta más útil, el miedo); ese Neoclasicismo que lo reducía todo a puro racionalismo hacía que, en literatura, predominase el ensayo sobre la narrativa (claramente se prefería explicar a contar). El Romanticismo rescata del pasado ese gusto por el lado oscuro que perdura hasta nuestros días, aunque parece que se haya escindido como una rama en lo que llaman "literatura de terror", pero nadie duda, creo yo, de los miles de hijos (literariamente hablando) que dejó gente como Poe, Víctor Hugo o el propio Irving.

viernes, 21 de agosto de 2015

"Las humedades", finalista del I Concurso Donbuk de relatos cortos de terror.

 Para muchos poca cosa, para mí un pequeño impulso para seguir escribiendo. Mi relato Las humedades ha quedado finalista en el I Concurso de relatos cortos de terror de la editorial Donbuk. Copio y pego:

 “Reconstrucción (y otros relatos de terror)” es la antología que recopila los relatos ganadores y finalistas del I concurso Donbuk de relatos cortos de terror, un compendio de historias oscuras, sórdidas y brutales, y siempre, siempre, terroríficas.
Los relatos que componen este “collage del miedo” pasan del terror más clásico, de palpable inspiración en la pluma de Lovecraft o Poe, a otro más psicológico que ahonda en lo profundo (y tenebroso) de la mente humana.  Encontraremos desde presencias monstruosas, a asesinos despiadados. Conoceremos pueblos lúgubres y perdidos y exploraremos la fría y oscura ciudad.
Acompáñanos en este viaje por el miedo, te aseguramos que la experiencia valdrá la pena.

Los relatos que componen este libro son:

Reconstrucción-Juan José Tapia Urbano – 1er Premio
Autista-María José Fernández Gomez – 2do Premio
Un armario con polillas-Federico Escudero Álvarez – 3er premio
Finalistas:
Bajo la pintura– Juan Miguel Gutiérrez de la Solana Sánchez
La araña -Fernando González del Hierro Cilla
Las hijas de la oscuridad-Judith García Farré
El escritor impío-Santiago Alonso Buers
El morador-Oscar Rodriguez Martin
Y ahora… ¿Quién se atreve a llamarme cerdo?-Ana Isabel Espinosa
El hilo de plata-Jose Manuel Gonzalo Parrera
El viejo asilo-M.R.Castillo
Borrador de una chica mutilada de pies a cabeza-Marina Aguilar Salinas
Le vi-Aroa Río Moreno
Las humedades-Javier Lacomba de Maruri
El olor de la sangre-Mónica García Rodríguez
La habitación cerrada-Jaime Molina García
El novio de otro mundo-Manuel Cubero Urbano
En el infierno-Carlos Arroyo Cobos
No puedes dejarme– Manuel Sánchez Ramos
Háblame al oído -Mercedes Ávila
La caza-Lisardo Suárez
Uno de vampiros-Vanessa Sanchez Soriano
Me voy a dormir-Andrés Gandía Palau
Doña Justa y las campanas-Carmen Huelves Ramos
El sacrificio que pidieron los seres de las capas-Paloma Díez Martínez
Las ganas de fumar-Cala
Piernas-Andrés Manuel Jiménez Molerfo
Una sombra– Luis del Moral Martínez
Lección magistral-Óscar Fernández Carballedo
La habitación de invitados-Noemí Hernández Muñoz
La voz-Helena Reyes Cuevas
El secreto de Los Alamos-Jorge Bada Cabeza
El Abisinio color tormenta-Gabriel Muleiro
Oscuridad-Sergio Mesa Medina
No mires debajo de la cama-Ana Reyes Serrano
Te amo-María Cristina Montenegro Cometa
Un día soleado-David Monzón Valverde
El sin nombre-David Gómez López
Laberinto de hormigón-Xabier Sevillano Vaca
El cofre azul-Estefanía Ramírez Ceballos
El reencuentro-Augusto Hernández González
Dondequiera que esté-María Carrillo Rivas
Sin vivir en mí-David Casado Sánchez
Muertes colaterales-Ziortza Moya Milo
El sauce y el Cadillac-Víctor García Bustos
El tiempo escondido-Marta Foyedo Lahoz
Stinkfist-Verónica García Alves

"La guerra de trincheras", por Jacques Tardi.

