martes, 4 de junio de 2013

"Veneno" de Peer Meter y Barbara Yelin

  Un cómic de gran calidad. Tanto en el argumento como en las viñetas. Narra la historia de la envenenadora de Bremen, quien en 1831 llegó a envenenar a quince personas, entre los que estaban sus hijos y maridos...
   Parece que Meter está poco menos que especializado en tan abrupta temática, pues es el autor de Haarman, el carnicero de Hannover, o sea que trata de averiguar las disfunciones psíquicas que se dan en los asesinos múltiples que, al menos desde un punto de vista literario, son ciertamente interesantes. 
  La dibujante es Barbara Yelin, también con interesante carrera profesional. En Veneno sus viñetas son brillantes, muy clásicas, elaboradas con carboncillo, crean una atmósfera opresiva que viene muy a propósito al tema.

lunes, 3 de junio de 2013

Fragmento del quinto capítulo de mi novela: "Dulce et decorum est pro patria mori"


V KONRAD VON GAMPP


- ¡Venga, Curro! Tenemos que ir a Punta Umbría, han recogido un cadáver que puede ser interesante.
Chapurreando español con fuerte acento, Konrad Von Gampp, agente de la Abwehr destacado en Sevilla para el control de los buques por el Estrecho, se apresuró a subir a su coche, un Mercedes-Benz, mientras apremiaba a Francisco Soria, Curro, su chófer.
Von Gampp era fiel producto de su origen y su aspecto lo confirmaba: alto, distinguido, señorial, con un gesto de inasequible superioridad y desdén en su mirada... era el resultado de la más estricta endogamia entre las más puras y nobles familias prusianas; estaba hecho para mandar, para hacerse respetar, y eso no lo olvidaba jamás, por mucho que los nacionalsocialistas pretendieran unificar a todos bajo “un imperio, un pueblo, un líder”. Puede que fueran el mismo pueblo, pero su sangre era mucho más selecta que la de ese cabo ido a más.
- Sí, señor... pero tardaremos más de dos horas...
- Tú conduce.
En 1943 las carreteras en Andalucía eran pésimas incluso entre capitales; entre Sevilla y Huelva los socavones, barrizales y atascos provocados por carros de campesinos convertían la distancia en una verdadera odisea. Aun así, el Mercedes-Benz de Von Gampp, un I70W del 39 traído por barco desde Alemania, tenía suficiente solidez para hacer frente a los inconvenientes; no como esos malditos “coches del pueblo” de los que tanto alardeaba Hitler. En esa extraña afición por socializarlo todo, el Führer olvidaba que Alemania era un país de señores, él lo tenía claro y por supuesto, él se sabía un señor.
Konrad Von Gampp había nacido en 1895 en Berlín, en el seno de una acaudalada y prestigiosa familia. Dichos orígenes le libraban, por supuesto, de tener que demostrar pureza racial, pero incluso de tener que decantarse por un partido político, por una opción social. Los Von Gampp tenían muchos más derechos que obligaciones, sin embargo, Konrad pensó que no era mala elección el nacionalsocialismo, después de ver el respetuoso trato que deparaba a los “cascos de acero”, la rancia élite militar del pasado entre la que podía contar a varios de sus antecesores; aún así, le parecía nauseabundo el afán de Hitler de distribuirlo todo, de construir autopistas por doquier, de poner en entredicho algunos privilegios hasta entonces intocables de la aristocracia. Consideraba a Hitler y sus nazis unos subproductos de la dañina Revolución Industrial que convirtió a los sumisos siervos alemanes en orgullosos y reivindicativos obreros, capaces de organizarse para luchar contra sus superiores, los cuales, esto estaba fuera de toda duda, lo eran por decisión divina; ahora, estos proletarios engreídos se permitían desautorizar al mismísimo Dios en su Ordo Naturalis. ¡Cómo iba a entender un sujeto como Hitler, con la educación que había recibido, con sus desventuras juveniles como obrero de la construcción, la gloriosa sensación de saberse superior, de disfrutar de los mejores manjares servidos por no menos de cuatro sirvientes, de habitar nobles castillos cuyas gruesas paredes albergaron la verdadera historia de Alemania, de usar ropas hechas siempre a medida, de saborear los más selectos licores y tabacos, de regodearse en los asientos de cuero de los mejores coches conducidos siempre por un chófer... Hitler no podría entender que todo eso pertenecía a los Von Gampp por derecho natural... y sin embargo veía al líder de su nación con rudas ropas militares, frugal, abstemio, en uno de esos “coches del pueblo”. Decían que ese era el futuro, pero desde luego Konrad no se adaptaría jamás, ni daría a sus hijas, Else y Franziska, otra educación que no fuera señorial y distinguida. Y sin embargo, el año 33 optó por Hitler y su nacionalsocialismo, a regañadientes y sabiendo que en buena medida era una traición a sus mayores, pero teniéndolo como una obligación que de no haberlo hecho, le podía haber traído consecuencias funestas; buscó la mejor colocación posible en este “Nuevo orden” para un Von Gampp y, con desdén, aceptó el puesto que le ofrecían como jefe de la Abwehr en el sur de España. Aquella decisión no fue fácil, y la adaptación al caluroso y seco clima sevillano por parte de Frieda, su mujer, un verdadero dolor de cabeza.
Las relaciones de los Von Gampp en Andalucía no eran muchas, excluyendo las recepciones oficiales de los cónsules alemán e italiano y de las inacabables fiestas que daban las familias más adineradas de la capital del Guadalquivir, se sentían como verdaderos desterrados en un mundo zafio y vulgar, rodeados de “pequeños y malolientes españoles” que voceaban y haraganeaban todo el día, una “verdadera raza inferior”, en eso sí que comulgaban con el nacionalsocialismo. Aún así, Konrad, con su exquisito olfato había localizado algunas cosas que casaban con sus señoriales gustos: un catavino bien frío de jerez, la equitación en un clima más propicio que el suyo de origen, una cierta habilidad andaluza para el disfrute del ocio, y sobre todo las chicas andaluzas, morenas, vitales, casi animales, capaces de copular con un ardor desconocido en las prusianas. Para ello tenía a “su” María Teresa, una joven sevillana de veinte años, con los pechos pequeños como limones y unos pezones oscuros, casi negros que no se cansaba nunca de mordisquear. María Teresa era un volcán en la cama, pura lujuria animal, no se sometía como las otras; le gustaba ponerse encima y cabalgar mientras se pellizcaba los pezones... la primera vez, Konrad se quedó tan extasiado que no pudo ni protestar. La chica pertenecía a una familia de la burguesía sevillana empobrecida con la Guerra Civil, tanto que sus hijos habían tenido que buscarse la vida apresuradamente de la forma que pudieron; ella, que no tenía formación ni capacitación profesional y que aunque la hubiera tenido difícilmente habría podido trabajar en la España de los 40, tuvo que aprovechar la frescura de su cuerpo de 20 años... Von Gampp la agasajaba con ropas caras y regalos que luego sus padres vendían en el mercado negro para comprar comida. El alemán y la española pertenecían a dos mundos tan distintos que no parecían del mismo planeta, aun así, la brutal ansia sexual de la andaluza y la materialista generosidad del prusiano los hacían cómplices en esa Europa hecha añicos.

