domingo, 21 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "The Hobbit", por J.R.R. Tolkien.

 Tal vez ha sido leer a Roald Dahl en su lengua nativa, lo cierto es que algo ha despertado en mí las ganas por leer en inglés (la única lengua que, tristemente, puedo leer fluidamente además del español). No sé, tal vez el intenso cambio mental que supone leer en una lengua que no es la materna me estimula lo suficiente como para leer a autores que, lamento decirlo, están, literariamente hablando, muchos escalones por debajo de los que leo en castellano. Así, leer en inglés a Tolkien, a Dahl o a King tiene un aliciente que hacerlo en mi lengua probablemente no tendría. Comienzo, pues, con este.
  Lo más curioso es que este libro es una edición de 1988 recuperado de mi casa familiar, lo cual presupone que yo lo compré a la tierna edad de diecisiete o dieciocho años. Más que nada porque teniendo en cuenta la patética incapacidad lectora de mi familia (más aún si cabe en una lengua extranjera) no queda otra posibilidad más que un servidor lo introdujera en aquella casa, algo que no consigo recordar haber hecho y que seguro no he leído.
 Refiriéndome ya a la novela fantástica en concreto (y habiendo visto numerosas veces las adaptaciones cinematográficas dirigidas por Peter Jackson) encuentro que, a diferencia de lo que siempre se dice, la película supera al texto. Sí, puede ser una excepción, pero así es. En el texto de Tolkien las relaciones entre los personajes están mucho menos desarrolladas que en la película, los propios personajes son más planos y no hay evolución psicológica de los mismos; de hecho el texto me está pareciendo un poquito simplón (incluso leyéndolo en inglés).
  La personalidad de Thorin, por ejemplo, está mucho mejor diseñada en la película, que lo presenta como un tipo (un enano, vaya) con  sus problemas en el pasado, con resentimiento hacia muchos (hacia los elfos, hacia Bilbo...), con una personalidad complicada en definitiva; en el libro esto no está desarrollado, lo cual da una imagen más infantil, menos adulta. Las dudas de Bilbo ante la aventura que tienen por delante, su miedo a fracasar está muchísimo más desarrollado en el film que en la novela, esto, también mejora la trama, ya que la dota de verosimilitud y hondura.

viernes, 19 de agosto de 2016

"Needles and Haystacks",por Grant Snider, o la dificultad creativa, tanto como encontrar un aguja en un pajar.

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Cuentos" de Borges, recopilados por la editorial Debolsillo (grupo Penguin Random House).

 No me gusta Borges. Y no comprendo a aquellos que le incluyen en el mismo grupo de Cortázar (aparte, claro está, de los intereses editoriales que llevaron, en esa época, a obligar a leer a los incautos a todos aquellos autores nacidos en algún país latinoamericano). Existen, aparte de la contemporaneidad y nacionalidad alguna escasa coincidencia como la de ser principalmente cuentistas... ahí, en mi opinión, acaba toda semejanza.
  Los cuentos de Cortázar son imaginativos, incluso absurdos, tratan (así lo interpreto) de desmontar la realidad dándole la vuelta como un calcetín. Eso me seduce muchísimo, consigue sacarme una sonrisa, algo que, por desgracia, siempre fue difícil en mí (y cada vez más). Borges también deforma la realidad, pero de una forma muy sutil, en realidad lo más notable en sus textos es la erudición. Borges tenía una verborrea propia de un profesor autista (perdón por la redundancia), de alguien que suelta de todo con un nivel cultural que, al menos a mí, embota. Y, tal vez, esa sea la cuestión: tanto Borges como su amigo Bioy Casares no pretendían contar nada, simplemente elaboran reseñas ingeniosas y un tanto absurdas, demostrando un dominio de la lengua verdaderamente extraordinario, amén de la erudición antes mencionada.
 Pero en este miserable mundo de seres finitos conscientes de su pequeñez, la pretensión es norma. Así, poca gente que quiera ser tomada por culta se atreverá a decir que no le gusta el escritor porteño.
  La unión entre los términos "Borges" y "obra maestra" es, por desgracia, demasiado frecuente.

miércoles, 17 de agosto de 2016

"Ten Short Stories", por Roald Dahl.

