martes, 19 de noviembre de 2019

200 años del Museo del Prado.

 No sólo las pinacotecas, todos los museos son para los "letraheridos" y en general para los introvertidos un refugio de calma, de paz y erudición. Allí nos sentimos protegidos de la rudeza de la vida y de los otros. Hoy, uno de los grandes, el Museo del Prado cumple 200 años. Doscientos años alumbrando la vida cultural de la ciudad y el país que me vieron nacer. Brindo por otros doscientos.
Imagen tomada del sitio museodelprado.es
 

domingo, 10 de noviembre de 2019

"The Man Between", dirigida y producida por Carol Reed en 1953.

 Otro peliculón de Carol Reed, muy parecida (en su tema, ambientación, fotografía, tratamiento...) a otra joya del cine de la época, The Third Man. Tal vez The Man Between no sea tan redonda como la protagonizada por Orson Welles, Joseph Cotten y Trevor Howard, pero es, probablemente, una de las mejores películas de espionaje. Es verosímil, intrigante, atractiva y tiene una actuación memorable de uno de los gigantes de la época, James Mason.
Imagen tomada de ebay.com
  Las semejanzas entre ambas películas son patentes: están rodadas con apenas cuatro años de diferencia, en 1949 y 1953; las dos muestran capitales europeas destrozadas por la guerra, en la de Orson Welles es Viena y en ésta es Berlín; en ambas los personajes son "buenos" y "malos" a la vez, no están delineados de forma tan simplista como en otras cintas; y, por último, las dos acaban, tras una larga persecución, de forma trágica para los protagonistas principales. Obviamente, hay diferencias: esta vez no hay amigo traicionado (que, en realidad, en El tercer hombre es el protagonista principal); falta también el audaz policía que colabora en la detención del héroe-antihéroe; y, lo que marca la diferencia de calidad, el guión no es tan apabullante y perfecto. Con todo, el toque del genial Carol Reed se deja ver en todo momento, haciendo de estas películas, como antes decía, auténticos hitos de la cinematografía de todos los tiempos.
 En mi opinión lo mejor es la dualidad de los personajes principales, o, mejor dicho, que no es tan infantiloide como en decenas de películas americanas en las que un superhéroe inmaculado se enfrenta a un villano repulsivo. No, aquí el protagonista principal es un canalla con carisma, atractivo (enamora perdidamente a sendas protagonistas femeninas), interesante... alguien que despierta sentimientos contradictorios en el espectador; Orson Welles y James Mason, con sus magnetismos animales de grandes actores capaces de personificar a espléndidos villanos y magníficos héroes.
Imagen tomada del sitio imdb.com
  ¿El argumento? The Man Between (por cierto, traducida en España como El otro hombre) está ambientada en el Berlín destrozado por las bombas y dividido en cuatro sectores (igual que la Viena de El tercer hombre), aquí el terrible contrabandista es Ivo Kern (James Mason) que trabaja como espía secuestrando a sujetos que uno u otro bando busca; una joven inglesa se enamorará de él y de su complicada subsistencia y protagonizará una huida que, naturalmente, sólo puede acabar en el tiroteo final en el control fronterizo que también recuerda a la película protagonizada por Cotten.
 En fin, ya digo, un peliculón atemporal que muestra cómo hacer cine para adultos inteligentes que quieran recrearse en una historia de espionaje sin que caiga en el adoctrinamiento de los espectadores o, siquiera, en el juicio apresurado de quien reposa en un cómodo sofá. ¡Un placer! 
 No puedo evitar copiar un pequeño fragmento del diálogo entre  Sussane Mallison (Claire Bloom) e Ivo Kern (Mason). La última frase de Ivo Kern, la que dice que cualquier refugio que proteja de la vida es una riqueza inalcanzable representa muy bien la filosofía vital del espía y su terribles últimos tiempos de vida.
  • When you get to the West I'll help you, so will Martin.
  • No, you will not. You will take the first plane to London. And go on with your rich and happy life.
  • I'm not rich.
  • Any shelter from life is unattainable wealth.

viernes, 8 de noviembre de 2019

8 de noviembre, Día de las librerías.

