Siempre me gustó alternar. Especialmente entre literatura de hace más de un siglo (alguien dirá clásica) y la contemporánea. Así que no se me ocurre nada mejor que intercalar entre la sesuda prosa de Hardy o de Alejandro Dumas (que leeré después) una novela de Terry Pratchett, con su ironía burlesca que no deja títere con cabeza. Continúo con la saga del Mundodisco, ahora con la cuarta entrega: Mort.
La ambientación es la misma: el Mundodisco, ese planeta con forma de disco que descansa sobre los lomos de cuatro gigantescos elefantes que, a su vez, reposan sobre la gran tortuga cósmica A'Tuin. Ahora, sin embargo, cambian los personajes, no son magos ni brujas sino la Muerte. Y no tanto la Muerte en sí misma como el aprendiz que toma, un desgarbado adolescente llamado Mort (de Mortimer, aunque el nombre sea bien a propósito). Este chico aprenderá el eterno oficio de segar vidas no sin cierto escepticismo y aportando comportamientos de su cosecha que hará de tan seria y funeral profesión una disparatada sucesión de calamidades.
Pratchett es la quintaesencia del escritor de ficción: alguien que tiene la capacidad de imaginar lo inimaginable a partir de la más sosa realidad. Tenía esa fantasía desbordante que, para aquéllos que, desgraciadamente, ya la hemos ido perdiendo con la edad, te saca la sonrisa en todo momento. Leer a Terry Pratchett es, en definitiva, un trago de agua fresca y limpia en esta putrefacta sociedad que nos ha tocado vivir.
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