sábado, 23 de diciembre de 2017

Thomas Hardy y Marcel Proust.

 Leí los siete tomos de En la busca del tiempo perdido de Proust en una época muy concreta de mi vida: la "mili". Afortunadamente no tengo malos recuerdos de aquel periodo; poco antes de coger aquel tren nocturno para Ferrol en septiembre de 1991 y que supondría un año completo de uniforme azul marino y "trajecito de Primera Comunión", todos te aleccionaban sobre el importante paso en  tu vida. Algunos, los más ancianos y conservadores, lo daban como un periodo de maduración necesario para el afianzamiento de la virilidad (¡¡!!); otros, la mayoría, lo consideraban una pérdida de tiempo y recomendaban una actitud pasota que permitiera el paso inopinado del tiempo hasta que llegara la ansiada "blanca"; todos, sin embargo, coincidían en que era una época para aguantar tonterías, ver a adultos comportarse como niños... Estos últimos tenían razón, pero, tristemente a la vez se equivocaban: he seguido viendo a hombres adultos comportarse como niños durante toda mi vida.
  En fin, lo cierto es que si sobrellevé con cierto donaire el servicio militar fue porque me leí de cabo a rabo siete tomos que son considerados universalmente como un tostón, ¿por qué lo hice? Lo hice porque la prosa lenta y anodina de Proust y, sobre todo, su temática simplona sobre la vida de un joven acomodado con pocos ideales en la cabeza y mucha vida social (vivida o imaginada) me facilitaba escapar de la rutina cuartelaria. Puede que estuviera de guardia en un vetusto cuartel (en pleno centro, por otra parte, de mi propia ciudad) con ropa absurda y aguantado las estupideces simiescas de los militares, pero en mi cabeza estaba a orillas del Sena.
 Esto lo comprenderán quienes sepan leer de verdad, enfrascarse en la lectura hasta desaparecer como individuo. Es la capacidad de evasión que facilita la literatura y que tantas veces he sentido en mi vida como una verdadera necesidad que me permite seguir alentando.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  No es un prejuicio tonto: En busca del tiempo perdido es un tostón. En realidad no pasa prácticamente nada durante siete tomos, al menos pasa mucho más en la cabeza del autor (y protagonista) que en la vida real. Desde luego la prosa es maestra, no hay duda de que es una lección de escritura sin parangón. Estoy seguro, de hecho, que muchos escritores sobre todo francófonos aprendieron a escribir con Proust, al menos en el plano formal.
 De Thomas Hardy se puede decir casi lo mismo. Esa "literatura de té y pastas" con la que injustamente califico la también mal llamada "literatura victoriana" por tener, en muchos casos, una actitud ante la vida propia de las señoronas con muy poco que hacer aparte de invitar a los Smith o los Brown a tomar el consabido té con pastas adolece muchas veces del mordiente que hoy necesitamos en una novela.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  De nuevo soy injusto, porque ya dije que muchas de las novelas anglosajonas de aquella época eran furibundas críticas a la injusta sociedad que emanaba de la Revolución Industrial, así como la búsqueda de un sentido de la vida que sobrepasaba lo meramente terrenal, eso por no hablar de la perfección estilística que ofrecían. Lo que ocurre es en la obra de todo escritor hay muchas variaciones, y en la de Hardy no iba a ser menos. 
 En Tess d'Uberville, El alcalde de Castlebridge o Lejos del mundanal ruido, Hardy desarrolla esa capacidad de denunciar sin ofender, de acusar sin insultar, de delatar sin injuriar. Así quien quiera entender entenderá, y quien quiera leer una amable novela sin trasfondo socioeconómico y político también quedará satisfecho. Sin embargo, en Unos ojos azules, la crítica es mucho más sutil, está, desde luego, pero más suavemente descrita. Hay una censura implícita a la hipocresía social que juzga a los individuos por el grosor de su cartera y sus orígenes y no por el valor de la persona en cuestión; tal vez, también se aprecie un reproche por el cinismo social que asegura que lo importante es mantener la apariencia, aunque, a puerta cerrada, se practique lo contrario que se proclama. Esto último es evidente cuando Elfride se preocupa terriblemente de la "pérdida de la honra" que puede suponer que sea vista con un hombre pasar la noche; o aquello cuando Swancourt acepta inicialmente a Stephen Smith como yerno porque lo cree emparentado con alguien de posición y luego lo rechaza cuando descubre que es hijo de un sirviente. Todo esto está allí, pero es demasiado sutil. Tanto que, estoy seguro, a la mayor parte de los lectores les pasará inadvertido, quedándose solo en la vida regalada y un tanto superficial de los Swancourt o de los Smith. También puede ser, claro está, que las imposiciones editoriales que solo buscan el beneficio y por tanto la venta masiva de ejemplares (en este caso de ejemplares de revistas, pues Unos ojos azules fue publicada por entregas) obligara al autor a suavizar la crítica y hacerla casi invisible.

lunes, 11 de diciembre de 2017

"Unos ojos azules", por Thomas Hardy.

