lunes, 16 de julio de 2018

Conclusiones tras leer "Voluntad", de Jeroen Olyslaegers

 Ha sido un libro duro de leer. No ya por su temática... hay miles de novelas de épocas infames como las de las guerras mundiales y las guerras civiles; no, lo difícil de tragar viene de lo extraordinariamente verosímil y de lo complicado que es, si se tiene honestidad personal, al verse parcialmente reflejado en el personaje principal. 
Jeroen Olyslaeger. Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Olyslaegers delinea una historia tan mezquina, ambigua, brutal y miserable que sólo puede ser cierta, tratada sin ningún tipo de sentimentalismo y, por supuesto, sin tergiversación alguna. Porque ese es el quid de la cuestión: la inmensa mayoría de las novelas o películas ambientadas en periodos de guerra acaban siendo panfletos a favor de un bando. Así, hay héroes "buenos buenísimos" y villanos "malos malísimos" y, finalmente, los buenos triunfan sobre el mal haciendo todo más llevadero, sí hubo infamia, pero al final el bien prevaleció, como si fuera una película de Walt Disney. Esa es la patraña que hay que tragar casi siempre, por eso Voluntad  es tan novedosa... y tan dura... Aquí, Wilfried Wils no es en realidad malvado, es, simplemente, un tipo que sobrevive en una tempestad colosal, de modo que nada entre dos aguas (un "doscaras" lo llaman en la novela) sin realmente hacerse muchas preguntas. Socialmente, ya lo dije en mi entrada anterior, debió de haber millones de Wilfried Wils en Europa en los tiempos de las guerras mundiales o de la Guerra Civil española... es probable que entre nuestros familiares también, sí, esos a los que recordamos con tan entrañablemente. Y no nos engañemos, muchos de nosotros actuaríamos igual...

viernes, 13 de julio de 2018

"Voluntad", por Jeroen Olyslaegers.

 En los últimos años no suelo ir a librerías a ver qué me encuentro, en realidad creo que nunca hice eso. Ahora prefiero buscar en las páginas web de las editoriales qué tienen de nuevo (o no nuevo), apunto aquello que me interesa y lo pido en la librería. Las editoriales que más frecuento, por los autores que publican o el subgénero  más frecuente, son (se puede comprobar fácilmente en este blog) Valdemar, Impedimenta o Acantilado, aunque no hago ascos a los dos gigantes, Planeta y Random House. Así que muchas veces mis visitas a la librería de turno acaban rápidamente en la caja, ya sea para pedir o para recoger lo pedido. Eso es lo habitual, pero el otro día rompí esa rutina y paseé mis ojos por los estantes estudiados milimétricamente por el marketing editorial y librero y me sorprendió este libro:
  Dejarse llevar por una búsqueda ociosa por la librería es lo que tiene: los ladinos editores saben cómo llamar nuestra atención y hacer vendible cualquier cosa. Con todo, hay veces que no es tanta la maldad de los libreros y editores, o, al menos, el producto que tratan de meterte por los ojos no está tan mal. Éste parece ser el caso de Voluntad.
 Jeroen Olyslaegers es, según dice la solapa de Seix Barral, un escritor joven (recién alcanzada la cincuentena, joven edad para un escritor) flamenco, que ha adquirido cierto renombre en su país y en el vecino país de misma lengua con novelas y obras teatrales. Voluntad, en concreto, ganó varios premios tanto comerciales como institucionales de Bélgica. La propia solapa del libro advierte de que ésta no es una novela más de la Segunda Guerra Mundial, ni la ocupación nazi de Amberes y su cruel represión son el tema principal. El tema principal es la búsqueda de la identidad propia en un mundo convulso que obliga a mantener una ambigüedad frente a lo perverso y una actitud acomodadiza frente a lo inmoral. El personaje principal (Wielfried Wil, aquí está el juego de palabras, pues Wil  en neerlandés se podría traducir por voluntad) es un joven amberino que  consigue un controvertido trabajo como auxiliar de policía en la Bélgica ocupada. Narrado en primera persona, el tal Wil, ya anciano, narra a su bisnieto cómo, en aquella época, se vio obligado a colaborar con el invasor alemán en la deportación de la numerosa comunidad judía de la ciudad, contra la que no tenía nada en absoluto, así como a ejercer de matón a sueldo de los nazis. Por supuesto, el sentimiento de culpa surge en el corazón del joven que asiste con estupor a comportamientos que, meses atrás, hubiera considerado inaceptables y habría tratado de detener.
  El conflicto interior y la búsqueda de la identidad es, por tanto, el tema principal de la novela. Uno piensa que no debe ser un tema fácil de digerir (a pesar de haber pasado ya casi setenta años) para una sociedad (la belga, pero en general, la europea) que no luchó, al menos en los primeros momentos, contra la imposición nacionalsocialista con la contundencia que cupiese esperar. Eso explica, por ejemplo, que el número de muertos en lucha contra los nazis es ridículo en un país como Holanda, si se excluyen, claro está, aquellos de origen judío; algún mal pensado diría que, aparentemente, algunos países europeos miraron hacia otro lado incluso cuando vieron a los alemanes desfilar al paso de la oca por las avenidas de sus principales ciudades.
 El resultado final de la novela es, en lo temático, francamente bueno, pues incide en una forma de tratar el comportamiento frente a una masacre que no es, obviamente, la oficial, que explicaba la falta de resistencia por el miedo a la represalia. Aquí, el protagonista siente que actúa de forma incorrecta, inmoral, pero a la vez continúa con su infame labor, viendo cómo ingresa un sueldo en su familia en un momento de escasez total. Lo que menos me está gustando de la novela es la estructura. Tal vez sea por estar narrando recuerdos, entrelazándolos con el presente, pero lo cierto es que el texto da la imagen de estar un tanto deslavazado, como si las ideas se agruparan de forma un tanto caótica. En todo caso, si esta forma de narrar un tanto desestructurada es intencionada o no, consigue ahondar más en la sensación de precariedad del momento, en la idea suprema de sobrevivir al horror sea como sea.

