miércoles, 10 de diciembre de 2014

V de Vendetta

 Alan Moore no es precisamente santo de mi devoción. Tengo, sin embargo, varios cómics firmados por él; principalmente porque ha tratado temas muy queridos para mí: el mundo de Lovecraft, extraños sucesos históricos no aclarados -Jack el Destripador-... aunque también ha estado, como es sabido, muchos años ligado al universo Marvel, que nunca me atrajo.
  Sin embargo, Moore es más conocido por esta obra: V de Vendetta, que supuso un tremendo éxito en todo el mundo, que fue posteriormente llevado al cine con otro "exitazo" de público y crítica, y que ha llevado a la dichosa máscara a ser un icono de nuestros días. Desde luego no se puede negar una gran originalidad temática en esta obra, otra patada en la boca para los que piensan que los cómics son cosa de chicos, es una trama sencilla pero bien hilada y con una ambigüedad que hace que sea tomada como banderín de enganche por gentes de muy distinto origen y condición.
 Moore, haciendo una vez más de enfant terrible, abominó de la versión cinematográfica y se alejó públicamente de ella. Yo, en mi humilde opinión, no he visto grandes distancias entre la novela gráfica y la película, aparte, por supuesto, de las necesarias por el distinto formato. Puede que haya algo de ego herido en el escritor... quién sabe.
  Lo tremendo del tema es que la idea central de la novela gráfica es profunda y sanamente ácrata, pues lucha contra todo orden y poder establecido; sin embargo, el verdadero poder y orden de nuestros días -el dinero- hizo también bandera de V de Vendetta, moviendo cientos de millones de dólares, euros, libras, yens y demás monedas infernales entre la distribución de la película y el merchandising posterior. Esa parece ser la maldición de Moore: un tipo en lucha contra lo comercial que tiene la extraña bendición/maldición de vender todo lo que hace como si de churros se tratase. Mejor quedarse, en cualquier caso, con la obra del escritor al margen de los devaneos del mercado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "Oliver Twist", de Charles Dickens

 Creo que ya lo escribí: la llamada literatura victoriana es, para mí, la vuelta al hogar. Sus largas y adjetivadas oraciones; sus personajes dibujados con mil y un epítetos; sus paisajes industriales o rurales con una brutal diferencia social, son la referencia literaria más noble que alguien que escribe puede tener... otra cosa es que nadie, hoy, pueda escribir como Dickens, Eliot, las hermanas Brontë o Stevenson, y no solo por su calidad, sino porque habríamos de ser hombres y mujeres de finales del XIX para poder llevar el ritmo de vida y creación que se plasmaría en sus obras. Sin embargo, envueltos como estamos en "literatura basura" con la que las editoriales dominantes, meras máquinas de hacer dinero y repartirlo injustamente, nos bombardean sin piedad, la vuelta al ideal literario parece más necesario que nunca. En verdad uno acaba preguntándose qué sentido tiene leer a un autor contemporáneo teniendo a un Dickens.
  Algún sesudo crítico literario de las otrora llamadas "Islas Británicas" (hoy, Reino Unido) ha categorizado al inmortal autor como "literatura humanitaria y humorística", y, en realidad, no me parece en absoluto desafortunado. Pocas novelas he leído en las que la compasión verdadera, sin doblez y sin sensiblería (aquí quien quiera puede adjetivarlo como "compasión cristiana", la de verdad, no la farisaica de la secta de Roma) por los más desatendidos de nuestra animalesca sociedad. En el caso concreto de Oliver Twist, la denuncia social es fundamental, hecha carne en un pobre huérfano que es maltratado y utilizado como bestia de carga por todos los adultos que lo rodean. En otros casos, esa crítica viene a través del humor, irónico y sarcástico, como en Los papeles de Pickwick. Es por ello que esa definición, aparentemente demasiado simplona, no hace mella alguna en la inmortal obra de Dickens. 
 Es destacable que muchos de los escritores más notables, para mí, ejemplo de que la especie humana todavía merece seguir existiendo (aunque, desde luego, la mayoría se gana sobradamente la eliminación en masa), hicieron del humor y la compasión (por otro lado, virtudes hoy en desuso) el armazón principal de sus novelas: búsquese humor y compasión humana en El Quijote y en otras obras cervantinas.
  Al final los grandes son grandes no por lo enrevesado de su prosa sino por todo lo contrario, ya podrían aprender la pléyade de pretenciosos escritorzuelos que defienden su obra desde la soberbia de su sillón de académico.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Ahora leyendo: "Con la risa en los huesos", relatos de humor compilados por Valdemar