 El fiasco que me llevé con Stephen King (y lo rápido que me lo liquidé) me llevó a comprar, en la misma librería del sureste peninsular, estas historias cortas del cuentista inglés de origen noruego Roald Dahl.
  No sé si fue por buscar relatos en inglés para quitarme el mal sabor de boca que me dejó El ciclo del hombre lobo, aunque, habiendo leído otros cuentos del inglés (aquellos en castellano), había sentido el mismo regusto decepcionante. Por tanto leí estas historias en su lengua original... y volví a sentir lo mismo... Roald Dahl fue un escritor excelente para niños, les preparaba para la mierda de vida que les aguardaba y les invitaba a mantener la imaginación infantil como refugio frente a toda esa mierda que nos hacen tragar los que sonríen (con sonrisa falsa, claro, de político) de forma continua. "Charlie and the Chocolate Factory", "James and the Giant Peach", "Fantastic Mr. Fox" o "The BFG" son extraordinarias historias que se regodean sin tapujos en la única época de la vida humana que tiene sentido: la infancia.
  ¿Y lo demás? Lo demás, lo que escribió para adultos, no otorga esa magia un tanto estúpida pero que logra rejuvenecer el corazón. En realidad, las historias recopiladas en este "Ten Short Stories" son agudas críticas de la hipócrita sociedad que nos ha tocado vivir (que le tocó vivir a Dahl a mediados del siglo XX, que es la misma que nos toca en el XXI): gente que vive de engañar al prójimo y que se ofende horriblemente cuando se siente estafada a su vez (véase los comentarios despectivos sobre los políticos de los "honrados" ciudadanos que se aprovechan del débil cuando pueden); mujeres que se vanaglorian de su feminidad pero en realidad son marimachos mandones que solo quieren dominar a los demás; anticuarios que, disfrazados de clérigos, tratan de engañar a pobres aldeanos para comprar a precio de saldo antigüedades valiosas... todo narrado con un humor sarcástico y negro, muy, pero que muy inglés.

"El ciclo del hombre lobo", por Stephen King.

 En mis "mini-vacaciones" estivales llevé solo la novela de Cortázar antes reseñada, y claro, se me quedó corta, así que, buscando una lectura liviana para soportar la canícula murciana compré esto:
  No soy lector habitual de Stephen King aunque haya leído algunas, que recuerde ahora mismo: Cujo, The Green Mile, Pet Samatary o Night Shift. Nótese que los títulos están en inglés, y es que todas ellas las leí en su lengua original; no es que sea un gran conocedor de la lengua de Shakespeare, pero tengo los conocimientos y prácticas suficientes para leerlas en inglés y, por otro lado, la literatura del bueno de Stephen King no es precisamente la más compleja y difícil para leer en "versión original"... Ese fue mi error: comprar esta novela breve en castellano, porque la sensación que me ha dejado es de insatisfacción, de una liviandad excesiva... buscaba lecturas fáciles, pero me encontré con una demasiado facilona. 
  No, King no es Tolstoi... ni creo que lo pretenda ser, pero lo que leí con anterioridad me pareció de mejor calidad: argumentos más trabajados y con más giros, personajes mejor delineados, prosa ligeramente más cuidada... sin embargo, El ciclo del hombre lobo me ha parecido ramplona y predecible. Decía antes lo de que mi error fue leerla en castellano porque, tal vez, las otras también fueran ramplonas, pero al leerlas en inglés me parecieron de mayor enjundia... tal vez...

"Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella", por Julio Cortázar y Carol Dunlop.