viernes, 6 de julio de 2018

"Los mil y un fantasmas", por Alexandre Dumas.

 Lo malo de las clasificaciones, divisiones y estratificaciones es que son tan forzadas que normalmente son tan inaceptables como calzarle a un adulto el zapatito de un niño pequeño. Así, los ingleses (por extensión, aquí sería mejor decir los anglófonos), que son muy suyos, dividen la literatura y otras artes en función del reinado de sus monarcas, dándoles nombres totalmente diferentes del resto del mundo. Pero, por mucho que les pese en la pérfida Albión, las tendencias artísticas son y fueron siempre globales, o, al menos, afectan a toda Europa por igual. Así, cuando ellos hablan de "literatura victoriana" haciendo referencia a los escritores que coincidieron con aquella oronda reina que más que reina era emperatriz a juzgar por la vastedad de sus dominios; en realidad quieren decir Romanticismo literario, corriente literaria que afectó a todas las lenguas europeas. Ahora comienzo a leer unas obras secundarias de uno de los grandes escritores franceses del XIX: Alejandro Dumas.
  Aunque Dumas padre no vivió plenamente en la época victoriana (murió en 1870, cuando a la buena de "Vicky" le quedaban más de tres décadas de reinado), sus planteamientos, sus temas, su estilo coincidía plenamente con los escritores del otro lado del Canal de la Mancha. Como éstos, Dumas gusta de la aventura, los viajes, los relatos fantásticos... Obviamente, los relatos contenidos en esta edición de Valdemar son secundarios; no son El Conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, obras inmortales del francés, pero la calidad literaria se mantiene. Los relatos y novelas fantásticas de los escritores del Romanticismo nos pueden parecer un tanto timoratos, pues más que mostrar insinúan de una forma superficial. No son relatos que pongan la piel de gallina, pero claro, la propia estructura gramatical de la prosa, con tanta descripción y adjetivación, ralentiza el ritmo del texto y nos parece todo más moderado.
  En todo caso, la prosa de Dumas tiene las diferencias lógicas por escritor, al margen de pertenecer a una época determinada, así, el francés usa mucho más los diálogos que Thomas Hardy, por ejemplo. Los gustos literarios los marcan, como en todo, el gusto general del público, y en aquel ya lejano siglo XIX, la gente reaccionaba contra esa época de la Ilustración que tanto bien hizo a la sociedad, pero que nos quitó los miedos irracionales o el placer por la aventura y lo desconocido; así, los relatos de terror y fantasía en general revivieron con nuevo brío... afortunadamente.

