sábado, 13 de enero de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Roberto González-Monjas. Obras de Ottorino Respighi, Ralph Vaughan Williams y Mozart.

 Séptimo concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL. Hoy el director habitual, Thierry Fischer, es sustituido por el joven violinista y director vallisoletano Roberto González-Monjas. El concierto comenzó con Ottorino Respighi, el talentosísimo director italiano, creador de cuadros musicales apabullantes en forma de poemas sinfónicos. Precisamente de estos poemas sinfónicos de Respighi los más notables son la llamada Trilogía de Roma, por haber sido la ciudad eterna donde encontró la inspiración, sólo falta el tercero, Feste romane, por interpretarse aquí. Le fontane di Roma (Las fuentes de Roma) tiene querencias de otros grandes compositores románticos (Respighi por edad caería en lo que llamaron post-romanticismo) como Maurice Ravel y Richard Strauss; sus movimientos se equiparan a cuatro famosísimas fuentes romanas que sirvieron de iluminación al autor, a saber: la fuente del Valle Giulia, la fuente del Tritón, la Fontana di Trevi y la fuente de Villa Medici. Bien, es un poema sinfónico espectacular, la verdad, pero yo no acabo de imaginarme ninguna de estas fuentes, las cuales conozco personalmente (hoy, especialmente la Fontana di Trevi habría que describirla como una fuente monumental en una pequeña plaza, sí, pero, sobre todo, como una aglomeración desmesurada de turistas), bueno, a lo que iba, Le fontane di Roma no me evoca especialmente esas monumentales fuentes romanas, esto contrasta vivamente con el poema sinfónico por excelencia que un servidor disfrutó en su primera juventud y que lo convirtió en melómano de por vida, El Moldava de Bedrich Smetana. A orillas de ese río checo no he estado nunca, pero la genialidad de Smetana imita el curso del arroyo primero, para ir creciendo poco a poco y convertirse en un enorme río que desemboca en el Elba; las fiestas campesinas que se celebran en sus orillas también están recogidas con verosimilitud casi de folklorista. Le fontane di Roma no es tan claramente evocadora, aunque pinta cuadros musicales capaces de arrancar interminables aplausos en pie.
 Contando con Roberto González-Monjas como violinista y director, la elección del Concierto para violín y orquesta en Mi bemol de Mozart es un acierto. Son tres movimientos, cada cual con su genialidad: el primero, Allegro, tiene un tutti que arrastra a los espectadores con una intensidad que sólo el genio de Salzburgo sabía conseguir; el segundo, Andante cantábile, muestra una serenidad fascinante, con un solo de violín que hace las delicias de los espectadores, especialmente cuando el virtuoso solista es de la tierra; por último, en el tercero, Rondeau: Andante grazioso, Mozart entreteje un tema en el que escuchamos la clásica danza que tan fácil es de escuchar.
 Ralph Vaughan Williams fue un compositor inglés del cambio de siglo XIX al XX. También influenciado por Maurice Ravel y por Claude Debussy, fue un apasionado de la poesía, especialmente de la de Walt Whitman. En la obra que la OSCyL interpreta hoy, The Lark Ascending (La alondra ascendiendo) se inspira en un poema del poeta victoriano George Meredith y en la propia ave, un sencillo pajarillo de colores parduzcos. El resultado es una composición etérea, vaporosa, de gran sensibilidad y delicadeza, que queda un tanto desleído en una gran sala sinfónica. En este sentido, la diferencia entre salas de cámara y salas sinfónicas me parece un tanto forzada. Creo que obras de gran intensidad y potencia necesitan una sala de tamaño grande, pero esta de Williams, aunque su orquestación no lo justifique, debería ser interpretada en una sala más pequeña, con menos público, así se podría disfrutar sus frases musicales delicadas y sutiles con mayor propiedad.
 El concierto de ayer terminó con I pini di Roma (Los pinos de Roma), de nuevo de Ottorino Respighi. Ésta es la obra más conocida del compositor italiano, que tiene una energía verdaderamente apabullante, especialmente en su último movimiento, I pini della Via Appia (Los pinos de la Vía Appia), que ponen el auditorio en pie en el aplauso final. En este caso es lo contrario que lo de Ralph Vaughan Williams, Respighi da un peso tremendo al viento metal y a la percusión de una manera que sólo Wagner, Bruckner o Richard Strauss se atrevieron a dar. El resultado es de una intensidad arrolladora, en las antípodas de la etérea The Lark ascending de Vaughan Williams. Por cierto, I pini di Roma fue una de las piezas elegidas por Disney para esa película de animación con música clásica llamada Fantasía 2000 y que rememoraba otra sesenta años anterior llamada Fantasía a secas. Esas dos películas supusieron notables hitos en el cine de animación, pero también en la excelente combinación de éste con la música clásica. Lo curioso es que los de Disney no pensaron en pinos ni en la Vía Appia de Roma cuando pusieron imágenes gráficas a la música, sino una especie de ballet colectivo interpretado por ballenas jorobadas, que salían de su medio acuático natural para volar entre nubes. Puede parecer extraño, pero el resultado fue muy apropiado, por eso es por lo que antes decía que en los poemas sinfónicos de Ottorino Respighi la música no evoca directamente lugares o hechos concretos, aunque al compositor se lo inspirara, claro. 