domingo, 2 de junio de 2013

La belleza del loco

  La belleza del loco, del enajenado, de aquél que no tiene nada que ver con la gobernanza de este mundo putrefacto. Ya sea vagabundo sin rumbo por las calles, recluido en grises centros carcelarios, o anegado en alcohol o drogas.
  A veces te comparo con Juan Ramón montado en su Platero, mientras los chicos gritan "el loco, el loco". Yo también soy/quiero ser un poco como ese enajenado, desecho en una sociedad cruel y utilitarista. Yo también soy/quiero ser un marginado, un ser sin sombra, sin destino, sin domicilio fijo... un hermano de los pájaros.

sábado, 1 de junio de 2013

Ahora leyendo (en poesía): "Pájaros perdidos", de Rabindranath Tagore.

  Poemario más de aforismos que de poemas en sí mismos, traducida a la par (ella en el ámbito lingüístico y él en el lírico) por Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, editado por la andaluza Editorial Renacimiento.
   Una suerte es haber tenido en nuestra lengua a los insignes Juan Ramón y Zenobia dedicados a traducir a Tagore, de hecho reputados críticos literarios, por supuesto no solo españoles, han alabado la cercanía en sensibilidad entre el poeta moguereño y el bengalí; Zenobia, por otra parte educada en Estados Unidos, aporta sus amplios conocimientos lingüísticos entre las lenguas de Shakespeare y Cervantes.
   Rabindranath Tagore es, al igual que nuestro Juan Ramón, un buscador de la belleza pura, de la simplicidad formal para encontrar la perfección poética; en este afán, los aforismos suponen una contracción, una minimización de los vocablos en aras de ese impulso.

