jueves, 13 de julio de 2017

"Moscú: Frontera", por Jiri Weil.

 Tercer libro (y último de los disponibles hasta el momento en español) que leo de Weil. Esta vez vuelve a la narración en tercera persona, aunque también tiene claros tintes autobiográficos: parece ser que Weil fue enviado a la Unión Soviética por el partido comunista checo, al que pertenecía, con la finalidad de traducir al checo las obras de Lenin. Lo que allí se encontró tuvo que chocar bruscamente con el idealismo del joven comunista, ya que topó con el más brutal estalinismo; tanto fue así que llegó a ser deportado temporalmente a Kazajistán.
  Ese choque entre el individuo y la colectividad, entre lo esperado y lo encontrado, entre el ideal y la realidad es, en toda la obra del autor checo, una constante. De aquí se puede inferir la honradez del intelectual que no se pliega a ideas preconcebidas o a ideales impuestos, sino que pasa por el filtro de la razón todo aquello que experimenta. Esto lleva al ostracismo más absoluto del intelectual, que no es apreciado por los rebaños (normalmente se hace referencia a un solo grupo de biempensantes ciudadanos, pero, en general, suele haber varios grupos enfrentados). El pensador debe ser siempre un marginado por una sociedad que no quiere avanzar en dirección alguna sino solo sentirse cómoda en el calor que emana del grupo. En la sociedad actual, por ejemplo, los políticos, periodistas y demás líderes sociales fomentan el maniqueísmo formando dos grandes grupos enfrentados... y la inmensa mayoría de los ciudadanos se deja manipular.
  Weil, por el contrario, siguió su propio camino y, como bien recuerda su traductor y prologuista, Eduardo Fernández Couceiro, fue un traidor para los comunistas, un comunista para los burgueses, un judío para los nazis y un renegado para los judíos. Con estas filias por parte de sus coetáneos difícilmente se puede llegar a líder social; sin embargo, sus textos destilan una autenticidad y una honradez muy complicadas de encontrar en nuestros días.

martes, 11 de julio de 2017

Vidas cortas, vidas intensas.

 Es extraordinario el número de escritores de renombre que fallecieron jóvenes, apenas alcanzada la edad en la que se les supone ya una madurez creativa. Algunos de ellos, incluso, se quitaron la vida en plena juventud. ¿Hay algo propio de sus caracteres o talentos que les haga llevar vidas breves e incluso desgraciadas? Tal vez la exacerbada sensibilidad que les permite crear páginas que nos emocionan y dan sentido a nuestras vidas tiene como contrapartida la extrema tendencia al sufrimiento propio o incluso una falta de capacidad de luchar contra las adversidades de la vida real, toda vez que sus mundos más queridos son imaginados y volubles; o puede que el motivo sea más prosaico, que simplemente sea la dedicación tan ingrata (socialmente hablando, nunca en lo personal) que no genera ingresos lo que los lleve a tan amargo final en la flor de la vida.
 Tres suicidas: John Kennedy Toole (muerto a los 31 años), Robert E. Howard (30) y Sylvia Plath (a los 30). Los dos varones con difíciles relaciones con madres autoritarias y entrometidas, la mujer con depresiones continuas; con todo los tres dejaron huella literaria indeleble en las décadas siguientes.
 Otros no se suicidaron pero llevaron igualmente vidas cortas, ejemplos: Poe (40 años), Pessoa (47), Lovecraft (46) o W. H. Hodgson (40). Son unos pocos ejemplos de autores leídos, admirados e imitados hasta la saciedad que no consiguieron la felicidad en el mundo terrenal, o si la percibieron estaría más en sus mentes que en la realidad.

  Analizando sus vidas se comprueba que no fueron "verdaderos campeones" de la vida social, sino todo lo contrario, gente retraída cuyos mundos estaban más en las páginas impresas que en la vida cotidiana; tal vez esta sea la explicación más plausible: la falta de medios para su subsistencia que los llevó a no soportar la tediosa cotidianeidad.

