martes, 21 de agosto de 2018

"El muchacho silvestre", por Paolo Cognetti.

 Cuando se está inmerso en la ímproba tarea de escribir una novela se juntan decenas de hilos argumentales al principal, y muchos de aquéllos son descartados, quedando arrumbados en cuadernos, hojas o archivos informáticos. Tantos son y no todos tan malos que, entrelazándolos entre sí, dan a menudo para escribir otra novela o, al menos, un relato. Esto parece ser que le ocurrió a Paolo Cognetti con los argumentos de Las ocho montañas y con esta novela breve titulada El muchacho silvestre.
  Entiendo que la novela a la que se dedicaron todos los esfuerzos y los mejores temas fue Las ocho montañas, que, además del gran éxito comercial, recibió importantes premios tanto en Italia como en Francia, mientras que la novela hecha con retazos de la principal es esta que acabo de leer.  El muchacho silvestre es, por tanto, muy parecida a la obra más conocida de Cognetti: la búsqueda voluntaria de la soledad en la alta montaña, tratando de encontrarse a uno mismo por la ausencia de los otros y, sin embargo, conociendo a otros muy dispares a uno mismo que, paradójicamente, lo acercan a ese fin. De hecho, algunas historias que se encuentran en esta breve novela están, más desarrolladas, en Las ocho montañas, con un tratamiento más exhaustivo y trabajado.
  No quiero ser injusto, pero, en muchas ocasiones, estas novelas hechas con retazos rechazados de otras novelas mayores suelen ser imposiciones editoriales que obligan al escritor a comportarse como una suerte de "funcionario de la escritura", dando una producción fija al año, como si el talento literario pudiera exprimirse de forma regular cual vaca lechera. Esto es lo que siento al leer El muchacho silvestre, aunque sigue teniendo una calidad más que aceptable y sea recomendable su lectura.

sábado, 18 de agosto de 2018

Lecturas veraniegas: Agatha Christie.

 Me ha vuelto a pasar: me llevo pocos libros al viaje de veraneo (pensando que leeré menos que en el tiempo ordinario) y acabo buscando desesperadamente una librería en la ciudad de estancia vacacional. Como quiera que ésta es la típica ciudad de veraneo, las librerías son más papelerías que otra cosa y la literatura que tienen se reduce a poco más que "best sellers", de modo que tengo que conformarme con autores que no son de mi total agrado. En este caso le ha tocado a Agatha Christie.


  Ambos libros están publicados por Booket (Grupo Planeta). El primero, La muerte visita al dentista, tiene por protagonista al peripuesto Hércules Poirot (si es que las novelas de esta autora pueden ser consideradas de otro modo que no sea como novela coral con tantos protagonistas como presuntos asesinos, asesinados e investigadores). La segunda, El tren de las 4.50,  está encabezada por Miss Marple, tan sagaz como el belga.

  Son novelas de lectura fácil pero a la vez interesantes y bien pergeñadas. A pesar de los giros continuos en la trama, no se pierde el hilo de la misma y cumplen a la perfección su función de entretenimiento.
 Tengo la fortuna de poder leer en los viajes, ya sean en coche, avión, tren o barco sin marearme lo más mínimo; de modo que el método que uso para que los tediosos desplazamientos a mi lugar de vacaciones sean más breve (toda vez que descarto los somníferos o drogas más potentes) es la lectura: ahí estoy yo como un bendito, libro en mano, disfrutando en este último viaje de la buena de Agatha Christie mientras hago cola en un atestado aeropuerto o ya "acomodado" en mi ridículamente pequeño asiento de avión... y así que pasen las horas... ¡y luego dicen que la lectura no es una forma de huir de la realidad!

"El brazo marchito y otros relatos", de Thomas Hardy.

