viernes, 21 de diciembre de 2012

Marcel Proust

  Un ídolo de masas, casi todo el mundo lo conoce pero casi nadie lo ha leído... Para los tiempos que corren, con sus prisas, sus superficialidades, su irreflexividad, Proust es demasiado reposado, barroco, introvertido... Su obra fundamental, la saga En busca del tiempo perdido es una delicatessen solo para iniciados... pero no necesariamente para aquellos que tengan grandes conocimientos literarios, no, solo para aquellos que quieran leer una vida entera, pero una vida sin grandes acontecimientos, sin grandes aventuras... No, no es lectura para los que gustan de hazañas que dejan sin respiración...
   Pongámoslo claramente, Proust fue un "señorito bien" de familia acomodada, buen hijo, buen ciudadano, siempre comedido, nunca tuvo un trabajo en el sentido tradicional del término (vivía de las rentas de la familia, mayores al ser hijo único), no queda claro siquiera que hubiera mantenido relaciones amorosas que no fueran platónicas... tan solo ocultaba una posible homosexualidad reprimida, lo demás no es sino un lento pasar del tiempo de su vida en la biempensante sociedad parisina de paso del siglo XIX al XX. Los temas de las siete novelas son las relaciones con la familia, especialmente con su madre y abuela; las relaciones sociales con los iguales, aquellas del té con pastas; de rondón se cuela la situación social y política de Francia y Europa; y todo aderezado por una profunda y calmosa reflexión sobre las pequeñeces de la vida.
   No negaré que la prosa tan lenta, adjetivada y un poco anacrónica (los críticos dicen que lo era incluso para su época) dificulta la lectura, sin embargo, si se toma uno el tiempo y tiene la tranquilidad suficiente, puede ser una lectura deliciosa. En mi caso, no pude evitar el descubrir semejanzas entre la sociedad que reflejaba Proust y la que había vivido yo (mejor dicho, la que me habían hecho vivir mis abuelos maternos), una sociedad muy calmada, casi autista ante los problemas, que disfrutaba con la repetición secular de protocolos y convencionalismos, una sociedad, en fin, "hipocritona" y falsa, muy pequeñoburguesa. Las formas acomodadas, de parabienes fingidos y frases hechas que recoge Proust son prácticamente las mismas que recuerdo de mis abuelos Alfonso y Manolita, las propias que la "gente de orden" viv en un barrio acomodado del Madrid de principios de siglo y que me transmitieron ya en su senectud.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Charles Pierre Baudelaire

  De Baudelaire no lo dudé, la imagen que quería poner es la que sigue, creo que esa mirada fiera, desafiante, honrada y amargada representa bien tanto su vida como su obra.
   Su mirada refleja su condición de poeta maldito, incomprendido, tachado de mero provocador, odiado y admirado por igual; un poeta cuya obra cambiará el rumbo de la poesía francesa y europea, acabará con el romanticismo y dará paso a una nueva época, más sincera y brusca que aquella. Las flores del mal supone una transgresión de todas las normas establecidas en moralidad, un poco lo que volvería a hacer D.H. Lawrence con su El amante de lady Chatterley; Baudelaire buscará lo "no bello", tratará de huir del "spleen" (tedio lo llaman ahora) entregándose a todos los "vicios" habidos y por haber, dejando así en evidencia a la hipócrita moral pequeño-burguesa de la época (la suya y la nuestra).
   Una cita del inmortal Baudelaire como muestra de su pensamiento:
 "Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras: inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias."