 Obviamente "solo" hace falta sensibilidad, empatía o inteligencia emocional (como se quiera decir) para entender el brutal sufrimiento, la animalesca degeneración y la podredumbre moral que alcanza el ser humano en la guerra. Sin embargo, Jacques Tardi tenía los referentes de su padre y su abuelo que lucharon en las dos grandes contiendas mundiales. Parece ser que ambos sobrevivieron físicamente, pero , como era de prever, quedaron muy tocados anímicamente para el resto de sus vidas. Lo más terrible de todo, no obstante, es que otros muchos, habiendo visto lo mismo en sus progenitores, no hayan sacado la misma conclusión que Tardi: que la guerra es la expresión más palpable de la ruindad del hombre.
  En mi caso personal lo antes mencionado es patente: mis dos abuelos, Antonio y Alfonso, combatieron (obligados, claro) en la Guerra Civil española; ambos trataron por encima de todo de sobrevivir día a día (tratando de conseguir destinos alejados del frente, no exponiéndose al fuego, no significándose en ningún sentido...), cosa que consiguieron. Pues bien, con todo, a poco que rascaras en sus recuerdos, afloraban las barbaries a las que estuvieron sometidos (Alfonso, por ejemplo, estuvo a punto de ser fusilado, salvándose in extremis por una azarosa coincidencia; Antonio debió quedar tan tocado que planeó ingresar en un monasterio de clausura en el que, tal vez, olvidarse de todo, aunque ya estaba casado y tenía un hijo). Probablemente, nada de eso esté fuera de lo normal en una guerra, pero a mí, obviamente, me toca muy cerca. Bien, pues, cuál será la estupidez humana, que los hijos de mis abuelos, mi padre y mis tíos, no han llegado a comprender todavía el horror por el que pasaron sus padres. Incluso mi "augusto progenitor" sigue siendo hoy un inmoral belicista... ¿Podrá escarmentar en cabeza ajena el ser humano?.
  Precisamente esa es la finalidad de obras como La guerra de trincheras, hacernos entender de una p*** vez la sinrazón de la guerra, la más animalesca versión del hombre. Aquí, el "formato cómic" hace que llegue más fácilmente a las generaciones más jóvenes, verdadero futuro de la sociedad.

lunes, 17 de agosto de 2015

"Días de destrucción, días de revuelta", por Chris Hedges y Joe Sacco.

 Los de Planeta han presentado este volumen como una novela gráfica, lo cual es, al menos, inexacto. Días de destrucción, días de revuelta es una colaboración entre el periodista Chris Hedges y el dibujante Joe Sacco. De Sacco ya escribí en una entrada anterior, y de Hedges hay mucho, aparentemente que decir. Chris Hedges es un rara avis en el panorama periodístico estadounidense: un tipo que se autodefine "socialista" (lo cual es como colgarse un sambenito perpetuo en aquel país), pastor presbiteriano, columnista para The New York Times (adalid del neoliberalismo mundial) y activista del movimiento "Occupy Wall Street".
 Esa extraña mezcla ha puesto a Hedges en el disparadero político más de una vez, y él, todo hay que decirlo, no se calla una. La consecuencia es que es uno de los tipos más admirados y también de los más odiados de su país, un líder de opinión, ¡vaya!
 En verdad, este libro es un estudio sociológico sobre la aparente necesidad que tiene el ser humano de oprimir y explotar a su hermano, sobre todo al más débil; la búsqueda de la desigualdad, del conflico, de la afrenta. En distintos relatos, se narra la humillación sistemática que sufren las minorías en Estados Unidos, desde los indios Lakota recluidos en las reservas, pasando por los guetos afroamericanos o los inmigrantes centroamericanos explotados en opulentos suburbios.
   De forma casi residual, aparecen las viñetas de Sacco, dando imágenes (en tinta, eso sí) a todas esas brutalidades cotidianas que, quizá por estar tan "normalizadas", no salen en los diarios.

Ahora leyendo: "Los ojos del hermano eterno" y "Miedo", relatos de Stefan Zweig.

 De primeras me sorprendió el tremendo cambio en la ambientación del relato, ya que Zweig ( y también Joseph Roth) se caracterizan por localizar en unas coordenadas espacio-temporales muy concretas sus narraciones: en Europa Central y en el período de entreguerras. El primer relato, Los ojos del hermano eterno, está ambientado en la India (no se explicita, pero se intuye por nombres y topónimos) en una época antigua. Sin embargo, el espíritu creativo de Zweig late con fuerta en este lugar tan exótico; los motivos que impulsan la mente de Virata, el personaje principal, son los mismos que lo hacían en otros relatos y que él mismo tuvo como motor existencial: la búsqueda de la libertad, de la vida sin ataduras emocionales, sin servidumbres.
  Virata es un gran guerrero, sus hazañas bélicas le granjean el favor de su rey y el temor de sus iguales. En una ocasión, en una batalla nocturna, descubre que ha matado sin saberlo a su propio hermano. Horrorizado, cambia su forma de vida de forma gradual: se va alejando del mundo, comprendiendo, en primer lugar que no puede juzgar a nadie, pues, en esa acción, ya está presente la injusticia; después intuye que no puede poseer nada (casa, tierras, riquezas...), pues así está violentando la naturaleza. Se va desligando de todo.
   No obstante, en su apartada santidad, Virata influye sobre otras vidas, aun cuando él no lo desee, haciendo que otros le emulen. Finalmente llega a la conclusión de que toda acción (incluida la inacción) tiene su consecuencia, y que no se puede ser puro de corazón totalmente en la vida. Vuelve a su rey y le pide la ocupación más humilde que tenga: terminará su vida cuidando a perros sarnosos.