martes, 29 de octubre de 2019

Tomás de Kempis

Imagen tomada del sitio heraldos.sv
 "In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro"
 Por doquiera busqué la paz, sin hallarla más que en un rincón y con un libro.

lunes, 28 de octubre de 2019

Inciso cinematográfico: "House of Strangers", dirigida en 1949 por Joseph Mankiewicz.

 House of Strangers no es, ni de lejos, la mejor película de Mankiewicz. House of Strangers no es, ni con mucho, la mejor película de Edward G. Robinson. Sin embargo, es una película rodada con el preciosismo que el director de Eva al desnudo o Carta a tres esposas imprimió a toda su cinematografía; es, así mismo, una actuación genial (como casi siempre) del actor de Little Ceasar o Soylent Green. Con todo, a mí me ha gustado especialmente, o, mejor dicho, he conectado con ella por el tema principal: las malas relaciones paterno-filiales y el envenenamiento que muchos padres causan en sus hijos de por vida.
Imagen tomada del sitio IMDB.com
  La trama es la historia de miles de familias estadounidenses: inmigrantes (en este caso italianos) que, desde un origen extraordinariamente humilde y pasándolas canutas durante años, acaban por llegar a lo más alto en el sentido económico y social. El patriarca familiar, Gino Moretti (el genial Edward G. Robinson, haciendo gala de su capacidad actoral, interpretando a un italo-americano incluso en el acento), es un hombre hecho a sí mismo. Ha conseguido el tremendo éxito de llegar a ser un banquero para su comunidad, ha pasado todo tipo de estrecheces para llegar al olimpo social; es, sin embargo, un tirano con sus hijos (o precisamente, tal vez, por haberlo pasado tan mal), de modo que insulta y menosprecia públicamente a tres de ellos y manipula al cuarto. Es un hombre de éxito social pero roto por dentro. Sus hijos acaban siendo burdas fotocopias de él mismo, al menos en su carácter desabrido y vengativo.
 Y hasta ahí, más o menos. Ya decía, no es una obra maestra. Es una película correcta con una gran actuación de Robinson.
Imagen tomada del sitio cbsnews.com
  Ya en el ámbito personal, la película me toca muy de cerca porque yo (quizás todo el mundo en mayor o menor medida) pertenezco a una familia de "fuertes caracteres" que es el eufemismo que se emplea para decir gente difícil y complicada para convivir; gente, en definitiva, que marca de forma indeleble las vidas de sus hijos, habiendo sido ellos mismos víctimas de trato degradante por parte de sus padres. Vamos que el maltrato se concatena por generaciones, amenazando con perpetuarse per saecula saeculorum. No obstante, he aquí que esta peliculilla pasable da con una sencillísima pero eficaz solución: romper con la cadena de odios, rencores y venganzas para ser lo que uno quiera ser e incumplir lo que otrora se hubiese considerado como designios obligatorios impuestos por padres y madres... Pues eso, en eso estamos...

lunes, 21 de octubre de 2019

"Nido de nobles", de Iván Turguénev.

 Tercera novela que leo de Turguénev tras Padres e hijos y Diario de un hombre superfluo, y, de momento, la que más me está gustando. De la primera que cito saqué una cierta decepción, tal vez por lo mucho que esperaba, sobre todo en relación con el nihilismo al que todas las recensiones que leía hacían referencia; del Diario de un hombre superfluo saqué más jugo al leerla más libremente. Tal vez esto sea lo que me está ocurriendo con Nido de nobles.
  Lo cierto es que me parece, como muy bien dice su traductor (Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella) "una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía lenvantarse en medio de la oscuridad". Es una pequeña novela con reminiscencias tolstoyanas y dostoievskanas, que delinea una sociedad rusa en decadencia, con nobles rurales que no se adaptan a la sociedad moderna (que son verdaderamente hombres superfluos). Aquí, el protagonista es Fiódor Lavretski, alguien criado por un vividor que quiso hacer de su hijo lo contrario, un espartano insensible al dolor, centrado en el estudio de un modo estoico. Años después, cercana la treintena, Lavretski se enamora de una joven peterburguesa que, tras la boda, lo engaña con petimetres franceses. Así, desengañado de todo, vuelve a su hacienda rural donde planea aislarse del mundanal ruido; sin embargo, allí conocerá (según parece, mi lectura todavía no ha llegado allí) a otra joven de la que se enamorará perdidamente.
  Es una lectura amable, reposada, ciertamente melancólica (por los caracteres dados a la introversión y por la tendencia al abatimiento anímico) que deja un poso agridulce. Los tumultuosos avatares amorosos, narrados, eso sí, de forma pausada, retrotraen al gran Tolstoi de Ana Karénina, con la descripción de la psicología de los personajes llevada a cabo de forma magistral. Otra novela atemporal que engorda la abultadísima nómina de la literatura rusa.

lunes, 7 de octubre de 2019

"Los silencios del Dr. Murke", por Heinrich Böll.