 Para cualquier lector empedernido las librerías no son un negocio más. Tienen alma, vida espiritual, son nuestros refugios, los lugares a los que encaminamos nuestros cansados pasos para alejarnos de la crudeza de vivir.
 Para conmemorarlo pongo una imagen de una de las librerías más hermosas que conozco y que supuso para mí un periodo de plenitud, de felicidad al conocer allí a la persona amada. Se trata de la librería Waterstones, en Bradford, Inglaterra; en un edificio histórico, el Wool Exchange Building, neogótico, que refuerza la belleza reposada de los libros.
Imagen tomada del sitio www.bradfordfestivalchoralsociety.org.uk
 

miércoles, 6 de noviembre de 2019

"E ti vengo a cercare", Franco Battiato.

E ti vengo a cercare
Anche solo per vederti o parlare
Perché ho bisogno della tua presenza
Per capire meglio la mia essenza
 
Questo sentimento popolare
Nasce da meccaniche divine
Un rapimento mistico e sensuale
Mi imprigiona a te
 
Dovrei cambiare l'oggetto dei miei desideri
Non accontentarmi di piccole gioie quotidiane
Fare come un eremita
Che rinuncia a sé
 
E ti vengo a cercare
Con la scusa di doverti parlare
Perché mi piace ciò che pensi e che dici
Perché in te vedo le mie radici
 
Questo secolo oramai alla fine
Saturo di parassiti senza dignità
Mi spinge solo ad essere migliore
Con più volontà
 
Emanciparmi dall'incubo delle passioni
Cercare l'Uno al di sopra del Bene e del Male
Essere un'immagine divina
Di questa realtà
 
E ti vengo a cercare
Perché sto bene con te
Perché ho bisogno della tua presenza

"La ratesa", de Günter Grass.

 Otro Nobel más. Mira que me lleno la boca despreciando todos los premios literarios, especialmente los internacionales, por considerarlos pura herramienta de mercadotecnia y poco más. Algunos, los más prestigiosos, especialmente los Nobel, parecen especialmente injustos por escasos, siempre acabamos diciendo que si éste o aquél lo merecieron entonces otros muchos también... En fin, tal vez sea pura envidia o afán de mostrar superioridad moral por mi parte esto de despreciar a los premiados. Sea como fuere, yo mismo me encargo de desautorizarme constantemente, lo cual me agrada sobremanera, y para continuar en la tónica, aquí el bueno de Günter Grass, Premio Nobel de literatura de 1999.
  Ya hablé de la llamada "Literatura de escombros", término con el  que algún sesudo crítico englobó a los autores alemanes que escribían tras la Segunda Guerra Mundial, siendo los tres más conocidos el propio Grass, Siegfried Lenz y Heinrich Böll y que reescribían la historia de su país desde una crítica feroz pero no exenta de compasión. Lo que me interesa en este caso es precisamente eso: la autocrítica; algo que creo imprescindible para que el ser humano sea medianamente digno. De forma paralela (aunque, evidentemente, con muchos cambios por la distancia geográfica, cultural y temporal), la Generación del 98 española puso en solfa la idea de España tras el Desastre del 98, la necesidad de buscar una identidad social (o nacional, si se quiere) fuera ya de la periclitada idea imperial predominante en el siglo XIX y anteriores; probablemente gracias a los escritores de la Generación del 98 los españoles de hoy somos quienes somos. Así pues, las generaciones literarias que surgen tras procesos terribles como guerras y otros conflictos tienen la llave para que la sociedad resultante pueda pasar página aprendiendo de los errores y mejorando como tal grupo humano.
 La ratesa es un ejemplo de esta literatura de posguerra, o, al menos, de un autor de posguerra "perdido" ("not all those who wander are lost") en mil y una cavilaciones acerca de la existencia, de la sociedad, del pasado y del futuro. Hasta tal punto esto es así que la novela se encuentra a medio camino entre la novela y el ensayo. Es, si se quiere, un ensayo novelado, con un personaje ficticio, la rata, que se ríe de la humanidad, que asegura que ya no existe y que son los roedores los que mandan en el planeta. Estas reflexiones se intercalan con digresiones ambientadas tanto en el presente como del pasado, dejando claro que lo de la rata es sueño, pero, ¿es un sueño inverosímil o altamente probable? Esa pregunta la habrá de contestar cada lector en función de su experiencia vital y su raciocinio, y de ahí la necesidad de la literatura como vía de introducir dudas y preguntas en cabezas inteligentes...

