domingo, 4 de octubre de 2015

Inciso cinematográfico: "Train de vie", dirigida por Radu Mihaileanu.

 ¿Cuántas películas se han rodado en los últimos decenios sobre el Holocausto? Probablemente menos de las necesarias, habida cuenta de la bárbara estupidez humana que nos sigue llevando a exterminarnos los unos a los otros y provocar genocidios... Pues bien, esta no es igual que las otras... tiene un punto cómico que no se encuentra en las demás.
  El resto de películas sobre el Holocausto son dramas tremendos, ¡claro, no faltaba más! Los hechos narrados son tan brutales, tan inhumanos que parece imposible hacerlo en un ámbito cómico, y, sin embargo, Radu Mihaileanu ha conseguido realizar una película impecable, no es propiamente dicho una comedia, más bien una tragicomedia: las situaciones abiertamente hilarantes y absurdas predominan de principio a fin, lo cual no resta un ápice de crudeza e incluso verosimilitud. El guión es simple y a la vez realista: en un "shtetl" judío de Europa del este (un gueto, vamos) se enteran de que en el pueblo vecino ha comenzado la deportación de judíos a los campos de exterminio, ni cortos ni perezosos deciden "deportarse ellos mismos"... sí, algunos de ellos se disfrazarán de nazis mientras el resto ocupará los vagones para carga de un tren que ellos mismos fletarán pero que no acabará, obviamente, en los campos de exterminio sino en Israel.
   Como se puede ver el propio guión es absurdo, y ese es, precisamente, el tipo de humor que inunda la cinta, un humor absurdo que, sorprendentemente, humaniza la terrible situación. Todos se meten en sus respectivos papeles: los encargados de "convertirse temporalmente" en nazis se creen tanto el papel que acaban por ser verdaderos alemanes; los otros, víctimas, comienzan a organizarse para luchar contra los "nazis de pega"... todo aderezado con situaciones descacharrantes y sin sentido. El resultado es brillante pero no irreverente, no se quita una pizca de seriedad dentro de lo humorístico, valga la contradicción.
   En el viaje hacia la libertad se encuentran con otro grupo humano que huye del salvajismo nazi: unos gitanos que han tenido la misma idea; juntos, iguales en la adversidad pero distintos en el origen generarán una de las escenas más destacables de la película, cuando, en una celebración de lo único que el ser humano tiene por seguro, la vida, tocan sus instrumentos en un apasionante tête à tête entre las culturas musicales de ambas etnias.
 Todo en fin, queda, aparentemente, en nada cuando, en las últimas escenas del film, aparece el tonto del pueblo, hilo conductor de toda la trama, con el uniforme de prisionero tras las alambradas. Se da así a entender que la gloriosa y absurda aventura solo ha sucedido en la genial cabeza del fou du village. Así se cierra la tragicomedia.

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