 Puede que sus mundos reales fueran demasiado vulgares para lo que anidaba en sus cabezas. Sus coetáneos, en cualquier caso, no supieron apreciar la calidad excelsa de sus escritos y despreciaron (como hacen todos los ignorantes) lo que no entendieron.

 Es, probablemente, una constante que pervive y prevalecerá en la especie humana mientras ésta exista: la sociedad promociona a los mediocres, que son aquéllos que no tienen dificultades para encontrar acomodo en la grisura común (léase trabajos bien remunerados y estupidez suficiente para atontarse con su pobreza intelectual).
Imágenes extraídas de Commons Wikimedia
 Puede, incluso, que la creatividad literaria sea una herramienta adaptativa que nos permita a unos pocos luchar contra la degeneración intelectual que promueve como norma la sociedad del "mono desnudo".

jueves, 6 de julio de 2017

¡Qué fantásticos son los relatos fantásticos!

 ¡Y qué diferentes son entre sí! En la antología de Valdemar titulada Malos sueños hay tal variedad, lógica si tenemos en cuenta que el primer relato, La iglesia de los jesuitas de G..., fue escrito por E.T.A. Hoffmann a principios del XIX y el último, Anfiteatro, fue escrito por Pilar Pedraza hace unos pocos años. Doscientos años de diferencia temporal, amén de los cambios culturales y geográficos explican la variedad que no hace sino enriquecer la selección. Por eso son tan interesantes este tipo de antologías, porque permite apreciar los cambios estilísticos que van produciéndose a lo largo de los siglos.
 En otro orden de cosas, también se percibe las diferencias tremendas de calidad entre unos y otros. Tal vez más que calidad es distinto enfoque, pero lo cierto es que unos relatos han envejecido mejor que otros, o puede que unos encajen mejor en el gusto actual. Lo cierto es que en la antología hay ciertos relatos que están compuestos de manera sublime en el aspecto formal, no tienen tacha alguna... y, sin embargo, les falta muchísimo "mordiente". Los ejemplos más claros son los de Emilia Pardo Bazán (La resucitada) y Leopoldo Alas Clarín (Mi entierro); ambos son formalmente impecables, pero desde que lees el título sabes cuál será el desenlace, queda todo dicho desde las primeras palabras.
Vernon Lee pintada por John Singer Sargent. Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  Todo esto es especialmente manifiesto en Vernon Lee, escritora británica cuyo nombre real fue Violet Page y que, como buena británica, nació en Francia y murió en Italia. El relato de esta autora, Un fantasma enamorado, es, de nuevo, perfecto en su prosa, pero desde los primeros párrafos ya está todo destripado, a medida que se lee se anticipa el fin. Una verdadera pena.
 Por eso los grandes revolucionarios del relato de terror como Lovecraft consiguen masas de seguidores, porque es un maestro de los giros argumentales que te dejan con el corazón en vilo. Son relatos cortos aparentemente anodinos pero que a pocos párrafos del final cambian tan bruscamente que te corta la respiración y deseas leerlo de nuevo. Quizá ahí esté la diferencia entre los grandes escritores y los genios.

domingo, 2 de julio de 2017

Bartleby o la defensa de la pasividad.