 Tanto leer a Dostoyevski, literatura victoriana y de terror acaba por marcar el carácter. Por eso es bueno buscar horizontes más risueños, aunque, eso sí, de calidad; nada mejor que confiar, una vez más, en Valdemar.
  Porque cuando se edita una recopilación de relatos humorísticos de Dickens, Conan Doyle, Lewis Carroll, Saki, Jan Potocki, Mark Twain o Kafka no se puede defraudar. Todos ellos, y algunos más, marcaron indeleblemente la literatura universal y las vidas de muchos de nosotros con novelas y relatos que poco tenían de cómicos, pero también han dejado verdaderas joyas satíricas que la editorial Valdemar presenta en este volumen de su colección El Club Diógenes.
  Como el prólogo advierte, hay muchos tipos de humor aquí: desde el humor negro anglosajón de Conan Doyle, al surrealista de Lewis Carroll o al amargo y ligeramente resentido de Ambrose Bierce; pero todos ellos coinciden en la brevedad, y es que, al igual que ocurre con el terror, en los relatos de humor "lo bueno, si breve, dos veces bueno", pues con una rápida lectura nos deja un sabor intenso, como un trago de tequila que nos espabila al instante.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Inciso cinematográfico: "The Zero Theorem", dirigida por Terry Gilliam

 Una película rara, en el buen sentido de la expresión: con muchas interpretaciones -probablemente tantas como espectadores-, con una estética tan peculiar que hechiza; con una actuación del genial Cristoph Waltz, la bella y sensual miniatura femenina de Mélanie Thierry, la hierática dureza de la gigantesca Tilda Swinton y la afortunadamente escasa aparición de Matt Damon.
  La acción -poca en el sentido físico, más en el intelectual- ocurre en un futuro "distópico" en el que Waltz es un matemático informático que, trabajando desde "su casa" -luego hablaré de "su casa"-, trata de demostrar el sentido de la vida. El tipo en cuestión, Qohen Leth, es un verdadero enfermo psicológico, no más que cualquier otro; desde su ordenador -a medias futurista a medias sacado de una novela de steampunk- busca la explicación a la existencia mientras espera una llamada que se la dé y que nunca llega. En su vida se cruza una prostituta virtual que se acaba enamorando de él interpretada por Mélanie Thierry, la nueva Lolita del cine francés: una tipa de poco más de metro y medio que desborda sensualidad por todos los poros. También, quizá como antítesis física, a Leth le trata una psicóloga virtual interpretada por Tilda Swinton, la gigantona Bruja Blanca de Las Crónicas de Narnia que tiene la sensualidad de un contenedor de basuras.
  En mi opinión, -la opinión buena siempre es la propia, lo contrario es dogmatismo-, The Zero Theorem es una alegoría de la vida, de la búsqueda de sentido de la misma. La "casa" de Qohen Leth a la que antes hice alusión no es sino una iglesia abandonada, en el altar está el soberbio ordenador de su puesto de trabajo y en el órgano está su cama. Es sencillo representarse a Qohen Leth como un eremita que busca a Dios en un mundo sin Dios; la espera de la llamada es algo que todos los que tenemos ya cierta edad hemos escuchado cientos de veces en nuestra catequizada adolescencia: "la llamada de Dios". Frente a la espiritualidad y la búsqueda de sentido a todo, la sensualidad apasionada de la Thierry, que desempeña una versión actualizada de la profesión de María Magdalena y que supone la tentación para el timorato de Leth.
  La respuesta final a la búsqueda de sentido parece estar en un agujero negro, reduciendo así la noción de Dios a la más razonable, científica y desesperanzadora del Big Bang.
 Una muy buena película, de nuevo, para mí. Waltz no alcanza la pericia interpretativa con la que nos deslumbró en Inglorious Bastards, pero cumple ampliamente; el resto del elenco cumple sobradamente con las expectativas. Pero lo más destacable es la fotografía de la película, casi en su totalidad de interiores, con una espléndida adaptación de esa casa-iglesia.

