miércoles, 16 de enero de 2019

"Bookshelves" (estanterías), by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)



Todas las imágenes tomadas del sitio www.incidentalcomics.com

"Doktor Faustus", por Thomas Mann.

 Hay lecturas que un servidor recuerda con especial cariño porque consiguieron absorberlo hasta hacerlo desaparecer entre sus líneas; eso es lo más preciado para mí. Nótese que digo desaparecer. Cuando un texto me gusta en gran manera llego a olvidarme de mí mismo y me anulo como individuo; puede que muchos no lo entiendan, pero para mí ese es el verdadero nivel último de la literatura. Porque luego están esas lecturas que también apasionan pero en la que uno se ve, hasta cierto punto, reflejado en un personaje, o en una determinada actitud, con lo cual uno acaba por sufrir el destino de tal o cual protagonista. Cuando consigo olvidarme de mí mismo es cuando llego al éxtasis intelectual... Sí, soy así de raro. De los autores que más han conseguido esta extraña alienación están, por supuesto, varios de la mal llamada "literatura victoriana": Dickens, Henry James, Thomas Hardy... y otros como el que ahora leo: Thomas Mann.
 De Mann he leído Muerte en Venecia (que no me gustó mucho) y La montaña mágica (que me entusiasmó). No sabría decir que me llenó de una novela de más de mil páginas en la que pasa muy poco (pasa que el protagonista, Hans Castorp, va a un hospital para tuberculosos en la montaña a visitar a un primo y tras establecer todo tipo de relaciones con enfermos, médicos y enfermeros, acaba por asumir lo que le habían dicho por primera vez: vienes para quedarte; efectivamente, Castorp acabará muriendo allí). El ritmo de La montaña mágica es exasperantemente lento, a mí me recordaba la lentitud apabullante de las novelas "proustianas" de En busca del tiempo perdido y, en realidad, no pasa nada y pasa todo, pues se filosofa sobre la existencia, sobre la muerte y sobre la estética de la vida, eso sí, todo a paso de caracol.
 En Doktor Faustus, Mann recrea el mito de Fausto, aquel tipo que vendía su alma al diablo para conseguir éxito mundano. Hasta ahí no parece un gran alarde intelectual para el que fue Premio Nobel en 1929, pero las discusiones sobre la vida de Adrian Leverkühn, compositor alemán, representante, en verdad, de la más alta cultura germánica son tan brutales, que acaba haciendo de la novela una obra ensayística general sobre cultura y arte europeos.
 Y es que Mann tiene tal dominio del lenguaje, tal erudición, tal amplitud de conocimientos que sus obras debieran ser de obligada lectura para aquel que no se contente con eructar, defecar y orinar, además, por supuesto, de tener un puesto de engorde (perdón, quise decir, un puesto de trabajo). Leer Doktor Faustus es una tarea ímproba por la necesidad que tiene uno de parar el reloj, de detener el tiempo para desaparecer en su trama, disfrutando de cada argumento, cada circunloquio como un gourmet disfruta de la mejor delicatesen. Es, obviamente, una lectura lenta, tal vez de meses, no por su longitud sino por su densidad, pero es, de verdad, leer, los que no lo aguanten siempre tendrán la novela contemporánea.

domingo, 6 de enero de 2019

"Teutoburgo", de Valerio Massimo Manfredi.

 Siempre me pasa lo mismo: cuando salgo de vacaciones lo hago con varias novelas bajo el brazo y, aún así, siempre me quedo corto. Esta vez traje El Jugador y Brujerías, de Dostoievsky y Pratchett, para diez días, y a cuatro días del retorno tuve que buscar "desesperadamente" algo más. Vacacionando en una pequeña ciudad turística no hay verdaderas librerías sino papelerías y tiendas de regalo que venden unos pocos libros. Es de figurar la literatura que se puede encontrar en estas tiendas: no más de veinte novelas comerciales en edición bolsillo; así que me tuve que decidir entre lo que había y elegí esto:
 La portada no deja ya lugar a dudas: se trata de una novela histórica ambientada en época romana, a poco que suenen ciertos nombres se sabe que en Teutoburgo tuvo lugar una de las más temibles derrotas de las legiones romanas a manos de las tribus germánicas.
 En fin, creo que este subgénero narrativo de la novela histórica es el menos interesante para mí aunque sea superventas a nivel general (otra muestra más de mi singular rareza). No acabo de entrar a la novela histórica porque me parece (no se vea esto como gesto de vanidad por mi parte) una literatura facilona. Creo que lo es porque escribir una novela (un servidor se ha roto los cuernos con dos finalizadas y unas pocas abandonadas) tiene como grave dificultad, obviamente, pergeñar un argumento sólido y razonablemente verosímil, y en la novela histórica esto es hurtado a los libros de texto. Concedo que hay novela histórica de altísimo nivel (estoy pensando en Pérez-Galdós) pero es de autores tan sublimes que todo lo que escribieron quedó para la posteridad.
 Bueno, en esta novela en concreto me parece que el argumento principal que da nombre al texto está robado de la realidad lejana y que, pido perdón al señor Manfredi, es todo un tanto predecible. Debo estar siendo profundamente injusto pues Valerio Massimo Manfredi pasa por ser uno de los grandes escritores del país trasalpino, además de ser un reputado profesor universitario de Arqueología. No sé, tal vez sea que tengo prejuicios contra este tipo de narrativa que creo apologética de la detestable historia de la humanidad y tiendo a ver el vaso medio vacío. En todo caso, compré esta novela para que el viaje en avión se me hiciera más ameno (para poderme perder en las páginas de un libro en lugar de estar desesperado mirando al reloj cada cinco minutos) y en este sentido, Teutoburgo ha cumplido su función. Una vez más, la literatura (aunque sea de un subgénero que no aprecio) viene en mi auxilio y me libra de una jornada tediosa y molesta. 

