Un relato, otro más, de Roth, con la misma temática: la pérdida de la patria (Austria-Hungría) y el desarraigo emocional que supone sentirse en fuera de juego.
Me sigue encantando la facilidad con la que este tío es capaz de hacernos entender un sentimiento que hoy podría parecernos tan ajeno, sin embargo, este relato es mucho más flojo que otros. Es más flojo porque el personaje (el conde Morstin) está mucho peor acabado que otros, tal vez porque el relato es muy corto y no daba para más; también es más flojo porque no hay evolución alguna, ni de los personajes ni de la situación, y esto si se percibe en otros textos de Roth.
Tal vez por la menor calidad del relato, me ha dado por pensar críticamente sobre esa sensación de desarraigo y alienación tan propia del autor. En El busto del Emperador se llega a describir al conde Morstin como un tipo estrafalario que incluso acaba vistiendo el uniforme imperial que usara décadas antes, provocando así el pasmo cuando no la hilaridad de sus convecinos del pueblo de la entonces Galitzia austríaca, después Polonia. Ese sentirse fuera de juego del conde coincide plenamente con la vida de Joseph Roth, hasta el punto de que el personaje bien podría ser otro alter ego del autor. Ambos fueron privilegiados en tiempos del imperio, y ambos perdieron de golpe y plumazo (más bien de golpe y escopetazo) todos sus prebendas y canonjías.
Lo peculiar es que Joseph Roth se definió más como persona por lo que no fue (o por lo que no se sintió) que por lo que fue. Así, Roth fue un judío no judío (ni practicaba ni se identificaba), fue un polaco ucraniano no ucraniano ni polaco (nació en Brody, entonces Polonia, ahora Ucrania, pero no hablaba polaco ni ucraniano, sino alemán), y fue, probablemente, un aristócrata no aristócrata (defendió a muerte el orden cuasi feudal del Imperio austro-húngaro cuando él no era más que un plebeyo)... En fin, no siendo tantas cosas pero viviendo bien en un régimen decadente no es tan raro que uno se sienta fuera de juego cuando este desaparece.
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