Ahora leyendo: "La tierra baldía" de T.S. Eliot

  Probablemente no tendremos problemas en citar varios novelistas clásicos del ámbito anglosajón (cualquiera, incluso los que no leen nada -benditos ellos-), Walter Scott, Mary Shelly, Byron, Dickens, las hermanas Brontë, James Joyce, Virginia Woolf, Orwell, Beckett, Tolkien, Rushdie, Huxley, los modernos Follet y compañía... si no leerlos, al menos han oído sus nombres... Pero con la poesía extranjera ya es más complicado... alguien dirá que lo difícil es que la masa lea poesía, sí, no le falta razón, y que los pocos que hacen "el esfuerzo" de leerla, se "centren" en la poesía en lengua española... también tendrán razón... En cualquier caso, en poesía en lengua inglesa es imprescindible citar a T.S. Eliot.
 Es sorprendente lo que les cuesta a muchos leer poesía (me refiero a aquellos que leen habitualmente y tienen un cierto interés cultural), quizá sea una mal sistema educativo que no fue capaz de descubrirles la esencia de la vida, del hombre, de sus ansias, lo bueno y lo malo... todo, condensado en un poema. Otros, sin embargo, en nuestro penoso deambular por la faz de este hostil planeta, descubrimos en la poesía  la vitamina necesaria para levantarnos otro día y luchar contra el desánimo y la profunda estupidez del género humano y su miserable existencia ratonil.
   De T.S. Eliot, su poema más admirado, canónico para los estudiosos de la lírica anglosajona del siglo XX, es la tierra baldía, de hecho, los primeros versos son conocidos por buena parte de la población de aquellos países:
 
Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
El verano nos sorprendió, llegando por encima
del Starnbergersee
con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata,
y seguimos a la luz del sol, hasta el Hofgarten,
y tomamos café y hablamos un buen rato.
No soy un ruso, que viene desde Lituania, soy un verdadero alemán.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Mi "segundo útero materno": una biblioteca

  Será la tranquilidad, el silencio, la compañía protectora de los libros... no sé, pero si hay sitios en los que me siento especialmente seguro, sitios en los que la zozobra anímica desaparece, esos sitios son las bibliotecas.
  Lo he sentido desde mi juventud, las bibliotecas y las librerías tranquilas y con poco público se convertían en mi refugio; allí no me alcanzaba esta miserable sociedad con sus exigencias, allí era yo mismo... sin máscaras protectoras...
   Podría hacer un panegírico sobre la bondad de las bibliotecas como lugares de formación, verdaderos reservorios del saber literario y científico, respetables templos de erudición humana... pero no me apetece, par mí, las bibliotecas son refugios frente a la frialdad vital, frente a la dureza del vivir.
  En mis más de cuarenta años no he encontrado (además, por supuesto, del refugio que ofrecen los afectos de los seres queridos) sitio más entrañable.

P.S. Las bibliotecas a las que voy y he ido no tienen la magia de las imágenes que expongo... ni falta que les hace...
 

martes, 18 de diciembre de 2012

Juan Ramón Jiménez

  ¡Qué decir de Juan Ramón! Desde mi adolescencia entreví una semejanza mía más que evidente con el poeta moguereño... quizá una sensibilidad exacerbada, una inestabilidad anímica notable (Juan Ramón decía que toda su vida fue "zozobra emocional") y una búsqueda de la belleza en las cosas más sencillas... que nadie se alarme, no estoy tan loco, sé que me separará siempre su talento estelar del que, ¡ay de mí! No he catado casi nada.
   Elegí esa foto de los océanos "internáuticos" de un juvenil Juan Ramón con franca sonrisa, que no es la más habitual, estamos acostumbrados a fotos más tardías, cuando ya había recibido el Nobel (año 56) y había quedado devastado por la muerte de su compañera, de su cayado anímico, de Zenobia.
   Con regularidad vuelvo a la antología que tengo de Juan Ramón, como quien vuelve a una antigua fuente del origen para seguir un día más perdido en este mundo sin sentido, pero al menos con su luz como guía.
 