martes, 9 de enero de 2024

"Barry Lyndon", de William M. Thackeray.

  Consideran a Thackeray como el "segundo mejor escritor de la época victoriana", como si se tratase de una competición. Pero si se considera así es porque la novela que he acabado de leer es una de las más analizadas en estudios de Humanidades en los países anglosajones, no tanto por su argumento como por sus temas y, sobre todo, por su estilo, verdaderamente paradigma de calidad excelsa. Y, a decir verdad, la comparación con Dickens se me antoja forzada, únicamente defendible por cuestiones temporales (contemporáneos hasta parecer casi gemelos); pues Dickens tenía un pronto sentimental más marcado, era un escritor prejuicioso (benditos prejuicios, por cierto, que comparto casi en su totalidad), mientras que Thackeray hace gala de un realismo intelectual más puro, protegido, eso sí, por el sarcasmo y la ironía. Exagerándolo un poco, cabría decir que muchas novelas "dickensianas" tienen un sesgo ideológico que parece propio de un propagandista (defensa de los pobres, siempre honrados y trabajadores, ataque a los ricos, siempre avaros y mezquinos); mientras que en Thackeray encontramos un desapego por el individuo, no toma partido, digamos, por nadie. De hecho, al leer Barry Lyndon no he podido dejar de recordar La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy de Laurence Sterne, principalmente porque al igual que la de Thackeray tiene más de novela picaresca que de otra cosa, poniendo en solfa mediante el más sutil sarcasmo la apariencia de caballerosidad y nobleza en un tipejo de la más baja estofa; es decir, un espejo de la sociedad humana, cuyos más altos dignatarios son, en realidad, los más despreciables inmorales de todos.
 El argumento de Barry Lyndon es la autobiografía de un rufián, ludópata, misógino y pendenciero que se tiene a sí mismo por un caballero honrado, buen pagador, defensor de las damas y pacifista. Vamos, un auténtico caradura. Se considera descendiente de "los antiguos reyes de Irlanda", si es que estos existieron alguna vez, y todos sus esfuerzos vitales están orientados hacia la consecución de una fortuna que le permita vivir como "alguien de su alcurnia merece". Para enriquecerse se une al ejército de Su Majestad (británica, claro, puesto que Irlanda en aquel entonces pertenecía al Reino Unido) en la Guerra de los Siete Años (1753-1763) donde destacará como camorrista indómito que no duda en cambiar de bando por conseguir una pequeña prebenda; después trata de lucrarse con los naipes, siendo un fullero incapaz de aceptar la derrota, acabando en el atraco y robo si se tercia; finalmente trepará socialmente buscando un matrimonio ventajoso con una rica viuda (la condesa Lyndon) por la que cambiará su nombre de Redmond Barry a Barry Lyndon. A esta pobre mujer y a su hijastro les dará una mala vida de violencia física y verbal que sólo un patán como él es capaz de generar. Con este casamiento conseguirá riquezas que le abrirán las más altas puertas, llegando a recibir un escaño en el Parlamento. Pero, cual si la vida fuera la elipse descrita por un bumerán, el maltrato de Lyndon a su esposa acabará por mandarlo de nuevo al arroyo, siendo desposeído de su título, su riqueza y su castillo, acabando sus días en una cárcel, mísero y alcoholizado.
 Y los temas, pues lo que antes apunté: ironía de las aspiraciones y anhelos humanos, sarcasmo de la apariencia de respetabilidad de los más destacados miembros de nuestra sociedad, burla de los supuestos principios morales de la misma... Por eso es una novela picaresca. Con todo, la ironía no es tan palmaria como en el Lazarillo de Tormes, por ejemplo, donde se mofa de la hipocresía social del momento (y de siempre) con unas pullas evidentes y sangrantes, no, en La suerte de Barry Lyndon es todo más sutil (más anglosajón, quizá), cualquier lector medianamente formado detecta la sátira de un tipejo soberbio, fanfarrón y vanidoso que pretende pasar por ser lo contrario.
 Y con respecto al estilo literario, aquí todo ya es sublime. Antes decía que Barry Lyndon es obra de análisis obligado en cualquier estudio superior de Humanidades en el ámbito anglosajón. La meticulosidad de las descripciones hace de la novela una referencia inolvidable de la imperfecta naturaleza humana, capaz de todos los vicios y siempre aspirante a la máxima virtud; la psicología del personaje es tan redonda que uno cree conocer personalmente a Barry Lyndon, sobre todo por su evolución en el tiempo, pues la autobiografía abarca desde su adolescencia hasta la muerte en la vejez, pasando por toda clase de vicisitudes y evolucionando como individuo con cada una de ellas.
 Es una "novela global", tanto como lo puede ser el Quijote u Oliver Twist, pues aun teniendo unas coordenadas espaciotemporales bien definidas, es extrapolable a cualquier época y cualquier lugar en el que lata un corazón humano. Una gran novela, un enorme disfrute para el lector avezado.