 Ya comenté en otra entrada que, a mi entender, lo peor de la literatura victoriana es lo supeditada que estaba a las imposiciones editoriales (¡y cuándo no ha sido así!), de forma que las novelas que se publicaban por entregas en revistas semanales tenían una estructura un tanto deslavazada al estar obligados los escritores a que cada capítulo tuviese su atractivo especial por sí mismo y diera un quiebro o dejase algo a esperar para así enganchar al lector y hacerle que esperase ansioso el próximo número de la revista. Esto, claro está, no afecta a los relatos o cuentos, toda vez que eran publicados íntegros, ya fuera en revista o en libro, sin necesidad de "lonchearlos" como si fuera panceta (perdón, quería decir bacón o beicon). Unido esto a que los escritores victorianos fueron excelentes autores de cuentos, si no propiamente dicho de terror, sí de temática fantástica, me llevó a leer este pequeño tomo editado por Penguin.
  Así, el cuento que da nombre a la recopilación, El brazo marchito, es de dicha temática (la maldición de una mujer hacia otra que hace que su brazo se necrose y la posterior venganza de la afectada). El resto de relatos es más asuntos románticos que otra cosa, algo, por cierto, también muy en boga en tiempos victorianos, cuya literatura (como al resto de la europea) pertenecía al Romanticismo literario. Pero el primer romántico al que me refiero hace referencia al amor galante, siempre complicado y, normalmente, en un triángulo amoroso. Con todo, la maestría de Hardy supera las desafecciones que un lector como yo pueda tener hacia esa temática.
 Mención aparte hago de la traducción. En la portada del libro aparece como traductor al escritor Javier Marías, quien es conocido deudor de la literatura victoriana y traductor de un buen número de obras escritas en la lengua de Shakespeare, de todas ellas yo destacaría la peculiar Tristam Shandy de Laurence Sterne, publicada por Alfaguara. Bien, lo cierto es que los de Penguin dicen que Marías es traductor en este volumen, no dicen si lo es sólo de El brazo marchito o de todos los relatos contenidos en él. Yo quiero pensar que sólo lo es del relato principal, pues en otros la cantidad de leísmos e incluso la traducción inapropiada de palabras de aquella lengua, los llamados "false friends", es decir, palabras de grafías muy semejantes en ambas lenguas pero con distinto significado es verdaderamente espantosa.
  Con respecto a los leísmos, Javier Marías es, como quien esto escribe, madrileño, y, temo mucho, que el leísmo es uno de los defectos gramaticales más frecuentes en la capital; con todo, un académico como Marías no cae en los errores tan frecuentes entre sus paisanos. Más evidente es lo de los "false friends" en alguien que domina la lengua de "la pérfida Albión" como lo hace don Javier (todo sea dicho, en el ámbito de la lectura y la traducción, porque en la pronunciación -archivos hay en You Tube para quien quiera comprobarlo- es francamente macarrónica). Por tanto, me inclino a pensar que Javier Marías es traductor de El brazo marchito, pero no de otros relatos contenidos en este libro.

sábado, 4 de agosto de 2018

"Rechicero", una novela del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Es curioso, el primer volumen de la saga Mundodisco me pareció un tanto anodino. Me gustó, pero, en su momento, pensé que no leería más. Otro cambio: éste es la quinta novela y ya compré la sexta. Con cada novela de Pratchett que leo, menos me fijo en el argumento principal y más en la forma, sobre todo en lo sarcástico y el humor negro en partes aparentemente secundarias. Si juntásemos todas esas frases irónicas haríamos un diccionario enciclopédico Pratchett-Vida, Vida-Pratchett que sería realmente imprescindible para sobrevivir a esta vida sin sentido con una sonrisa en la cara, o, al menos, media sonrisa.
  En esta entrega se vuelve al "arco argumental" de Rincewind, personaje impagable que de mago apenas tiene, pero de superviviente lo tiene todo. Un rechicero, según el texto, es el octavo hijo del octavo hijo de un mago. Como se supone que los magos han de ser célibes, no suelen darse, lo cual es afortunado, pues su capacidad mágica es muchísimo mayor que las de los magos del máximo poder, lo cual pone en serio peligro la existencia misma del Mundodisco.
 Y, sin embargo, ese argumento, al menos para mí, es irrelevante. Lo mejor es que el Mundodisco es, obviamente, una burla de nuestro pobre planeta, el cual no tiene más culpa que la de tener que soportar más de siete mil millones de seres humanos (según datos de Naciones Unidas) que no valen sino para creerse, todos y cada uno de ellos, por encima de los demás... y si no se inventan un titulito de una universidad (como los de la Universidad Invisible de Pratchett) que dice que sabe aunque no sepa hacer la "o" con un canuto. Es verdaderamente asombroso la cantidad de individuos que he visto parodiados en estos libros, así, por ejemplo me he encontrado con mi familia al completo parodiados como gente pretenciosa y arrogante que, en realidad, apenas saben limpiarse el culo.
  Pero lo mejor es que la parodia es optimista, nada de resentimientos ni rencores... obviamente, no lo merecen. Terry Pratchett se ríe de la grandilocuencia humana de una forma que le reconcilia a uno con la vida... con una vida más decente, al menos en lo moral.