Ahora leyendo (en narrativa): "Heliconia Invierno", de Brian Aldiss

  Y concluyo la trilogía heliconiana con el invierno. Reconozco gustosamente haber sido arrastrado a un mundo de fantasía e imaginación no falto de un cierto rigor científico y solidez narrativa, muy probablemente de las mejores novelas de ciencia ficción que he leído.
   En la última entrega, el planeta Heliconia se aleja en su órbita mayor de Freyr, dejando sumido en la oscuridad y el frío a todos los continentes, pero de cruel manera a Hespagorat y Sibornal; esto provoca que los humanos encuentren terribles condiciones vitales, mientras que las criaturas no humanas del planeta, principalmente los phagors, se encuentren a sus anchas. En este contexto, nuevas generaciones humanas e inhumanas se debaten en su existencia con sus pasiones, sus éxitos, sus fracasos.
   Es lamentable el desconocimiento que en nuestro país, y probablemente en todos aquéllos de habla hispana, hay de Aldiss. La genialidad del inglés y sobre todo ese equilibrio entre imaginación desbordada y escrupuloso respeto literario le coloca a la par de otros escritores mucho más reputados como Tolkien o Asimov. Debido a su avanzada edad, frisa las nueve décadas, no sería extraño que cuando desgraciadamente no esté entre nosotros se reeditase toda su obra, al menos en su lengua nativa.

jueves, 30 de mayo de 2013

Inciso cinematográfico: "American Splendor", de Springer y Pulcini

  La adaptación al cine del homónimo cómic, transliteración, a su vez, de la vida de Harvey Pekar.
   En mi opinión, en lo que se refiere a fidelidad a la obra literaria, la película es espléndida, valga la redundancia. Nos muestra la vida de Pekar, su vida gris hasta la náusea en un barrio obrero de la no precisamente glamurosa ciudad de Cleveland, su trabajo sin futuro, y su pésima vida amorosa, todo complicado por un carácter huraño e inestable.
   La elección de los actores es también apropiada, por el físico y por la identificación con los personajes. Obviamente ha sido rodada en Cleveland y en los mismos barrios desfavorecidos que aparecen en las novelas gráficas.
  La pregunta clave es: ¿por qué nos atrae tanto la vida de un perdedor, amargado y olvidado? En mi opinión, es por el contrapunto absoluto a los super-héroes. La razón por la que nunca me gustaron los cómics de la factoría Marvel es porque todo eran super-héroes inverosímiles, irreales, frecuentemente con argumentos sencillísimos, pueriles. American Splendor  pertenece a esas novelas gráficas para adultos que reflejan vidas normales y corrientes, pero también con argumentos más complejos, más interesantes. Marvel es la responsable del descrédito del cómic, descrédito del que se va liberando, porque todo era demasiado infantil, para adolescentes granujientos con pésima vida social en su colegio o instituto; en contraposición, el cómic actual, con europeos como Vittorio Giardino, Jacques Tardi; americanos como Harvey Pekar o Art Spiegelman han elevado la novela gráfica a las categorías más altas de la literatura.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Me heriste

Me heriste.
Una vez más y mil más
A mis desprecios siguieron los tuyos.

Nada más que hacer,
Solo sonreír con protocolo
Sin alma, sin aprecio.

Todo seguirá igual...
hasta el final.

jueves, 23 de mayo de 2013

Ahora leyendo (en poesía): "Las bodas de Pentecostés", de Philip Larkin

  Un revolucionario de la lírica, sobre todo en la temática, aunque también algo en la forma: Philip Larkin.
   Larkin es uno de los mayores poetas en lengua inglesa del siglo XX. Pero destaca por su ruptura con la generación anterior, Yeats, Eliot y demás. Los temas de Larkin son la vida cotidiana, gris hasta la desmesura, con una fijación en la infelicidad. Escribió varios poemarios, no muchos, los primeros continuando con el estilo de los autores antes citados, sin duda, obras de juventud; sin embargo, a partir de su medianía de edad, se produce el cambio que le hace único y que provocaría un verdadero escándalo en la sociedad literaria anglosajona.
   Las bodas de Pentecostés pertenecen a esta etapa más suya. El escándalo vino como consecuencia de ser ya un poeta consagrado, alguien venerado incluso, que giraba sobre sí mismo, tocando temas ásperos, desabridos, probablemente como el carácter del propio Larkin. En definitiva, poesía sin concesiones a lo comercial, como debe ser.