domingo, 1 de julio de 2018

"Mort. Una novela del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Siempre me gustó alternar. Especialmente entre literatura de hace más de un siglo (alguien dirá clásica) y la contemporánea. Así que no se me ocurre nada mejor que intercalar entre la sesuda prosa de Hardy o de Alejandro Dumas (que leeré después) una novela de Terry Pratchett, con su ironía burlesca que no deja títere con cabeza. Continúo con la saga del Mundodisco, ahora con la cuarta entrega: Mort.
  La ambientación es la misma: el Mundodisco, ese planeta con forma de disco que descansa sobre los lomos de cuatro gigantescos elefantes que, a su vez, reposan sobre la gran tortuga cósmica A'Tuin. Ahora, sin embargo, cambian los personajes, no son magos ni brujas sino la Muerte. Y no tanto la Muerte en sí misma como el aprendiz que toma, un desgarbado adolescente llamado Mort (de Mortimer, aunque el nombre sea bien a propósito). Este chico aprenderá el eterno oficio de segar vidas no sin cierto escepticismo y aportando comportamientos de su cosecha que hará de tan seria y funeral profesión una disparatada sucesión de calamidades.
  Pratchett es la quintaesencia del escritor de ficción: alguien que tiene la capacidad de imaginar lo inimaginable a partir de la más sosa realidad. Tenía esa fantasía desbordante que, para aquéllos que, desgraciadamente, ya la hemos ido perdiendo con la edad, te saca la sonrisa en todo momento. Leer a Terry Pratchett es, en definitiva, un trago de agua fresca y limpia en esta putrefacta sociedad que nos ha tocado vivir.

viernes, 29 de junio de 2018

Consideraciones sobre "Lejos del mundanal ruido"

 Siempre que leo literatura victoriana tengo los mismos sentimientos encontrados: por un lado la maestría formal de Dickens, Hardy, las Brönte, Henry James y compañía dan mil vueltas a lo que hoy se escribe hasta el punto de que o lo de ahora no es literatura o a lo de aquéllos se le pone un epíteto engrandecedor; pero por otro lado no puedo dejar de pensar en lo tremendamente comercial de los victorianos y las terribles imposiciones editoriales a las que se vieron sujetos y que mermó la calidad de sus obras. Dicho de otro modo: si nos plantamos en la Inglaterra de 1900 con unos cuantos miles de libras, buscamos a Hardy y le decimos: "escucha, Tom, te voy a pagar para que no tengas que trabajar nunca más y no te sometas a editores avaros, pero con una condición, rehaz todas tus novelas como verdaderamente escribiría alguien que no tiene que ganar dinero con ellas". Si se pudiera hacer tal cosa, las novelas de Hardy y Dickens especialmente (Henry James, por ejemplo, era rico, no escribía para comer) habrían salido mucho mejor, no tendrían la evidente división en capítulos para encajar en una revista semanal y el resultado final sería mucho más redondo.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
  En Lejos del mundanal ruido es evidente que el bueno de Hardy tuvo que hacer de artesano de la escritura para ir dividiendo en capítulos (uno se lo imagina contando con los dedos en su mugriento estudio cuántas páginas había escrito antes de mandárselo al editor) y hacer que todos y cada uno de ellos tenga un giro argumental al final que deje al lector en ascuas y esperando que salga el siguiente número de la revista para continuar leyendo. Si lo pensamos fríamente eso es la "antiliteratura", la imposición del sistema editorial sobre el talento del escritor. Es por ello que, una vez leída la novela, se piensa: aquí quitas paja, ahondas en las descripciones psicológicas de los personajes (que no eran del agrado de los lectores de revistas de principios del siglo XX) y te queda un "novelón". Ya, pero es que ya es un "novelón", así que, fíjate tú, les tenemos que agradecer a los editores de hace más de cien años que su estúpido mercantilismo haya supuesto cortapisas y tapujos al talento literario de toda esta gente.
 

jueves, 28 de junio de 2018

"Ándeme yo caliente", Góngora.

 Para aquéllos que creen que lo importante en la vida es la persecución del dinero, la fama, amoríos de postín y otras estupideces temporales, una letrilla de un tal Góngora, escrita hace tan sólo cuatro siglos y medio.

