viernes, 4 de agosto de 2017

"El arca inmóvil", por Gerald Durrell.

 Últimamente leo narrativa principalmente, un poco de poesía y poco más. Sin embargo hay algunas formas de ensayo que no suelen ser tan sesudos ni técnicos, sino de ámbito divulgativo. De entre ellos está la de un zoólogo británico de gran fama en su tierra aunque es menos conocido aquí: Gerald Durrell.
  No llamaría literatura estrictamente a esto. Son las vivencias personales y profesionales de un tipo que tiene, eso sí, una frescura y un sentido del humor que hacen muy amena su lectura, al menos para todos aquellos que disfrutamos con la compañía de animales. Con anterioridad había leído otro de sus pequeños ensayos así como su Guía del naturalista, todo narrado con ese entretenido estilo propio.
  En este pequeño volumen narra sus aventuras y desventuras con la puesta en marcha del Zoo de Jersey que él fundara hacia 1959, así como sus personales ideas sobre el funcionamiento de un zoológico, su modernización y justificación.

miércoles, 26 de julio de 2017

"La habitación de la torre, 13 relatos de fantasmas", de E.F. Bennson.

 Continúo con el catálogo de Valdemar. Van a tener que nombrarme "lector honorífico", si es que tal distinción existiera... Lo cierto es que los lectores que gustamos de aquellos relatos fantásticos o con temas que giran hacia lo extraordinario o anormal tenemos una deuda con esa editorial, porque han sacado en unas condiciones muy dignas (de formato y presentación, pero sobre todo de traducción) obras "menores" de autores fundamentales de la literatura romántica (principalmente anglosajones, lo que muchos llaman "literatura victoriana") como Dickens, Wells, Stevenson, Conan Doye, las hermanas Brönte... que era francamente difícil encontrar en nuestra lengua. Ya se sabe que la literatura romántica, anglosajona o no, tenía un gusto por lo oculto y sobrenatural, pero las obras principales acabaron despuntando por el realismo, con lo cual esas supuestas "obras menores" (de las cuales, la casi totalidad están a años luz, por encima, claro, de lo que se publica como grandes éxitos hoy en día) habían quedado marginadas.
  Edward Frederic Benson no era uno de los grandes. Sin embargo, su prosa coincide con ellos en la sofisticación en las descripciones, la notable adjetivación y la originalidad argumental. En inglés sus relatos estuvieron siempre disponibles con reediciones frecuentes, pero en castellano habían caído en el olvido. Gracias, por tanto, a la editorial Valdemar podemos disfrutar de ellos.
 Parece ser que el tal Benson fue uno de los beneficiados de aquella brutalmente desigual sociedad victoriana. No en vano era hijo del arzobispo de Canterbury (el más alto rango eclesiástico de la Iglesia de Inglaterra, sin contar con la reina que sigue siendo "cabeza de la iglesia"), vaya, algo como la vieja expresión popular española para alguien con la inmensa fortuna de ser "hijo de obispo", por lo inusual y destacado de la situación. Tal vez la vida regalada que llevó le inhabilitó para tener la sensibilidad social que otros como Charles Dickens tuvieron hacia los más desfavorecidos.
  Al margen de orígenes sociales, Benson es un extraordinario escritor de relatos fantásticos. Valdemar subtitula el tomo como "13 relatos de fantasmas", lo cual no es totalmente apropiado. Los relatos son típicamente victorianos también en el tema, es decir, no es fácil clasificarlos, pues algunos gustan de apariciones fantasmagóricas, otros de relaciones con el diablo, otros de pesadillas terroríficas, otros de fenómenos extraños e inexplicables, pero todos tienen en común lo fantástico y anormal. Esto quiere decir que los relatos pueden deleitar tanto al que busca lo verdaderamente imaginario e irreal como al que busca una historia bien pergeñada y con prosa cuidada; yo, por supuesto, pertenezco a las dos categorías.

domingo, 23 de julio de 2017

"Mangas cortadas" de Javier Marías, publicado en El País del 23 de julio de 2017.