 Recientemente antihéroes literarios como Bartleby u Oblómov han sufrido una reinterpretación muy diferente de la que sus creadores quisieron darles. Melville y Goncharov respectivamente querían hacer burla de arquetipos humanos pasivos, incluso patéticos. Bartleby es una rareza en la creación literaria de Hermann Melville, quien construyó siempre personajes heroicos, voluntariosos, tesoneros, casi indestructibles. Los protagonistas de Moby Dick o Benito Cereno son aventureros clásicos al estilo de los de Julio Verne; Bartleby, por el contrario, es la abulia personificada, un tipo que se abandona hasta la muerte con su famoso "preferiría no hacerlo". ¿Qué duda cabe de que Melville se estaba burlando de ese carácter?
 Goncharov también denuncia en su orondo y apático Oblómov a esa nobleza baja rusa que en las postrimerías del zarismo dejaba sus tierras improductivas y q los que sus pocos siervos robaban y manipulaban. Denunciaba el ruso el antipatriotismo de estos pequeños terratenientes que mantenían a la Gran Rusia en un atraso sin solución; solo los rusos de etnia alemana (alemanes del Volga) salen bien parados en la novela, por su laboriosidad y diligencia son el contrapunto del ocioso Oblómov.
 Pero el personaje literario que más ha sufrido evolución en la interpretación de sus lectores es, sin duda, Don Quijote. Ya nadie pone en tela de juicio la voluntad de Cervantes de hacer burla de un tipo de nobleza baja castellana que vivía de honores ya pasados, de glorias mohosas y anticuadas y que se alienaba las ya por aquel tiempo obsoletas novelas de  caballería. Cervantes ideó un libro burlesco, cómico, para puro divertimento del lector... y con el paso de los siglos consiguió lo contrario: un antihéroe entrañable, humano, de una profunda inteligencia emocional, una honradez a prueba de bombas y una torpeza social apabullante. Alonso Quijano era, en verdad, un auténtico "antisistema" de su época, mientras que aquéllos que hacían burla de él (venteros, prostitutas, curas, bachiller...) todos ellos eran el sistema socioeconómico imperante, apegado a la putrefacta realidad, viendo molinos donde en realidad había gigantes (la realidad del corazón y la mente), o rebaños de ovejas donde había ejércitos invasores. No meto a Sancho entre estos individuos "prosistema" porque su humildad extrema y el hecho de anteponer su buen corazón a la lógica aplastante de los hechos le llevaba a estar mucho más cerca de Quijote (a comprenderlo, perdonarlo y quererlo) que a sus coetáneos.
 Quedamos, pues, que esos tres personajes literarios (Bartleby, Oblómov y Don Quijote) eran, en realidad, "antisistemas" que, si bien no ejercían fuerza contra el sistema socioeconómico de sus respectivas épocas, al  menos no colaboraban con él. La pasividad (ese gran defecto que ha sido denostado por todos los prhombre -y hoy también por las "promujeres"- desde la antigüedad) ha puesto palos en las ruedas de la injustos sistemas sociales (ya fueran del siglo XVII, XIX, XX o XXI) que provocan que los hombres se maten entre sí, que promueven las desigualdades, que nos convierten en animales de producción.
 No solo en el ámbito literario han existido este tipo de antisistemas pasivos. No hay duda de que Gandhi, hoy mundialmente reconocido como un icono de la paz, con sus gloriosas sentadas que imitaron miles de sus compatriotas paralizó la maquinaria del otrora invencible Imperio Británico y provocó que se tambaleara y acabara por abandonar el subcontinente indio a sus legítimos propietarios. Otros personajes como Tolstoi, Kropotkin o Bakunin también rompieron con las mecánicas del sistema dominante, si bien no tuvieron tantos seguidores ni éxitos como Gandhi. ¿Cuál fue el arma del líder indio? La resistencia pasiva, la no colaboración... ¡ésa es la respuesta!
 Hoy, 2017, el sistema socioeconómico se manifiesta con una virulencia sin límites: a las guerras por meros intereses económicos (hoy Siria, Irak, pero también Europa y América) se suma la muerte de cientos de miles de migrantes que solo buscan un futuro mejor para sus hijos para acabar ahogándose en el Mediterráneo o desapareciendo en el Desierto de Sonora; ya en los "países ricos" la desigualdad social aumenta cada día, introduciendo a los niños en ciclos productivos (preparándolos para ser soldados del sistema en todos los colegios e institutos) y precarizando la vida de aquellos que acabarían matando (o lo que es lo mismo haciendo lo que su jefe y la sociedad ordene) por un mísero pedazo de pan. Aquéllos que, mezquinamente, luchan por el sistema con sus trabajos (cuanto mejor pagado y más prestigioso mejor), sus casas (cuanto más grandes y lujosas mjor), sus coches (cuanto más contaminantes mejor), sus títulos (cuanto más elevados mejor)... se horrorizan ante aquellos que bajan los brazos y prometen no trabajar por el sistema. No se trata de poner bombas o asesinar, simplemente con bajar los brazos y no trabajar por el sistema vale. Pasaremos nuestras vidas leyendo como Don Quijote, sentados ante la maquinaria como Gandhi o con audaces desaires como Bartlebly. Lo digo yo: "preferiría no hacerlo".