 Nunca me gustaron los libros de viajes. Suelen ser híbridos entre narrativa y ensayo con un fortísimo componente de egocentrismo que los hace infumables; sin embargo, por respeto a los maravillosos momentos que me han librado de la depresión sever, creados por Cortázar, decidí leer este libro:
  Los autonautas de la cosmopista narra un viaje entre París y Marsella que llevó a cabo Julio Cortázar con su mujer (la tercer y última) Carol Dunlop en la primavera de 1982. La singularidad del viaje, en una furgoneta Volkswagen, fue que se detuvieron en cada apeadero de la autopista, lo cual les llevó a tardar un mes en realizarlo. En realidad todo esto no tendría interés alguno si no fuera porque el viajero es Cortázar, un tipo con una imaginación tan desbordante que la más mínima anécdota puede ser convertida en una reflexión trascendente sobre la vida y la muerte, y así es: rutinas vulgares de un pareja que decide "desperdiciar" un mes de sus vidas (ya acabándose, como luego se verá) en una autopista francesa son convertidas en lúcidas meditaciones que consiguen que paremos nuestro frenético y estúpido ritmo de vida (a toda velocidad hacia el féretro) para contemplar la sencilla belleza de una florecilla silvestre brotada a centímetros del asfalto.
  No está mal, no es, ni de lejos, lo mejor del argentino, pero logra arrancar una sonrisa de ternura en nuestras acartonadas caras. Por cierto, antes dije que en esa época sus vidas estaban prontas a acabar: Carol moriría en noviembre de ese mismo año y Julio dos años después.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La perla", por John Steinbeck.

 Debía ser el año 1995, vivía yo entonces, de forma intermitente, en una casa que mi padre había comprado a un hermano suyo en Buitrago de Lozoya, en soledad (como casi siempre) con la inestimable compañía de Alba, la perra; allí podía alejarme del maltrato familiar y social en general y fingir una suerte de autonomía personal. Por aquellos días leía con fruición la obra principal de Steinbeck, Las uvas de la ira, y el recuerdo de aquella soledad bien acompañada por la literatura y el animal me vuelve con relativa frecuencia. Ahora empiezo un relato (hoy casi se podría llamar novela breve), La perla.
  A Las uvas de la ira siguió, años después, De ratones y hombres, así como Una vez hubo una guerra. Steinbeck fue siempre un referente para mí, no tanto como escritor sino como persona, como intelectual. Fue un tipo capaz de reconocer lo verdaderamente importante en la vida: la amistad, las experiencias, reforzar la humanidad de cada uno... tan diferente de los imbéciles que dominaban el mundo en su época (y hoy, sus hijos y nietos, tan imbéciles como sus antepasados, siguen haciendo) que valoraban bobadas sociales (dinero, títulos, posesiones, estatus social...). Las novelas de Steinbeck son verdaderos alegatos del más fino humanismo, liberado de toda esa bazofia que nos enfanga desde el principio de los tiempos. Su estilo, por otro lado, es natural, sin ampulosidades ni pretensiones, lo que en aquellos años se empezaba a denominar "estilo periodístico" por su sencillez.
  La perla es un relato en el que la belleza del ser humano más pobre y humilde resalta frente a la maldad retorcida del rico... tal cual la vida es. Una familia de indígenas (no se dice de donde, pero se supone que de México o California, tanto por los nombres como porque California fue la tierra del autor y donde se ambientan casi toda sus obras) que viven en extrema pobreza y sufren una desgracia más: su único hijo es picado por un escorpión. La familia, aterrorizada pide la ayuda del único médico del pueblo, que los despide entre desprecios al no poder pagar sus servicios; sin embargo, la Providencia les premia con lo único que podría cambiar su existencia, el hallazgo de una perla. Súbitamente todo cambia, el otrora despreciativo médico trata por todos los medios de cuidar al pequeño enfermo, el cura que solo atendía a los blancos visita por primera vez a la familia... todo al revés por culpa de la repentina riqueza. No cabe duda de que Steinbeck era un moralista muy cercano a la de la verdadera fe cristiana (no la aparente que se esconde tras grandes casas, títulos o estatus social aunque vista ropas eclesiásticas) sino aquella recogida en el Sermón de la Montaña, algo muy parecido al de otro gran escritor, en este caso ruso, Lev Tolstoi.

sábado, 6 de agosto de 2016

"El busto del Emperador", por Joseph Roth.