"Brujerías. Una aventura del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Octava (o sexta, según se mire) entrega de la fantasiosa y a la vez extraordinariamente verosímil sociedad del Mundodisco. Ahora toca, como se sobreentiende por el título, al hilo argumental centrado en las brujas, con algún personaje conocido como Yaya Ceravieja y otros nuevos. En todo caso, persiste la mirada sarcástica e irónica de Pratchett que no deja títere con cabeza. Se burla de la soberbia humana, de nuestras ridículas vanidades; aquí no hay buenos o malos, todos son ridículos, cómicos, risibles y esperpénticos.
  Las tres brujas protagonistas principales (Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat) van a intervenir en la sucesión monárquica del Reino de Lancre. Como siempre, el más digno se mostrará como el más indigno, el más estirado como el más rastrero, el más noble como el más infame... tanto que no habrá finalmente mejor rey que un bufón ni mejor reina consorte que una bruja. En fin, alguno dirá que la sociedad del Mundodisco es demasiado irreal, a mí se me antoja que es exactamente nuestra sociedad sin la mentira, la hipocresía y el cinismo que se enseñorean de ella cada día.
 Y mientras tanto, la gigantesca tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue volando por el Multiverso, con sus cuatro elefantes sobre su caparazón, quienes sostienen a su vez el Mundodisco.

Conclusiones tras haber leído "El jugador", de Dostoyevski.

 Al margen de la maestría en la descripción psicológica de los personajes, El jugador es un increíble fresco de la miseria de las ambiciones humanas. Para ser sincero, cuando leía esta novela breve pensaba en la semejanza entre el estereotipo ruso y el español: tipos presuntuosos, engreídos, con un afán desmedido por la riqueza súbita (recuérdese la famosa época del "pelotazo"); sin embargo, ampliando un poco las iras se ha de admitir que, en realidad, es un reflejo de la sociedad humana en general, independientemente de que hablemos de rusos, de españoles o de laosianos.
Imagen tomada de Wikimedia Commons
 En todo hombre, en toda mujer vive un pálpito ruin y mezquino que le impulsa a ser mejor que el otro. Esto en una sociedad capitalista no puede ser más que por el acúmulo del dinero y la ostentación del poder. En El jugador están representados desde la abuela aparentemente inmortal y a quien todos desean la muerte para poder heredar, que es incapaz de controlarse y dilapida su fortuna apostando kopek tras kopek aunque es consciente de que lo perderá todo; pasando por el ampuloso general, todo honor, todo altivez, todo arrogancia, ningún dinero, ningún escrúpulo; hasta los jóvenes arribistas (como el protagonista, evidente álter ego de Dosto) que juega a acompañar, seducir y de paso robar lo que pueden; por no hablar de las jóvenes que acompañan a la troupe, poco más que putas finas. Es, en realidad, un panorama desolador, sobre todo por su extraordinaria verosimilitud. Puede que no vivamos en estas ciudades centroeuropeas de finales del XIX que se disfrazaban como balnearios para ser poco menos que antros de perdición y prostitución, pero en nuestras modernas ciudades millones de sepulcros blanqueados viven y mueren en condiciones de inmoralidad extrema, tal cual Dosto nos pinta.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Ramones, "I Don't Wanna Grow Up".

