sábado, 10 de junio de 2017

"El demonio del movimiento" y otros relatos de la zona oscura, de Stefan Grabinski.

 Para mí, leer y escribir son actos solitarios. Sin embargo, con frecuencia se encuentra a alguien que comparte hábitos y costumbres y, para qué negarlo, uno quiere intercambiar impresiones. No es raro que los caracteres coincidan: introversión, retraimiento, incluso inseguridad social (por no hablar de fobia) suelen darse también en el otro; pero, desgraciadamente, entre los "letraheridos" también hay imbéciles al uso de nuestra insigne sociedad, gentes engreídas y pedantes que tratan de demostrar su erudición en cada palabra que vomitan. Entre estos últimos los hay tan doctos que presumen de no leer nada que no sea en su lengua original, para "ya sabes, evitar los vicios de los traductores". Lo peor de todo es que no tienen empacho en hablar de todo tipo de autores y de todo tipo de lenguas, romances, germánicas o eslavas, es decir, que esos bobos presumidos, tan pagados de sí mismos, hablan centenares de lenguas... La estupidez humana es verdaderamente agotadora. Obviamente un par de preguntas "malintencionadas" sirven para desmontar todo el tenderete de mentiras que ellos mismos se han construido para tapar su ínfima pequeñez, y comprobar que a duras penas entienden algo que no sea castellano. Cuento todo esto para defender la labor imprescindible de los traductores, justo ahora que empiezo a leer el volumen que publica Valdemar de este tan Grabinski y que al parecer seguía acantonado en su lengua materna, el polaco.
  Porque, claro, todos hemos leído a Poe en inglés, o a Pessoa en portugués, algunos habrán leído a Baudelaire en francés, a Levi en italiano, a Günter Grass en alemán, a Tolstoi en ruso... y así sucesivamente, pero lo cierto es que, siendo sinceros, a falta de traductores nos ibamos a tener que contentar con la extraordinaria literatura en español. Lo que puede ser discutible es la formación y el buen hacer de los traductores. Algunos sin titulación alguna han traducido de forma fiel y apropiada, véase la traducción que hizo Cortázar de la de Poe, y otros, sin embargo, con toda esa vanitas vanitatis que supone las titulaciones actuales, han destrozado obras completas, no digamos ya si es poesía. Por ello, desde este humilde e ignorado blog vaya un sentido agradecimiento de lector a todos aquellos traductores comprometidos, puntillosos y respetuosos con las obras en que trabajan, y que tantos buenos momentos nos han deparado. De paso, informo de que la traductora de este volumen editado por Valdemar es Katarzyna Olszewska Sonnenberg.
  Este tal Grabinski, por cierto, ha sido llamado "el Poe polaco", un hito en la literatura fantástica y de terror que, perteneciente a aquella prolífica época de finales del XIX y principios del XX, no participa de la lengua más utilizada en este subgénero narrativo y que, claro está, es el inglés. Uno de los hechos más peculiares de esta literatura fantástica es que todos los temas están permitidos, se goza de una libertad que no es frecuente en otros subgéneros narrativos. Así, por ejemplo, Grabinski se"especializó" en relatos en los que el tren es el hilo conductor de la trama... todo una novedad que aporta originalidad al autor.

sábado, 3 de junio de 2017

"Cuánta tierra necesita un hombre" y otros cuentos, de Lev Nikoláievich Tolstói.

 Que Tolstói es uno de los gigantes del siglo XIX que ha hecho sus deudos a todos aquellos que buscamos una razón para existir no lo discute nadie. Han pasado más de cien años de su muerte y su figura se agranda tanto en el plano literario como en el humano. En el primero quedan las novelas inmortales: Guerra y Paz, Anna Karénina o Resurrección; y en el plano humano los cuentos y relatos de naturaleza ensayística en los que retrata el alma del hombre con una sencillez y, a la vez, una profundidad difícil de alcanzar. Este tomo editado por  Alianza editorial pertenece, obviamente, al segundo grupo.
  En el primer cuento, Tres muertes, Tolstói describe los óbitos de otras tantas personas, diversas en su extracción social y su nivel cultural, que ven acercarse el fin de sus días con una mezcla de desesperación  ante lo inevitable y de resignación cristiana finalmente. El resultado es conmovedor por la sencillez con que la miseria humana queda retratada; los últimos párrafos, en los que el autor recuerda la insignificancia de nuestras vidas al narrar la continuación de la vida natural con una indiferencia pasmosa deja todo claro... todo sigue igual.
 Los cuentos son la estructura narrativa perfecta para que alguien del talento de Tolstói pueda dejarnos patidifusos (si se tiene la suficiente sensibilidad literaria e intelectual, claro) ante los grandes hechos de la vida, que son, justamente, los contrarios de los que la gente vulgar (esa que domina el mundo) cree.
  Este tomo es, por tanto, una guía para una vida humana libre de la estupidez, ceguera y soberbia que enfangan a la mayoría de nuestros semejantes... una verdadera guía espiritual.

lunes, 29 de mayo de 2017

Ahora leyendo: "Doña Perfecta", de Pérez Galdós.

