miércoles, 24 de enero de 2018

"Solo", Edgar Allan Poe.

Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista.


From childhood’s hour I have not been
As others were—I have not seen
As others saw—I could not bring
My passions from a common spring—
From the same source I have not taken
My sorrow—I could not awaken
My heart to joy at the same tone—
And all I lov’d—I lov’d alone—
Then—in my childhood—in the dawn
Of a most stormy life—was drawn
From ev’ry depth of good and ill
The mystery which binds me still—
From the torrent, or the fountain—
From the red cliff of the mountain—
From the sun that ’round me roll’d
In its autumn tint of gold—
From the lightning in the sky
As it pass’d me flying by—
From the thunder, and the storm—
And the cloud that took the form
(When the rest of Heaven was blue)
Of a demon in my view—

sábado, 20 de enero de 2018

Comentario a la fotografía subtitulada "Viajeros en el ferrocarril suburbano" de la página 95 del libro "Crónicas berlinesas" de Joseph Roth, editado por Minúscula.


 El color sepia y la indumentaria principalmente, así como lo poco que se ve del vagón, dejan claro que se trata de una fotografía de inicios del siglo XX.  Sus protagonistas, tres mujeres del entonces presente y tres mujeres del entonces futuro, dejan pasar el tiempo esperando llegar al destino. Las tres mujeres del entonces presente (madres) abisman sus miradas en las preocupaciones cotidianas (el coste de la cesta de la compra, los problemas con la crianza de los hijos, el carácter gruñón del marido...); las tres mujeres del entonces futuro (hijas) abisman sus miradas en las ocupaciones cotidianas (los juguetes anhelados pero no disfrutados, el perrito juguetón de la vecina del primero, los caramelos de aquel mostrador...).
 Sin embargo, desde nuestra visión, esas seis mujeres se han convertido ya, en 2018, en mujeres del pasado, pues habiendo pasado ya cerca de noventa años, sus miradas irremediablemente se han abismado en la tierra que las rodea. ¿Conseguirían pagar la enorme factura de la tienda? ¿Criarían a los hijos con salud? ¿Aguantarían el mal carácter del marido? ¿Disfrutarían aquellos juguetes? ¿Jugarían con el perrito? ¿Saborearían aquellos dulces? Ya poco importa todo esto. Sus tiempos pasaron, como pronto pasará el nuestro.

viernes, 19 de enero de 2018

"Los nadies", Eduardo Galeano.

 Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
 
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

jueves, 18 de enero de 2018

"Perfect", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Crónicas berlinesas", recopilación de artículos periodísticos de Joseph Roth, editado por Minúscula.

 Casi nunca leo ensayo. No me gusta, me cuesta, a mi edad, leer sabihondas reflexiones de cualquier aspirante a intelectual que apenas ha cumplido tres decenios de vida. Esto es más sangrante en la versión más baja del ensayo: el artículo periodístico. Hoy, leer los artículos de opinión de cualquier periódico (digital o en papel) viene a ser como corregir redacciones de chicos de quince años: artículos superficiales, vocabulario pobre, solecismos, ¡incluso faltas de ortografía! Es, verdaderamente, vergonzoso. Pero, claro, con Joseph Roth es diferente. Este se trata de un pequeño volumen (haciendo honor al nombre de la editorial) de los artículos publicados por Roth durante los años 20 en diarios y revistas como Neue Berliner Zeitung, Das Tagebuch, Berliner Börsen-Courier, Frankfurter Zeitung o Münchner Neueste Nachrichten. Los temas son muy variados: la llegada de miles de refugiados del Este, los tugurios de la noche berlinesa, frescos de la riada de gente por la calle, revista de espectáculos, etcétera. 
  El tono de los artículos es más propio de revistas que de periódicos, en tanto en cuanto es más festivo y desenfadado. Hasta tal punto es desenfadado, que en el trato del problema judío (de los miles de judíos que huían de los pogromos del Este de Europa y no encontraban acomodo posible en Alemania) no hay la más mínima crítica a la sociedad receptora o a los propios inmigrantes (siendo el propio Roth de origen judío), se trata de una descripción jovial de tipos y caracteres más que el relato de una tragedia humana. Porque lo mejor de estos artículos, y aquello que lo pone a cientos de kilómetros de la basura que se publica hoy en día, es el tono chispeante de los mismos. Son relatos que dejan buen sabor de boca, animan a leer otro (a pesar, como digo, de la crudeza de los temas tratados), tienen un léxico rico y variado, y son de una orginalidad propia de un avezado humorista.
  Lástima haber nacido tan tarde y tener que conformarse con la bazofia que nos echan las publicaciones modernas. Este pequeño tomo debiera ser de estudio obligado para los estudiantes de Ciencias de la Información, en el ámbito de la redacción de artículos periodísticos.

sábado, 13 de enero de 2018

"Un fantasma inconsistente y otros", de M. R. James.