sábado, 18 de mayo de 2013

Inciso cinematográfico: "Más allá de las colinas", de Cristian Mingiu

  Más allá de las colinas, "Dupa Delauri" en rumano, es una película dura, diría realista, con un tempo muy lento, casi el de la eternidad. Las protagonistas son dos chicas, una de ellas, Alina, ha vuelto de trabajar de Alemania, para buscar a Voichita, con quien tuvo, así se insinúa al menos, una relación sentimental en el pasado.
   Pero las cosas han cambiado radicalmente, ahora Voichita es monja en un pequeño convento ortodoxo. La situación de Alina es desesperada, provocando un desenlace previsible: su muerte en una suerte de exorcismo. 
  Lo mejor de la película, a mi entender, es la originalidad del tema, la excelsa sobriedad de la fotografía y ese ritmo lento del que hablaba antes. Realismo puro, sin pretensiones efectistas... ni siquiera banda sonora. El resultado final es una película dura pero hermosa que mereció la "palma" al mejor guión y a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 2012.

viernes, 17 de mayo de 2013

Fragmento del cuarto capítulo de mi novela:"Dulce et decorum est pro patria mori"

IV WILLIAM

- ¡Vamos inútiles, moved el culo! ¡Terminad de una vez!
¡Cómo me duele la espalda! Ya no tengo edad para acarrear sacos durante más de diez horas. No puedo más.
- ¡Tú! ¿Qué pasa, no quieres seguir trabajando?
- Un momento, capataz, me duele mucho la espalda...
- ¡Pobrecito! ¿Habéis oído? A este pobre le duele la espalda... ¿Llamamos a tu mamá? ¡Ponte en pie inmediatamente y sigue descargando o te muelo a palos!
- No... no puedo más...
- ¡Sigue trabajando o lárgate! ¿Quién te crees que eres?
- Está bien, me voy... págueme lo que me debe.
- ¡Esta sí que es buena! ¿Que te pague, encima? ¡Fuera de mi vista, no vuelvas nunca por aquí, eres la escoria de todo Londres, desaparece!
- He trabajado toda la semana, hoy casi seis horas... merezco mi salario.
- ¡Fuera de aquí, perro andrajoso! La gentuza como tú tenía que desaparecer de la faz de la tierra... No verás ni un penique, vete antes de que suelte a los perros.
- ¡Explotador, hijo de puta!
- ¡Fuera, chusma, no vales para nada!
- ¡Eso, vete llorando, “mediohombre”, no eres capaz ni de ganar un jornal! 

¡Mierda de vida, qué asco de gente! Me voy, no quiero saber nada de ellos... ¡Dios, tan difícil es que uno pueda ganar algún dinero para poder sobrevivir! No quiero nada más, solo que me respeten como yo respeto a los otros...
No, no era fácil para William ganarse la vida. Su baja capacitación profesional le llevaba a trabajos subalternos, mal pagados y mal considerados, pero su sensibilidad no estaba hecha para eso... con alma de poeta tenía que ganarse la vida como estibador de muelle.
No lograba encontrar acomodo en Londres, como tampoco lo había conseguido en su ciudad natal, Cardiff. Todo lo sentía, todo le dolía, lo que le hacían a él y lo que veía que hacían a los otros. Era un hombre sin maldad en un mundo de malvados, de amargados, de tipos duros; un mundo en el que los hombres no lloran, y él, siendo un hombre, no tenía miedo a llorar. Tenía que poner cara de duro, de insensible, como si a él no le afectara nada; sus “amigos” eran simples truhanes, embrutecidos prostibularios que se alienaban con el alcohol barato, gente sin alma, meros animales con forma humana. Él, sin embargo, necesitaba del contacto humano, buscaba ese guiño de entendimiento, de complicidad, pero solo encontraba muecas de borracho.
No consigo mantener un trabajo, pero ¿qué culpa tengo yo? No estoy hecho para estas labores, si no puedo, no puedo... Voy a tomar una pinta.
William tenía una clara tendencia a huir de los problemas con el alcohol, aunque a la vez lo temía, había visto demasiadas veces borracho a su padre como para anularse completamente con la cerveza.
Entró en un pub cercano a los muelles. Los parroquianos eran obreros en traje de faena, quizá la única que tenían, que bebían para embrutecerse y perder el miedo a la miserable existencia que arrastraban; todos eran hombres jóvenes, menores de cuarenta años, pero por sus ajados aspectos y cansados ademanes parecían más de sesenta.
- ¡Una pinta Joe!
- Marchando... ¿qué tal el trabajo? Has salido pronto hoy...
- Me han echado... ese fascista de Moore... así se muera...