 Leo en el Times que la máxima preocupación de los estudiantes de Oxford en los exámenes finales se centra en la toga tradicional de esa Universidad. Lo preceptivo es que la mayoría de los alumnos vistan una sin mangas o con unas cortas que no les cubran los codos (no estoy seguro). Sin embargo, los pocos que se hayan ganado becas o se hayan distinguido en los exámenes del curso anterior tienen derecho a presentarse a los nuevos con togas de mangas largas. Quienes protestan por esta diferenciación arguyen que les resulta “estresante” el “recordatorio visual” de que hubo otros que sacaron mejores notas, y que se ponen “nerviosos” al ver así manifestada su “inferioridad académica”. Consideran la permisión de las mangas largas algo “jerárquico” y “elitista”, que “entra en conflicto con los ideales de igualdad”. Por supuesto, no les sirve de acicate para ganárselas este año, sino que piden que se les prohíban a quienes se hayan hecho acreedores de ellas. A éstos, claro, no les hace gracia perderlas por decreto tras haberlas conseguido con esfuerzo. En octubre el sindicato de estudiantes tomará una decisión. Una antigua alumna se ha atrevido a señalar: “Por si lo han olvidado, Oxford es una institución académica, que reconoce la excelencia académica. Todo el mundo es igual antes de un examen, pero no después”.
 Más allá de la pintoresca anécdota, esta cuestión de las togas es sintomática de los actuales y contradictorios tiempos. Recordarán que hace pocos años sufrimos hasta lo indecible aquella máxima estúpida de “Todas las opiniones son respetables”, cuando salta a la vista que no lo es que los judíos deban ser exterminados, por poner un ejemplo extremo. Lo deseable, en principio, es que todas las opiniones puedan expresarse, incluso las abominables. Lo inexplicable es que en poco tiempo hayamos ­pasado de eso a juzgar intolerable cualquier opinión contraria a la nuestra, a la vez que sí resultan tolerables, y hasta dignos de encomio, los insultos más brutales contra quienes emiten esas opiniones que nos desagradan. Bajo pretextos diversos (“discriminación”, “falta de igualdad”, “jerarquización”), muchas personas que someten su trabajo a la consideración pública han decidido “blindarse” contra las críticas y los juicios. Si un estudiante va a la Universidad, sabe de antemano que, si no se aplica, otros sacarán mejores notas, y conviene que se vaya acostumbrando a la competitividad del mundo. Igualmente, si alguien elige ser escritor, o periodista, o actor, o director de teatro o de cine, o pianista, o cantante, o político y desempeñar un cargo, sabe o debería saber que su quehacer será enjuiciado, y le tocaría asumir que, ante las críticas o los denuestos, no le cabe sino encajarlos y callar. Cualquiera puede opinar lo que se le antoje sobre nuestras novelas, poemas, películ­as, canciones, programas de televisión, montajes teatrales, gestiones políticas y demás. Ante la reprobación no nos corresponde quejarnos ni replicar. (Otra cosa es cuando los críticos no se limitan a nuestras obras, sino que entran en lo personal o falsean lo que hemos dicho, o nos difaman: ahí sí es lícita la intervención.)
 Pues bien, de la misma forma que hay estudiantes universitarios —ojo, no párvulos— que consideran una “microagresión” que el profesor les devuelva sus deberes o exámenes corregidos —sobre todo si es en rojo—, cada vez abundan más los artistas y políticos a los que parece inadmisible que se juzguen sus obras y sus desempeños. ¿Quién es nadie para opinar?, aducen. ¿Quién es nadie para asegurar que esto es mejor que aquello, que tal novela es buena y tal otra mediocre? Es más, ¿quién es nadie para decir que algo le gusta o le desagrada (justo en una época en que demasiados individuos son incapaces de articular más opinión que un like)? Hace unas semanas escribí educadamente (tanto que mi frase empezaba con “Quizá yo sea el equivocado …”) que me resultaba imposible suscribir la grandeza de una escritora. Según me cuentan (nunca me asomo a un ordenador ni a las redes), algo tan subjetivo y leve desató furias. Me he enterado poco, ya digo. Pero un señor cuya carta se publicó en EPS me basta como muestra (un señor que se definía como “nosotros, el pueblo”, nada menos). Decía que “no podía estar de acuerdo” conmigo. Uno se pregunta: ¿en qué? ¿En que me resulte imposible suscribir lo mencionado? Si yo hubiera soltado un juicio de valor, como “Es mala”, pase el desacuerdo. Pero no fue así. Meses atrás dije también que cierto tipo de teatro, “para mí no, gracias”, y media profesión teatral montó en cólera, incluidos los monologuistas palmeros. Aquí algo no cuadra. Se ha sabido siempre que quien aspira al aplauso se expone al abucheo, y el que se examina a ser suspendido. Parece que ahora se exige el aplauso incondicional o, si no lo hay, el silencio; y las mangas largas o cortas para todo el mundo. Demasiada gente quiere blindarse y no asumir ningún riesgo. Para eso lo mejor es no salir a escena ni pisar un aula. Vaya (ustedes perdonen), creo yo.