 Vuelvo a Pérez Galdós, con una de sus obras cumbre de juventud, pero que ya contiene las características que son tan evidentes: realista en lo estético, con abundante sarcasmo e ironía, con un alter ego entre los personajes (en este caso el protagonista, Pepe Rey) y, sobre todo una prosa cervantina que lo convierte en atemporal.
  Esta edición de Cátedra abre, como es habitual en su colección Letras Hispánicas, con un sesudo estudio de la vida y obra del canario universal; dicho estudio, claro está, lo he pasado por alto para centrarme en el texto sin injerencia alguna, por mucho que estas sean erudición en estado puro.
 En Doña Perfecta se percibe ya el claro posicionamiento político y social que tuvo Galdós toda su vida y que suponía una lucha sin cuartel contra todo lo rancio, ultraconservador y mohoso que había en nuestro país (y que, desgraciadamente, parece resistirse a morir) y un anhelo de la apertura social, política y económica que elevara España a aquellas potencias europeas que se habían subido al carro de la Revolución Industrial, y que fueron tomadas entonces como bandera por el Partido Liberal. Es por ello que los personajes galdosianos están divididos entre los héroes con profesiones modernas y liberales (ingenieros, médicos, políticos...) y los antihéroes con ocupaciones propias de épocas más arcaicas (terratenientes, clérigos, sacerdotes...). Aquí concretamente, Pepe Rey es ingeniero mientras que Perfecta encarna el inmovilismo absolutista, arengada por el canónigo local, don Inocencio, representante de la atrasada Iglesia.
   Pero para mí lo más querido de Galdós es su absoluto dominio de los distintos registros "sociolectales". Es un verdadero maestro a la hora de poner en boca del pueblo llano expresiones y dichos que aportan redondez a los personajes; ya dije que Valle-Inclán (amigo personal de don Benito) le embromaba llamándolo "Benito el garbancero" por su excelente uso del habla coloquial. Esto es sobresaliente en Fortunata y Jacinta, pero también en Doña Perfecta se aprecia claramente, dando al habla de Pepe Rey un toque más técnico, al párroco uno más espiritual, o a Perfecta el más tradicionalista. 
 Pérez Galdós es un verdadero "maestro de escritores", para todos aquellos que quieran aventurarse a juntar palabras y oraciones, pues entreteje acción y personajes con notable lucidez sin caer en grandilocuencias que lo echen todo a perder.

domingo, 21 de mayo de 2017

"Dosto", el mejor psicólogo.

 Es difícil encontrar una fineza psicológica, una descripción del temperamento tan aguda  como se halla leyendo a Dostoyevski. En El doble, la evolución psicológica del personaje está tan bien pergeñada que uno se ve reflejado a sí mismo y a muchos otros insignes representantes de nuestra docta y evolucionada sociedad.
Imagen tomada de Wikipedia
  Con Dosto se disfruta de la lectura en un plano que excede con mucho lo meramente cultural y llega a las cotas más profundas de descripción de la psique humana, ya sea en comportamiento individual o colectivo. Es muy fácil sentir a Goliadkin como lo es hacerlo con Raskolnikoff o los Karamazov. Es una lástima que haya tanta gente que lea bazofia contemporánea promocionada por las grandes editoriales.

lunes, 15 de mayo de 2017

Ahora leyendo: "El doble", de Fyodor Dostoyevski.