 Ándeme yo caliente
  Y ríase la gente.
 Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
  Y ríase la gente.

 Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
  Y ríase la gente.


 Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
  Y ríase la gente.


 Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
  Y ríase la gente.


 Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
  Y ríase la gente.


 Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
  Y ríase la gente


                       Luis de Góngora, 1581

jueves, 21 de junio de 2018

"Lejos del mundanal ruido", por Thomas Hardy.

 Y vuelvo a la literatura victoriana como "abeja que vuelve al panal". De nuevo esa prosa lenta, prolija en adjetivos, con pocos diálogos y muchas descripciones... ¡el hogar! Al menos para mí. Obviamente, la literatura victoriana está muy anticuada, parece incluso ingenua... y de puro ingenuo, los personajes parecen mal pergeñados... Nada más lejos de la realidad. En autores como Hardy es donde uno aprende a delinear el alma humana, sus alegrías, sus miedos, sus zozobras y su evolución.
  Lejos del mundanal ruido es una de las llamadas "novelas de Wessex" de Hardy, por estar ambientadas en el ámbito rural de esa arcaica región inglesa. Wessex es el nombre de un antiguo reino, ya no existe como tal entidad administrativa, sin embargo, Thomas Hardy lo retoma para hablar de lo que hoy es el condado de Dorset y algunas comarcas circundantes. Entre esas novelas están El alcalde de Casterbridge o Jude el oscuro, que ya leí y reseñé en este blog. Todas coinciden en la ambientación en esa campiña inglesa idílica que, aunque preñada de problemas, no deja de ser un referente del paraíso terrenal perdido. En muchos lugares he leído que las novelas de Thomas Hardy son principalmente pesimistas, pero no estoy totalmente de acuerdo. Sí es cierto que los personajes (alguno de forma especial, como Tess en Tess la de los Ubberville) parecen abocados a una vida de tristezas y penurias, pero en todas las novelas el medio rural es pintado como un esperanzador recuerdo de la existencia de un Dios benigno y compasivo que, finalmente, se apiadará de nosotros. Por otra parte, creo haber escrito ya que las novelas de Thomas Hardy tienen varias lecturas, de las cuales dos emergen soberanas: por un lado la superficial, que suele ser romances un tanto almibarados a la vez que imposibles entre personas de distinto estrato social; por otro la más fija en el ámbito social que destila una terrible crítica a la deshumanizada sociedad industrial que había creado la Revolución Industrial en Inglaterra. 
  El argumento principal  de Lejos del mundanal ruido son los amoríos de la joven Bathseba Everdene con tres personajes antagónicos: el sencillo, honrado y desventurado pastor Oak, el rico y tosco hacendado Boldwood, y el apuesto y cosmopolita sargento Troy. Ese desigual "cuadrado amoroso" sirve a Hardy para dibujar la sociedad de su momento con una belleza no exenta en absoluto de mordaz crítica.

viernes, 15 de junio de 2018

"Reading goals", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Humo y espejos", una compilación de relatos de Neil Gaiman.

 No son relatos de terror. Son más bien cuentos en los que lo fantástico se mezcla con la más corriente cotidianeidad. Es este un subgénero narrativo que floreció espectacularmente con el Romanticismo literario (lo que los ingleses llaman "literatura victoriana"). Escritores a este lado y el otro del Atlántico enriquecieron la literatura universal creando este subgénero al socaire de un gusto social por lo extraño, lo imprevisto, lo anormal y lo fantástico. Nada de extrañar teniendo en cuenta que sucedió en plena Revolución Industrial y con la Ilustración dejando fuera de las mentes de los occidentales todo lo fantástico, por eso, precisamente por eso, para luchar contra ello surgió este gusto social por lo extraño. Y así, todos los grandes escritores de aquella época cultivaron los relatos fantásticos: Dickens, Henry James, Guy de Maupassant, Joseph Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, M.R. James, Hawthorne, Poe...
  Neil Gaiman no es Edgar Allan Poe. ¡Qué más quisiera! Pero de los escritores vivos es uno de sus herederos, sin lugar a dudas, y un digno heredero para ser sincero. La deuda estilística del inglés con el americano es evidente. Sigue siendo eso: la mezcla de la actualidad más rabiosa con los  mitos y leyendas urbanas más arcaicas (el Santo Grial, el trol bajo el puente, los juguetes encantados...), todo con una prosa sencilla pero no ramplona, con una más que aceptable calidad literaria.
 Gaiman es mundialmente conocido en el ámbito de los cómics como autor, no dibujante, y también de relatos y novelas para jóvenes. Los relatos contenidos en Humo y espejos son para adultos, tal vez porque tengan un tono más negro, frecuentemente acaban con un giro un tanto macabro que no encaja bien un lector inmaduro, no porque tengan violencia o sexo. Son, simplemente, la visión de las cosas cotidianas de alguien que no se conforma con la primera mirada o lo más superficial, sino que trata de retorcer un poco la realidad.
 