sábado, 22 de julio de 2017

miércoles, 19 de julio de 2017

"I am a Man of Constant Sorrow", The Soggy Bottom Boys.

(In constant sorrow through his days)
I am a man of constant sorrow
I've seen trouble all my day.
I bid farewell to old Kentucky
The place where I was born and raised.
(The place where he was born and raised)
 
For six long years I've been in trouble
No pleasures here on earth I found
For in this world I'm bound to ramble
I have no friends to help me now.
[chorus] He has no friends to help him now 
 
It's fare thee well my old lover
I never expect to see you again
For I'm bound to ride that northern railroad
Perhaps I'll die upon this train.
[chorus] Perhaps he'll die upon this train. 
 
You can bury me in some deep valley
For many years where I may lay
Then you may learn to love another
While I am sleeping in my grave.
[chorus] While he is sleeping in his grave. 
 
Maybe your friends think I'm just a stranger
My face you'll never see no more.
But there is one promise that is given
I'll meet you on God's golden shore.
[chorus] He'll meet you on God's golden shore.

domingo, 16 de julio de 2017

"El testamento de Magdelen Blair y otros cuentos extraños e inquietantes" de Aleister Crowley.

 Aciertan los de Valdemar al titular este volumen como "cuentos extraños e inquietantes". No conocía de la existencia del tal Aleister Crowley, y por la contraportada me pareció todo tan surrealista que dudé en comprar el libro. No me arrepiento de haberlo hecho, aunque muchas lecturas sean francamente desasosegantes.
  Pero no son desasosegantes por el argumento fantástico o terrorífico, estoy más que acostumbrado a ellos. Lo desasosegante viene por la extrañísima naturaleza de Crowley, un individuo de una excentricidad tan desconcertante que no me extraña que en su tiempo fuera considerado como un peligro para la sociedad. Espero no parecer puritano, pero, a juzgar por la reseña biográfica que hace el traductor (Juan Antonio Santos) llevó la vida más errática y "desordenada" que se pueda pensar. Es por ello que los relatos fantásticos se le antojan a uno no tan fantásticos en la vida del escritor.
 Con todo, sería injusto si no admitiera una gran calidad literaria en muchos de ellos. Algunos, incluso, tienen gran parecido a otros que hoy en día consideramos canónicos en la literatura fantástica, como El buscador del alma recuerda claramente a La verdad sobre el caso del señor Valdemar de Poe, únicamente varía el hecho de que en el americano se trataba de la hipnosis en los momentos cercanos a la muerte y en el británico se trata de la administración de fármacos, pero en ambos casos supone la resurrección y el mantenimiento artificial de la vida de un fallecido.
   Otros, como La zorra, son extraordinariamente imaginativos, rompen con cualquier planteamiento clásico incluso para un relato fantástico. Tal vez no sea más que un prejuicio por mi parte, que esté juzgando al escritor por su vida y no por sus textos (craso error). Seguiré adelante con el volumen editado por Valdemar para adentrarme en el pensamiento de "La bestia".

jueves, 13 de julio de 2017

"Moscú: Frontera", por Jiri Weil.