miércoles, 28 de junio de 2017

"Malos sueños", recopilatorio de relatos de terror editado por Valdemar.

 El enésimo recopilatorio de cuentos de terror publicado por la editorial Valdemar que leo. Y siempre acabo diciendo lo mismo, pero es que es absolutamente cierto. Se trata de pequeños volúmenes (libro de bolsillo), normalmente encuadernados en rústica, con cerca de mil páginas de buena literatura (lo cual los convierte en pequeños pero gruesos volúmenes), y, lo más importante, los mejores autores de todos los tiempos(sobre todo del siglo XIX, la era dorada del cuento de terror).
  Porque, como siempre digo, lo mejor es la granada selección de autores: E.T.A. Hoffmann, Mary Shelley, Alejandro Dumas, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Thomas Hardy, Ambrose Bierce, Bram Stoker, Guy de Maupassant, Stevenson, Pardo Bazán, Clarín, Conan Doyle, Rudyard Kipling, H.G. Wells entre otros aseguran que el pequeño tomo contiene la crème de la crème de esta literatura tan sugerente.
 Otra cosa que me gusta de estas publicaciones es que los cuentos están ordenados por orden cronológico de sus autores, con lo cual se perciben los cambios estéticos y argumentales que iban variando con el paso de los años: de las prosas más barrocas y adjetivadas de Hoffmann o Shelley a las más rápidas y periodísticas de Kipling o Wells, por ejemplo.
  Naturalmente hay altibajos en la calidad literaria, de lo primero que voy leyendo, por ejemplo, el relato de Alejandro Dumas (Historia de un muerto...) está a años luz de una rebuscada y excesiva en florituras Mary Shelley (El sueño). Ese es otro atractivo de estas antologías, poder apreciar la calidad excelsa sabiendo que todo es "caviar beluga".

sábado, 24 de junio de 2017

Conclusiones sobre "Vida con estrella"

 Conclusiones semejantes a las de Mendelssohn en el tejado, aunque Vida con estrella me ha gustado menos. He echado en falta el fino humor negro que encontré en la primera y que era el contrapunto perfecto a la brutalidad nazi; me ha gustado mucho de la segunda, no obstante, el planteamiento personal de supervivencia del personaje (alter ego de Weil, que en la vida real fingió el suicidio para pasar desapercibido y poder escapar al destino que alcanzó a seis millones) que trata de minimizar su existencia para así desaparecer ante la corrupta sociedad.
Imagen extraída de Commons Wikimedia
  La narración sigue siendo, como ya anticipé, sencilla y directa, sin ampulosidad ni falsas pretensiones, algo que, habiendo leído más de una porquería incalificable, se agradece mucho. Pero, como también anticipé, me ha gustado sobremanera que no introdujera ni una sola vez el término judío, nazi o alemán (se refiere a estos términos como "los nuestros", "ellos" o "la lengua extranjera"), esto es interesante porque se consigue extrapolar la barbaridad cometida por un grupo político y nacional sobre otro cultural y étnico al conjunto de la humanidad. Es decir: si hay algo importante a entender hoy, en 2017, sobre la Shoah es la extrema facilidad con la que una sociedad entera, presa del miedo, de la irreflexión y del odio llega a asistir indiferente al exterminio de millones de seres humanos. Siempre habrá nazis y judíos, solo cambian los nombres y el aspecto, en realidad no es más que la mayoría biempensante eliminando a la minoría diferente. Haremos bien en mirarnos al espejo con actitud crítica con regularidad para no caer en ello.

martes, 20 de junio de 2017

"Vida con estrella", de Jiri Weil.