sábado, 6 de enero de 2024

Epifanía del Señor

 

Durero, Alberto. (1504). Adoración de los Magos. Óleo sobre tabla. Galería de los Uffizi. Florencia.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

viernes, 22 de diciembre de 2023

"Poetry Is...", by Grant Snider. (www.incidentalcomics.com)

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Elim Chan. Obras de Anna Clyne, Franz Liszt y Stravinski.

  Sexto concierto de abono de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, que en esta ocasión (y habrá otras, pues es la directora invitada para la temporada 2023-2024) está dirigida por la directora hongkonesa Elim Cham. El programa de hoy lo tiene todo: brillante música culta contemporánea, melodías románticas a piano y la espectacularidad sinfónica de Stravinski.
 Igual que Cham es directora invitada, Anna Clyne es la compositora invitada para la temporada. Por ello es la segunda obra que se disfruta, y será representada otra vez. Esta noche escuchamos This Midnight Hour (Esta medianoche), una composición de quince minutos de una notable brillantez. Según parece, la compositora londinense se inspiró en un poema de Juan Ramón Jiménez y otro de Baudelaire para componerla. La del andaluz es el titulado La música, que es este breve texto:

¡La música;
-mujer desnuda,
corriendo loca por la noche pura!-

 Por su parte, el poema del francés es el titulado Harmonie du Soir, incluido en su famosísimo Las flores del mal y su primera estrofa es la siguiente:

He aquí que llega el tiempo en que vibrante en su tallo
Cada flor se evapora cual un incensario;
Los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde.
¡Vals melancólico y lánguido vértigo!