 Tercer libro (y último de los disponibles hasta el momento en español) que leo de Weil. Esta vez vuelve a la narración en tercera persona, aunque también tiene claros tintes autobiográficos: parece ser que Weil fue enviado a la Unión Soviética por el partido comunista checo, al que pertenecía, con la finalidad de traducir al checo las obras de Lenin. Lo que allí se encontró tuvo que chocar bruscamente con el idealismo del joven comunista, ya que topó con el más brutal estalinismo; tanto fue así que llegó a ser deportado temporalmente a Kazajistán.
  Ese choque entre el individuo y la colectividad, entre lo esperado y lo encontrado, entre el ideal y la realidad es, en toda la obra del autor checo, una constante. De aquí se puede inferir la honradez del intelectual que no se pliega a ideas preconcebidas o a ideales impuestos, sino que pasa por el filtro de la razón todo aquello que experimenta. Esto lleva al ostracismo más absoluto del intelectual, que no es apreciado por los rebaños (normalmente se hace referencia a un solo grupo de biempensantes ciudadanos, pero, en general, suele haber varios grupos enfrentados). El pensador debe ser siempre un marginado por una sociedad que no quiere avanzar en dirección alguna sino solo sentirse cómoda en el calor que emana del grupo. En la sociedad actual, por ejemplo, los políticos, periodistas y demás líderes sociales fomentan el maniqueísmo formando dos grandes grupos enfrentados... y la inmensa mayoría de los ciudadanos se deja manipular.
  Weil, por el contrario, siguió su propio camino y, como bien recuerda su traductor y prologuista, Eduardo Fernández Couceiro, fue un traidor para los comunistas, un comunista para los burgueses, un judío para los nazis y un renegado para los judíos. Con estas filias por parte de sus coetáneos difícilmente se puede llegar a líder social; sin embargo, sus textos destilan una autenticidad y una honradez muy complicadas de encontrar en nuestros días.

martes, 11 de julio de 2017

Vidas cortas, vidas intensas.

 Es extraordinario el número de escritores de renombre que fallecieron jóvenes, apenas alcanzada la edad en la que se les supone ya una madurez creativa. Algunos de ellos, incluso, se quitaron la vida en plena juventud. ¿Hay algo propio de sus caracteres o talentos que les haga llevar vidas breves e incluso desgraciadas? Tal vez la exacerbada sensibilidad que les permite crear páginas que nos emocionan y dan sentido a nuestras vidas tiene como contrapartida la extrema tendencia al sufrimiento propio o incluso una falta de capacidad de luchar contra las adversidades de la vida real, toda vez que sus mundos más queridos son imaginados y volubles; o puede que el motivo sea más prosaico, que simplemente sea la dedicación tan ingrata (socialmente hablando, nunca en lo personal) que no genera ingresos lo que los lleve a tan amargo final en la flor de la vida.
 Tres suicidas: John Kennedy Toole (muerto a los 31 años), Robert E. Howard (30) y Sylvia Plath (a los 30). Los dos varones con difíciles relaciones con madres autoritarias y entrometidas, la mujer con depresiones continuas; con todo los tres dejaron huella literaria indeleble en las décadas siguientes.
 Otros no se suicidaron pero llevaron igualmente vidas cortas, ejemplos: Poe (40 años), Pessoa (47), Lovecraft (46) o W. H. Hodgson (40). Son unos pocos ejemplos de autores leídos, admirados e imitados hasta la saciedad que no consiguieron la felicidad en el mundo terrenal, o si la percibieron estaría más en sus mentes que en la realidad.

  Analizando sus vidas se comprueba que no fueron "verdaderos campeones" de la vida social, sino todo lo contrario, gente retraída cuyos mundos estaban más en las páginas impresas que en la vida cotidiana; tal vez esta sea la explicación más plausible: la falta de medios para su subsistencia que los llevó a no soportar la tediosa cotidianeidad.

 Puede que sus mundos reales fueran demasiado vulgares para lo que anidaba en sus cabezas. Sus coetáneos, en cualquier caso, no supieron apreciar la calidad excelsa de sus escritos y despreciaron (como hacen todos los ignorantes) lo que no entendieron.

