miércoles, 21 de octubre de 2015

Inciso cinematográfico: "Mr. Moto".

  Ya hablé de Peter Lorre (Lazlo Lowenstein), uno de mis actores favoritos (si no el principal) de todos los tiempos, un perfecto secundario que redondeó espléndidas películas y otras mediocres desde los años 20 (en Europa) hasta su muerte en 1964; Peter Lorre es el fantástico asesino de niñas en M, el vampiro de Düsseldorf (1931),  el doctor loco en Mad Love (1935), el mafioso Joel Cairo en El halcón maltés (1941), el atribulado Ugarte en Casablanca (1942), el cirujano plástico borracho de Arsénico por compasión (1944) o el ayudante del profesor Aronnax en 20.000 leguas de viaje submarino (1954). Uno de los grandes, ¡vaya!
   La serie de películas de Mr. Moto es parte menor del gran actor, por supuesto, con todo, para los que somos admiradores incondicionales son como pequeñas joyas. Se trata de la adaptación de las novelas detectivescas del novelista americano John P. Marquand, basado en las audacias de un excéntrico agente secreto japonés, Kentaro Moto. Los cursos de la historia del pasado siglo XX dieron con el personaje en cuestión  en el olvido, principalmente por el sentimiento antijaponés que surgió en Estados Unidos a raíz de la Segunda Guerra Mundial.
  Las películas (nueve en total) destilan ese aire glorioso del Hollywood de los años 30, antes de que el "buenismo" oficial de los años 60 llenara la pantalla con previsibles historias insulsas repletas de buenos buenísimos y malos malísimos. Peter Lorre llena, obviamente, toda las cintas, con su pequeño cuerpecillo envuelto en pulcros trajes o en kimono, con ese ambiente de genialidad al que nos tiene acostumbrado. Son pequeñas joyas que uno disfruta encerrado en casa con una buena taza de té mientras, fuera, el mundo se mata por alguna estúpida razón.

martes, 20 de octubre de 2015

lunes, 12 de octubre de 2015

Ahora leyenda: "La maldición de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto"

 En los últimos años he leído todo lo que la editorial Valdemar ha sacado en estas compilaciones de su Club Diógenes. Me gusta mucho porque en un formato pequeño (por tanto cómodo de llevar a cualquier parte, pero también barato) se recopila lo "mejorcito de cada casa" en el subgénero de terror. Este volumen concretamente se ceba en esa pobre gente que fue preservada entre complejos rituales principalmente en el antiguo Egipto, pero también en otras culturas del pasado. Y es que son miles los relatos, algunos espléndidos, otros pasables y la mayoría infumables que se han escrito sobre estos temas, y ahí, precisamente, está la valía de Valdemar, en seleccionar lo más escaso, lo sobresaliente.
   Aquí están  escritores de la talla de Conan Doyle, Ruyard Kipling, Clark Ashton Smith o contemporáneos como José María Latorre o Pilar Pedraza. Para mí, estos pequeños volúmenes son joyas de por vida que pasarán a formar parte de la biblioteca familiar que se usarán de generación en generación, espero, mejorando, como el vino con el paso del tiempo. Así, Valdemar lucha contra esos prejuicios de los que consideran que ese subgénero narrativo es algo menor, más como mero divertimento que otra cosa.
  Como ya se sabe, estos temas "góticos" fueron especialmente cultivados por los escritores anglosajones de finales del XIX y principios del XX, los grandes maestros, que dieron a la literatura universal un inmenso tesoro de novelas y relatos de este subgénero de terror.

"Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche", por ¿Hugo Pratt?