 El doble es una novela (cuando fue escrita su extensión lo clasificaría como relato) "menor" del atormentado escritor ruso. No es Crimen y castigo, ni Los hermanos Karamázov, ni Los endemoniados, ni El jugador, ni El idiota, de hecho podría ser considerada una obra juventud, pues fue publicada en 1846, a los 25 años del autor. Sin embargo, El doble ya incluye las líneas maestras de su obra: temas como la pobreza extrema junto al derroche más reprochable, la minuciosa descripción psicológica de los personajes que son literalmente diseccionados delante del lector y el nacimiento de los movimientos filosófico-políticos (comunismo, anarquismo...) tan efervescentes a mediados del siglo XIX.
  El personaje principal, el funcionario Goliadkin, es un tipo que solo vive para medrar socialmente, de modo que no duda en aparentar ser quien no es (alquilando coches de caballos y trajes de etiqueta, así como adoptando una actitud prepotente y arrogante) para codearse con una fracción de la sociedad más elevada que aquella a la que pertenece. Al sufrir un desaire por parte de su jefe que lo rechaza en una comida en honor de la hija de éste, Goliadkin se divide en dos: el personaje real y el que ha ascendido (supuestamente) a esa esfera social superior. El tratamiento literario que da Dostoyevski a la esquizofrenia real de Goliadkin es solo esperable en autores como Freud o Jung, una verdadera proeza que solo alguien que pasó un verdadero infierno mental (como el ruso) puede llegar a desarrollar.
  Al margen de lo esquizoide del personaje, hay una evidente crítica a la falsedad de la sociedad rusa del momento, de su superficialidad, de una verdadera degradación moral de la que, me temo, estamos viviendo de nuevo en estos tiempos.

domingo, 7 de mayo de 2017

Feria del libro de Valladolid, 2017.

 Cincuenta años de ferias del libro en la ciudad del Pisuerga, ya recuperada la ubicación que todos los interesados prefieren: la Plaza Mayor.
Imagen tomada del sitio web ferialibrovalladolid.com
 

miércoles, 26 de abril de 2017

Ahora leyendo: "Lección de alemán", por Siegfried Lenz.

 Un verdadero descubrimiento este Lenz. Eso es lo malo (o bueno, según se mire) que tienen los premios: que proyectan al escritor premiado a todas las lenguas y países, mientras que los no premiados quedan en el ostracismo. Porque siendo Günter Grass y Heinrich Böll premios Nobel de literatura, uno se pregunta que habrá hecho o dejado de hacer este tipo para no conseguir tal galardón. Siegfried Lenz tiene una calidad literaria que, en algunos textos, supera claramente a los de sus compatriotas, especialmente en lo referente al aspecto formal, al dominio del lenguaje. Tras leer El barco faro, comienzo con esta.
  La prosa de Lenz es preciosista, con un afán por la descripción minuciosa y una lentitud en el tempo que parece más ruso que alemán. Tal vez los temas no están tan implicados en la sociedad alemana de posguerra ni en el escudriñamiento de la mente humana como los de Böll o Grass (sobre todo Böll), ese, tal vez, sea el único defecto que le pueda poner a este autor. En eso no encaja tan bien en la llamada "Literatura de escombros" que psicoanalizaba la culpa germánica por haberse dejado llevar por los cantos de sirena del nazismo.
 En Lección de alemán, Siegfried Lenz toma un hecho trivial, la redacción de una composición literaria de un joven en un centro penitenciario, para pintar un fresco de la sociedad del momento, con una transición suave y perfectamente engrasada, tanto que nos lleva de un lado para otro sin que el lector se llegue a dar cuenta.
  Una suerte descubrir autores como Lenz, un verdadero bálsamo tras la lectura de novelas actuales con un ritmo apresurado y periodístico.

miércoles, 19 de abril de 2017

"Huraños y esquivos", por Antonio Paniagua (ABC del 22 de enero de 2012).. y quién no...