When I'm lyin' in my bed at night
I don't wanna grow up
Nothing ever seems to turn out right
I don't wanna grow up
How do you move in a world of fog that's
always changing things
Makes wish that I could be a dog
When I see the price that you pay
I don't wanna grow up
I don't ever want to be that way
I don't wanna grow up
Seems that folks turn into things
that they never want
The only thing to live for is today...
I'm gonna put a hole in my T.V. set
I don't wanna grow up
Open up the medicine chest
I don't wanna grow up
I don't wanna have to shout it out
I don't want my hair to fall out
I don't wanna be filled with doubt
I don't wanna be a good boy scout
I don't wanna have to learn to count
I don't wanna have the biggest amount
I don't wanna grow up
Well when I see my parents fight
I don't wanna grow up
They all go out and drinkin all night
I don't wanna grow up
I'd rather stay here in my room
Nothin' out there but sad and gloom
I don't wanna live in a big old tomb on grand street
When I see the 5 oclock news
I don't wanna grow up
Comb their hair and shine their shoes
I don't wanna grow up
Stay around in my old hometown
I don't wanna put no money down
I don't wanna get a big old loan
Work them fingers to the bone
I don't wanna float on a broom
Fall in love, get married then boom
How the hell did it get here so soon
I don't wanna grow up

jueves, 20 de diciembre de 2018

Inciso cinematográfico: "El capitán", dirigida por Robert Schwentke.

 Una de las películas más ásperas que he visto en los últimos tiempos... y una de las mejores. Desde luego no es una película para alguien que busque finales optimistas que ayuden a creer en la humanidad... no, es exactamente lo contrario: lo deja a uno con la misantropía por las nubes. Así que los que ya lo somos de modo natural...
 La película narra los últimos años de vida de Willi Herold, un soldado alemán que, al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya el Tercer Reich estaba a punto de caer, encuentra en un vehículo abandonado un uniforme de capitán de la Luftwaffe y decide (o más bien se ve impelido a ello) ponérselo y fingir la identidad del oficial. Con este inicio, el argumento podía haber ido hacia la búsqueda de la supervivencia en sí misma, sin caer en la animalidad que rodea al ser humano cuando perpetra la mayor barbarie que inventó: la guerra. Porque, esto es lo terrible, el argumento de esta película está basado, según parece de forma muy fiel, en una historia real.
Imagen tomada del sitio www.filmgalerie451.de
 No, Willi Herold no trata de huir y salvar la vida con su uniforme falso de capitán. Con bastante ingenio y firmeza afirma ser un enviado personal del mismísimo Hitler para comprobar cuál es el estado de moral de las tropas en el frente y, sobre todo, para castigar a los desertores. Como consecuencia, Herold se convierte en el mayor asesino de entre los asesinos de una guerra (valga la redundancia). Llega a campos de internamiento para desertores (muy semejantes a los campos de concentración en los que asesinaron a seis millones de judíos, a gitanos, homosexuales y demás víctimas del concepto de superioridad de la raza aria), allí torturará y matará de las formas más atroces posible a todos los que se encuentra, con un grado de sadismo que es difícil de aguantar. Al final de la guerra, Willi Herold será juzgado y encontrado culpable de asesinar a ciento veinticinco personas, al menos que se pudiera demostrar. Sentenciado a muerte, fue ahorcado en 1946. Edad de la criatura al "entregar el alma": veintiún años. En poco más de dos décadas de vida, el tal Herold se convirtió en uno de los seres humanos más animalescos que la guerra ha creado.
Imagen tomada del sitio cinestatic.de
 Ya digo que, según parece, la película es extremadamente fiel a la vida de esta joya. Es áspera como pocas, muy probablemente haya habido espectadores que no hayan soportado las casi dos horas de metraje. Y, sin embargo, es excelente como vacuna frente a la estupidez humana, frente a las guerras (las grandes y declaradas, y para las pequeñas guerras cotidianas a las que parece que todos estamos llamados). Está rodada en blanco y negro, no podría ser de otro modo, los colores parecen impropios en el salvajismo de la guerra. No hay banda sonora alguna que pueda aportar el más mínimo rasgo de lirismo. Los actores, aunque ninguno tiene un papel para lucirse, cumplen con total verosimilitud a sus roles. 
 Algo, a mi modo de ver, muy interesante es que en ningún momento aparecen soldados de otra nacionalidad que sea la alemana. Así se pone de manifiesto que la brutalidad del hombre no distingue entre nacionalidades, culturas, religiones, política... No hay buenos y malos, aquí todos son del mismo bando y todos son malos. Es seguro que existieron Willis Herold rusos, franceses, británicos...El ser humano sigue siendo el mejor depredador del ser humano, no hace falta más que una pequeña chispa para que brote un incendio que sólo se puede apagar con la eliminación sádica de millones de vidas.
 En fin, como decía al principio, una buenísima película antibelicista de estas que deja un amargo sabor de boca para todos los que tenemos la inteligencia emocional suficiente como para ver que en la sociedad actual no estamos tan lejos de una guerra.

martes, 18 de diciembre de 2018

"El jugador", de Dostoyevski.