 Leí de este tipo Mendelssohn en el tejado, y me pareció una de las mejores novelas sobre la ocupación nazi, en este caso de Praga, y las barbaridades cometidas. Me gustó su tono sencillo, sin grandes pretensiones dramáticas; el resultado, sin embargo, era conmovedor (para los que tenemos sensibilidad, claro) pero huyendo del sentimentalismo facilón. Tenía, incluso, sus perlas de humor negro que aumentan el verosimilitud del relato. Ahora comienzo con esta:
  En este caso se supone que la mayor parte de las vivencias del protagonista fueron sufridas por el propio Weil, que, durante la ocupación nazi de su ciudad, consiguió sobrevivir habitando de forma desapercibida en viviendas deshabitadas. La prosa es igualmente directa, no hay dramones. Lo más sorprendente es que en ningún momento utiliza las palabras nazi, alemán o judío; pero para cualquier lector con un mínimo de nivel cultural sabe dónde y cuándo se desarrolla la acción. Es una novela de una lectura facilísima, pero ni lo que cuenta, ni como lo cuenta es fácil. El protagonista vive en total aislamiento, tratando de no ser detectado, pero con el miedo de acabar siendo detenido; por toda compañía cuenta con un gato callejero, tan solitario y emaciado como él mismo y el recuerdo de una antigua compañera, Ruzena; lo demás es miseria, soledad, hambre y miedo.
  En Vida con estrella (tal vez un juego de palabras irónico entre la estrella de David que habían de llevar los judíos bajo el Tercer Reich, y el sinónimo de suerte, brillo), Weil no deja nada en el tintero, la crudeza es evidente, pero deja al lector que ponga el juicio de valor, él solo narra fríamente.

domingo, 18 de junio de 2017

"Cogito, ergo sum" (pienso, luego existo, acabando por la lectura y escritura que nos dan real existencia) por Grant Snider (incidentalcomics.com)


"El triunfo de la belleza", de Joseph Roth.

 Un relato o novela breve en la órbita de Roth, hasta cierto punto; y fuera de su órbita, en otro plano.
  Está en su órbita por la forma intimista y lenta de narrar, por la situación espacio-temporal (antes y después de la I Guerra Mundial, antiguo Imperio Austrohúngaro); pero, en otro sentido, el tema es nuevo. Roth narra en primera persona la experiencia de un médico al que le es encomendada la mujer de un amigo que ha de incorporarse a su destino en Belgrado; la mujer resulta ser casquivana hasta la médula, engaña a su marido con mil y un amantes... todo eso no tiene mucho de particular, si no fuera porque lo tapa todo con una supuesta debilidad física.
  Esta última parte del argumento es la que no había encontrado en Joseph Roth (y he leído todo lo que se ha publicado en castellano de este autor). Destila todo una misoginia verdaderamente desquiciante. Entiendo que fue escrito allá por los años 30, cuando el rol de la mujer estaba meridianamente establecido en el hogar y la familia, cuando las virtudes femeninas fundamentales eran la humildad, el retraimiento y el sacrificio en favor de los hijos. Obviamente la retratada Gwendolyne es exactamente lo opuesto: superficialidad, coquetería, inmadurez... Es algo que no había encontrado hasta ahora en el escritor vienés. Ya rebuscando en la memoria, reconozco que no hay apenas personajes femeninos en su narrativa, pero de ahí a hacer uso de los más manidos tópicos machistas para descalificar al "bello sexo"... Me ha dejado francamente turulato y un tanto desanimado. Me viene a la cabeza aquel viejo adagio de "el mejor escribano echa un borrón"; este relato, a la luz del siglo XXI, es un borrón evidente. Espero que no haya muchos lectores que juzguen la larga producción literaria de Joseph Roth por este panfleto misógino, pues, al margen de esto, sigo pensando que es uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX.

sábado, 17 de junio de 2017

"Judíos errantes", de Joseph Roth.