 Un relato, otro más, de Roth, con la misma temática: la pérdida de la patria (Austria-Hungría) y el desarraigo emocional que supone sentirse en fuera de juego.
  Me sigue encantando la facilidad con la que este tío es capaz de hacernos entender un sentimiento que hoy podría parecernos tan ajeno, sin embargo, este relato es mucho más flojo que otros. Es más flojo porque el personaje (el conde Morstin) está mucho peor acabado que otros, tal vez porque el relato es muy corto y no daba para más; también es más flojo porque no hay evolución alguna, ni de los personajes ni de la situación, y esto si se percibe en otros textos de Roth.
  Tal vez por la menor calidad del relato, me ha dado por pensar críticamente sobre esa sensación de desarraigo y alienación tan propia del autor. En El busto del Emperador se llega a describir al conde Morstin como un tipo estrafalario que incluso acaba vistiendo el uniforme imperial que usara décadas antes, provocando así el pasmo cuando no la hilaridad de sus convecinos del pueblo de la entonces Galitzia austríaca, después Polonia. Ese sentirse fuera de juego del conde coincide plenamente con la vida de Joseph Roth, hasta el punto de que el personaje bien podría ser otro alter ego del autor. Ambos fueron privilegiados en tiempos del imperio, y ambos perdieron de golpe y plumazo (más bien de golpe y escopetazo) todos sus prebendas y canonjías. 
 Lo peculiar es que Joseph Roth se definió más como persona por lo que no fue (o por lo que no se sintió) que por lo que fue. Así, Roth fue un judío no judío (ni practicaba ni se identificaba), fue un polaco ucraniano no ucraniano ni polaco (nació en Brody, entonces Polonia, ahora Ucrania, pero no hablaba polaco ni ucraniano, sino alemán), y fue, probablemente, un aristócrata no aristócrata (defendió a muerte el orden cuasi feudal del Imperio austro-húngaro cuando él no era más que un plebeyo)... En fin, no siendo tantas cosas pero viviendo bien en un régimen decadente no es tan raro que uno se sienta fuera de juego cuando este desaparece.

viernes, 5 de agosto de 2016

"Trampantojo #78", por Max (http://max-elblog.blogspot.com.es)

Imagen tomada del sitio http://max-elblog.blogspot.com.es/

"La última posada", lectura "interruptus"...

 No era lo que yo esperaba, ya lo dije. Son un montón de apuntes del autor húngaro sobre su profesión, sus experiencias en los campos de exterminio, su peculiar forma de judaísmo, su relación con otros colegas... no una novela. No obstante, hay conclusiones y pensamientos sobre la existencia muy agudos, y otros sobre la futura llegada del Nobel (parece ser que estos apuntes fueron escritos a finales de los noventa y el premio le fue otorgado en 2002) que son muy clarividentes, entre ellos uno que ha calado entre sus lectores y que era algo como: "siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado", que, principalmente era una queja por el hecho de ser escritor en una lengua minoritaria a nivel mundial, el húngaro.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Se equivocó, pues, el señor Kertész, ya que recibiría el tan ansiado premio en su versión literaria aquel año 2002.
 Al margen de premios y reconocimientos, el texto me ha parecido áspero y depresivo, hasta el punto de calificarlo, según reza esta entrada, "lectura interruptus", es decir, que he dejado a medias el libro, no creo haber llegado al tercio de su longitud, pero es que me estaba empezando a dañar. En las otros textos que he leído del húngaro (estas sí, verdaderas novelas) se aprecia un profundo pesimismo existencial, pero en La última posada, al ser una obra tan claramente autobiográfica, un verdadero diario en realidad, la depresión es innegable, y la sombra del suicidio planea por todas partes, hasta el punto de que me ha sido imposible seguir adelante con su lectura, teniendo en cuenta mi personalidad también depresiva.
 En todo caso, sigo opinando que en el mundo editorial no todo vale (como, parece ser, opinan los editores), y se hace necesario explicar qué es lo que se publica (novela, ensayo, diarios...) por mucho que sea más interesante económicamente hablando publicar lo que sea de un premio Nobel.