 Uno de mis autores favoritos, junto con Siegfried Lenz y Gunther Grass, y junto con ellos autor de la llamada "Literatura de escombros", época terrible socioeconómicamente para Alemania, pero también época de crisis (en el buen sentido, en el de la oportunidad de cambio) y superación del pasado para aquel país y el resto de Europa. De esos tres autores, Böll me parece el más honesto, el más reflexivo, el que podía superar el terrible pasado que avergüenza a los alemanes de bien (que, probablemente, sean la inmensa mayoría). Porque el bueno de Heinrich Böll fue, como casi toda la población alemana viva en el momento, nazi. Se vio arrastrado por esa locura pangermánica influenciado, tal vez, por la terrible crisis económica que arrasó el país en la década de los años veinte y primeros treinta del pasado siglo a comprar la basura de Hitler y sus adláteres. Böll no tuvo miedo (como sí parece que lo tuvo Grass) en mostrar a la prensa una foto de su juventud con el uniforme nazi. Por supuesto, Heinrich Böll no fue un "buen" nazi, su alta moral se lo impedía. En realidad, fue alguien con una elevada exigencia cristiana que entendía a todos los hombres como hermanos por ser todos hijos de Dios (esto, evidentemente, chocaba frontalmente con el racismo y supremacismo nacionalsocialista).
 Böll siempre estuvo influenciado por la visión social de la Iglesia católica, pero sin la arrogancia de los prelados y altos cargos de la milenaria institución. A fecha de hoy, el nombre de Heinrich Böll sigue encabezando la fundación política sin ánimo de lucro que se encuentra en el ámbito del partido alemán Alianza 90/Los Verdes.
  Por nada del mundo pretendo hacer un alegato político, aunque sí quisiera dejar claro que personajes como Böll, haciendo de la honestidad su bandera, han tratado de llevar el principio moral más elevado del Cristianismo (la igualdad del ser humano por ser hijos del mismo Dios) como principio fundamental de vida y que este, en muchos casos, ha estado más cerca de posiciones políticas consideradas clásicamente "de izquierdas".
 Al margen de temas políticos, Böll ha sido un revulsivo moral, siempre. En los rellatos recogidos en este pequeño volumen editado por Alianza se muestran la búsqueda de la honestidad como motor de la propia vida. El relato más largo, No sólo en Navidad, el autor, haciendo gala de un sutil humor, satiriza las costumbres inveteradas que se repiten maquinalmente sin sentimiento alguno; obviamente la celebración de la Navidad como mero hecho secular está en el centro de la sátira.
  Pese a lo que se pueda pensar, Böll es un autor atemporal; válido en su época, válido hoy y válido siempre. La defensa de la moral más pura, la denuncia de la hipocresía y el hermanamiento universal de todos los hombres son los motores que movieron su obra y su vida; principios todos ellos muy alejados, desgraciadamente, de las motivaciones principales de la mayoría de la actual sociedad humana.

Y, sin embargo, vivir...

 A mis casi cincuenta años, ya sé que estoy más muerto que vivo. Todo es cuestión de tiempo. Tal vez, el infarto de miocardio que me matará ya ha empezado por la obstrucción paulatina de arteriolas miocárdicas; o, quizá, el ictus cerebral que me matará ya se ha iniciado con un debilitamiento hasta ahora inapreciable de la pared de un vaso cerebrovascular; o puede que el cáncer que me matará ya haya comenzado a crecer en mi interior, metastatizándose rápidamente; o, quizás, el coche que me atropelle mortalmente ya ha arrancado; o, tal vez, la bala que me alcance ya ha sido disparada, o la navaja que me apuñale ya esté en un bolsillo... Todo es cuestión de tiempo. Algo de esto pasará, tan solo cabe dudar si será dentro de treinta años o de treinta minutos. Pensándolo bien, siendo todo cuestión de tiempo, ya estoy más muerto que vivo.

Edgar Allan Poe

 Hace hoy ciento setenta años, cuando sólo contaba cuarenta, murió uno de los grandes maestros, que habría de influenciar a millones de lectores y cientos de escritores con su poesía deslumbrante y su prosa terrorífica.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
  I have great faith in fools; self-confidence, my friends call it.

domingo, 29 de septiembre de 2019

"El círculo se ha cerrado", por Knut Hamsun.