viernes, 27 de julio de 2018

"El terror y otros relatos de lo extraño", de Arthur Machen.

 Otra recopilación de relatos de uno de los grandes de la literatura fantástica publicada por Valdemar. Una de las mejores novelas breves de esa literatura fantástica más que de terror es El gran dios Pan que leí y reseñé allá por enero de 2013. En Machen se combinan la imaginación desbordante con la prosa cuidada, algo que permite que sea leído a cualquier edad siempre y cuando se tenga la mente suficientemente abierta a lo que no puede ser explicado racionalmente.
  En este volumen publican una novela breve, El terror, y un buen puñado de relatos, todos de género fantástico. A diferencia del llamado "terror cósmico", las narraciones incluidas en este tomo parten de situaciones de la vida cotidiana, perfectamente verosímiles pero con un punto extraño que acaba por ser totalmente fantasioso; ese trayecto mental me parece muy afortunado, es fuente inagotable de literatura fantástica y fácilmente accesible para cualquiera.
  En  El terror, Machen crea una novela a partir de las mentes sobresugestionadas de las gentes en un periodo de paranoia como el de la Primera Guerra Mundial, en el que todos esperaban que Prusia invadiera cualquier día el Reino Unido. Así, los rumores se expanden y se convierten en delirantes teorías argumentadas y contraargumentadas. Hacen un mundo de un grano de arena, todo alimentado con la gasolina del miedo a lo desconocido en aquella época en la que se esperaba que un día u otro los alemanes invadieran.

martes, 24 de julio de 2018

Introducción biográfica sobre Polidori, por Rafael Llopis.

 Este escaneado es la introducción que Rafael Llopis hace sobre Polidori y su relato El vampiro. Es sintomática de las relaciones tóxicas que muchos escritores  establecen con otros escritores, editores o mecenas. Aquí, paradójicamente, se invierten los papeles, y el mediocre Byron vampiriza el talento literario de Polidori. Algo así escribí sobre el afán acaparador de los editores en un relato fantástico (en todos los sentidos) que titulé El hacedor de bestsellers.

domingo, 22 de julio de 2018

"Antología de cuentos de terror, volumen 1", compilado por Alianza Editorial.