domingo, 3 de noviembre de 2019

"Bookshelf Organization (For the Obsessive-Compulsive)", by Grant Snider (incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Misterios", de Knut Hamsun.

 Hamsun no es el único autor, ni mucho menos, con el que tengo sentimientos encontrados. De hecho, un autor austriaco que ha sido recientemente galardonado con el Premio Nobel me genera los mismos sentimientos: por un lado los aprecio y por otro los detesto. ¿Tendrá que ver, pues, el hecho de que ambos hayan sido Nobel? No lo creo, más bien tendrá que ver con formas particulares de redactar o puntuar. En el caso concreto del noruego es verdaderamente demencial el uso de los signos de puntuación; no es que sea singular es que es anárquico: los guiones de diálogo aparecen cuando le viene en gana; las comas, puntos y coma y puntos son distribuidos de una forma tan peculiar que hay que concentrarse sobremanera para no perder el hilo en más de una ocasión. 
  El personaje principal, Johann Nilsen Nagel, es característico de Hamsun: un tipo tan intempestivo, variable en su sociabilidad, imprevisible y, en definitiva, raro que a veces diera la sensación de ser un enajenado. De hecho, por comparación con un personaje secundario, El Minuto, que supuestamente es un loco, el propio Nagel parece más desequilibrado que el "tonto oficial" del pueblo.  Es un personaje claramente inadaptado socialmente, pero que tiene encanto suficiente como para no ser rechazado por la sociedad, es simplemente un tipo muy variable, un día agrede verbalmente a alguna y al día siguiente se le declara; miente como un bellaco, hasta el punto de desdecirse constantemente (a veces dice ser rico y otras ser pobre, niega saber tocar el violín y luego lo toca primorosamente...). Es un tipo desconcertante, para los personajes secundarios que pululan en el libro y, por descontado, para el propio lector; y, sin embargo, la descripción tan exhaustiva de Hamsun consigue delinear su personalidad (cercana a lo que formalmente podríamos entender como locura) hasta el punto que se termina por conocer al tal Nagel como a un viejo amigo.
  En todo caso, el resultado es extrañamente atrayente. Formalmente, la prosa de Hamsun es rápida, es todo narración, no hay apenas descripciones, tampoco oraciones subordinadas ni adjetivación; así, se lee rápidamente y con facilidad. Los cambios de pensamiento y comportamiento del personaje principal dan un aire imprevisible y un zigzageo que imprime un ritmo más rápido si cabe.

martes, 29 de octubre de 2019

Tomás de Kempis

Imagen tomada del sitio heraldos.sv
 "In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro"
 Por doquiera busqué la paz, sin hallarla más que en un rincón y con un libro.

lunes, 28 de octubre de 2019

Inciso cinematográfico: "House of Strangers", dirigida en 1949 por Joseph Mankiewicz.