 Ahora que el escritor ya no es un ser anónimo, sino un sujeto expuesto a todos tipo de exhibiciones impúdicas, sorprende que haya autores que hayan desarrollado una inequívoca vocación de permanecer invisibles. No debiera sorprender que el escritor escoja el silencio. Al fin y al cabo la soledad es elemento imprescindible de la escritura. Lo que tendría que causar estupor son los autores que buscan denodadamente el bullicio como si fuesen modelos que desfilan en la pasarela. J. D. Salinger, Thomas Pynchon o Cormac McCarthy apostaron por el anonimato, incluso la misantropía, haciendo que el aura de misterio acrecentase su espléndida obra.
 Hay muchas formas de desaparecer. Juan Rulfo escribió dos obras extraordinarias -'Pedro Páramo' y 'El llano en llamas'- y se refugió en el silencio. Nunca abandonó la pluma, pero no quiso entregar nada a la imprenta. Como si ya lo hubiera dicho todo. Desde que nació parecía predestinado a pasar desapercibido. Vino al mundo en Pulco, un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas, y se crió en un orfanato. "El pánico que le tengo yo a la multitud, a la gente, es una cosa congénita", solía decir Rulfo.
 Uno de los más grandes escritores latinoamericanos, Juan Carlos Onetti, de carácter hosco y retraído, pasó los últimos años de su vida en la cama, alejado del mundo. Un amigo definió al escritor uruguayo como un "juntasilencios". En una ocasión dejó plantado en la Sorbona a unos cien estudiantes que se congregaron para rendirle homenaje. Sus enclaustramientos llegaron a ser proverbiales. Ejerció la presidencia del I Congreso Internacional de Escritores, celebrado en Gran Canaria, encerrado en su cuarto, del que solo salía para ir al bar a beber acompañado de su gran amigo Juan Rulfo. No acudió a la cena de honor que le organizaron para festejar la concesión del Premio Cervantes, que le dieron en 1980, a pesar de que era esperado por los Reyes.
 El paradigma de escritor furtivo es J. D. Salinger. El autor de 'El guardián entre el centeno' hizo de sus escapadas de su casa de New Hampshire todo un acontecimiento. Tanto es así que su presencia suscitaba tanta expectación como una aparición mariana. No se sabe muy bien por qué Salinger eligió la vida del ermitaño. Desde 1965 el prosista no entregó una sola línea a la imprenta. El escritor, que murió en 2009, se hizo querer tanto que cualquier cotilleo sobre su persona se elevaba a la categoría de noticia. Su hija Margaret le describió como un tirano y maltratador con extrañas manías, como la de beberse su propia orina para depurar su organismo. "No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo", escribió Margaret Salinger en una biografía implacable que en España publicó Debate.

Entrevistas, pocas

 Comarc McCarthy tiene por norma conceder una entrevista cada diez años. Lo poco que se sabe de su persona procede una entrevista en 'The New York Times' y un perfil en 'Vanity Fair'. Su única concesión al espectáculo fue una aparición por sorpresa en el programa televisivo de Oprah Winfrey. La entrevista fue fiasco. Durante toda la conversación el escritor mantuvo un tono seco y cortante. Cuando terminó, los devotos de McCarthy, que son legión desde la publicación de 'Meridiano de sangre', seguían sin saber nada de él. Por no saber, nadie sabe dónde vive, si en El Paso, Knoxville, Galveston o Santa Fe. Lo único cierto es que su hogar está cerca de la frontera mexicana.
 Si McCarthy puede jactarse de ser esquivo con la prensa, Thomas Pynchon le aventaja: jamás ha concedido una entrevista. Por un tiempo se creyó que este eremita de la literatura era en realidad J. D. Salinger, pero los hechos se encargaron de refutarlo. Cuando le dieron el National Book Award envió a recogerlo a un cómico que dio las gracias por el galardón a Brezhnev, Kissinger y Truman Capote. Pynchon, sin embargo, se ha permitido algunas humoradas, como cuando prestó su voz para interpretar a su personaje en dos episodios de 'Los Simpsons'. Eso sí, el personaje de Pynchon se cuida de cubrir su rostro con una bolsa de papel.
 Como Rulfo, la española Carmen Laforet fue una escritora condenada al silencio, un silencio que se impuso ella misma. Siendo muy joven publicó, en 1944, 'Nada', un éxito que tuvo un efecto pernicioso: acreció su inseguridad patológica, circunstancia que le hizo rehuir el contacto social. Acabó sus días padeciendo una enfermedad degenerativa que devastó su memoria.
 Elfriede Jelinek hubiera querido que le tragase la tierra el día que le concedieron el Nobel de Literatura en 2004. La escritora austríaca no pudo recoger el galardón por su fobia social. Ante la ausencia de la homenajeada, la Academia sueca optó por exhibir un vídeo en el que se mostraba a Jelinek y algunas escenas cotidianas cerca de su domicilio en Viena.
 La norteamericana Joyce Carol Oates forma parte también de ese selecto club de escritores clandestinos. Es tan celosa de su intimidad que una de sus biografías se titula, no en balde, 'Escritora invisible'. Aunque desprecia las invitaciones que se le hacen y es alérgica a la vida mundana, no pasa desapercibida. Su grafomanía es tal que no hay año sin que publique uno o dos títulos.
 Don de DeLillo, que narrativamente sigue los pasos de Pynchon, escribió toda una novela sobre el síndrome de Salinger. En 'Mao II', de 1991, DeLillo aborda las tensiones entre el individuo y los colectivos que tratan de anular la personalidad en pro de un ideal superior. Todos estos escritores ocultos debe de haberse dado cuenta de que la estrategia de la distracción es la mejor manera para que cobre protagonismo lo verdaderamente relevante de un autor: su obra.