 Muchas veces he sido crítico con el mundo editorial. Pero no sólo yo, cualquiera que lea con asiduidad (como poco, cuatro o cinco libros al mes), por no hablar de aquéllos que escribimos y tratamos, infructuosamente, de ser publicados, vemos en el mundo editorial al ogro que nos amenaza constantemente desde su almenado castillo a nosotros, pobres artesanos desarmados... Lo cierto, sin embargo, es que sin editores no habría libros y, por tanto, no podríamos leer ni escribir, así que supongo que son un mal inevitable. Y, mirándolo bien, son gentes que tratan de vivir de esto que llamamos literatura y que enfocan todo desde un ámbito quizá demasiado comercial. Viene toda esta queja pueril para decir que los señores de Alianza Editorial han publicado una excelente recopilación de cuentos de terror en dos tomos, pero que para llamar la atención del gran público (y vender cuanto más mejor) han creado un libro con una portada un tanto chocante (llamativa, sería mejor decir), que es ésta:
  Sobre fondo negro el cráneo de un león o tigre, no sé diferenciarlo. Ésta es la del primer volumen, la del segundo es la misma imagen pero la mitad que falta, con lo cual, juntando los dos pequeños tomos se completa la calavera del felino. En fin, que esto, visto en un estante donde se arrejuntan toda clase de libros con portadas anodinas, colores pocos llamativos y presentaciones sosas, estas antologías llaman la atención de un ciego. ¡Objetivo cumplido! Pensarán los sesudos señores de la editorial en cuestión.
 Todo esto es natural en el mundo que nos ha tocado vivir en el que el dinero es el dios más poderoso de todos, y, algunos dirán, que lo llamativo es sorprenderse a estas alturas. Yo, que soy más bien ingenuo, tomo el llamativo volumen en mis manos y descubro para mi gran alegría que la estruendosa portada es lo de menos, porque se trata de una antología realizada por uno de los más reputados especialistas en literatura de terror (Rafael Llopis) y que los  autores que tratan son "números uno" de todos los tiempos. Así, en este primer volumen encontramos a Dickens, Poe, Polidori, Walter Scott o el propio Bécquer. Y, en mi sorprendente candor, pienso que más valía publicitar los nombres antes citados al amenazante cráneo del animal. Por cierto, el tomo tiene el subtítulo de Daniel Defoe a Ambrose Bierce, y aunque acaba con Bierce, no comienza con Defoe sino con un tal Lope de Vega (no sé si vuesas mercedes lo conocerán); tal vez hubiera quedado demasiado formal si ponen que el primer relato de terror es del autor de Fuenteovejuna o de El perro del hortelano.
  Así las cosas, parece que el mundo editorial tiene como función principal vender novelas como quien vende rosquillas, da igual quien compre mientras compren mucho. Es posible que el lector que busque cuentos de terror no esté interesado en Lope de Vega, Dickens o Bécquer, o incluso que desconozca por completo que esos autores, en sus extensas obras llegaran a escribir tales relatos. Aquí, una vez más, en mi extrema simpleza, quisiera pensar que lectores jóvenes que busquen relatos de terror escritos por contemporáneos como Stephen King, Ray Bradbury o Patricia Highsmith, conocieran que los clásicos también se interesaron por el subgénero y que, por pura casualidad, se interesaran por ellos. Así en un futuro no muy lejano, tal vez los editores no tendrían que llamar nuestra atención con portadas estruendosas o subtítulos inexactos.

jueves, 19 de julio de 2018

"Perfect Reading Spots", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio incidentalcomics.com

Inciso cinematográfico: "In Pursuit of Silence" (2017)