  Obviamente ya no es Hugo Pratt el autor de esta última aventura del antihéroe de los cómics por excelencia, toda vez que Pratt murió en 1995. Ahora son Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero los encargados de resucitar a Corto Maltés y a otros viejos conocidos como Rasputín.
  Hay que reconocer que la elección de Díaz Canales y Pellejero para esta "magna labor" de devolver a la vida a Corto ha sido acertada. Díaz Canales es el premiado guionista de Blacksad, admirado allende nuestras fronteras hasta que, al fin, en nuestra cainita tierra nos hemos dignado a valorar su trabajo; Pellejero es el dibujante de Dieter Lumpen hijo moderno de Corto Maltés, al menos coincide en su imagen de antihéroe descreído que acaba siendo enrolado casi a la fuerza en aventuras en exóticos países. Pero juzgando ya el tomo en cuestión, al menos de lo que llevo leído, parece que la obra de Pratt ha sido escrupulosamente respetada y que el Corto Maltés de Díaz Canales y Pellero no rompe en absoluto la continuidad, tanto en el espíritu como en la letra con el original.
   En Norma Editorial juran y perjuran que Hugo Pratt quería que su obra fuera continuada... lo ignoro, aunque nunca pensaría mal de una editorial (¿¿¡¡!!??)... Lo cierto es que, en mi opinión, mientras no se desvirtúe el sentido original del creador, no se provoca daño alguno. Corto Maltés es y será siempre la genial creación de Hugo Pratt, y  mientras escritores y dibujantes tan talentosos como Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero se encarguen de prolongar sus vidas, no tendré nada de qué quejarme.

domingo, 4 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Carta de una desconocida", por Stefan Zweig.

 El título del relato lo dice todo: es una carta de una mujer enviada a un escritor joven y famoso (¿álter ego de Zweig?). Una carta en la que confiesa su amor incondicional, irracional y adolescente, epístola en la que admite que su amor fue tan fuerte que llegó a buscar el encuentro anónimo con el donjuanesco escritor hasta quedar embarazada de él... Un relato que se me antoja caprichoso y en extremo machista, si no fuera, claro está, porque fue escrito allá por los años 20 del pasado siglo, años en los que la mujer era poco más que un aditamento gracioso para un caballero.
   Porque desde la época actual, esta mujer (ni siquiera llega a dar su nombre) es una pobre criatura que se encapricha puerilmente de un canalla que se aprovecha de ella como de todas las que conoce, y ella, ni corta ni perezosa, provoca el embarazo, pero no para extorsionar al varón, sino para tener un recuerdo suyo... como el que se compra un canario, ¡vaya! Lamento mostrar tan poco romanticismo, pero es que, en este caso, soy hijo de mi época y estoy acostumbrado a tratar con mujeres fuertes que no cambian su rumbo de vida por enamoriscarse del primer fantoche que conocen en su adolescencia.
  El relato no carece de dramatismo pues la pobre confiesa que su hijo (ese que tuvo con el destinatario de la carta de forma secreta) acaba de morir y que ella misma está decidida a suicidarse al acabar de escribir la misiva. Todo un poco lacrimoso, rayando (al menos al interpretarlo a la luz del siglo XXI) en la estupidez.
 Por supuesto, desde el punto de vista estilístico, es Zweig en estado puro: descripción psicológica del individuo (en este caso "autodescripción") al mejor estilo de Dostoyevski, un verdadero lujo narrativo.

 Escribí esto hace ocho años. Hoy, en 2023, no firmaría nada así, nada tan drástico, tan fanático, tan ideologizado, desde luego. Soy, pues, distinto del tipo de 2015. ¡Tan sólo ocho años y soy otra persona! ¿Quién seré dentro de otros ocho años?

Trampantojo, por Max.

Publicado en el suplemento cultural "Babelia" de "El País" del 3 de octubre de 2015.

Inciso cinematográfico: "Train de vie", dirigida por Radu Mihaileanu.