 House of Strangers no es, ni de lejos, la mejor película de Mankiewicz. House of Strangers no es, ni con mucho, la mejor película de Edward G. Robinson. Sin embargo, es una película rodada con el preciosismo que el director de Eva al desnudo o Carta a tres esposas imprimió a toda su cinematografía; es, así mismo, una actuación genial (como casi siempre) del actor de Little Ceasar o Soylent Green. Con todo, a mí me ha gustado especialmente, o, mejor dicho, he conectado con ella por el tema principal: las malas relaciones paterno-filiales y el envenenamiento que muchos padres causan en sus hijos de por vida.
Imagen tomada del sitio IMDB.com
  La trama es la historia de miles de familias estadounidenses: inmigrantes (en este caso italianos) que, desde un origen extraordinariamente humilde y pasándolas canutas durante años, acaban por llegar a lo más alto en el sentido económico y social. El patriarca familiar, Gino Moretti (el genial Edward G. Robinson, haciendo gala de su capacidad actoral, interpretando a un italo-americano incluso en el acento), es un hombre hecho a sí mismo. Ha conseguido el tremendo éxito de llegar a ser un banquero para su comunidad, ha pasado todo tipo de estrecheces para llegar al olimpo social; es, sin embargo, un tirano con sus hijos (o precisamente, tal vez, por haberlo pasado tan mal), de modo que insulta y menosprecia públicamente a tres de ellos y manipula al cuarto. Es un hombre de éxito social pero roto por dentro. Sus hijos acaban siendo burdas fotocopias de él mismo, al menos en su carácter desabrido y vengativo.
 Y hasta ahí, más o menos. Ya decía, no es una obra maestra. Es una película correcta con una gran actuación de Robinson.
Imagen tomada del sitio cbsnews.com
  Ya en el ámbito personal, la película me toca muy de cerca porque yo (quizás todo el mundo en mayor o menor medida) pertenezco a una familia de "fuertes caracteres" que es el eufemismo que se emplea para decir gente difícil y complicada para convivir; gente, en definitiva, que marca de forma indeleble las vidas de sus hijos, habiendo sido ellos mismos víctimas de trato degradante por parte de sus padres. Vamos que el maltrato se concatena por generaciones, amenazando con perpetuarse per saecula saeculorum. No obstante, he aquí que esta peliculilla pasable da con una sencillísima pero eficaz solución: romper con la cadena de odios, rencores y venganzas para ser lo que uno quiera ser e incumplir lo que otrora se hubiese considerado como designios obligatorios impuestos por padres y madres... Pues eso, en eso estamos...

lunes, 21 de octubre de 2019

"Nido de nobles", de Iván Turguénev.

 Tercera novela que leo de Turguénev tras Padres e hijos y Diario de un hombre superfluo, y, de momento, la que más me está gustando. De la primera que cito saqué una cierta decepción, tal vez por lo mucho que esperaba, sobre todo en relación con el nihilismo al que todas las recensiones que leía hacían referencia; del Diario de un hombre superfluo saqué más jugo al leerla más libremente. Tal vez esto sea lo que me está ocurriendo con Nido de nobles.
  Lo cierto es que me parece, como muy bien dice su traductor (Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella) "una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía lenvantarse en medio de la oscuridad". Es una pequeña novela con reminiscencias tolstoyanas y dostoievskanas, que delinea una sociedad rusa en decadencia, con nobles rurales que no se adaptan a la sociedad moderna (que son verdaderamente hombres superfluos). Aquí, el protagonista es Fiódor Lavretski, alguien criado por un vividor que quiso hacer de su hijo lo contrario, un espartano insensible al dolor, centrado en el estudio de un modo estoico. Años después, cercana la treintena, Lavretski se enamora de una joven peterburguesa que, tras la boda, lo engaña con petimetres franceses. Así, desengañado de todo, vuelve a su hacienda rural donde planea aislarse del mundanal ruido; sin embargo, allí conocerá (según parece, mi lectura todavía no ha llegado allí) a otra joven de la que se enamorará perdidamente.
  Es una lectura amable, reposada, ciertamente melancólica (por los caracteres dados a la introversión y por la tendencia al abatimiento anímico) que deja un poso agridulce. Los tumultuosos avatares amorosos, narrados, eso sí, de forma pausada, retrotraen al gran Tolstoi de Ana Karénina, con la descripción de la psicología de los personajes llevada a cabo de forma magistral. Otra novela atemporal que engorda la abultadísima nómina de la literatura rusa.