 Leí hace años Hambre, del mismo autor. Me gustó aunque la dureza del tema hacía difícil de tragar; se trataba de un tipo que decidía vivir de lo que escribía, resultado: miseria absoluta. Hamsun lo narra con un realismo seco, sin adornar, de un modo que se hace más duro si cabe. Luego leí Pan, un relato breve que me impactó menos que la novela anterior. Ahora comienzo con El círculo se ha cerrado.
  En este caso es la vida de Abel Brodersen, un noruego que en su juventud emigra a Estados Unidos, en Kentucky se casa y lleva una vida arrastrada. Años después vuelve a su país y trata de reiniciar su vida. Desde el punto de vista temático, el tratamiento que da a los personajes me recuerda mucho al de Patrick Modiano; tanto en el noruego como en el francés crean personajes pasivos, indolentes, que asisten perplejos al discurrir de sus vidas más que vivir en sí. En este caso, Brodersen es alguien que no opta por buscar una vida a su regreso a Noruega, hereda una pequeña cantidad de dinero que le permite sobrevivir y aparentemente no busca nada más. Recuerda también (aunque no es tan excesivo) al bueno de Bartleby de Melville.
  Con respecto a la forma, Hamsun tiene una prosa ligera, con oraciones cortas, sin adjetivar, sin ninguna oración subordinada que da como resultado una lectura rápida, casi de artículo periodístico. Lo que no me gusta nada, aunque no sé si es atribuíble al autor noruego o a la traducción, es el extrañísimo uno de los signos de puntuación, algunos inexistentes como la raya para marcar los diálogos en estilo directo... Es un tanto desconcertante, aunque al no haber oraciones largas no es tan problemático.
 Como siempre, la discusión sobre si este tipo es merecedor del Premio Nobel y la subsecuente retahíla de escritores que se nos ocurre que, dado el nivel presente, también lo hubieran merecido. Con El círculo se ha cerrado no siento esa atmósfera tan opresiva como en Hambre, es todo más relajado, incluso indiferente ante la adversidad, como decía antes.

martes, 24 de septiembre de 2019

"El candelabro enterrado", por Stefan Zweig.

 Zweig llegó a ser un respetado escritor profesional en su época. Esta afirmación se deduce de la variedad de temas que trata, desde el ensayo político y social, pasando por la novela realista e incluso la novela rosa, por no hablar de poemarios y libretos de óperas. Luego, ya es sabido, por mor del fanatismo nacionalista imperante en los años treinta en Austria y Alemania hubo de exiliarse, primero a Inglaterra y luego a Brasil. Pero antes de caer en desgracia, Stefan Zweig disfrutó de un reconocimiento sin duda merecido. Digo esto porque la variedad temática de sus novelas sorprende a quien piense en escritores muy centrados en una visión literaria y vital concreta; por supuesto, esto enriquece su obra literaria, que duda cabe.
  En El candelabro enterrado, Zweig enfoca en el judaísmo, algo que, pese a que Adolf Hitler y sus muchachos pensaran, a él le traía bastante al pairo. Parece incluso que declaró cierta vez que  su judaísmo era meramente accidental. Tanto él como su coetáneo y amigo Joseph Roth tuvieron una relación muy superficial con el judaísmo, al cual ni siquiera valoraban como tradición cultural, muchísimo menos en el plano religioso. Con todo, ése es el tema principal aquí: narra la vida de un judío (Benjamín Marnefesh) que es encargado de recuperar la menorá, el candelabro de siete brazos ritual y simbólico de los judíos. El propio Benjamín será testigo, siendo niño, del robo del mismo por los vándalos en el saqueo de Roma; y  muchas décadas después, al final de su vida, será comisionado para pedir al emperador bizantino Justiniano su restauración. Es, por tanto, una novela histórica. El grado de documentación y respeto a la referencias históricas más fiables es exquisito, nombrándose con acierto al emperador Tito, conquistador de Jerusalén; Genserico, rey vándalo, propulsor del saqueo de roma; o Justiniano y su Renovatio Imperii que llevó la menorá de Cartago a Bizancio.
 Como hiciera Pérez Galdós en sus Episodios nacionales, Zweig narra la Historia como paisaje de la acción, puesto que se centra en la intrahistoria, en personajes pequeños, inventados, que vivieron durante los hechos históricos conocidos. En todo caso, lo mejor de Zweig es la pulcritud de su prosa; su capacidad de descripción, sobre todo psicológica de los individuos. Es notable, a final del libro, el sueño pesadillesco que tiene el propio Benjamín acerca de su propio pueblo, siempre errante tras la menorá que acabará sí o sí en una "tierra con palmeras y cedros" que no es otra que su "tierra prometida". Es interesante, teniendo en cuenta que la novela se publicó en 1937, once años antes de la fundación del Estado de Israel, es, en este sentido, premonitoria. La lectura de Zweig es un placer que ha de cultivarse a fuego lento; su prosa tan lenta y adjetivada, sus descripciones tan complejas no son para leer a salto de mata.