 Una novela breve (una novelette) para el grosor de las obras del buen Dosto; apenas 230 páginas de análisis psicológico de jugadores empedernidos que emponzoñan sus almas en la ficticia ciudad balneario y de ocio de "Roulettenburg" (el propio nombre ya es una burla a esas pequeñas ciudades que aparecieron como setas en la Europa Central de la segunda mitad del XIX), entre ellos Aleksei Ivanovich, evidente álter ego de Fiódor Mihajlovič. Igual que éste, aquél se debate entre un amor apasionado (y, en general, la persecución de todo aquello joven con faldas) y una ludopatía rampante.
 Hay elementos comunes a otras obras de Dosto: la prosa enrevesada que, a veces, da la impresión de perder el hilo al empezar un argumento demasiado profusamente; la alucinante capacidad de descripción psicológica de los personajes (¡nadie como Dosto!);  o la muestra de la degeneración moral más evidente pero sin hacer burla de ella, mostrándola como disecciona el cadáver un forense. Cuenta la leyenda que escribió esta novela breve en menos de un mes, más bien, dictó la novela a su secretaria, la cual se convertiría en su segunda esposa, bajo la amenaza de su editor de quedarse en propiedad con todo lo que escribiera posteriormente (¡ah, la figura del editor, siempre tan malinterpretada!). 
 Al margen del carácter autobiográfico de El jugador, también está presente la sempiterna crítica de Dostoyevski a la sociedad rusa, siempre tan prepotente, tan arrogante y a la vez arruinada y sumisa si puede conseguir un simple kopek que jugarse en la ruleta. Aquí la figura que sirve de arquetipo de esa Rusia del quiero y no puedo es el General Zagorianski, gran derrochador en tiempos de abundancia para luego vivir de la caridad, todo ello sin perder la soberbia de su rango y raza.
 Pero como antes decía, lo mejor es la descripción psicológica de los personajes, capaz de hacer un fresco del alma del ruso emigrado que no encuentra su lugar en una Europa demasiado diferente; el retrato es a veces bravo, a veces ridículo, pero siempre atormentado,  probablemente como fue la vida del autor.

"Perdido entre libros y monstruos"

 "Perdido entre libros y monstruos", así me siento. Los libros me acompañan voluntariamente, pues yo los elegí y los elijo; pero los monstruos, algunos en mi cabeza, otros reales, me acompañan a mi pesar. Me crie entre monstruos... me criaron monstruos... lucho cada día por no convertirme en uno de ellos...

lunes, 10 de diciembre de 2018

Conclusiones tras leer "Grandes esperanzas", de Dickens.

 Al leer Oliver Twist o La tienda de antigüedades era muy evidente que originalmente habían sido escritas para ser publicadas por entregas; es decir, que todos los capítulos acaban con un pequeño giro argumental que deja en ascuas esperando la siguiente lectura... pura técnica de mercadotecnia... Con Grandes esperanzas no he encontrado esto de forma tan notoria, aunque, según parece, también se publicara de esta forma. Con todo, (espero que lo que voy a decir no suene soberbio) hay momentos bajos en esta última novela; capítulos enteros que podían ser suprimidos sin que el resultado final se resintiera lo más mínimo. Tal vez (al margen de los temas meramente economicistas para el escritor y su editor) la forma de leer de 1860 no tenga nada que ver con la de 2018. Sin duda hace ciento cincuenta años aquellos que tenían posibilidades de leer lo hacían de forma más sosegada que nosotros, con lo cual lo que ahora despreciamos como "paja" era el desarrollo a velocidad normal para que la trama fuera cuajando en el recuerdo del lector. Quizás se leía menos pero se leía mejor...
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Por eso, cuando digo que la mal llamada Literatura victoriana es, en buena medida, literatura "de té y pastas" no pretendo ser tan despectivo como parece, en realidad yo añoro una vida de té y pastas, no me cabe la más mínima duda de que las vidas apresuradas que llevamos en el siglo XXI nos idiotizan de una forma que no llegamos siquiera a entender.
 En fin, Dickens es, como siempre, el gran maestro del retrato psicológico de sus protagonistas. No solo los describe con una precisión que hace que el lector llegue a creer conocerlos mejor que a sus propios amigos y familiares, es que además lleva la narración en la evolución psicológica de los mismos de un modo tan verosímil que parecen más personajes de carne y hueso que literarios. Bien, querido Charles, espero volver en breve a disfrutar de tu inestimable compañía.