 No soy muy dado a documentales, prefiero que me cuenten la historia a través de unos personajes y una ambientación. Sin embargo, In Pursuit of Silence (dirigida por el estadounidense Patrick Shen) es uno de aquéllos (igual que  lo fue en su momento Koyaanisqatsi) que te llenan como espectador. Como su nombre indica, In Pursuit of Silence es la búsqueda del silencio como medio para la introspección y reflexión necesaria en nuestras ruidosas vidas en las que cada vez es más difícil conseguir unos pocos minutos de silencio total cada día. En realidad, ahora que lo pienso, Koyaanisqatsi (dirigida en 1982 por Godfrey Reggio y con una apabullante banda sonora de Philip Glass) era muy distinto en la forma aunque parecido en el fondo. El fondo se asemeja: el documental del 82 versaba sobre la destrucción acelerada del planeta a manos de nuestra insaciable codicia (disfrazada de progreso tecnológico), mientras que el de 2017 trata sobre la destrucción acelerada de nuestra mente y nuestro espíritu a manos de nuestro estúpido afán de progreso y éxito personal. Por el contrario, la música de Glass, incesante, estresante y dominante acompañaban las imágenes de destrucción del medio natural, mientras que en In Pursuit of Silence el silencio, lógicamente, es, junto con la suave música new age y las voces calmas, la banda sonora principal.
Imagen tomada del sitio forbes.com
 Este documental es una delicia. La belleza de las imágenes (campos de maíz ondulándose con una suave brisa, nubes moviéndose con una lentitud embrujadora, o inamovibles montañas con nieves perpetuas), las opiniones tranquilas y sosegadas de monjes budistas o dominicos, los informes serios pero calmos de psicólogos y psiquiatras refuerzan lo que todos ya sabemos de sobra: el ruido mata, el silencio sana. Digo que lo sabemos de sobra porque todos hemos experimentado en nuestros días el infierno del tráfico denso a todas horas, de las grandes obras que desequilibran a cualquiera o las charlas insustanciales y agotadoras. Lamentablemente, nuestro país no es precisamente el ejemplo de silencio y quietud (aunque en el documental se pone como pésimo ejemplo a la superpoblada India, con miles de festivales multitudinarios cada año en los que una música ratonera atruena a todas horas), con nuestro volumen de voz demasiado alto para otros europeos más septentrionales.
Imagen tomada del sitio irishtimes.com
 Se pone de manifiesto algo que muchos entendemos: los ruidos permanentes a alto volumen crean un estrés capaz de provocar enfermedades o, al menos, disminuir notablemente la calidad de vida, no sólo de personas, también de animales; por el contrario, el silencio diario nos permite reflexionar, pararnos y pensar sobre nuestra vida en perspectiva, cuando no avanzar en la espiritualidad (esa característica humana tan poco apreciada hoy en día y que nos separa de una vida meramente animal). Es un documental para reconciliarse con la vida, especialmente fácil para todos aquéllos de nosotros que gustamos del silencio y, en pequeñas dosis, de la soledad voluntaria... Me temo, sin embargo, que la gran mayoría de nuestra sociedad no lo entendería y ni lo aguantaría más allá de diez minutos.

miércoles, 18 de julio de 2018

"Las ocho montañas", de Paolo Cognetti.

 Sigo incumpliendo mis propias normas: si antes escribí que apenas leo nada de los grandes editoriales, vayan los dos últimos libros para desmentirlo: el anterior del Grupo Planeta (concretamente, Seix Barral) y éste de Penguin Random House; además suelo escribir que no leo nada contemporáneo y, grosso modo, es verdad, pero ahora leo la premiada novela de un tipo más joven que yo. Las ocho montañas es una de las primeras novelas (al menos publicadas) de Paolo Cognetti, un milanés de apenas cuarenta años; fue premiada con el Premio Strega de 2017 (el máximo premio comercial en el país trasalpino) y el Premio Médicis Extranjero de Francia, vamos que el tal Cognetti ha recibido un doble espaldarazo por la industria editorial en dos de los mayores países europeos.
  Según la recensión de Random House, es una novela "que explora lo robusto y lo granítico de las relaciones entre amigos, padres e hijos". Está bien resumido, no narra nada extraordinario ni peculiar, "tan solo" la amistad entre un chico de ciudad y su homólogo en la montaña, así como la relación de ambos con el padre del primero. Desde un punto de vista formal está muy bien escrito, a modo de diario, pero con una perfección técnica no fácilmente encontrable en estos días de prosa periodística, apresurada y facilona. Las ocho montañas mantiene una calidad prosística francamente alta. En el plano temático, la novela me recuerda extraordinariamente a aquéllas de Delibes ambientadas en el mundo rural castellano y con chicos adolescentes como protagonistas, especialmente a El camino. En todo caso, esta novela tiene un punto entrañable que la hace apetecible para cualquiera que tenga la típica relación amor-odio con la propia adolescencia y juventud.
  En realidad, he de decir que la referencia que tenía yo de esta novela era otra. Leí no sé dónde que era un ejercicio de búsqueda deliberada de la soledad en el paisaje sin igual de los Alpes y la reflexión profunda sobre la existencia humana en ese voluntario retiro, algo así como un moderno Walden de un renacido Thoreau, de hecho, el nombre del americano salía en aquella reseña. De momento (llevo leída una tercera parte de la novela) nada de nada, sin embargo, la narración cuasi "delibesiana" me está gustando bastante.