 Es una composición harto extraña, dividida en dos mitades: la primera con unos choques armónicos brutales, que rozan la atonalidad; la segunda parte es más convencional, con unas oleadas sonoras que dan esa brillantez de la que antes hablaba.
 Después una de las obras más reconocibles de Franz Liszt, el Concierto para piano nº 1 en Mi bemol mayor. El virtuoso ha sido esta noche el pianista ruso Alekxéi Volodin, que ha conseguido levantar al público de sus asientos en un aplauso que se ha prolongado varios minutos. De todas formas, a pesar del protagonismo del piano, el propio Liszt lo consideró un concierto sinfónico, pues la orquesta no es en absoluto una mera acompañante. Como buena obra de compositor romántico, el Concierto para piano nº 1 contiene verdaderas acrobacias pianísticas, pero también melodías arrebatadoras y apasionadas. El resultado final es una obra completa, total.
 Y, hablando de obra completa y total, tras el descanso toca el Pájaro de fuego de Ígor Stravinski. Siendo un ballet, uno podría esperar que las necesarias imágenes que proyectan los bailarines se echarían de menos, restando gran espectacularidad a la música, pero ésta es tan apabullante que no se echa en falta en absoluto las imágenes visuales de la danza. Y es que Stravinski crea una obra en la que no hay punto débil. Cabe decir que todas las familias instrumentales tienen su protagonismo: el viento metal es dominante por momentos, pero luego la melosidad del viento madera toma su importancia, sin desmerecer la omnipresencia de la cuerda y, por supuesto, la espectacularidad de la percusión. Es, ya digo, una obra total, envolvente y sugerente que pinta ideas en la cabeza del espectador sin necesidad de imágenes. En esta ocasión, la OSCyL ha estado acompañada por miembros de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León Joven, músicos ya suficientemente preparados que tan sólo son simplemente más jóvenes. La representación que dirige Elim Cham la vuelve más espectacular cuando sitúa a músicos de viento metal en las esquinas del auditorio, entre el público, consiguiendo un efecto estéreo mucho más impresionante.
 En fin, un concierto para disfrutar de la deslumbrante labor de una orquesta sinfónica. Reconozco que, por mi carácter, disfruto más del intimismo de la música de cámara, pero no puedo negar la fastuosidad sinfónica.

Solsticio de invierno

 

Brueghel "el Joven", Pieter. (1601). Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros. Óleo sobre tabla. Museo del Prado. Madrid.
Imagen tomada del sitio www.museodelprado.es

Salmo 103

 Dios ama y perdona
1 De David.
Bendice, alma mía, al Señor, | y todo mi ser a su santo nombre.
2 Bendice, alma mía, al Señor, | y no olvides sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas | y cura todas tus enfermedades;
4 él rescata tu vida de la fosa, | y te colma de gracia y de ternura;
5 él sacia de bienes tus días, | y como un águila | se renueva tu juventud.
6 El Señor hace justicia | y defiende a todos los oprimidos;
7 enseñó sus caminos a Moisés | y sus hazañas a los hijos de Israel.
8 El Señor es compasivo y misericordioso, | lento a la ira y rico en clemencia.
9 No está siempre acusando | ni guarda rencor perpetuo;
10 no nos trata como merecen nuestros pecados | ni nos paga según nuestras culpas.
11 Como se levanta el cielo sobre la tierra, | se levanta su bondad sobre los que lo temen;
12 como dista el oriente del ocaso, | así aleja de nosotros nuestros delitos.
13 Como un padre siente ternura por sus hijos, | siente el Señor ternura por los que lo temen;
14 porque él conoce nuestra masa, | se acuerda de que somos barro.
15 Los días del hombre duran lo que la hierba, | florecen como flor del campo,
16 que el viento la roza, y ya no existe, | su terreno no volverá a verla.
17 Pero la misericordia del Señor | dura desde siempre y por siempre, | para aquellos que lo temen; | su justicia pasa de hijos a nietos:
18 para los que guardan la alianza | y recitan y cumplen sus mandatos.
19 El Señor puso en el cielo su trono, | su soberanía gobierna el universo.
20 Bendecid al Señor, ángeles suyos, | poderosos ejecutores de sus órdenes, | prontos a la voz de su palabra.
21 Bendecid al Señor, ejércitos suyos, | servidores que cumplís sus deseos.
22 Bendecid al Señor, todas sus obras, | en todo lugar de su imperio. | ¡Bendice, alma mía, al Señor!

lunes, 18 de diciembre de 2023

"Hamlet", de William Shakespeare.

