Un verdadero descubrimiento este Lenz. Eso es lo malo (o bueno, según se mire) que tienen los premios: que proyectan al escritor premiado a todas las lenguas y países, mientras que los no premiados quedan en el ostracismo. Porque siendo Günter Grass y Heinrich Böll premios Nobel de literatura, uno se pregunta que habrá hecho o dejado de hacer este tipo para no conseguir tal galardón. Siegfried Lenz tiene una calidad literaria que, en algunos textos, supera claramente a los de sus compatriotas, especialmente en lo referente al aspecto formal, al dominio del lenguaje. Tras leer El barco faro, comienzo con esta.
La prosa de Lenz es preciosista, con un afán por la descripción minuciosa y una lentitud en el tempo que parece más ruso que alemán. Tal vez los temas no están tan implicados en la sociedad alemana de posguerra ni en el escudriñamiento de la mente humana como los de Böll o Grass (sobre todo Böll), ese, tal vez, sea el único defecto que le pueda poner a este autor. En eso no encaja tan bien en la llamada "Literatura de escombros" que psicoanalizaba la culpa germánica por haberse dejado llevar por los cantos de sirena del nazismo.
En Lección de alemán, Siegfried Lenz toma un hecho trivial, la redacción de una composición literaria de un joven en un centro penitenciario, para pintar un fresco de la sociedad del momento, con una transición suave y perfectamente engrasada, tanto que nos lleva de un lado para otro sin que el lector se llegue a dar cuenta.
Una suerte descubrir autores como Lenz, un verdadero bálsamo tras la lectura de novelas actuales con un ritmo apresurado y periodístico.
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