Lo malo de las clasificaciones, divisiones y estratificaciones es que son tan forzadas que normalmente son tan inaceptables como calzarle a un adulto el zapatito de un niño pequeño. Así, los ingleses (por extensión, aquí sería mejor decir los anglófonos), que son muy suyos, dividen la literatura y otras artes en función del reinado de sus monarcas, dándoles nombres totalmente diferentes del resto del mundo. Pero, por mucho que les pese en la pérfida Albión, las tendencias artísticas son y fueron siempre globales, o, al menos, afectan a toda Europa por igual. Así, cuando ellos hablan de "literatura victoriana" haciendo referencia a los escritores que coincidieron con aquella oronda reina que más que reina era emperatriz a juzgar por la vastedad de sus dominios; en realidad quieren decir Romanticismo literario, corriente literaria que afectó a todas las lenguas europeas. Ahora comienzo a leer unas obras secundarias de uno de los grandes escritores franceses del XIX: Alejandro Dumas.
Aunque Dumas padre no vivió plenamente en la época victoriana (murió en 1870, cuando a la buena de "Vicky" le quedaban más de tres décadas de reinado), sus planteamientos, sus temas, su estilo coincidía plenamente con los escritores del otro lado del Canal de la Mancha. Como éstos, Dumas gusta de la aventura, los viajes, los relatos fantásticos... Obviamente, los relatos contenidos en esta edición de Valdemar son secundarios; no son El Conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, obras inmortales del francés, pero la calidad literaria se mantiene. Los relatos y novelas fantásticas de los escritores del Romanticismo nos pueden parecer un tanto timoratos, pues más que mostrar insinúan de una forma superficial. No son relatos que pongan la piel de gallina, pero claro, la propia estructura gramatical de la prosa, con tanta descripción y adjetivación, ralentiza el ritmo del texto y nos parece todo más moderado.
En todo caso, la prosa de Dumas tiene las diferencias lógicas por escritor, al margen de pertenecer a una época determinada, así, el francés usa mucho más los diálogos que Thomas Hardy, por ejemplo. Los gustos literarios los marcan, como en todo, el gusto general del público, y en aquel ya lejano siglo XIX, la gente reaccionaba contra esa época de la Ilustración que tanto bien hizo a la sociedad, pero que nos quitó los miedos irracionales o el placer por la aventura y lo desconocido; así, los relatos de terror y fantasía en general revivieron con nuevo brío... afortunadamente.
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