EL CORAZÓN ROTO

Creí que el pobre corazón ya estaba
compuesto para siempre.
Me lo había atado con las cuerdas de poesía
de mi lira alta y pura.
Comenzaba a florecer
por donde yo pasaba,
nuevo y gentil la primavera mía,
sueños de paz y cantos de alegría
la luz del sol en mi rincón entraba.
Entre las rosas, tú te apareciste
como siempre reidora e inconstante,
salvando redes y tendiendo lazos...
El mirar noble se me puso triste,
y el mal atado corazón amante
se me quedó otra vez hecho pedazos.
                                                        
 Juan Ramón Jiménez. Sonetos espirituales, 1917
 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Ahora leyendo: "La mancha humana" de Philip Roth

  No soy aficionado a las revistas de literatura, siempre las consideré como mera punta de lanza de un negocio, el editorial, por ello no estoy al tanto de las novedades, de los "fenómenos literarios" o de los distintos premios... quizá por eso no conocía a uno de los fenómenos editoriales de finales del siglo pasado y principio de este.
    Leí por primera vez sobre Philip Roth leyendo sobre uno de mis ídolos de papel, Primo Levi. 
  Roth visitó a Levi en su casa de Turín el año 86, por aquel entonces, ambos eran reputadísimos escritores aunque muy distintos entre sí. El americano ya había publicado un puñado de buenas novelas y recibido varios premios en su país, mientras que el italiano ya había dado toda su obra y continuaba con su labor divulgadora sobre el horror de la "Shoah"... vidas muy diferentes, de hecho, Levi moriría al año siguiente, arrojándose por el hueco de la escalera de su casa. Roth estuvo siempre interesado, lo traslada a sus novelas, sobre la influencia del judaísmo en la forma de ser de cualquier ciudadano y especialmente los escritores, supongo que Primo Levi sería alguien fundamental para indagar tal asunto.
   Así empecé a leer a Philip Roth, obras como "la conjura contra América", "La humillación" o "Némesis". Ahora comienzo con la llamada saga de Zuckerman, en la que Roth usa dicho álter ego como narrados omnisciente.
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Lecturas de juventud: "Corazón", de Edmundo De Amicis

  Típica lectura juvenil hasta hace varias décadas atrás, quizás mi generación fue la última que tuvo a los lacrimógenos personajes de De Amicis como ejemplos a seguir.
   "Corazón" pasa por ser la obra fundamental de Edmundo De Amicis, es un supuesto diario de un niño, Enrico, que narra sus aventuras y desventuras en el colegio, con sus padres y compañeros. El resultado puede parecer un poco ñoño para nuestros tiempos, lacrimógeno incluso: los personajes están muy estereotipados, se promueve las virtudes más típicas de la época en que fue escrita (1886), es decir la capacidad de sacrificio, la honradez, la amistad, el patriotismo... todo para mostrar la etapa escolar como fase de formación de buenos ciudadanos.
   Edmundo de Amicis fue considerado un "escritor católico" pues promovía en sus novelas esas virtudes cristianas, con lo cual tuvo un enorme éxito, además de en su país, en el nuestro y otros del entorno. Cierto es que, comparando con las lecturas juveniles de la actualidad, parece demasiado naif, demasiado inocente... pero no puedo recordar aquellas historias sin nostalgia. Por cierto, en "Corazón" se insertan relatos que los niños tenían que estudiar, entre los cuales se encuentra uno que todos recordaremos: "Marco, de los Apeninos a los Andes".

