A mis casi cincuenta años, ya sé que estoy más muerto que vivo. Todo es cuestión de tiempo. Tal vez, el infarto de miocardio que me matará ya ha empezado por la obstrucción paulatina de arteriolas miocárdicas; o, quizá, el ictus cerebral que me matará ya se ha iniciado con un debilitamiento hasta ahora inapreciable de la pared de un vaso cerebrovascular; o puede que el cáncer que me matará ya haya comenzado a crecer en mi interior, metastatizándose rápidamente; o, quizás, el coche que me atropelle mortalmente ya ha arrancado; o, tal vez, la bala que me alcance ya ha sido disparada, o la navaja que me apuñale ya esté en un bolsillo... Todo es cuestión de tiempo. Algo de esto pasará, tan solo cabe dudar si será dentro de treinta años o de treinta minutos. Pensándolo bien, siendo todo cuestión de tiempo, ya estoy más muerto que vivo.
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