 Este pequeño volumen de relatos fantasmagóricos de Montague Rhodes James vio la luz por primera vez en 1919, ahora Valdemar lo publica en español en formato bolsillo, añadiendo un par de relatos más para redondearlo. Es, que duda cabe, una pequeña joya por lo que agradezco a esta editorial, de la que, este blog es testigo, soy asiduo lector la oportunidad de disfrutar de un escritor victoriano "menor" que no ha tenido la atención merecida en nuestra lengua.
  Los años pasan y la editorial Valdemar sigue con su labor difusora de estas obras que habían caído en el olvido, formando así una verdadera biblioteca de la narrativa de terror. Ya se sabe que en la llamada literatura victoriana (romántica sería más oportuno llamarla) el gusto por lo extraño, lo anormal o directamente sobrenatural era algo frecuente. Los grandes, Dickens, las Brönte, Hawthorne y demás, también cultivaron este subgénero que tiene muchos más adeptos en la actualidad que cuando fueron escritos. M. R. James fue un "señorito" de la época: educado en el elitista Eton College que tantos ministros e incluso primeros ministros ha dado, quedó ligado a esa universidad toda su vida, trabajando como historiador y bibliotecario de la misma.
  De momento he leído La residencia de Whitminster, un relato de fantasmas llegados del pasado que aterrorizan a todos aquellos que viven en en una residencia anexa a una iglesia anglicana; dichos fantasmas son antiguos habitantes de la misma que murieron en circunstancias trágicas. Es, por tanto, muy clásico en el planteamiento de la narrativa de terror, no muy brillante, la verdad, incluso un tanto previsible; con todo, tiene una calidad prosística notable, algo que es común a todos los escritores victorianos cuyas obras han llegado hasta nuestros días, esto justifica, en mi opinión, su lectura y disfrute.

miércoles, 10 de enero de 2018

"La casa del canal", de Georges Simenon.

 ¿Qué es novela negra, la novela cuya trama tiene que ver con crímenes, detectives, investigaciones policiales...? ¿Es la novela policíaca un tipo de novela negra? ¿Un autor como Georges Simenon escribió solo novela negra? Es difícil contestar a estas preguntas, pues hay multitud de novelas de crímenes que nadie calificaría de novela negra, por ejemplo La familia de Pascual Duarte, de Cela. Sin embargo, con Simenon la cosa es diferente quizá porque la sombra del Comisario Maigret (su personaje más famoso) pese en exceso sobre su obra. Lo cierto es que La casa del canal tiene mucho de novela negra, se podría decir que "se masca la tragedia final" casi desde el principio.
  Otro aspecto que salta a la vista rápidamente es el trato despectivo que se hace de Flandes y los flamencos. Simenon, valón de Lieja, escribió siempre en su lengua materna, el francés, aunque, según parece, su madre era de origen flamenco. Lo cierto es que en la novela se presenta implícitamente al francés como la lengua culta, mientras que el flamenco es tomado por el "dialecto" local que se hablaba en las zonas económica y culturalmente más deprimidas de Bélgica. Es algo que choca en la actualidad, pero hay que pensar que esta novela fue publicada en 1933, y es fácil entender que, en aquella época, el francés y el holandés no competían en grado de igualdad en aquel país.
  Por lo demás, destaca la maestría de Simenon a la hora de describir la psicología de los personajes, que son perfectamente delineados, analizados como un eficaz investigador policial haría con los sujetos objeto de su estudio. Esto es lo que más me gusta de Georges Simenon: es un escritor que "cocina a fuego lento" sus novelas, nada que ver con la prosa apresurada y deslavazada que tan frecuente es hoy en día y que hace de muchas novelas modernas verdaderos pastiches intragables.

domingo, 7 de enero de 2018

"Neverwhere", por Neil Gaiman.