Lecturas de juventud: "Los gozos y las sombras" de Gonzalo Torrente Ballester

  En una edición de bolsillo de Alianza Editorial, que tengo tan gastadas que no se leen bien las portadas. La trilogía de Torrente Ballester: "El señor llega", "Donde da la vuelta el aire" y "La pascua triste" fue una compañía de mis diecisiete o dieciocho años, ¡qué gran compañía!
 La primera novela en concreto, "El señor llega", la habré leído seis o siete veces (es raro que relea narrativa, no así poesía). Me recuerdo a mí mismo leyendo (sumergiéndome, mejor dicho) en los entresijos sociales de Pueblanueva del Conde, con una realidad que se extingue (la de los señoríos cuasi feudales -representados por doña Mariana-), otra que surge (la del liderazgo fascista -encarnado en Cayetano Salgado-), la "tercera vía", (la del anarquismo -con la persona de Juanito Aldán-); leía embelesado,  admirando a Carlos Deza y detestando las manipulaciones de doña Mariana y de Cayetano... en mi opinión la mejor obra de uno de los grandes de la literatura en castellano.
   En los primeros ochenta, TVE hizo una serie de trece capítulos basada en la trilogía, como suele ser habitual, la obra literaria tiene muchos más matices y complejidades, pero aún así, la serie era espléndida, capta los cambios sociales y los personajes están espléndidamente representados por Eusebio Poncela, Carlos Larrañaga, Amparo Rivelles, Charo López o Santiago Ramos entre otros.

Ahora leyendo: "El hombre que fue jueves" de G.K. Chesterton

  Recuerdo haber leído en mi juventud (casi diría adolescencia) "El Napoleón de Notting Hill", incluso recuerdo quién fue el compañero de colegio que me lo recomendó. Supongo que no entendí nada, pues desde luego no es para leer a los catorce o quince años. 
  Siempre oí hablar de Chesterton, críticas positivas y negativas, tanto en lo personal como en lo exclusivamente literario, así que comencé por este:
   De Chesterton, aparte de lo antes citado, conocía las peripecias del "padre Brown" por televisión (TVE emitió la serie de la BBC a principios de los 80), me pareció las típicas historias detectivescas anglosajonas sin mucho interés; casualmente, esto no lo supe hasta más recientemente, el cura Brown era párroco en Bradford, ciudad inglesa en la que yo viviría décadas después y donde conocería a la que hoy es mi mujer... casualidades de la vida...
   Había leído también sobre las peripecias espirituales de Chesterton, nacido y criado en una familia de estable racionalismo ateo, migró hacia el Anglicanismo primero, para convertirse al Catolicismo en su madurez. Quizás sea por su inquietud espiritual, quizás por cierta indefinición en muchas sentencias, Chesterton ha sido definido en el mundo literario anglosajón como "the prince of paradox", sus textos tienen tantas interpretaciones como lectores, veremos cuáles son las mías...

lunes, 10 de diciembre de 2012

Lecturas de juventud: la Generación del 98

  Poco después de leer a Delibes, a Cela o a Martín-Santos, retomé la narrativa de la Generación del 98, que muy probablemente podría citarse como la más importante influencia de los antes nombrados; tendría yo dieciocho o diecinueve años.
   El aire "decadentista" y pesimista de esta generación siempre enlazó bien con mi carácter; su renovado afecto por la olvidada Castilla (la idea romántica de esa región) también lo compartía, quizá anticipando que acabaría viviendo en ella; la separación ideológica de la "españolidad oficial" de la época, casi buscando una voluntaria marginalidad...
   Unamuno, quizás más espiritual que el resto, fue la punta de lanza, recuerdo que en el colegio me"habían hecho leer" Niebla, me dejó un regusto muy positivo, por su originalidad, continué por La tía Tula, Abel Sánchez o Del sentimiento trágico de la vida. De Valle-Inclán, al que muchos lo sitúan entre el Modernismo y la Generación del 98, leí Tirano Banderas, Luces de Bohemia (quedé rendidamente enamorado de la gloriosa miseria de Max Estrella) o El ruedo ibérico.
   Azorín me entusiasmó con sus cuadros costumbristas de la trilogía de Antonio Azorín, recuerdo inundarme de una paz interior de siglos... Era como si todos estos autores conectaran con algo dentro de mí, que generaba esa tranquilidad, como la voz antigua de la familia...
   Casi todo lo que leía en aquella época era narrativa, ya fue más adelante, superados los 25 años cuando volví a leer poesía, de nuevo otro noventayochista (aunque también a caballo del Modernismo), Antonio Machado, sencillez, honradez y una hondura humana tan grande como su calidad poética.