lunes, 11 de junio de 2018

"El ratoncito", por Robert Walser.

 Es un pequeño texto en forma de prosa poética, no gran cosa, pero muestra la sensibilidad de la que podía hacer gala el autor suizo y que, desgraciadamente, tan poco abunda en la Humanidad. Porque es precisamente eso lo que destila el texto: humanidad, compasión, sencillez y, como dije, gran sensibilidad. Uno piensa que si abundarán más este tipo de personalidades no habría guerras, violencias y agresiones entre los hombres... lástima que Walser estaba "loco".

Hace poco, al ver en medio del camino
un ratoncito muerto,
me detuve y dije: ¿por qué?
¿Por qué yaces ahí tan quieto?
¿A qué viene tanta prisa?
Apenas llegado a la vida,
huyes y la abandonas.
En fin, dejáme al menos
analizar tu alegre senda vital:
seguro que a tu llegada 
no se derrocharon palabras,
el bautizo sería innecesario.
Jamás fuiste a la escuela;
es difícil que los maestros se vieran
perturbados por tu causa.
Desde el primer día supiste
adaptarte a la vida.
En lo referente a la instrucción, educación superior,
saber, conocimiento,
puedes prescindir de todo eso.
No habrás recibido nunca
clases de piano,
de baile, de gimnasia y otras.
Gracia y agilidad
y una gentileza del todo natural
eran innatas en ti.
No has conocido
zapatos, calcetines, sombrero ni guantes.
Siempre llevaste el mismo traje.
¿Tuviste hermanitos y hermanitas;
tío, tía, primas y primos?
¿Te habrás casado?
Estas son preguntas que,
por ser demasiado complicadas,
nosotros preferimos dejar sin resolver.
Sin duda, tú, mi querido ratoncito,
no tenías que preocuparte de nada.
Nosotros albergamos numerosos reparos;
nos llenamos la mente de Dios sabe qué,
nos amargamos todo lo posible
la estancia en el mundo;
nos matamos a trabajar y nos consumimos;
por tantas preocupaciones espinosas
solemos perder el tino.
Es evidente que tú te alegrabas muchísimo
de la mera existencia;
apenas te asaltaron pensamientos
que, en la mayoría de los casos,
son sumamente paralizantes.
Seguro que no yerro mucho
si pienso que sentías predilección
por colarte por agujeros estrechos.
Una escasa cantidad de follaje
era el mundo en el que vivías,
te gustaba deslizarte por debajo de las piedras.
Lo que a nosotros los humanos nos parecen simples  plantas
para ti era enorme. 
Los árboles, por ejemplo los robles,
debían parecerte descomunales, 
suponiendo  que alguna vez pudieras abarcar con la vista
semejante grosor y altura.
Seguro que una liebre
te parecía de lo más respetable.
Pero los gatos te aterrorizaban de tal modo
que nunca te faltaron dificultades.
Tu voz parecía un silbido,
y tu paso, un raudo deslizamiento.
Nunca aprendiste a hablar alemán,
ni francés, ni inglés;
te mantuviste fiel al lenguaje de los ratones,
te bastaba con entenderte
con tus semejantes.
No conseguiste cuajar
un proyecto vital digno de mención;
te guardaste mucho de viajar.
Mas no por ello dejaste de estar
en las bondadosas manos de nuestro Padre,
arriba, en las nubes,
que permanecían suspendidas sobre ti,
igual que sobre el resto de seres.
Adiós, pues.
Tras haber dicho todo esto,
proseguí mi camino.