 La novela más autobiográfica de Hardy, con la ambientación en una parroquia de Cornualles (semejante a la que vivió en sus primeros años de vida al ser hijo de un pastor anglicano de aquella zona sudoccidental de Inglaterra), la eterna lucha de clases y lo que se pierde sin haber podido luchar por ello (como la renuncia forzosa que tuvo que hacer el autor a continuar estudios), o un padre, el clérigo, que, perdido en su misticismo, no llega a comprender totalmente el drama de su hijo. Todo eso lo vivió Thomas Hardy y conforma el armazón de Unos ojos azules. Es bueno recordar esto para no leer superficialmente la novela, que quedaría limitada a los amores y desamores de la protagonista, Elfride, con un joven arquitecto o un viejo hombre de letras, y así se perdería la enorme crítica social que Hardy vierte sobre su "esplendorosa" sociedad.
  Porque, claro, en la época victoriana no se podían hacer críticas explícitas sobre, por ejemplo, la brutal desigualdad social que había provocado la Revolución Industrial, se corría el riesgo de no publicar en vida nunca más. Pero un buen lector reconocerá la sátira y el sarcasmo en todas las obras de Dickens, muchas de Hardy, bastantes de las de las Brönte, algunas de Henry James y ninguna, eso sí, de la pedorra de George Eliot. Quizás críticas muy suaves para nuestros explícitos días, pero que reventaban la supuesta brillantez del Imperio. 
 Es como si la novela tuviera dos lecturas: la más simplona con los amoríos de una joven como tema principal, y la más profunda con la crítica social mencionada. En esta última lectura está la denuncia de una sociedad que basa sus juicios de valor sobre las personas en la tenencia de dinero y títulos nobiliarios o en la hipocresía religiosa como método para trepar.
  La novela fue publicada, como era habitual en la época, por capítulos en una revista semanal, lo cual exigía que cada capítulo acabara con un giro argumental o una promesa de complicación temática para enganchar al lector, un mal menor presente en casi toda la literatura victoriana.

viernes, 8 de diciembre de 2017

"Libro de familia", de Modiano.

 Todos los libros de Patrick Modiano que he leído, y ya van unos cuantos, tienen tintes autobiográficos. Como tantos otros autores deforman lo vivido en aras de mantener la privacidad, pero sobre todo para darle a todo un aire más novelesco, menos vulgar. Sin embargo, en Libro de familia incluso los nombres coinciden. No muy sorprendentemente, los personajes de esta novela breve llevan (el propio autor, su familia, sus amigos) vidas azarosas pero sin brillantez, como en neblina, vidas que son llevadas de un lado a otro como hojas por el viento.
  De puro azarosa, la trama tiene un punto cómico que no había descubierto hasta ahora en Modiano, las incongruencias vitales que son absorbidas por los personajes con un punto de estupor dan un ritmo más rápido, a veces incluso trepidante al texto. Todo comienza con un trayecto al registro civil para inscribir a la hija recién nacida, y es narrado de un modo que parece sacado de una película de humor de cine mudo. A partir de ahí, Modiano empieza a indagar en sus orígenes familiares con pistas verdaderamente estrambóticas y débiles, sin embargo consigue su propósito.
  Y, naturalmente, París. Creo que Modiano no sería Modiano sin que esa ciudad grande, gris , deshumanizada formara parte del argumento. Es como un útero nutricio para sus personajes, que, también son a veces grises y deshumanizados... hijos de su propia madre...

lunes, 4 de diciembre de 2017

"El arte del asesinato. Once relatos de crimen e investigación", de G. K. Chesterton.