martes, 25 de noviembre de 2014

"Una resaca de cuidado", por Jacques Tardi y Leo Malet

 Cada historietista, obviamente, tiene su propio estilo: el detallista de Vittorio Giardino, el de trazos aparentemente descuidados de Hugo Pratt, el más infantil de Art Spiegelman o el inconfundible de Jacques Tardi.
  De los anteriormente citados, el estilo de Tardi es más parecido al de Pratt, aunque Corto Maltés tiene un terminado más artístico que los personajes del francés. Me gusta mucho, sin embargo, el tratamiento que hace Tardi de los paisajes urbanos en los que ambienta sus historias: no son más que calles comunes y corrientes con casas propias del país vecino, calzadas con pavés y coches de la época -años 40 y 50-, pero  rezuma todo una atmósfera que presta una verosimilitud extraordinaria.
 En esta ocasión, Una resaca de cuidado, es otra aventura del antihéroe "tardiniano" por excelencia, Néstor Burma, un atrabiliario y desmañado detective creado por "el Vázquez-Montalbán de las letras francesas", Leo Malet.
  Porque, ya lo conté de Pratt, en el cómic hay demasiados ilustradores que pretenden meterse a escritores, y, aunque a algunos les salga bien -caso de Spiegelman o Giardino-, la mayoría suele naufragar en la intensidad de la trama. Jacques Tardi no se limita a dibujar, pues también interpreta las novelas de Malet, pero en las historias de Néstor Burma se observa la profundidad y el buen hacer que uno espera de un gran escritor.

jueves, 20 de noviembre de 2014

"36-39. Malos tiempos", por Carlos Giménez

 Que los cómics o novelas gráficas no son asuntos infantiles o juveniles sino que pueden tratar temas de honda madurez se sabe de hace mucho tiempo, pero lo cierto es que hay temas y temas. No se me ocurre una temática de mayor crudeza que una guerra civil, pero es que el modo descarnado y verosímil que le da Giménez recalca la brutalidad del conflicto.
  36-39. Malos tiempos  es un cómic abrumador. Es abrumador por la enorme calidad de Giménez como ilustrador, uno de los mejores a nivel mundial, sin duda; pero también es abrumador por la dureza con la que trata la muerte sin sentido, caprichosa e infantil que se apoderó de nuestro país entre 1936 y 1939. Carlos Giménez no es un contemporizador, no trata de quitarle yerro al asunto, todo lo contrario: me ha resultado verdaderamente duro leer este cómic, cada historia está preñada de la barbarie y el salvajismo que se enseñoreó de esta triste tierra hace casi ochenta años.
 No he podido evitar recordar viejas historias que me contaron mis abuelos Alfonso y Manolita, alguna recogida aquí como aquella del obús que cayó en la farmacia El Globo. La tristeza con la que mis abuelos me lo contaban ya en los primeros años ochenta todavía me sobrecoge.
  En su prólogo, el autor advierte que no será neutral: "que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo". Sin embargo, el cómic no es, en absoluto, un panfleto propagandístico, sobre todo porque la crudeza de la narración, especialmente cuando son niños los protagonistas, no deja títere con cabeza. Para Giménez no hay ni buenos ni malos, la guerra los ha convertido a todos en malos, ha sacado lo peor que hay en cada uno de ellos. De ahí la extrema verosimilitud de la narración.

martes, 18 de noviembre de 2014

Busqué...


Busqué amor paterno y encontré disciplina,
busqué amistad y encontré compañerismo,
busqué a Dios y encontré liturgia,
busqué amor conyugal y encontré rutina,
busqué ayuda y encontré contraprestaciones,
busqué conocimiento y encontré instrucción,
busqué paisajes y encontré aparcamientos,
busqué árboles y encontré farolas,
busqué ríos y encontré cloacas,
busqué hermanos y encontré coetáneos,
busqué Paz y encontré treguas,
me busqué a mí mismo, al fin, y no encontré más que este tipejo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

"Lovecraft. Un homenaje en 15 historietas"

 La Revista Cthulhu y su editorial, Diábolo Ediciones, sacan este volumen con adaptaciones de relatos lovecraftianos.
  Howard Philips Lovecraft, es bien sabido, pasó a mejor vida sin dejar hijos ni herederos de sangre alguno, sus familiares más cercanos eran mayores que él: su madre, sus tías, su abuelo materno; y sus "familiares" más lejanos eran dioses arcaicos y pretéritas civilizaciones superiores... lo demás, en su vida, fue soledad. Decía herederos de sangre, porque herederos culturales ha dejado millares: probablemente todos sus lectores seamos herederos en cierto sentido. Pero es más claro en los escritores e ilustradores que han continuado su talentosa labor. 
 Un aspecto muy interesante de su obra es que nadie piensa que esté plagiando nada al inspirarse en un relato suyo y modificar las coordenadas espacio-temporales o algún aspecto concreto y darle así vida nueva.
  Porque la cosmovisión de Lovecrat excede el tema para convertirse en categoría. En su época formó junto con otros escritores el llamado a posteriori  "Círculo de Lovecraft" que se dedicó a ampliar sus espléndidas categorías de terror cósmico. Hoy en día, ese afán de querer profundizar en las posibilidades del terror lovecraftiano sigue vivo y productivo, un excelente ejemplo es este volumen.