 Es, probablemente, una constante que pervive y prevalecerá en la especie humana mientras ésta exista: la sociedad promociona a los mediocres, que son aquéllos que no tienen dificultades para encontrar acomodo en la grisura común (léase trabajos bien remunerados y estupidez suficiente para atontarse con su pobreza intelectual).
Imágenes extraídas de Commons Wikimedia
 Puede, incluso, que la creatividad literaria sea una herramienta adaptativa que nos permita a unos pocos luchar contra la degeneración intelectual que promueve como norma la sociedad del "mono desnudo".

jueves, 6 de julio de 2017

¡Qué fantásticos son los relatos fantásticos!

 ¡Y qué diferentes son entre sí! En la antología de Valdemar titulada Malos sueños hay tal variedad, lógica si tenemos en cuenta que el primer relato, La iglesia de los jesuitas de G..., fue escrito por E.T.A. Hoffmann a principios del XIX y el último, Anfiteatro, fue escrito por Pilar Pedraza hace unos pocos años. Doscientos años de diferencia temporal, amén de los cambios culturales y geográficos explican la variedad que no hace sino enriquecer la selección. Por eso son tan interesantes este tipo de antologías, porque permite apreciar los cambios estilísticos que van produciéndose a lo largo de los siglos.
 En otro orden de cosas, también se percibe las diferencias tremendas de calidad entre unos y otros. Tal vez más que calidad es distinto enfoque, pero lo cierto es que unos relatos han envejecido mejor que otros, o puede que unos encajen mejor en el gusto actual. Lo cierto es que en la antología hay ciertos relatos que están compuestos de manera sublime en el aspecto formal, no tienen tacha alguna... y, sin embargo, les falta muchísimo "mordiente". Los ejemplos más claros son los de Emilia Pardo Bazán (La resucitada) y Leopoldo Alas Clarín (Mi entierro); ambos son formalmente impecables, pero desde que lees el título sabes cuál será el desenlace, queda todo dicho desde las primeras palabras.
Vernon Lee pintada por John Singer Sargent. Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  Todo esto es especialmente manifiesto en Vernon Lee, escritora británica cuyo nombre real fue Violet Page y que, como buena británica, nació en Francia y murió en Italia. El relato de esta autora, Un fantasma enamorado, es, de nuevo, perfecto en su prosa, pero desde los primeros párrafos ya está todo destripado, a medida que se lee se anticipa el fin. Una verdadera pena.
 Por eso los grandes revolucionarios del relato de terror como Lovecraft consiguen masas de seguidores, porque es un maestro de los giros argumentales que te dejan con el corazón en vilo. Son relatos cortos aparentemente anodinos pero que a pocos párrafos del final cambian tan bruscamente que te corta la respiración y deseas leerlo de nuevo. Quizá ahí esté la diferencia entre los grandes escritores y los genios.

domingo, 2 de julio de 2017

Bartleby o la defensa de la pasividad.