 Gilbert Keith Chesterton es uno de los grandes de la "literatura de té y pastas" por mí así denominada. Esto es una broma excesiva, claro. Fue mucho más. Fue un extraordinario pensador (o, mejor dicho, un hombre pensante, algo cada vez más escaso) que puso negro sobre blanco sus disquisiciones, principalmente las religiosas y sociales. Pero también es cierto que se vio obligado como todo mortal a comer todos los días y, consecuentemente, a ganarse el pan de la forma menos onerosa posible, en su caso escribiendo. Así, el bueno de Chesterton volvió su enormes ojos lacrimosos de perro pachón hacia las damas de su biempensante sociedad, y así escribió unos relatos y novelas breves (nada largo, que no sea enojoso) de tramas sencillas, agradables... de té y pastas, vaya. La retahíla de cuentos de tipo detectivescos entran de lleno en este estilo.
  Esta "literatura de té y pastas" no es precisamente algo que haga pensar, todo lo contrario, a las cinco de la tarde se tiene toda la sangre en los intestinos, no llega al cerebro (esto para los anglosajones). Como consecuencia, las tramas son un tanto previsibles, los personajes muy dicotomizados (o muy buenos o muy malos) y, en general, de lectura facilona. ¿Por qué leo entonces a Chesterton? Porque en realidad toda esta tontería de la "literatura de té y pastas" es una injusticia como la copa de un pino. Sí, creo que estos autores anglosajones publicaban textos con una calidad muy inferior a la que eran capaces con la única y entendible razón de vender y conseguir dinero, lo cual disminuía notablemente su valor, pero, a pesar de todo, la calidad narrativa que tienen es muy, pero que muy superior a los "super best sellers" de nuestros días, el ínclito señor Follett incluido.
  Sí, temo que mi afirmación sea innegable, y es que la industria editorial de nuestros días es muy potente, y para leer en el metro o el autobús más vale algo livianito y llevadero. Por otro lado, el bueno de Chesterton era el típico inglés guasón con un sentido del humor ácido capaz de aplicarlo en cualquier situación, por muy tétrica que fuera. Todo esto hace que a pesar de ser "literatura de té y pastas" sea francamente recomendable.

martes, 28 de noviembre de 2017

"Domingos de agosto", de Patrick Modiano.

 Ahora no es París sino Niza. Esa es la diferencia principal de esta novela breve con las que anteriormente leí del autor francés. Por lo demás, los personajes siguen siendo tan laxos como siempre, jóvenes que viven en una situación laboral, económica y social que hoy podría ser calificada como marginal, pero todo sin rasgo de sordidez, con una inconsciencia cuasi animalesca que atrae por su sencillez y aparente falta de energía. Domingos de agosto.
  Es claro que Modiano es un escritor que engancha, a mí, desde luego, me ha enganchado, aunque reconozco que tiene una prosa facilona (o quizá por eso, porque no hay afectación o amaneramiento), lo cierto es que una novela breve (como esta, que apenas pasa de las ciento sesenta  páginas con una letra ideal para Mr. Magoo) se lee casi de un tirón en unas pocas horas. La sensación que me deja es  agridulce: me gusta, pero reconozco que es poca cosa... y sin embargo sigo comprando y leyendo a este tío...
  En la contraportada de Anagrama habla de "personajes en penumbra" y de "genial manejo de la ambigüedad", estoy de acuerdo, estas son características siempre presentes en Modiano, parece que no pasa nada, que los personajes fueran de plastilina, sin sangre, todos se parecen: jóvenes sin futuro, con vidas anodinas que ocupan sus vidas en tareas grises... y ya no sé cuántos libros llevo del dichoso Modiano.

domingo, 26 de noviembre de 2017

"Hope", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)


Images taken from the web www.incidentalcomics.com

"The Sound of Silence".Written by Paul Simon, sung by Simon & Garfunkel.

Hello darkness, my old friend
I've come to talk with you again
Because a vision softly creeping
Left its seeds while I was sleeping
And the vision that was planted in my brain
Still remains
Within the sound of silence

In restless dreams I walked alone
Narrow streets of cobblestone
'Neath the halo of a street lamp
I turned my collar to the cold and damp
When my eyes were stabbed by the flash of a neon light
That split the night
And touched the sound of silence

And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more
People talking without speaking
People hearing without listening
People writing songs that voices never share
And no one dared
Disturb the sound of silence

Fools, said I, you do not know
Silence like a cancer grows
Hear my words that I might teach you
Take my arms that I might reach you
But my words, like silent raindrops fell
And echoed in the wells of silence

And the people bowed and prayed
To the neon god they made
And the sign flashed out its warning
In the words that it was forming
And the sign said, the words of the prophets are written on the subway walls
And tenement halls
And whispered in the sounds of silence

viernes, 24 de noviembre de 2017

"La colina de los sueños", por Arthur Machen.