  La tragedia existencialista por excelencia. ¿Quién no ha declamado en broma alguna vez aquello del Ser o no ser, esa es la cuestión? Sin embargo, leyéndola en el siglo XXI no me queda tan claro por qué es la obra más famosa de todos los tiempos. Quiero decir, no acabo de encontrar el vínculo con el hombre corriente contemporáneo. Vamos, está claro que es atemporal, los sentimientos que explora (la concepción trágica de la vida, la traición, la venganza, la muerte, el suicidio...) acompañan al hombre desde que el australopithecus se bajó del árbol y lo acompañarán hasta que se aniquile a sí mismo, pero siento más cercano a Quijote o a Sancho (y no creo estar pecando de patrioterismo cultural), pues sus vidas se asemejan más a las nuestras, sus decisiones y aventuras son más extrapolables a cualquier época y lugar. Supongo que el hecho de que el inglés se haya erigido como la koiné, la lengua franca de nuestro tiempo ha tenido mucho que ver; eso, unido a que todo estudiante anglófono ha de leerla, estudiarla y, frecuentemente, representarla, hace que forme parte de la cultura popular universal. 
 Es un drama en cinco actos, muy desiguales en longitud entre sí, con acelerones y ralentizaciones en su tempo (así lo he sentido yo). Como dicen sus estudiosos, esta obra también acaba con unas líneas anticlimáticas que rebajan la tensión anterior, en este caso, tras las trágicas muertes de Hamlet, Laertes, Claudio y Gertrudis, todo acaba con una conversación más trivial entre Horacio y Fortimbrás.
 Argumento. Acto I: se presentan todos los personajes, el príncipe Hamlet, hijo del recientemente fallecido (asesinado) rey Hamlet; Horacio, su amigo y confidente, símbolo de cordura y sensatez; Claudio, rey de Dinamarca, asesino de su hermano Hamlet; Gertrudis, reina, casada con el asesino de su marido; Polonio, chambelán y verdadero hombre fuerte del reino; Laertes, hijo de Polonio y aspirante al trono; Ofelia, hermana de Laertes y enamorada de Hamlet; así como otros personajes secundarios. También se aparece el fantasma del rey asesinado, principalmente a Horacio y a Hamlet a quienes informa de cómo fue asesinado por su hermano Claudio al verter un veneno en su oído mientras dormía.
 Acto II: Se muestra al chambelán Polonio como un intrigante maquiavélico que controla a todos en Elsinor. Hamlet, monologa sobre el sentido de la existencia, la brevedad de la misma y la estupidez de la ambición humana. Por contraposición, Claudio, Gertrudis y Polonio tratan a Hamlet de loco, y maquinan apartarlo de la corte enviándolo a Inglaterra. Esta alternancia entre locura y melancolía de Hamlet se desarrolla durante toda la obra, siendo el propio príncipe quien la alimenta comportándose de modo irónico y descabellado.
 Acto III: Continúan las maquinaciones; Hamlet expone su famosísimo soliloquio, monólogo teatral por excelencia del que antes hablaba. Luego, Ofelia y Hamlet se encuentran, insinuándose ésta y rechazándola aquél. Unos actores llegan a la corte danesa y  Hamlet les da un drama para que lo representen que es, en realidad, lo ocurrido en el castillo de Elsinor. Los reyes deciden enviar a Hamlet a Inglaterra, desembarazándose así de su amenaza; en la conversación entre Gertrudis y Polonio, éste abronca a la reina y se esconde tras unos tapices al llegar Hamlet. Hamlet, trata de incestuosa a su madre, ésta pide socorro a gritos, saliendo Polonio en su ayuda, momento en que Hamlet apuñala mortalmente al chambelán.
 Acto IV: La locura de Hamlet es el tema principal en el castillo. El príncipe se comporta como un enajenado delante de su tío, el rey, iniciando otro soliloquio sobre la futilidad de la existencia. Hamlet es enviado a Inglaterra mientras los hijos de Polonio encajan muy diferentemente la muerte de su padre, Laertes se muestra iracundo y vengativo, mientras Ofelia queda absorta y enajenada. Horacio recibe noticias sobre Hamlet, su barco ha sido atacado por piratas y vuelve a Dinamarca. Claudio y Laertes planifican la venganza, planeando matar a Hamlet por diferentes métodos. Ofelia, trastornada, se suicida ahogándose en un cenagal.
 Acto V: Los enterradores de Ofelia se burlan de los nobles al tener estos el mismo fin que los campesinos; Hamlet se reúne con los enterradores y encuentran la calavera de Yorick, el bufón; de nuevo otro monólogo sobre la vida (sic transit gloria mundi). La última escena es la resolución trágica al conflicto: Laertes se ha de batir en duelo con Hamlet, será a la primera sangre (no a muerte); pero Claudio tiene otro plan: trae vino para que beba Hamlet tras ganar a Laertes, pero lo ha envenenado, además, ha impregnado en veneno los dos floretes del duelo. Tras haberse herido superficialmente los contendientes, Gertrudis bebe sin saber del vino envenenado, muriendo rápidamente. Hamlet, herido y emponzoñado, descubre el plan de Claudio, y lo mata de una estocada. Finalmente mueren Laertes y Hamlet.
 Hay que recordar que ya en tiempos de Shakespeare las representaciones teatrales eran para todo tipo de público, desde los nobles y burgueses que iban a palco al resto de los mortales que iban a localidades de a pie, digo esto porque hoy podemos equivocarnos y pensar que las tragedias shakesperianas eran obras áureas destinadas a las clases superiores, cuando, en realidad, la plebe también era espectadora. Por ello, aunque se desarrollen mayoritariamente sus acciones en altos palacios reales, son obras entendibles por todos. Fue quizá la gran aportación (además de los personajes y obras inmortales, claro) del teatro renacentista inglés (teatro isabelino lo llaman ellos), que fue un teatro sin clases que funcionó como un verdadero nivelador social que alcanzaba de los príncipes a los campesinos. Hoy sigue tan en boga como hace quinientos años, sirviendo como verdadera piedra de toque a la existencia y pensamientos humanos.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Fragmento de la escena III, acto IV de "Hamlet", de William Shakespeare.

