Renazco con Machen. Después de haber leído (de nuevo) al afamado multimilllonario señor Follett vuelvo a la literatura de calidad con uno de los grandes escritores del cambio de siglo (XIX al XX): Arthur Machen. Porque el galés aúna las dos condiciones que elevan a la más sublime categoría la literatura, a saber: calidad prosística y temática atractiva. No negaré que Follett sepa dar giros a un tema llamativo y mantener así el suspense hasta el final, pero en lo referente a calidad narrativa... deja muchísimo que desear. En realidad es como comparar lo escrito con mucho afán por un chico de quince años y lo de alguien en la madurez cumplida... no hay color. Por cierto, acabo de caer en la cuenta de que ambos son galeses, cuando me refería antes a esa nacionalidad británica lo hacía sobre Machen, evidentemente.
Yo, haciendo una síntesis rápida, considero que las novelas de los grandes best sellers del momento son literatura de consumo que "no me hacen pensar". Están bien, entretienen... pero poco más.
Arthur Machen es un escritor difícil de encuadrar. Podría ser un victoriano tardío, ya que sus primeros relatos fueron escritos en vida de la reina a la que se hace referencia. En todo caso, habiendo sido alguien longevo (84 años) no solo conoció el reinado de Victoria sino también de cuatro de sus descendientes (Eduardo VII, Jorge V, Eduardo VIII y Jorge VI, todos ellos tristes remedos de aquélla y que llevaron a su país por el tobogán de la decadencia y la mediocridad), pero en el ámbito estilístico sí puede ser comparado con los grandes de la Literatura victoriana (Dickens, las Hermanas Brönte, Thomas Hardy, Henry James, William Thackeray, George Eliot...), en cuanto a la prosa cuidada, lenta, muy adjetivada, con descripciones minuciosas... pero también tiene algo que no era del todo ajeno a los nombres que he citado antes y que da un nuevo aliciente a la lecutra: el gusto por lo extraño, lo anormal, lo fantástico.
En La colina de los sueños, Machen retrata tan bien la sociedad de su momento que uno cree vivir en la Inglaterra del cambio de siglo... o puede que sea porque la descripción del alma humana sea tan atemporal que no pueda verse sino a un triste ser humano resbalando en su propia inmundicia sin avanzar un ápice, así desde la Prehistoria hasta nuestros días. El protagonista, Lucian Taylor (tal vez álter ego del autor), es alguien excluido de su sociedad que descubre con horror (¡ay, cuantas semejanzas con lo vivido!) que el fragmento de humanidad que lo rodea aúna todos los vicios posibles enfundados, eso sí, en bellas sedas de falsedad. El bueno de Taylor es, por tanto, un rara avis, un fracasado de nuestra insigne sociedad que, sin embargo, tiene unas condiciones intelectuales y morales que lo sitúan a miles de kilómetros de la mediocridad de los "grandes hombres". Su espiritualidad le permite ver más allá de lo evidente, apareciendo ante sus ojos el mundo de lo desaparecido pero aún presente, bajo la forma de vestigios, en la actualidad. Puesto en roman paladino: una novela que mejora al lector al hacerle pensar en su realidad y la que le circunda.
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