Otro Nobel más. Mira que me lleno la boca despreciando todos los premios literarios, especialmente los internacionales, por considerarlos pura herramienta de mercadotecnia y poco más. Algunos, los más prestigiosos, especialmente los Nobel, parecen especialmente injustos por escasos, siempre acabamos diciendo que si éste o aquél lo merecieron entonces otros muchos también... En fin, tal vez sea pura envidia o afán de mostrar superioridad moral por mi parte esto de despreciar a los premiados. Sea como fuere, yo mismo me encargo de desautorizarme constantemente, lo cual me agrada sobremanera, y para continuar en la tónica, aquí el bueno de Günter Grass, Premio Nobel de literatura de 1999.
Ya hablé de la llamada "Literatura de escombros", término con el que algún sesudo crítico englobó a los autores alemanes que escribían tras la Segunda Guerra Mundial, siendo los tres más conocidos el propio Grass, Siegfried Lenz y Heinrich Böll y que reescribían la historia de su país desde una crítica feroz pero no exenta de compasión. Lo que me interesa en este caso es precisamente eso: la autocrítica; algo que creo imprescindible para que el ser humano sea medianamente digno. De forma paralela (aunque, evidentemente, con muchos cambios por la distancia geográfica, cultural y temporal), la Generación del 98 española puso en solfa la idea de España tras el Desastre del 98, la necesidad de buscar una identidad social (o nacional, si se quiere) fuera ya de la periclitada idea imperial predominante en el siglo XIX y anteriores; probablemente gracias a los escritores de la Generación del 98 los españoles de hoy somos quienes somos. Así pues, las generaciones literarias que surgen tras procesos terribles como guerras y otros conflictos tienen la llave para que la sociedad resultante pueda pasar página aprendiendo de los errores y mejorando como tal grupo humano.
La ratesa es un ejemplo de esta literatura de posguerra, o, al menos, de un autor de posguerra "perdido" ("not all those who wander are lost") en mil y una cavilaciones acerca de la existencia, de la sociedad, del pasado y del futuro. Hasta tal punto esto es así que la novela se encuentra a medio camino entre la novela y el ensayo. Es, si se quiere, un ensayo novelado, con un personaje ficticio, la rata, que se ríe de la humanidad, que asegura que ya no existe y que son los roedores los que mandan en el planeta. Estas reflexiones se intercalan con digresiones ambientadas tanto en el presente como del pasado, dejando claro que lo de la rata es sueño, pero, ¿es un sueño inverosímil o altamente probable? Esa pregunta la habrá de contestar cada lector en función de su experiencia vital y su raciocinio, y de ahí la necesidad de la literatura como vía de introducir dudas y preguntas en cabezas inteligentes...
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