 Cuando uno (un "letraherido", como diría Enrique Vila-Matas) está de vacaciones en una ciudad eminentemente turística pierde temporalmente algo más que los horizontes cotidianos. Pierde sus puntos de anclaje a la cordura: las librerías. Esos negocios (siempre el vil metal presente) que suponen una posibilidad de sobrevivir un día más, de esquivar el suicidio aunque sea sumergiendo la cara propia en hojas de celulosa, son, sin duda, añorados con horror durante las vacaciones. Y no es que no haya librerías en aquella ciudad turística, bueno, en realidad no las hay, hablando en puridad, hay papelerías con unas pocas decenas de best sellers que, claro está, se encuentran a cientos de millas de la cabeza de uno. Eso me pasó estas semanas y, arriesgando el buen juicio, me decidí a comprar este libro: Neverwhere.
  Ya conocía a Neil Gaiman, al menos de oídas. Es uno de los escritores de cómic más en boga de los últimos siglos, junto con su compatriota Alan Moore; también ha firmado guiones para películas, que yo sepa solo de animación, y un puñado de novelas de entre las cuales la más exitosa es ésta. ¿Y qué tal está Neverwhere? Hombre, no está mal. La trama está relativamente bien urdida, con ambientes y personajes muy imaginativos, a medio camino entre la realidad y lo onírico; los personajes principales son verosímiles y relativamente redondos; la prosa es ligera, periodística, pero no carente de cierta calidad... no está mal, realmente. Pero tampoco da para mucho. Si no supiera que Gaiman es guionista de cómics lo hubiera adivinado al leer esta novela, principalmente por el ambiente que describe: un Londres subterráneo paralelo al real, habitado por mendigos que tienen una sociedad perfectamente estructurada, pero habría sabido que el autor es escritor de novela gráfica por la liviandad de la novela en cuestión. Ese es quizás el gran defecto de la novela gráfica: que no se estima en gran manera al destinatario de la misma, se da a la obra un baño de superficialidad para que el lector (presumiblemente un joven en formación) pueda asimilarla.
  Lo anterior, dicho así, sin más, es injusto. Se ha publicado novela gráfica de grandes obras literarias, sí, abreviadas y aligeradas, pero grandes obras al fin. Sin embargo, la inmensa mayoría de las novelas gráficas son muy ligeras. En este nivel se encuentra Neverwhere, una excelente novela para un adolescente... tanto es así que la he recomendado a mi hija que tiene catorce años.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Thomas Hardy y Marcel Proust.