 Roth es considerado uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX, y todavía está siendo descubierto. Pero, en realidad, Joseph Roth era más periodista que escritor, alguien que tenía un estatus muy respetado en la prensa escrita de Viena, capital por entonces de esa amalgama de culturas, pueblos y naciones conocida como Imperio Austrohúngaro. Las pocas fotografías del periodo anterior a la Gran Guerra muestran a un Roth sonriente, lujosamente ataviado, refinado incluso que disfruta del éxito profesional y personal. Las imágenes tras la guerra, no tienen nada que ver, Roth es un hombrecillo de mediana edad de aspecto cansado y frustrado que ha perdido lo mejor de su vida y ha ganado lo peor: ha perdido su propio país, su trabajo, su situación social privilegiada; y ha ganado algo que, a priori, no tiene nada de bueno o malo per se, pero que habría de confirmarse como algo terrible a lo largo de las décadas de los años 30 y 40, su "judeidad". Obviamente la condición de judío supuso en los países germánicos el billete al asesinato expedido por los fanáticos nacionalsocialistas y las masas silentes que miraban hacia otro lado. Muchos, Joseph Roth entre ellos, tenían una relación muy laxa con el judaísmo: sí, pertenecían a dicho grupo humano, pero ni practicaban la religión ni las tradiciones y se habían asimilado totalmente a la cultura germánica; solo cuando la barbarie nazi se instaura en aquella sociedad, Roth y otros miles son etiquetados como judíos, como subhumanos y solo aptos para los campos de exterminio.
  Judíos errantes son un conjunto de breves ensayos en los que el autor emite jugosas disquisiciones sobre la inmoralidad de lo que ya estaba sucediendo en los años 30 (postración social, pérdida de empleos, deshaucios de viviendas, inicio de detenciones y traslados a campos de concentración), en realidad todavía no había ocurrido la barbarie con letras mayúsculas (Roth moriría en mayo del 39), todavía la maquinaria nazi no había comenzado a asesinar a seis millones de seres humanos de forma industrializada. Con todo, lo que más me ha sorprendido, al menos del primero de los ensayos, es que la actitud más crítica del autor no cae sobre los alemanes arios (tal vez los consideraba ya incapaces de cualquier reacción moralmente aceptable) sino hacia los judíos asimilados culturalmente que recibían con indiferencia cuando no con rechazo a sus congéneres del Este. Puede que fuera una autocrítica, toda vez que, como ya dije antes, él estaba plenamente insertado en aquella civilización occidental.
  Hay ensayos políticos y sociales duros por lo que narran, y otros por lo que anticipan y el tiempo acaba por desvelar. Judíos errantes es, obviamente, del segundo tipo. Y como siempre, para aquellos que puedan estar hartos del drama judío, que piensen que todo aquello que ha sucedido, por pura ley estadística, puede volver a suceder. La maldad fanática de unos pocos combinada con la indiferencia pequeñoburguesa de la gran mayoría puede llevar a la humanidad a cotas de horror ya registradas; en realidad, los dramas humanos se repiten una y otra vez aunque sea a escala menor; el propio título, en su adjetivo, "errantes", nos da una clave sobre aquellos que sufren más en cualquier sociedad, los migrantes, aquellos que no son queridos ni aceptados y que en un mundo con más de 7 mil millones de seres humanos y grandes diferencias socioeconómicas serán siempre los perdedores natos