 Recientemente antihéroes literarios como Bartleby u Oblómov han sufrido una reinterpretación muy diferente de la que sus creadores quisieron darles. Melville y Goncharov respectivamente querían hacer burla de arquetipos humanos pasivos, incluso patéticos. Bartleby es una rareza en la creación literaria de Hermann Melville, quien construyó siempre personajes heroicos, voluntariosos, tesoneros, casi indestructibles. Los protagonistas de Moby Dick o Benito Cereno son aventureros clásicos al estilo de los de Julio Verne; Bartleby, por el contrario, es la abulia personificada, un tipo que se abandona hasta la muerte con su famoso "preferiría no hacerlo". ¿Qué duda cabe de que Melville se estaba burlando de ese carácter?
 Goncharov también denuncia en su orondo y apático Oblómov a esa nobleza baja rusa que en las postrimerías del zarismo dejaba sus tierras improductivas y q los que sus pocos siervos robaban y manipulaban. Denunciaba el ruso el antipatriotismo de estos pequeños terratenientes que mantenían a la Gran Rusia en un atraso sin solución; solo los rusos de etnia alemana (alemanes del Volga) salen bien parados en la novela, por su laboriosidad y diligencia son el contrapunto del ocioso Oblómov.
 Pero el personaje literario que más ha sufrido evolución en la interpretación de sus lectores es, sin duda, Don Quijote. Ya nadie pone en tela de juicio la voluntad de Cervantes de hacer burla de un tipo de nobleza baja castellana que vivía de honores ya pasados, de glorias mohosas y anticuadas y que se alienaba las ya por aquel tiempo obsoletas novelas de  caballería. Cervantes ideó un libro burlesco, cómico, para puro divertimento del lector... y con el paso de los siglos consiguió lo contrario: un antihéroe entrañable, humano, de una profunda inteligencia emocional, una honradez a prueba de bombas y una torpeza social apabullante. Alonso Quijano era, en verdad, un auténtico "antisistema" de su época, mientras que aquéllos que hacían burla de él (venteros, prostitutas, curas, bachiller...) todos ellos eran el sistema socioeconómico imperante, apegado a la putrefacta realidad, viendo molinos donde en realidad había gigantes (la realidad del corazón y la mente), o rebaños de ovejas donde había ejércitos invasores. No meto a Sancho entre estos individuos "prosistema" porque su humildad extrema y el hecho de anteponer su buen corazón a la lógica aplastante de los hechos le llevaba a estar mucho más cerca de Quijote (a comprenderlo, perdonarlo y quererlo) que a sus coetáneos.
 Quedamos, pues, que esos tres personajes literarios (Bartleby, Oblómov y Don Quijote) eran, en realidad, "antisistemas" que, si bien no ejercían fuerza contra el sistema socioeconómico de sus respectivas épocas, al  menos no colaboraban con él. La pasividad (ese gran defecto que ha sido denostado por todos los prhombre -y hoy también por las "promujeres"- desde la antigüedad) ha puesto palos en las ruedas de la injustos sistemas sociales (ya fueran del siglo XVII, XIX, XX o XXI) que provocan que los hombres se maten entre sí, que promueven las desigualdades, que nos convierten en animales de producción.
 No solo en el ámbito literario han existido este tipo de antisistemas pasivos. No hay duda de que Gandhi, hoy mundialmente reconocido como un icono de la paz, con sus gloriosas sentadas que imitaron miles de sus compatriotas paralizó la maquinaria del otrora invencible Imperio Británico y provocó que se tambaleara y acabara por abandonar el subcontinente indio a sus legítimos propietarios. Otros personajes como Tolstoi, Kropotkin o Bakunin también rompieron con las mecánicas del sistema dominante, si bien no tuvieron tantos seguidores ni éxitos como Gandhi. ¿Cuál fue el arma del líder indio? La resistencia pasiva, la no colaboración... ¡ésa es la respuesta!
 Hoy, 2017, el sistema socioeconómico se manifiesta con una virulencia sin límites: a las guerras por meros intereses económicos (hoy Siria, Irak, pero también Europa y América) se suma la muerte de cientos de miles de migrantes que solo buscan un futuro mejor para sus hijos para acabar ahogándose en el Mediterráneo o desapareciendo en el Desierto de Sonora; ya en los "países ricos" la desigualdad social aumenta cada día, introduciendo a los niños en ciclos productivos (preparándolos para ser soldados del sistema en todos los colegios e institutos) y precarizando la vida de aquellos que acabarían matando (o lo que es lo mismo haciendo lo que su jefe y la sociedad ordene) por un mísero pedazo de pan. Aquéllos que, mezquinamente, luchan por el sistema con sus trabajos (cuanto mejor pagado y más prestigioso mejor), sus casas (cuanto más grandes y lujosas mjor), sus coches (cuanto más contaminantes mejor), sus títulos (cuanto más elevados mejor)... se horrorizan ante aquellos que bajan los brazos y prometen no trabajar por el sistema. No se trata de poner bombas o asesinar, simplemente con bajar los brazos y no trabajar por el sistema vale. Pasaremos nuestras vidas leyendo como Don Quijote, sentados ante la maquinaria como Gandhi o con audaces desaires como Bartlebly. Lo digo yo: "preferiría no hacerlo".