 Como sabéis, el gusano es el auténtico emperador de la dieta. Nosotros cebamos animales para cebarnos a nosotros, y nos cebamos a nosotros para cebar a los gusanos. Un rey gordo y un flaco mendigo no son sino mesa variada, dos platos, para un mismo mantel. Ese es el fin de todo.

viernes, 15 de diciembre de 2023

"El mundo de cristal", de J. G. Ballard.

  Me encanta descubrir autores nuevos para mí, adentrarme en obras prolíficas como quien se adentra en una selva virgen... Así he encontrado autores poco conocidos por el gran público pero que son verdaderas joyas en bruto. Bien, James Graham Ballard no entra en ese grupo. De este tipo sabía muy poco: que es autor de una novela autobiográfica llamada Empire of the Sun (literalmente traducida al español como El imperio del sol) que fue después llevada al celuloide por Steven Spielberg; también es autor de una novela cuya adaptación cinematográfica fue más famosa que el texto original, Crash, (creo, por cierto, que esta película dirigida por Cronenberg es la peor película que he visto jamás); y, por último, que tuvo un cierto éxito en su país como autor de novelas de ciencia-ficción, principalmente distopías catastrofistas. En este último grupo se encuentra la novela que reseño. Tirando de biblioteca pública para que no sea gravoso para mi bolsillo, no encontré la autobiográfica, la de Crash ni se me pasó por la cabeza coger, así que me decidí por una que no tenía muy mala pinta, ésta:
 Y, por lo que he sacado en consecuencia tras leerla, me equivoqué. Es francamente mala.
 Argumento: Un tal doctor Sanders, vicedirector de una leprosería en la jungla de Camerún, se adentra en la misma para visitar a unos amigos, también europeos, que dirigen otra leprosería más dentro de la selva por la que sólo se puede avanzar por vías fluviales. Pero ahora parece que todo está cambiado: hay una extraña luz que parece emanar de la frondosa vegetación; en realidad es la propia luz solar que se escinde en los colores del arcoíris puesto que toda superficie vegetal se está recubriendo por cristales. Sin que se sepa cómo, cualquier objeto que esté en contacto con esas plantas se recubre poco a poco de cristales, pero no cristales cualquiera, sino cristales preciosos como diamantes, rubíes, zafiros o esmeraldas. Los animales e incluso los humanos tampoco parecen escapar a esta suerte de maldición semejante a la del rey Midas. En esta situación, la codicia anida en el corazón de los hombres y son varios, entre ellos el propietario de una mina, Thorensen, los que ya calculan por millones sus beneficios. Edward Sanders, el protagonista, hará un viaje de ida y vuelta a esa jungla que se está cristalizando, escapando él mismo de milagro de convertirse en un objeto de decoración...
 Y eso es todo. El argumento es tan ligero que parece la trascripción de una pesadilla nocturna que no valdría ni para un concurso de relatos de Bachillerato. No hay un final contundente ni siquiera definido. Los personajes están muy deficientemente desarrollados, lo cual los hace inverosímiles.
 En fin, una novela flojísima. Es la primera (y, claramente, la última) novela que leo del tal Ballard, quizá haya elegido mal y tenga otras narraciones de más calidad. Digo esto para no ser totalmente injusto. En todo caso, no aconsejo su lectura.