 Renazco con Machen. Después de haber leído (de nuevo) al afamado multimilllonario señor Follett vuelvo a la literatura de calidad con uno de los grandes escritores del cambio de siglo (XIX al XX): Arthur Machen. Porque el galés aúna las dos condiciones que elevan a la más sublime categoría la literatura, a saber: calidad prosística y temática atractiva. No negaré que Follett sepa dar giros a un tema llamativo y mantener así el suspense hasta el final, pero en lo referente a calidad narrativa... deja muchísimo que desear. En realidad es como comparar lo escrito con mucho afán por un chico de quince años y lo de alguien en la madurez cumplida... no hay color. Por cierto, acabo de caer en la cuenta de que ambos son galeses, cuando me refería antes a esa nacionalidad británica lo hacía sobre Machen, evidentemente.
  Yo, haciendo una síntesis rápida, considero que las novelas de los grandes best sellers del momento son literatura de consumo que "no me hacen pensar". Están bien, entretienen... pero poco más. 
 Arthur Machen es un escritor difícil de encuadrar. Podría ser un victoriano tardío, ya que sus primeros relatos fueron escritos en vida de la reina a la que se hace referencia. En todo caso, habiendo sido alguien longevo (84 años) no solo conoció el reinado de Victoria sino también  de cuatro de sus descendientes (Eduardo VII, Jorge V, Eduardo VIII y Jorge VI, todos ellos tristes remedos de aquélla y que llevaron a su país por el tobogán de la decadencia y la mediocridad), pero en el ámbito estilístico sí puede ser comparado con los grandes de la Literatura victoriana (Dickens, las Hermanas Brönte, Thomas Hardy, Henry James, William Thackeray, George Eliot...), en cuanto a la prosa cuidada, lenta, muy adjetivada, con descripciones minuciosas... pero también tiene algo que no era del todo ajeno a los nombres que he citado antes y que da un nuevo aliciente a la lecutra: el gusto por lo extraño, lo anormal, lo fantástico.
  En La colina de los sueños, Machen retrata tan bien la sociedad de su momento que uno cree vivir en la Inglaterra del cambio de siglo... o puede que sea porque la descripción del alma humana sea tan atemporal que no pueda verse sino a un triste ser humano resbalando en su propia inmundicia sin avanzar un ápice, así desde la Prehistoria hasta nuestros días. El protagonista, Lucian Taylor (tal vez álter ego del autor), es alguien excluido de su sociedad que descubre con horror (¡ay, cuantas semejanzas con lo vivido!) que el fragmento de humanidad que lo rodea aúna todos los vicios posibles enfundados, eso sí, en bellas sedas de falsedad. El bueno de Taylor es, por tanto, un rara avis, un fracasado de nuestra insigne sociedad que, sin embargo, tiene unas condiciones intelectuales y morales que lo sitúan a miles de kilómetros de la mediocridad de los "grandes hombres". Su espiritualidad le permite ver más allá de lo evidente, apareciendo ante sus ojos el mundo de lo desaparecido pero aún presente, bajo la forma de vestigios, en la actualidad. Puesto en roman paladino: una novela que mejora al lector al hacerle pensar en su realidad y la que le circunda.

domingo, 19 de noviembre de 2017

"En el blanco", de Ken Follett.

 Habrá mucha gente que crea que aquello de decir que no leo best-sellers no sea sino una pose intelectualoide para quedar bien. Pues no, y aquí está la prueba. De Follett leí, como casi todo el mundo, Los pilares de la Tierra. Me gustó. Mucho. De hecho recuerdo haber recomendado su lectura a varios amigos, uno de los cuales se acabó quedando con la copia que le presté. Sí, me pareció una novela épica, a ratos apasionante, con personajes bien delineados y una trama muy bien traída. Pero claro, eso fue hace casi treinta años. Lo leí cuando salió a la luz allá por el ya lejano 1989, así que yo tendría entre dieciocho y diecinueve años... un pipiolo, vamos. Ahora, acechando peligrosamente los cincuenta no me gustaría tanto, estoy seguro. Al menos es lo que pienso ahora que estoy leyendo esta novela menos exitosa del galés: En el blanco.
  Ahora bien, no quiero ser injusto. Esta novela está escrita de una forma muy efectista; la trama está muy bien armada, juntando el ambiente profesional y el personal, y enmarañándolo todo con la cuestión meteorológica; los personajes tienen un desarrollo suficiente para que no sean planos sino perfectamente reconocibles (aunque un poco estereotipados); por otro lado, el tema del virus letal que se escapa (con ayuda, claro) de un laboratorio farmacéutico poniendo así en riesgo a toda la humanidad es muy actual e incluso hasta cierto punto verosímil... todo ello convierte a esta novela en, como la tapa de Debolsillo oportunamente recuerda, un best-seller mundial. Con todo, En el blanco no es Los pilares de la Tierra, le falta mordiente y, probablemente, armazón narrativo. Pero, ahora viene mi crítica, la prosa es bastante pobretona comparada, por ejemplo, con la novela de Simenon que leí antes. Las frases son un tanto ramplonas, demasiado fáciles de seguir, sin una construcción esmerada; es una novela de lectura fácil, que no exige un gran esfuerzo intelectual. Empalidece comparada con obras de Dickens, Henry James, Dostoievsky y compañía... No, no es afán "pseudointelectualoide", es la pura verdad.
 Por eso no leo novela contemporánea, porque sé que el tiempo (con mayúsculas, como poco un siglo) pone a todos en su sitio, y el señor Ken Follett, hoy respetadísimo y riquísimo a base de vender novelas como rosquillas no será casi leído a la vuelta de cien años.