 ¿Cuántas películas se han rodado en los últimos decenios sobre el Holocausto? Probablemente menos de las necesarias, habida cuenta de la bárbara estupidez humana que nos sigue llevando a exterminarnos los unos a los otros y provocar genocidios... Pues bien, esta no es igual que las otras... tiene un punto cómico que no se encuentra en las demás.
  El resto de películas sobre el Holocausto son dramas tremendos, ¡claro, no faltaba más! Los hechos narrados son tan brutales, tan inhumanos que parece imposible hacerlo en un ámbito cómico, y, sin embargo, Radu Mihaileanu ha conseguido realizar una película impecable, no es propiamente dicho una comedia, más bien una tragicomedia: las situaciones abiertamente hilarantes y absurdas predominan de principio a fin, lo cual no resta un ápice de crudeza e incluso verosimilitud. El guión es simple y a la vez realista: en un "shtetl" judío de Europa del este (un gueto, vamos) se enteran de que en el pueblo vecino ha comenzado la deportación de judíos a los campos de exterminio, ni cortos ni perezosos deciden "deportarse ellos mismos"... sí, algunos de ellos se disfrazarán de nazis mientras el resto ocupará los vagones para carga de un tren que ellos mismos fletarán pero que no acabará, obviamente, en los campos de exterminio sino en Israel.
   Como se puede ver el propio guión es absurdo, y ese es, precisamente, el tipo de humor que inunda la cinta, un humor absurdo que, sorprendentemente, humaniza la terrible situación. Todos se meten en sus respectivos papeles: los encargados de "convertirse temporalmente" en nazis se creen tanto el papel que acaban por ser verdaderos alemanes; los otros, víctimas, comienzan a organizarse para luchar contra los "nazis de pega"... todo aderezado con situaciones descacharrantes y sin sentido. El resultado es brillante pero no irreverente, no se quita una pizca de seriedad dentro de lo humorístico, valga la contradicción.
   En el viaje hacia la libertad se encuentran con otro grupo humano que huye del salvajismo nazi: unos gitanos que han tenido la misma idea; juntos, iguales en la adversidad pero distintos en el origen generarán una de las escenas más destacables de la película, cuando, en una celebración de lo único que el ser humano tiene por seguro, la vida, tocan sus instrumentos en un apasionante tête à tête entre las culturas musicales de ambas etnias.
 Todo en fin, queda, aparentemente, en nada cuando, en las últimas escenas del film, aparece el tonto del pueblo, hilo conductor de toda la trama, con el uniforme de prisionero tras las alambradas. Se da así a entender que la gloriosa y absurda aventura solo ha sucedido en la genial cabeza del fou du village. Así se cierra la tragicomedia.

martes, 29 de septiembre de 2015

martes, 22 de septiembre de 2015

Ahora leyendo: "Cuentos de crímenes, fantasmas y piratas", por Daniel Defoe.

 Muchos autores de todas las épocas tienen alguna obra por los que son conocidos mundialmente, esto no deja de ser en cierto modo injusto, pues hace olvidar el resto de su obra. Este es el caso de Daniel Defoe, a quien todos conocemos por su Robinson Crusoe, novela de aventuras al nivel de las de Verne, Salgari, Kipling, Stevenson o Conrad; además también es famosa su Molly Flanders.
  Sin embargo, Daniel Defoe, un tipo de vida verdaderamente interesante según parece, dejó un buen puñado de excelentes relatos que hoy llamaríamos "góticos" o que, al menos, recogen ese gusto por lo sobrenatural, lo oculto, lo fantasmagórico que sedujo a muchos escritores del siglo XVIII. Esos son los relatos que la editorial Valdemar ha compilado en este pequeño volumen. En ese subgénero narrativo que algunos llaman "literatura de terror", Defoe era un precursor en todos los sentidos, con esto quiero decir que fue en cierta manera un pionero de este subgénero que estallaría en el siglo XIX, pero también que los relatos nos parecen hoy un poco pacatos. Son cuentos que adolecen de mordiente, de finales sorprendentes (algunos son incluso previsibles) y de giros en la trama que nos dejen sin respiración. Todo eso es fácil de encontrar en autores como Poe, Maupassant, Sheridan Le Fanu o Mary Shelley.
   Con todo, Defoe tiene una calidad literaria muy alta, se perdonan esos pequeños"defectos" que en realidad no son tales sino distintos gustos estéticos que han ido variando a lo largo del tiempo.