 Leí los siete tomos de En la busca del tiempo perdido de Proust en una época muy concreta de mi vida: la "mili". Afortunadamente no tengo malos recuerdos de aquel periodo; poco antes de coger aquel tren nocturno para Ferrol en septiembre de 1991 y que supondría un año completo de uniforme azul marino y "trajecito de Primera Comunión", todos te aleccionaban sobre el importante paso en  tu vida. Algunos, los más ancianos y conservadores, lo daban como un periodo de maduración necesario para el afianzamiento de la virilidad (¡¡!!); otros, la mayoría, lo consideraban una pérdida de tiempo y recomendaban una actitud pasota que permitiera el paso inopinado del tiempo hasta que llegara la ansiada "blanca"; todos, sin embargo, coincidían en que era una época para aguantar tonterías, ver a adultos comportarse como niños... Estos últimos tenían razón, pero, tristemente a la vez se equivocaban: he seguido viendo a hombres adultos comportarse como niños durante toda mi vida.
  En fin, lo cierto es que si sobrellevé con cierto donaire el servicio militar fue porque me leí de cabo a rabo siete tomos que son considerados universalmente como un tostón, ¿por qué lo hice? Lo hice porque la prosa lenta y anodina de Proust y, sobre todo, su temática simplona sobre la vida de un joven acomodado con pocos ideales en la cabeza y mucha vida social (vivida o imaginada) me facilitaba escapar de la rutina cuartelaria. Puede que estuviera de guardia en un vetusto cuartel (en pleno centro, por otra parte, de mi propia ciudad) con ropa absurda y aguantado las estupideces simiescas de los militares, pero en mi cabeza estaba a orillas del Sena.
 Esto lo comprenderán quienes sepan leer de verdad, enfrascarse en la lectura hasta desaparecer como individuo. Es la capacidad de evasión que facilita la literatura y que tantas veces he sentido en mi vida como una verdadera necesidad que me permite seguir alentando.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  No es un prejuicio tonto: En busca del tiempo perdido es un tostón. En realidad no pasa prácticamente nada durante siete tomos, al menos pasa mucho más en la cabeza del autor (y protagonista) que en la vida real. Desde luego la prosa es maestra, no hay duda de que es una lección de escritura sin parangón. Estoy seguro, de hecho, que muchos escritores sobre todo francófonos aprendieron a escribir con Proust, al menos en el plano formal.
 De Thomas Hardy se puede decir casi lo mismo. Esa "literatura de té y pastas" con la que injustamente califico la también mal llamada "literatura victoriana" por tener, en muchos casos, una actitud ante la vida propia de las señoronas con muy poco que hacer aparte de invitar a los Smith o los Brown a tomar el consabido té con pastas adolece muchas veces del mordiente que hoy necesitamos en una novela.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  De nuevo soy injusto, porque ya dije que muchas de las novelas anglosajonas de aquella época eran furibundas críticas a la injusta sociedad que emanaba de la Revolución Industrial, así como la búsqueda de un sentido de la vida que sobrepasaba lo meramente terrenal, eso por no hablar de la perfección estilística que ofrecían. Lo que ocurre es en la obra de todo escritor hay muchas variaciones, y en la de Hardy no iba a ser menos. 
 En Tess d'Uberville, El alcalde de Castlebridge o Lejos del mundanal ruido, Hardy desarrolla esa capacidad de denunciar sin ofender, de acusar sin insultar, de delatar sin injuriar. Así quien quiera entender entenderá, y quien quiera leer una amable novela sin trasfondo socioeconómico y político también quedará satisfecho. Sin embargo, en Unos ojos azules, la crítica es mucho más sutil, está, desde luego, pero más suavemente descrita. Hay una censura implícita a la hipocresía social que juzga a los individuos por el grosor de su cartera y sus orígenes y no por el valor de la persona en cuestión; tal vez, también se aprecie un reproche por el cinismo social que asegura que lo importante es mantener la apariencia, aunque, a puerta cerrada, se practique lo contrario que se proclama. Esto último es evidente cuando Elfride se preocupa terriblemente de la "pérdida de la honra" que puede suponer que sea vista con un hombre pasar la noche; o aquello cuando Swancourt acepta inicialmente a Stephen Smith como yerno porque lo cree emparentado con alguien de posición y luego lo rechaza cuando descubre que es hijo de un sirviente. Todo esto está allí, pero es demasiado sutil. Tanto que, estoy seguro, a la mayor parte de los lectores les pasará inadvertido, quedándose solo en la vida regalada y un tanto superficial de los Swancourt o de los Smith. También puede ser, claro está, que las imposiciones editoriales que solo buscan el beneficio y por tanto la venta masiva de ejemplares (en este caso de ejemplares de revistas, pues Unos ojos azules fue publicada por entregas) obligara al autor a suavizar la crítica y hacerla casi invisible.

lunes, 11 de diciembre de 2017

"Unos ojos azules", por Thomas Hardy.

 La novela más autobiográfica de Hardy, con la ambientación en una parroquia de Cornualles (semejante a la que vivió en sus primeros años de vida al ser hijo de un pastor anglicano de aquella zona sudoccidental de Inglaterra), la eterna lucha de clases y lo que se pierde sin haber podido luchar por ello (como la renuncia forzosa que tuvo que hacer el autor a continuar estudios), o un padre, el clérigo, que, perdido en su misticismo, no llega a comprender totalmente el drama de su hijo. Todo eso lo vivió Thomas Hardy y conforma el armazón de Unos ojos azules. Es bueno recordar esto para no leer superficialmente la novela, que quedaría limitada a los amores y desamores de la protagonista, Elfride, con un joven arquitecto o un viejo hombre de letras, y así se perdería la enorme crítica social que Hardy vierte sobre su "esplendorosa" sociedad.
  Porque, claro, en la época victoriana no se podían hacer críticas explícitas sobre, por ejemplo, la brutal desigualdad social que había provocado la Revolución Industrial, se corría el riesgo de no publicar en vida nunca más. Pero un buen lector reconocerá la sátira y el sarcasmo en todas las obras de Dickens, muchas de Hardy, bastantes de las de las Brönte, algunas de Henry James y ninguna, eso sí, de la pedorra de George Eliot. Quizás críticas muy suaves para nuestros explícitos días, pero que reventaban la supuesta brillantez del Imperio. 
 Es como si la novela tuviera dos lecturas: la más simplona con los amoríos de una joven como tema principal, y la más profunda con la crítica social mencionada. En esta última lectura está la denuncia de una sociedad que basa sus juicios de valor sobre las personas en la tenencia de dinero y títulos nobiliarios o en la hipocresía religiosa como método para trepar.
  La novela fue publicada, como era habitual en la época, por capítulos en una revista semanal, lo cual exigía que cada capítulo acabara con un giro argumental o una promesa de complicación temática para enganchar al lector, un mal menor presente en casi toda la literatura victoriana.