viernes, 14 de noviembre de 2014

"Cleveland", por Harvey Pekar y Joseph Remnant

 La manía del ser humano de clasificar, categorizar y ordenar, lleva a errores de bulto en todos los campos. Porque, por mucho que nos empeñemos, las cosas no son tan cuadriculadas, y mucho menos en ámbitos creativos. Incluso algo tan poco académico como el mundo del cómic está ya metido en la horma que todo lo fuerza; y así los sesudos estudiosos de la novela gráfica han dividido geográficamente en "cómic europeo" y "cómic americano", dando al primero características más adultas y realistas, mientras que el segundo se dejaba en su totalidad para los superhéroes de la todopoderosa factoría Marvel. Harvey Pekar es americano, de Cleveland, Ohio, para más señas, pero ¿encaja en las supuestas características del cómic americano?
  Pues no, evidentemente. Un tipo de mediana edad, siempre malhumorado, calvo y solitario, que vive en barrios empobrecidos de una ciudad en claro declive y se mantiene con empleos sin futuro y mal pagados tiene muy poco que ver con los brillantes -e irreales- héroes de Marvel. De hecho, el llamado -otra etiqueta- "cómic underground" surgió en Estados Unidos contra la tiranía de unos personajes y unas historias que no tenían nada que ver con las vidas grises y corrientes que realmente llevaban sus lectores. Alan Moore, otro de los gigantes del cómic, explica que en un principio, los superhéroes de Marvel rompían la monotonía y escasa previsión de futuro de los lectores, pero que al final acabaron por ser una droga idiotizante para muchos. Frente a esto, Harvey Pekar o Robert Crumb -amigos, por otro lado- inundaban los kioscos de un realismo social que, probablemente, no era del agrado de quienes ejercían el poder; no creo que ningún alcalde de Cleveland haya disfrutado con las imágenes -duras pero según parece ajustadas a la realidad- que Pekar nos transmite en sus cómics.
  La obra más conocida de Harvey Pekar es American Splendor, un título irónico para narrar las experiencias de un joven de clase obrera del Medio Oeste americano: el descubrimiento de la sexualidad, la amistad y el compañerismo, las crisis de identidad... todo en el gris escenario de una otrora exitosa ciudad industrial. Cleveland fue su última entrega, una suerte de reconocimiento final a ese escenario de sinsabores y pequeñas alegrías que debió ser su vida; un cómic que a todas luces tiene más de europeo que de americano.

Ahora leyendo: "Los demonios", de Fiódor Dostoyevski

 No es Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o El idiota, pero Los demonios participa de todas las características de Dostoyevski: realismo social, gran capacidad de análisis psicológico de los personajes, un cierto existencialismo enfocado hacia un pesimismo y una temporalidad temática que, sin embargo, alcanza lo intemporal.
  Porque con Dostoyevski pasa que, a veces, el desarrollo de la psicología de cada personaje acaba por ocultar la trama de la novela. En este caso, pinta un fresco de la sociedad rusa de la segunda mitad del XIX, época como bien es sabido harto convulsa, con las brutales desigualdades que se cebaban en la paupérrima clase obrera y que, como era previsible -ayer igual que hoy- preconizaba la llegada de un periodo revolucionario que acabaría en guerra civil. Se fija el autor en la aparición de grupos nihilistas que buscaban provocar el cambio social a base de violencia pura y dura. Y, sin embargo, la lenta y adjetivada prosa describe tan minuciosamente la evolución psicológica y de comportamiento de todos y cada uno de los personajes, que la violencia de los hechos queda oculta.
  Todo ello, como es habitual en la literatura rusa, en cerca de mil páginas de sesuda prosa. 
 Leer a Dostoyevski supone, al igual que con Tolstoi, Proust y otros, entrar en un mundo en la que el reloj no parece correr. La descripción de un individuo concreto es tan exhaustiva, que da la impresión de estar describiendo a la totalidad de la especie humana; de ahí que pese a tener una estrecha relación temporal, se puede decir que es una novela eterna.